CRONICAS DE CALIFORNIA: “El Rey del Cilantro”

Por Jose FUENTES-SALINAS / Tlacuilos.com

Castaic, California, 2004.- A los ocho años, Francisco González jalaba los caballos para que su hermano fuera sembrando los cultivos de garbanzo en su natal Jamay, Jalisco.

Hoy, a sus 49 años, es el mayor productor de cilantro en los Estados Unidos y es probable que usted ahora mismo esté comiéndose unos tacos con algunos de los 27 vegetales que produce.

“La verdad es que los caballos me jalaban más bien a mí”, dice sentado en la sala de su casa en Castaic, quien ahora tiene alrededor de 100 caballos de carreras, muchos de ellos premiados en los mejores hipódromos nacionales.

Tomándose una taza de café en la sala de su casa, Francisco cuenta que nunca tuvo otros juegos que no fueran los de espantar con carabinas y resorteras las parvadas de pájaros que llegaban a los terrenos de Las playas y Las mulas.

“Yo no recuerdo haber tenido juegos, de niño”, dice, aunque luego su tío dirá que cuando Francisco dejó Jamay a los lagartijos les empezaron a crecer colas.

Con rostro curtido por el sol, Francisco cuenta que sus padres, Antonio y Elisa, y sus seis hermanos y hermanas, forman parte de una familia que como muchos inmigrantes vinieron a contribuir a la riqueza del Estado Dorado. Eso es algo que con su esposa Leticia se lo recuerdan a sus dos hijas y a su hijo constantemente.

A los seis meses de nacido lo emigraron a él, y aquí en California nacieron muchos de sus hermanos. Sin embargo, regresaron a Jamay y, finalmente, él, junto con su papá, volvió a California cuando tenía 15 años.

“Aquí es más duro el trabajo que México pero lo pagan bien”, dice, luego de explicar como agarraban la corrida de cultivos desde Oxnard hasta Stockton, incluyendo la fresa, el jitomate, el limón, la aceituna…

Y fue en los campos de cultivo donde conoció a su esposa, oriunda de Ocotlán.

Fue así que empezando desde abajo, y luego de ser camionero, un día se dió cuenta que había una nueva hierba que rápidamente se estaba haciendo popular en la cocina norteamericana: el cilantro.

Su primera inversión, a los 35 años de edad, fue solo una intuición.

“A mí me gusta apostar… Y como me crié en Oxnard, ya conocía a todos los rancheros, a las compañías y al mercado de Los Ángeles”, dice. “Cuando deje el trabajo de troquero, para plantar cilantro era un poco arriesgado. Ganaba muy bien, y muchos me decían: cómo vas a plantar algo que en Mexico hasta los regalan… Pero vi que era un mercado que iba a crecer mucho. El cilantro en Estados Unidos lo usan hasta para el agua fresca.
Además me pregunté: ¿que tengo que perder, si con lo que traigo puesto ya es ganancia?.

El primer gran logro fue un accidente.

Francisco González, el mayor productor de cilantro en los Estados Unidos (2004). Aquí se le ve en sus campos de cultivo mostrando una hoz que aún carga en su auto por si acaso necesitara mostrar a alguno de sus trabajadores cómo cortar esta aromática hierba. Fotos: José FUENTES-SALINAS.

“En el primer plantío, solo pensaba sembrar una pequeña parte, pero el regador que traía le metió agua a todo el terreno y el cilantro empezó a crecer… Pensé que no lo iba a vender, pero me empezaron a comprar más y más, y luego ya no alcanzaba”, dice.

Cuenta que en dos años la cadena Albertson le dió su primer contrato grande.

“Me temblaban los pies en la primera entrevista. Yo ni hablar bien inglés sabía, porque mi inglés era un inglés de la calle, pero de repente les empecé a vender en 1992, entre 300 y 500 cajas diarias”.

Posteriormente, y en un tiempo relativamente corto se vio exportando el cilantro a Canadá y hasta el mismo México. Luego amplió el cultivo a otros 26 vegetales, y el betabel que produce se ha ido hasta Rusia.

También sus hermanos Roberto y Jesus, que estuvieron asociados en el cultivo del cilantro, regresaron a plantar mezcal en Jalisco, en 1993.

Sobrino de los Bañuelos, los ex propietarios del tequila cazadores, ahora Francisco está apunto de echar a andar una fábrica de tequila en Jamay, que producirá la marca “777”.

“Esta fábrica empieza en septiembre y la botella llevará la forma de una máquina de apostar como las de Las Vegas”, dice.

Luego de un rato de conversación junto con el tío Manuel, quien acaba de llegar de Jamay, salimos a visitar a uno de los campos de cilantro cercanos a Magic Mountain.

Francisco, quién es un hombre muy sano, saca un par de Power Bars que se va comiendo en el camino.

Los aspersores de agua los, los surcos bien delineados y las montañas del fondo crean un paisaje oloroso.

Francisco saca una pequeña hoz ‘rosadera’, con que corta un ramo de cilantro, de la misma forma en que hace solo unos años lo hacía.

“Yo, aunque maneje un Mercedes, siempre cargo una ‘rosadera’ en el carro” dice, y es que, algunas veces no le creen que él y su esposa alguna vez anduvieron entre lodo cortando los vegetales.

Recuerda que una vez un trabajador que andaba haciendo mal su trabajo lo retó a que le pusiera la muestra y ahí mismo se arremangó la camisa y le dijo como.

Con plantíos en Santa Paula, Castaic, San Luis Río Colorado y otros lugares, Francisco también ha cometido errores.

“Quien no comete errores no aprende, a mi me ha tocado aprender de ellos. En una ocasión plantamos una variedad de cilantro que a las cuatro pulgadas de crecido se ensemilló… Pero ahora sabemos que la semilla del cilantro de invierno debemos traerla de Canadá y la de calor de Arizona”.

Desafortunadamente, asegura, el cilantro era un cultivo tan novedoso, que los técnicos agrícolas sabían menos que este agricultor que solo hizo seis meses de escuela.

“Yo solo fui 6 meses a la escuela, pero el periódico en inglés te lo escupo en español” dice con orgullo. También a manera de broma le dice a su hijo: “tú tendrías que graduarte de Harvard para que puedas llegar a donde yo llegue”.

El recorrido por los cultivos de Gonzales, nos llevan luego a su rancho escondido entre los naranjales de Santa Paula.

Allí tiene caballos de fina crianza cerca de los cultivos de rábano.

Además de su pasión por los caballos, Francisco González, se empezaba a dedicar a la producción y distribución del tequila, con sus tíos los Bañuelos quien eran los propietarios de la marca Cazadores. Foto: José FUENTES-SALINAS. 2004.

Felipe García, el caballerango de Pihuamo, Jalisco, le saca 1 caballo que es hijo de uno de los que más premios han ganado en el país.

Para los Gonzales, el mejor momento es cuando se reúnen en un hipódromo a ver esos equinos tragar distancias.

Francisco habla con gusto de sus yeguas Lili, Tequila… Y La Macumba que fue campeona de México.

También habla de la distribución que hace del tequila Hacienda Vieja y Espuela de Oro, y de la forma en que nunca se ha sentido discriminado en este país.

“A mí siempre se me ha hecho fácil trabajar y hacer dinero”, dice. “Creo que lo único difícil fue pasar de asalariado a ser patrón”.

Sin embargo, en esa transición su esposa Leticia lo ha hecho fuerte.

“Ella ha ido creyendo cada vez más en mí, hasta el momento en que si el caballo es negro y yo digo que es blanco, me cree”, dice. “Con ella nos conocimos pescando fresa y luego de una de luna de miel, nos vinimos solo con un capital de $100”.

Todo eso quedó atrás. Ahora con los 4000 a 5000 cajas de cilantro diarias, o con las 20.000 de vegetales mixtos, los Gonzales pueden incluso ayudar a su pueblo. A Francisco lo nombraron el jalisciense del año 2002.

Sin embargo, para él el reconocimiento más importante fue cuando su esposa le dijo: “gracias por darnos todo lo que nos has dado”.

Con tecnología moderna que permite crecer rábanos perfectos, Francisco considera que lo más importante es que se ha rodeado de gente en quienes puede confiar para que hagan un buen trabajo.

Pero a pesar de sus millones, es un hombre que todavía le gusta ir a Jamay a la plaza a comerse un pozole o un pan dulce con atole, y ve con comprensión los comentarios suspicaces que a veces le comunica su madre.

Le preguntan ‘¿cómo es posible que haga tanto dinero con el cilantro?… Hay gente que no te perdona el triunfo, pero uno solo debe cuidarse de no sacar ventaja de otros. A mí me gusta respetar a la gente. Yo anduve en las piscas… Y al final solo soy mi propio vendedor”.

 

*** Esta historia apareció originalmente en el Semanario “Impacto USA, Mayo, 2002”

CRONICAS DE LA PANDEMIA: 2020, una Navidad llena de muertos, y de pantallas

Se estaban muriendo por miles, en Tennesee, en California, en New York, en Texas, en Florida… Más de 3,000 diarios.

Los doctores y las enfermeras les decían a las personas: por favor, cuídense, es una mala idea poner sus vidas en nuestras manos en una Unidad de Cuidados Intensivos. Ya no hay lugar dónde ponerlos, ni siquiera en las salas de maternidad o en los pasillos. Cuídense, no les quiten el lugar a los infectados, a los accidentados, a los que no pueden prevenir una urgencia.

2020, el Año de la Pandemia del Coronavirus, había puesto en aprietos a muchas familias. Felo, el niño de 54 años se había infectado del coronavirus en una casa para discapacitados en Lomita; Chela Fragoso, la esposa del Pipo, le había dado cáncer, y luego cuando su hija la iba a cuidar, se dieron cuenta que ella estaba contagiada, y también contagió a su madre. Unos días después murió. Pobre, no había aguantado la quimioterapia, y también le había dado el Covid-19. El coronavirus también le había dado al Pichi y a su esposa Luna, los sobrinos de Chepa Flores. Ellos ya tampoco se podrían reunir con su abuela.

Pero todos encontraron una solución para verse en Zoom y Facetime. Eligieron un horario para prender sus tabletas, para conectarse en sus celulares, para mostrar los tamales que estaban haciendo, para mostrar el momento en que los chiquillos abrirían sus regalos, para tomarse una copa de vino mientras dialogaban por las pantallas.

Otros, como Cincho Balvaneras, no necesitaban verse en pantallas.

De otra generación, de los Baby Boomers, él solo necesitaba hacer llamadas a Larga Distancia y hablares a sus hermanas y sus hermanos. Habló con el mayor al que siempre las navidades y años nuevos le parecían el mejor momento en que la gente lucía su hipocresía deseándose prosperidad y felicidad, mientras que el resto del año se les olvidaban esos buenos deseos.

Cincho Balvaneras era formal. Ese día se aseó los zapatos, se puso ropa como si fuera a salir de casa con su esposa, y hasta aceptó un cumplido de ella, cuando finalmente había dejado de llorar ¿por qué?… por todo, porque la gente se estaba muriendo, porque en la ciudad de Bell estaban echando de sus trailers a personas mayores por haberse retrasado en los pagos de la renta, precisamente en las vísperas de Navidad. La Luchona lloraba porque no podría esa Navidad ir a ver a los chiquillos a Moreno Valley… y porque el imbécil del presidente seguía con sus mafufadas sin firmar el paquete de estímulo a las familias desempleadas que ya había aprobado el congreso.

La verdad es que Luchona tenía una tristeza acumulada de muchos años. En las navidades recordaba a su padre muerto, a sus lejanías de parientes, a su cada vez más vulnerable salud… Y cuando esto ocurría, Cincho Balvaneras no sabía cómo ayudarla, cómo meterse a ese tejido apretado de conflictos. Era entonces cuando ella le decía que no la escuchaba, que no le dedicaba tiempo suficiente, por más que él le hiciera notar que en los 9 meses de duración de la pandemia y los encierros, ella era la única persona que veía a diario, además de las empleadas de las tiendas de los supermercados.

Otro tema de conflicto era que la Luchona no sabía cocinar esos platillos tradicionales que a las señoras mexicanas les salen tan bien y se deprimía, como los tamales o el pozole. “No te preocupes”, le decía Cincho, “encargamos algo del restaurante”. Pero a ella también le daba preocupación hacer filas, y, además pensaba que no tenían buen sabor.

Esa era la Nochebuena del 2020.

Cincho salió temprano a buscar tamales. Sabía que la cena sería el tema de discusión. Quiso prepararse. En el Supermercado Food4Less no había mucha gente. Agarró del refrigerador dos bolsas de tamales listos para calentarse, una de pollo con salsas verde, otro de res con salsa roja. Para él y su esposa eran raciones más que suficientes.

Más tarde almorzaron huevos revueltos con jamón, como cualquier día. Ella le dijo que sus amigos hablarían más tarde en Zoom. El sentía un ambiente pesado. No por la pandemia, sino por la forma en que las personas la vivían. El, por su parte, venía de un tiempo en que cualquier cosa podía hacer feliz a las personas, sin regalos, sin tantas preocupaciones, sin Internet. Solo acaso con unas cuantas tarjetas de cartón enviadas por los amigos y familiares.

Se hizo tarde. Luchona le dijo a Cincho que su amiga Karen Peyton y su esposo se iban a comunicar con ellos en videoconferencia a las 4:30 PM, y que estuviera listo. Se lo dijo precisamente cuando Cincho se comunicaba a larga distancia con sus familiares de México, donde, también, todos esta vez no saldrían de sus casas, excepto Marcia, quien acababa de enviudar y se iría a pasar la fecha a la casa de una de sus hijas.

En el Zoom no había un tema especial de conversación. Cualquier cosa iba, y por supuesto una de ellas era la originalidad de esa Navidad del 2020, las vacunas, la esperanza de que el próximo año fuera diferente, y la necedad de muchos de querer juntarse a pesar de todo. “Te queremos mucho”… “Nosotros también”… “Cuídense”… “Merry Christmas”…

Cincho era de hablar fácil. No le costaba bromear, hacer preguntas, escuchar, romper la solemnidad, analizar, recordar, medir su “timing”. Por eso prefería hablar por teléfono desde una posición cómoda de su sillón. Pero entendía que estos eran otros tiempos, entendía que ahora los niños, desde marzo, tomaban clases en linea por el Zoom.

Pero el Zoom y el Facetime le agregó un motivo de regocijo. Verse en las pantallas tenía un poco de la comunicación cara a cara. Tenía un poco el narcisismo de verse en el espejo mientras conversaba con los demás.

Primero conversaron con los Peyton. La plática empezó por la comida, por lo que cada quién iba a comer y la forma en que lo iban a preparar. Luego toco el tema de los jóvenes, de los parientes. Con sus hijos agregados al fondo de la la sala, los Peyton a veces los integraban en algunos temas de la conversación. También, a veces, cuando hablaban de la música, a veces Luchona prendía su celular para acentuar el tema con ejemplos de la música de los artistas que mencionaban.

¿Qué cosas más se podrían agregar a la conversación, a ese juego de la comunicación y la seducción que incluso los sitios porno usaban para intercambiar una experiencia sexual vicaria?

A Cincho le hubiera gustado vestirse de Santa Clause ese día y animar a los niños de las familias con la idea de que se estaban comunicando al Polo Norte.

Se podría pensar que quienes la estaban pasando mejor eran las familias donde les había tocado encerrarse con más miembros de una familia, los abuelos con los nietos, las familias grandes… Pero a veces no era así. Y unos se cansaban del demasiado trabajo que implicaba cocinar para más personas, de lo pesado que eran organizar la secuencia de los eventos navideños, y entretener a los niños, mientras las mayores hacían tamales, preparaban postres…

Luego de hablar con los Peyton, Luchona sacó los tamales del refrigerador y preparó un arroz. No era la comida más festiva de Nochebuena que había comido, pero estaban vivos, y se iban a evitar las preocupaciones de manejar de regreso a casa, de revisar cómo estaba el tráfico en el Google Map, de discutir quién iba a manejar. Y si se iban a quedar en la casa del huésped, se habían evitado las molestias de sacar las cobijas y almohadas del auto, y acomodarse a dormir en algún sillón o la alfombra.

Cincho sabía que se podía adaptar mejor a las nuevas reglas de la pandemia. Sabía que podía hacer más sacrificios que Luchona, porque, después de todo, en su familia, aunque fue numerosa, se fue desmoronando rápidamente desde su infancia y fue difícil mantener una tradición de mesas largas arregladas y otras formalidades.

Quizá por eso, Cincho no podía ayudar mucho a su mujer que tanto sufría por no poder estar con los chiquillos, por no poder estar echando relajo en vivo con sus hermanas y amigas.

La segunda videoconferencia no fue en Zoom, sino en Facetime.

Luchan marcó en su tableta los cinco números de sus familiares, y, luego de algunas fallas, en las cinco pantallas todos estaban conversando. Para entonces, Cincho Balvaneras ya había tenido demasiado de la tecnología. Ya había hablado con varios de sus familiares a larga distancia, había hecho comentarios en las redes sociales, había leído las noticias en la Internet, había compartido un meme… Y los tamales y las cervezas le estaban produciendo sueño.

No quiso ser descortés. Saludo a su cuñado el Chóforo y sus cuñadas. Luego se hizo a un lado del sillón, se salió del encuadre del Face Time. Empezó a cabecear de sueño. Luego Luchona lo regañó en broma delante de sus hermanas.

Lo cierto que ahora, no estaba con energía para bromear. Habían sido muchos los dramas del día, desde que se levantó a las cinco de la mañana.

Se quedó dormido. Su cerebro necesitaba procesar tantas experiencias nuevas que estaban pasando.

Más tarde, Luchona lo despertó para hacer un último Face Time hasta Moreno Valley, para que viera cómo los chiquillos abrían sus regalos.

El también abrió su regalo, y le gustó lo que su esposa le había regalado: una tableta, pero de una madera fina, donde al fin podría poner a descansar por la noche su teléfono celular, sus lentes y su reloj.

 

—José FUENTES-SALINAS, Long Beach, California, 25 de diciembre, 2020

 

CRONICAS DE LA PANDEMIA: Trabajo desde casa

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Los veo todos los días desde que me estoy quedando en la casa a trabaja.

Mi viejo escritorio caoba que compré en una venta de garaje está en la esquina del estudio, donde están las ventanas que dan a la calle. Desde ahí veo todo lo que ocurre allá afuera.

Uno llega con su esposa a podar el pasto y sopletear las hojas.

A veces, en su camioneta dejan a sus dos niños que no están yendo a la escuela. Parece que estan muy disciplinados la niña y el niño porque no protestan y entienden que sus padres están trabajando para pagar la renta y comprarles sus regalos de Navidad.

Otros llegan con mi vecino de al lado, un viudo que vive solo, y hacen lo mismo, podan, sopletean y se van.

En esta pandemia, mientras muchos estamos trabajando desde la casa, otros están trabajando duramente en las calles enmascarados con sus cubrebocas, y tratando de no acercarse demasiado a sus clientes. Ellos son los jardineros, los carteros, y, sobretodo los que llegan de Amazon, FedEx y UPS a entregar la mercancía que se compran Online.

Ahora, ellos son los que me distraen un poco de mis rutinas diarias.

La gente que puede se está quedando en casa y tratan de salir lo menos posible. Pero otros no tienen muchas alternativas.

También, los del vecindario de repente se han puesto muy hacendosos, muy modositos a hacerle la competencia a los jardineros. Muchos vecinos, de repente han salido más y más con sus sopladoras eléctricas de batería, y a veces se juntan como en un concierto de sopladoras, como en un tráfico donde simplemente unos echan el polvo a otros, y las hojas secas de los árboles las soplan al lado de la calle para cuando pase la barredora.

Eso no es como las viejitas de mi pueblo donde nací. Aquellas que echaban primero un poco de agua con una cubeta y luego barrían con una escoba de paja, para no levantar polvo.

Yo también tengo una sopladora eléctrica pero es de cable, y la he usado mucho tiempo porque necesito distraerme y estirarme para que no me salgan almorranas mientras estoy sentado frente a la computadora.

Varios de mis vecinos, cuando llegó el primer cheque del paquete de estímulo, dijeron que íban a gastarlo para apoyar negocios locales, pero en realidad la mayoría estan compre y compre en Amazon, a pesar de que uno de nuestros vecinos trabaja en un Lowes, y a él lo podrían estar apoyando si compraran ahí las herramientas. Yo si lo he hecho, y cada vez que puedo voy a comprar pintura, piedras o alguna herramienta. La otra vez compré una esmeriladora, y aunque estaba unos diez dólares más cara, se la compré a ese empleado tartamudo que se subió en la escalera grande a bajar la esperiladora y el cargador de batería.

En este tiempo de invierno, las calles están cubiertas de hojas secas y la barredora tiene que pasar a veces dos o tres veces. los operadores de esos camiones, los jardineros y los repartidores de paquetes son los que le dan vida a la calle, son los que permiten que otros vecinos se la pasen cachetona, simplemente sacando a pasear a sus perritos, o saliendo a caminar ellos mismos. Casi todos hablan español. Eso lo sé porque desde lejos los saludo y ellos casi siempre se sienten familiarizados.

Yo también trabajo pero en cosas personales, en lavar el auto que en el último mes ha gastado tan solo poco más de un tanque de gasolina, pero va acumulando el polvo de las sopladoras de mis vecinos.

Como andan tan entusiasmados con sus sopladoras, la otra vez un vecino se quiso congraciar conmigo sopleteando la acera de mi casa, pero justamente cuando acababa de lavar el auto.

Todavía esperaba que se lo agradeciera.

LA FOTOGRAFIA EN MEXICO: el erotismo de Eugenia Vargas Daniels

Este es el momento en que las demás artes plásticas deben guardar silencio: la fotografía artística está jadeando de placer.

En el Museo Universitario del Chopo se están presentando las fotografías murales de Eugenio Vargas Daniels.

Su autorretrato, es un erotismo potenciado al barro rojo.

Eugenia no teme a los santurrones decimonónicos y con 12 imágenes punzantemente humanas, radicales en el sentido Eros-Tanatos, se ubica a un lado de “La Buena Fama Durmiendo”, de Manuel Álvarez Bravo.

La fotógrafa, la modelo, aparece desnuda y blanquísima primero, luego, llena de barro, ofreciendo el pecho bueno kleiniano.  Es la vida y la muerte una figura de tres poses, estatua que orina su fantasía, carnosa cuerpo en busca de una tumba, abriendo la vagina de la madre tierra… (hoy quiero hacer crítica pero la poesía me anula, comprendo a los prologadores de libros de fotografía).

Eugenia llegó a la Ciudad de México el día del terremoto de 1985, su patria fue Chile,  y Puerto Rico. Viene de una familia conservadora de Chillan, su padre político, su madre pianista, quien le impuso su talento musical “con todos los prejuicios de la clase y media”, como ella misma lo dice.

Fotógrafa chilena, radicada en México, Eugenia Vargas, luego de haber realizado uno de sus autorretratos desnudos en los que se llena de lodo aparentando ser una figura de barro. Foto: José FUENTES-SALINAS. 1988.

La educación de la escuela de monjas alemanas le enseñó, a contracorriente, que “el erotismo es lo más esencialmente humano”.

Ángel Adams, el fotógrafo que tiene el récord de la foto más cotizada en el mundo, le enseñó la gran “lección de humildad” que aún conserva Eugenia: “era muy amable con sus alumnos, no se enseñaba pacientemente en su laboratorio y a veces nos invitaba a tomar té a su casa, esto fue en 1982, cuando fui a Carmel, donde me aceptaron, a pesar de no hacer paisaje sino desnudos”.

Acostumbrados a un erotismo de medio tono, que algunas veces se diluye en idealizaciones románticas o naturalistas, la autora habla de sus manantiales creativos: “es una preocupación que tuve cuando recién empecé a ser autorretratos, cuando tenía el problema del llamado ‘buen gusto’, de la moral tradicional que uno recibe en América Latina. Llego un momento en que me saturé con lo que estaba haciendo y me aburría”.

“Algunas veces, uno tiene poca madurez y quiere proyectar una imagen semejante a la que ha visto, el amor, la belleza, el ideal del cuerpo femenino, pero en la medida en que uno va madurando y avanzando en el medio fotográfico las necesidades van tomando otros matices.

“Yo veía mis autorretratos, que vengo haciendo desde hace 15 años, y no eran ya eróticos, eran clichés fotográficos, entonces me pregunté: qué aporta uno a la fotografía?, Cuáles son mis necesidades en cuanto al erotismo?… Me di cuenta que mis autorretratos ya no me proporcionaban nada, ni emocional, ni visualmente, de ahí salió este riesgo, cerrar los ojos y lanzarme. Algunas veces resultaba y otras no, pero uno va puliendo su erotismo personal, lo que desea ver, así llegué a esto.

“Cuando llegué a México me interesaron mucho los libros de historia. Leía libros acerca de lo que hacían los mexicas con sus sacrificios humanos y tengo una serie que hice con vísceras de animales, es todo el rollo de la materia orgánica, la vida y la muerte.

“A la mujer de barro también me aproximé con esa idea, la de la fertilidad, además de la idea feminista de decir este es el erotismo que es presentado por una mujer y no por un hombre y eliminar la dependencia de lo que quiere entender el hombre por erotismo en la mujer.

“Tengo un amigo que relata un sueño: se va a caer de un precipicio y el sabe que se va a morir… Se va a morir… Se va a morir y llega al final y despierta y resulta que está teniendo un gran orgasmo… El erotismo y la muerte tiene mucho de común.

— ¿Dónde hiciste tus fotografías murales?

“Las que tiene el fondo blanco las hice aquí (CDMX), la mona orinando la hice en Pachuca y las otras entre Xalapa y Puebla, es un lugar muy fuerte donde sacan material para construcción.

— ¿Por qué la insistencia en el autorretrato?

“Es la única forma en que puedes entregarte totalmente a tu trabajo, a ti misma, es mi propuesta, es lo que yo entiendo o quiero dar a entender. No puedo no puedo trabajar de la misma manera si estoy utilizando otra persona, porque esa persona no tiene la necesidad que yo tengo.

“Esa persona se está sometiendo a algo, pero no se está entregando totalmente a lo que yo necesito hacer, esa es la insistencia para usarme a mí misma. Además, yo no puedo someter a otra persona trabajar así, no puedo decirle: ¡enlódate!, a menos que tengan la necesidad de desnudarse y orinar y hacer todo lo que se necesita.

“Cuando uno se mide o tiene prejuicios es muy fácil caer en la mediocridad y repetir clichés. Además, ese otro puede tener la idea de querer proyectar cierta imagen y eso es lo que yo no quiero, yo quiero proyectar mi imagen de lo que yo quiero, lo que yo tengo aquí adentro, ¿no?… Entonces mi trabajo es más intenso. Con otra persona no puedo hacer eso. Me satisface emocional y físicamente, cumple todo lo que yo esperaba de ese trabajo. Con otra persona tendría ciertos límites.

– ¿Aún tratándose de tu compañero?

“Sí, porque, después de todo, me da pena. Soy una penosa, aunque no lo creas.
Tú pensarás que es una contradicción porque después los pongo en murales, pero no, porque ya la foto tiene vida sola… Tengo responsabilidad en el momento de hacerlas pero ya después no”.

 

—José FUENTES-SALINAS, Ciudad de México, 17 de Septiembre de 1988, El Universal

LA FOTOGRAFIA EN MEXICO: Enrique Segarra, los decanos

“A la vera del camino”… Es una exposición fotográfica de Enrique Segarra que se está presentando en el Museo Mural de Diego Rivera, frente a la Plaza de la Solidaridad.

La importancia de Segarra en la fotografía mexicana ha sido en virtud de que ha estado ligado a los grandes momentos de transición y que no obstante que asimiló la tradición de sus maestros Manuel Álvarez y Gabriel Figueroa, ha podido estar al tanto de las nuevas propuestas estéticas, esto en virtud de estar en forma permanente ligado con el quehacer de los jóvenes, principalmente por medio del Club Fotográfico de México (CFM).

En el club ha sido presidente en dos periodos y ha impartido clases durante 22 años.

Aprendió a ganar premios desde los inicios del club fotográfico de México y actualmente tiene acumuladas tantos trofeos que ha decidido quitarle la pequeña placa de datos y regresarlos para que con esos mismos sigan premiando a otros fotógrafos que necesitan reconocimiento.

Otra característica que define a Enrique en el mapa cultural de México es su capacidad de involucrarse en diferentes niveles de compromiso con la fotografía: se le puede ver en el Jardín del Arte en San Jacinto (el único artista de lente entre tanto pintor y escultor), de jurado en los salones mensuales del Club Fotográfico de México, haciendo fotografía publicitaria…

El fotógrafo mexicano Enrique Segarra posa entre sus cuadros en el Jardín de San Jacinto en la Ciudad de México (1989). Foto: José FUENTES-SALINAS. Instagram: taller_jfs

Aparte, en la exposición están incluidas varias etapas de sus 45 años de fotógrafo.

La pictórica (1943 a 1960).- Da cuenta de su interés por el paisaje mexicano, las puestas de sol, escenas bucólicas que tienden a lo romántico, a la idealización del medio rural…

El interés humano (1960 a 1970).- En esta etapa se comunica de igual a igual con las imágenes de Manuel Carrillo y Manuel Álvarez, y aunque no mantuvo la misma constancia que ellos en la preocupación por estos temas, destaca una excelente imagen que está destinada a convertirse en símbolo. Me refiero al Funeral del Angelito en un día lluvioso: por el camino encharcado caminan los campesinos, todo es gris y negro, excepto la pequeña caja blanca que será enterrada.

A decir de Segarra, esta imagen no sorprendió en los concursos latinoamericanos, —son tan comunes estas desgracias— pero en Europa y Estados Unidos ganó más de 31 medallas de oro: la denominó “Luz en las tinieblas”, debido a una escasa luz que se ve al frente del camino, y fue tomado un sábado por la tarde en Tecolutla.

En la etapa modernista (60-70).- hay una búsqueda de la composición formal y abstracta a través de sombras y estructuras de edificios, algunas de cuyas imágenes no cupieron en el espacio de la galería.

Por último, de las etapas por el mismo calificadas, está Impresionista, (1970-80) y la de Simplificación, (1970 a la fecha), en la que por medio de diferentes técnicas, en las que muchas veces incluye tramas y virados, logra abstraer solo los elementos esenciales de la luz y la forma sin otro interés que el placer visual.

De esta transición resulta un diálogo con las formas cuasi abstractas de la naturaleza de Ernest Hass, en los borregos, de los troncos de Edward Weston y los cielos desgarrados de Angel Adams.

Por último, habría que rescatar las ideas de Ida Rodríguez Panprolini cuando al referirse a la pintura señalaba que ‘había pasado el tiempo de los grandes artistas’ y que ahora en el siglo XX la belleza está en los grandes avances de la tecnología.

Creo que lo admirable en Enrique Segarra es que sin adjudicarse grandes pretensiones semióticas, sus imágenes si representan la posibilidad de que la tecnología fotográfica, y es capaz de hacerse de un lugar junto a los acuarelistas de la Plaza de San Jacinto, donde vende sus cuadros.

 

—José FUENTES-SALINAS, El Universal, Ciudad de México, 16 de Julio de 1989

LA FOTOGRAFIA EN MEXICO: El taller de Kathy Horna

“Estoy en crisis existencial: hoy todo el mundo corre, hoy todo el mundo maneja, ¿mis imágenes?… Fueron producto de un amor creativo. Nunca tuve prisa.”

—Katy Horna.

Ciudad de México, 1989.

 

A Kathy Horna la había conocido solamente por teléfono y por sus fotos que he visto en el museo del Centro Cultural Arte Contemporáneo (que por cierto, ella no sabía que estaban ahí) y en otras galerías y publicaciones.

Aquella vez que me invitó a visitar su taller, el domingo por la tarde, hablamos más de una hora. Me decía que no le gustaba opinar, que había opinado mucho cuando era joven, pero que si quería me invitaba a visitar el taller de la Academia de San Carlos para que platicara con sus muchachos, sus asistentes.

Kathy, de origen húngaro, de 76 años, de los cuales ha vivido 50 años en México, desde 1973 está en San Carlos.

En esa ocasión me dijo que su archivo de 40 años (1939-80), dónde están los personajes más importantes de la cultura nacional de ese periodo, lo donó al Instituto de Investigaciones de Artes Plásticas del INBA, ya que después del terremoto de 1985 su casa se deterioró y no pudo guardar por más tiempo su material.

Horna es una de las pocas fotógrafas que con toda certeza pueden representar el surrealismo en México: “hay un innato surrealismo en mi trabajo”, me dice.

Sus imágenes han aparecido en revistas como Artes de México, Nosotros, Artes Plásticas, Vanidades… Y recientemente publicaron un libro en Suiza, en el que ella representa el surrealismo latinoamericano.

VISITA A LA ACADEMIA DE SAN CARLOS

“Al taller de la abuela Kathy se llega subiendo las escaleras, dando vuelta a la derecha y deteniéndose a un lado del baño de mujeres”, así me lo dijo un trabajador del Museo de San Carlos.

Ahí hay un ambiente familiar: Viejas mesas con negativos y pruebas de contacto, alacenas que guardan productos químicos, papel, cartón, materiales de laboratorio. Todo es rústico y sencillo, son objetos felices a fuerza de uso: ahí estuvieron Flor Garduño, Elsa Chabaud y otros fotógrafos que hoy destacan en la fotografía mexicana.

“Mira”, dice, “ellos son Carlos Rey, Estanislao Ortiz y Víctor Monroy; están conmigo desde hace 14 años, ahora son mis asistentes porque yo ya no puedo hacer tantas cosas. Aquí estoy desde 1973, y este es mi programa”.

En su programa dice:

“Las enseñanzas de la fotografía en sus variadas posibilidades permite mostrar, liberar y desarrollar la propia sensibilidad para realizarse en imágenes plásticas. Con este programa de sistematización de la enseñanza por objetivos se logra dar los conocimientos técnicos necesarios; estos servirán al alumno de apoyo en su desarrollo profesional. La cámara no es un obstáculo, es uno mismo”.

En el programa los objetivos terminales que se plantean son cuatro:

  • 1. Manejar una cámara fotográfica.
  • 2. Resolver los problemas más comunes iluminación, filtros, luz artificial.
  • 3. Revelar y juzgar negativos en blanco y negro.
  • 4. Amplificar procesar y juzgar una impresión fotográfica en el papel.

Tomando en cuenta el excelente manejo de símbolos que caracteriza buena parte de la obra de Horna (objetos fetiches) y de quiénes han sido sus alumnas Chabaud, Garduño… Es asombroso que no se incluyan, como esperábamos, lecturas de semiótica y psicoanálisis.

“El proceso de sensibilización es individual”, dice, “aquí yo no les impongo estilos, por eso en el programa se maneja solo la cuestión técnica… Aquí conversamos y ayudamos para que cada uno se encuentre asimismo. Tampoco creemos en las ‘grandes figuras'”… Señala Kathy, al tiempo que nos dirigimos al salón de clases que está enfrente de laboratorio, cruzando un breve pasillo.

Su modestia que le impida acaparar la atención me recuerda a la psicoanalista Mary Langer: “ahí están ellos preguntanles, ellos te pueden decir muchas cosas”.

Cuando la miro sentada en ese amplio salón de altas paredes, entre estatuas y figuras de yeso, ampliadoras, viejas lámparas, mesas que más bien parecen de carpintero y muchas fotos de cúpulas y construcciones viejas secándose, me da la impresión de que quiénes la rodeamos somos sus nietos, y ella, al tiempo que prende un cigarro sin filtro, está presta a contarnos alguna regocijante historia.

Fotógrafa húngara-mexicana Katy Horna en su taller de fotografía de la Academia de San Carlos en la Ciudad de Meexico (1989). Foto: José FUENTES-SALINAS.

Pero, por insistencia de ella el diálogo se inicia con sus asistentes y ellas solo de vez en cuando puntualiza cosas. Sus asistentes son tres y sus alumnos 18.

—¿Que es una buena fotografía? le pregunto.

Kathy Horna responde: “lo que te deja un recuerdo… La que te deja fragmentos inolvidables que se confunden con tus cosas internas… Aunque no hay que confundir la fotografía artística que tiene valores universales con la foto de actualidad que tiene otros valores ideológicos propios de países y culturas”.

Sergio Rey comenta: “es aquella que logra ser eficaz en transmitir lo que quiere el fotógrafo”.

Y en el taller, según señalan los muchachos de Kathy, hay libertad de manipular la imagen en el laboratorio a fin de crear el sentido estético. En ese sentido no son puristas.

En un diálogo que arriesga varios decires, y en cuanto al intercambio con la comunidad artística de la academia de San Carlos, señalan que este diálogo “no es sistemático, con pintores escultores… Pero sí, a nivel individual se expresan afinidades y espontáneamente se crean grupos y parejas, que comentan las realizaciones de cada uno”.

“¿Qué por qué fotografiamos?, bueno”, señala Víctor Monroy, “porque es la forma más eficaz que tenemos para comunicarnos con el mundo. Antes teníamos una concepción errónea porque pensábamos en la fotografía como un medio de enriquecer otro arte.(Víctor, Sergio y Estanislao son pintor, diseñador gráfico y comunicólogo, respectivamente), pero nos dimos cuenta en el taller que la fotografía tiene su propia sintaxis”.

Y al referirse a una sintaxis, se remite a los principios estéticos incorporados en el taller de Katy:

1. Debe haber un diálogo con lo que vas a fotografiar, y 2. Hay que aprender a componer a través del visor, esto no significa solamente encuadrar”.

Kathy Horna interviene: “mira, yo creo que temáticamente no hay nada nuevo, depende de cómo el individuo componga los elementos… Ahora, cuando ustedes hablan de lo artístico, yo eliminaría la palabra artística; yo llevo 56 años haciendo fotos y nunca me ha gustado que me pongan esa etiqueta. Algunas veces viene gente de otros países y me llena de halagos, pero a mí eso no me gusta, yo siempre me he autonombrado como una artesana de la fotografía. El año pasado (1988) me publicaron algunas cosas en Suiza, (Mujer y Surrealismo), y escribieron algo que me gustó mucho y sirve para contestar a todas las teorías: fuera del amor no hay solución”.

Y al referirse a las competencias obsesivas, recalca: “tú quieres ser el mejor, pero siempre habrá alguien más que te supere”.

Víctor móvil Monroy: “uno invierte dinero en la fotografía porque te enamora esta forma de expresarse”.

Kathy Horna: “sí, en momentos robados a otro oficio”.

Y, al parecer, Kathy Horna no habla de sí misma ni deja que los otros lo hagan.

Sergio comenta: “una vez hablé sobre Kathy y ella se enojó conmigo… Cuando habla sobre fotografía no habla sobre fotografía, habla de otras cosas que, indirectamente, dicen lo que ella piensa: nunca es capaz de decirle a alguien que su foto no sirve, te dice otra cosa para que te enteres de su opinión”.

Con respecto a los criterios que prevalecen en la fotografía actual, continúa Carlos Rey, “esto se dan en grupúsculos, dentro de los cuales se presenta una convalidación recíproca pero, en general, en México, no hay un criterio común hay dispersión”.

A estas alturas, el taller con sus grandes muros y sencillo mobiliario, da cobertura una interesante conversación que se dosifica en los interlocutores:.

Víctor Monroy: “actualmente le damos un gran importancia al trabajo que tiene que ver con la política”.

Estanislao: “y eso llega al poder”.

Arturo Rosas (quien se integra al diálogo): “creo que siguen la corriente de la democratización”.

Kathy Horna: ¿donde la vez?….

Arturo Rosas: “lo que quiero decir es que no la hay, pero se busca”.

Carlos Rey: “lo que sucede es que hoy existe un una gran facilidad para hacer panfletos”.

Víctor Monroy: “y, en las bienales no se deslinda lo estético”.

Cuando se tocan puntos controversiales, como lo tocante a las funciones documentales y estéticas del discurso fotográfico, se tiende a adoptar un criterio pragmático.

Arturo Rosa señala que la “diferencia entre estos dos valores lo da el tiempo”.

Luego Kathy, tras ponderar la obra de Rotulado García, dice: “no habrá alguien como él, dice que muchas veces lo que influye es la especulación comercial, pero cuando se toca lo insólito es cuando adquiere un valor estético”.

¿EL SALON DE ‘CLASES’?

La fotógrafa Katy Horna en el taller de fotografía de la Academia de San Carlos. Foto: José FUENTES-SALINAS. 1989.

En repetidas ocasiones se ha dicho que las grandes deficiencias en el quehacer fotográfico en México están relacionadas con la carencia de infraestructura educativa que permita preparar buenos fotógrafos, este problema también se discute en el taller de la abuela Kathy.

Víctor Monroy: “pues yo lo veo muy mal. Mira, por ejemplo en la ENEP (Escuela Nacional de Estudios Profesionales) demandan y demandan gente para el trabajo utilitario, pero resulta que no hay ni siquiera los recursos básicos: no hay nada, y con esto solo se puede enseñar teoría, porque no tienen un lugar donde trabajar”.

Carlos Rey: “no podemos pasar todo el tiempo hablando de imágenes. Las imágenes se ven. Hay muchas cosas que no están bien. En la casa de la Casa de la Cultura de Mixcoac llegamos a utilizar cortinas como equipo, además no hay enseñanza superior en la fotografía, excepto en la iberoamericana, y los productos químicos los venimos a conocer en México hasta después de 10 años que se han estrenado en otros lugares”.

En ese sentido, ¿cuál podría ser la importancia del taller de San Carlos?.

Kathy Horna: “una muchacha vino diciendo: venimos aquí porque tu sensibilizas a la gente. Pero quizá lo que encuentran aquí es, más que un estilo un método diferente para auto realizarse como fotógrafos”.

Estanislao Ortiz: “yo no creo que aquí haya sido una gran fábrica, pero quien ha pasado por aquí sabe lo que es el lenguaje fotográfico, en el que la fotografía no es solo el disparo, sino, además, todo el proceso creativo que viene después”.

Para finalizar, el grupo de San Carlos se refiere a su forma de ver el futuro de la fotografía en México:

Víctor Monroy: “es importante que se hable más de la Fotografía y se den más espacios en los diarios”.

Kathy Horna: “creo que se están dando soluciones individuales que se juntan y juntan y da más producción”.

Carlos Rey: “ahora las galerías exponen fotografía, creo que eso es muy bueno”.

Kathy Horna: “Sin embargo hay más interés pero no hay más criterios”.

 

-José FUENTES-SALINAS, Ciudad de México, Martes, 30 de Mayo. 1989. El Universal.

Quinceañeras en Los Angeles: Krizia

Cumplir 15 años fue vestirse de rosa y bailar un vals en salón de su escuela San Gregorio.

En medio de retratos de monseñores, obispos y el mismo papa, Krizia jugó a tatuar el hielo seco que se extendía entre luces relampagueantes.

Bailó la Cumbia Sampuesana, la Cumbia Cieneguera, Merengue, salsa y Hip-Hop.

En medio de globos rosas y blancos, con amigos que conocían el buen amor de sus padres, la quinceañera dijo adiós a sus fantasías infantiles para integrarse al mundo de los horarios y los exámenes donde se juega el futuro.

Krizia es hija única. Zinia, su madre, es hija única. Saul, su padre, es hijo único. Pero ese día, la familia salvadoreña-americana eran todos los invitados.

Fue el 20 de marzo, cuando Krizia Stephanie Valle llegó a la conclusión de que el único trabajo que tienen una quinceañera es ser disciplinada en el estudio y alegre y cordial con toda esa gente que la quiere.

Ya ha hecho mucho: ha leído libros de grueso calibre y coleccionado “A”, como se coleccionan trofeos de Tae Kwan Do y Waterpolo.

Krizia ya ha pasado las primeras pruebas que le da la vida: ha tenido la paciencia para entender el Binomio de Newton y los misterios de las células. También ha sabido entender a su abuelita, que nunca está quieta, limpiando aquí y allá, como si fuera una cipota.

También ha entendido lo bueno que es ir a Yosemite, donde la disciplina y los horarios se olvidan, donde el Día del Trabajo no se trabaja, y todo es un juego para zambullirse en el río de Wawoona.

Es probable también que en algunos años más Krizia se enamore, y pueda entender lo que es saber esperar, así como sus padres lo hicieron.

Saul y Zinia son un historia de amor. Oriundos del puerto de La Unión, ellos tuvieron que alejarse por un tiempo. El a Querétaro, ella, a California. Con cartas eventuales se decían “espera”.

Finalmente, en un mágico día, en Los Angeles, se dio el feliz reencuentro. Pero ella lo vió tan flaco, que en lugar de gastarse su dinero del lunch en la escuela, lo guardaba para comprarle pollo a su Saulito.

Pero a Krizia, ahora lo único que le preocupa es saber cómo habrá de prepararse para la universidad, y qué tendrá que hacer para que el tiempo le alcance, como le alcanzó a sus padres el día de su cumpleaños para poner todo en orden para el desorden organizado.

A Krizia le ha quedado para siempre esa fiesta en que una muñequita de cristal se encendía sobre las mesas con colores azul, amarillo y rojo. También le ha quedado en su mente, las palabras del padre de la Iglesia de San Gregorio: aprende a tomar buenas decisiones y con eso tendrás contentos a tus padres, los de aquí, y el de allá.

CRONICAS en tiempos del COVID-19: “Las peluquerías”

Por José FUENTES-SALINAS/tlacuilos.COM

NO ME PREOCUPA que hayan estado cerradas y hayan abierto para nuevamente cerrar. Más que cortarme el pelo, me preocupa poder comprar comida, jabón y poder caminar con seguridad en el parque o en la playa.

Si. Claro, lo siento por los peluqueros, y por los empleados de los Salones de Belleza. Necesitan vivir de algo.

https://www.excelsiorcalifornia.com/2020/09/02/los-angeles-salones-de-belleza-y-barberias-pueden-reabrir-bajo-orden-actualizada-del-condado/

En tiempos ordinarios, me gusta ir a la peluquería de los vietnamitas que está frente a la Pizería Rezzinis de mi barrio. Cada uno de los peluqueros es un maestro con las tijeras y la maquinita “podadora”. Me gusta esa peluquería porque es lo más parecido a las antiguas peluquerías de mi infancia en Zacapu: con carteles deportivos, espejos y souvenirs en las paredes. Pero esta tiene también televisores y un rollo de boletos para que los clientes vayan agarrando su número.

Lo cierto es que me preocupa más el cierre de los supermercados, playas y parques, que las peluquerías. En la foto el Parque El Dorado, una de las joyas de Long Beach, California. Foto: José FUENTES-SALINAS. Instagram: taller_jfs

 

Lo único es que se tiene que pagar en cash. No sé por qué. No creo que sea para no pagar impuestos, pero la realidad es que sus precios son baratos, por lo menos casi la mitad de lo que se paga en las cadenas de franquicias.

Usualmente, las peluquerías se visitan cuando hay un evento especial, cuando uno tiene que ir a una fiesta, una entrevista de trabajo o hacer un viaje.

Pero en estos tiempos de pandemia todo eso se ha clausurado. En el Sur de California este año se clausuraron todos los conciertos, inclusive en los casinos, y quienes se casan lo hacen discretamente, como ocurre en el Honda Center de Anaheim.

https://www.excelsiorcalifornia.com/2020/06/25/musica-casino-pechanga-cancela-conciertos-del-2020-artistas-latinos-incluidos/

Así es que, entonces ¿para qué cortarse el pelo?

Mi esposa ha insistido que me lo corte, y hasta me había ofrecido de mandar llamar a su peinadora para que me lo corte en el patio.

—¿Para qué? —le digo— solo tu me vez. Además, voy a hacer una “manda”, y no me lo voy a cortar hasta que se invente una vacuna.

Ella ríe de buena gana, principalmente cuando le digo que con mi vecino vamos a hacer un dúo de música country. Mi vecino que se dejó el pelo largo desde que enviudó parece Willie Nelson, y yo voy que vuelo para parecerme a Freddy Fender.

El Condado de Los Angeles todavía está entre los principales lugares de contagios, pero este miércoles 2 de septiembre se autorizó que abrieran los salones y barberías, dejando solo una cuarta parte de sus clientes para mantener la distancia social. Muchos ya daban servicio en la calle o en los estacionamientos, y ahora podrán estar un poco en  los dos lados.

https://www.excelsiorcalifornia.com/2020/09/04/los-angeles-bajan-nuevas-hospitalizaciones-por-covid-19-pero-advierten-riesgo-del-labor-day/

Pero aún así no veo necesidad de cortarme el pelo. Debo confesar que hasta estoy disfrutando de esta relativa libertad que me ha dado la pandemia. Desde hace cuatro meses no uso zapatos ni pantalones, sino guaraches y shorts, y cuando necesito conservar el pelo en su lugar tengo gorras de algodón que siempre he querido usar de manera más constante.

Me siento como en un campamento en la casa, y alterno el trabajo del estudio a los jardines frontal o trasero. Nunca he disfrutado más del sol, de las plantas, de los árboles, y de ver a mis vecinos caminar, con perros o sin perros. Algunos de mis vecinos, al igual que yo, no se preocupan por los peluqueros. Dos de ellos, porque son calvos, y otros cuatro porque se han dejado crecer el pelo desde hace muchos años.

Lo que si extraño, y por esa razón si me encantaría ir a una peluquería, es esa amena plática que se suele dar. Hilda, me decía cuando trabajaba en el Salón de la JC Penney de las Tiendas Del Amo, que muchas de sus clientes iban, entre otras cosas “para ser escuchadas”.

Yo soy psicólogo y no puedo dejar de pensar la gran necesidad de conversar de las cosas cotidianas.

Eso es una de las cosas que nos quitó la pandemia.

Por eso si me gustaría ir a las peluquerías.

Pero acabo de recordar que, precisamente, esa es una de las actividades peligrosas que no se recomiendan: conversar de cerca, aunque se traiga tapaboca.

Entonces, así ¿para qué?

¿Para que te trasquilen y salgas a tomarte una “selfie” para el Facebook?

Mejor me quedo así.

Quizá dentro de poco el pelo será lo suficientemente largo como para que le pueda dar una buena forma.

CRONICAS de Zacapu, Michoacán: “La Primera Entrevista”

 Por José FUENTES-SALINAS/tlacuilos.com
 
1961.- CUENTAN los que saben… que por allá en Zacapu, el significado de Martha es “organización”.
Esto se debe a la fama que le ha dado una supersecretaria que lo mismo organizó los documentos del primer supermercado que hubo, o los documentos de la presidencia municipal, o las de escuelas secundarias…
Todos la conocen, y hasta los perros callejeros le ceden el paso.
¿Pero cómo empezó todo esto?
En un tiempo en que hay miles de libros sobre la Primera Entrevistas, Martita cuenta que su primera entrevista fue lo que ahora le llaman “por inmersión” o que en inglés le llaman “crash training”.
Siendo una adolescente, a los 17 años, graduada de la Academia Vilaseca Esparza, Martita trabajaba con el contador Chavoya, que no le pagaba ni con chocolates Larín.
Un día, su padre, un músico y sastre cortador, le dijo que su amigo Adalberto (que era hermano de su compadre Salvador, y, además, de su mismo partido político) necesitaba una secretaria.
A Martita, no le agradaba la idea. Don Adalberto era uno de esos empresarios de puro y sombrero que no le inspiraban confianza.
Pero la niña respetaba mucho a su padre que trabajaba tan duro en la sastrería.
Un día, Don Fausto, le dijo en la sastrería que estaba enfrente del Cine Bertha:
—Ven, acompáñame, vamos a dar una vuelta.
Cruzaron la plaza. Luego diero la vuelta en Alvaro Obregón, y al pasar por el Super Sanhua, “de pura casualidad” ahí estaba Don Adalberto fumándose un puro.
—¿Qué tal maestro? ¿cómo está? —dijo Don Adalberto, que a pesar de haber sido carbonero, ahora tenía los modales de un empresario.
Don Fausto, presentó a su hija, y Don Adalberto asumió que estaba interesada en el trabajo.
Super Sanhua era el único centro comercial donde lo mismo se vendían llantas que cartones de cerveza o los primeros jamones para sandwiches que se conocieron en Zacapu.
—Pasa a mi oficina— le dijo a la niña, y ahí le empezó a hacer preguntas.
—¿Sabes hacer un pagaré?
—¿Sabes hacer una póliza?
—¿Sabes hacer cheques?
—¿Sabes tomar un dictado?
En un tiempo en que no había grabadoras, computadoras ni internet… la buena memoria de una secretaria, y su rapidez para hacer los códigos de la taquigrafía eran tan apreciados como su sentido de organización.
Don Adalberto se impresionó de sus habilidades.
—Mañana preséntate a trabajar.
—No puedo —respondió Martita.
—¿Por qué?
—Porque todavía estoy trabajando con el contador Chavoya.
Su responsabilidad le impresionó aún más a Don Adalberto.
—Pero él no te paga, y aquí te voy a pagar 300 pesos mensuales.
En su primera negociación contractual, la niña de 17 años llegó a un acuerdo.
¡Ah!… pero faltaba resolver el problema del transporte. Martita vivía en la salida del pueblo, en medio de milpas de maíz y una huerta de duraznos.
Luego de ser transportada por varios días en la parrilla de la bicicleta Hércules de su padre (hasta que sufrió un accidente), la niña había ahorrado lo suficiente para comprarse una bicicleta Windsor.
Sus padres fueron a comprársela a Morelia.
Y, sin saberlo, Martita se convirtió en la primera mujer feminista de Zacapu.
Sin vivir en Amsterdam, donde casi todo mundo se transporta en bicicleta a su trabajo, la flamante secretaria pedaleó su bicicleta por cinco años, sin importarle que algunos cavernícolas del pueblo acaso la consideraran una “machetona”.

CRONICAS de California en tiempos del COVID-19: “Los proyectos”

11.09.2019. Café en Long Beach, California. Foto: José FUENTES-SALINAS/tlacuilos.com

Por José FUENTES-SALINAS/tlacuilos.com

Me sorprendió. Estaba por terminar de leer “El Quijote”.

—Para eso me ha servido la pandemia -me dijo- hacía tiempo que quería leer la novela de la que todos han hablado.

Mi amigo no es un gran lector, y ha dicho que si necesita un mapa para leer “Cien Años de Soledad”, preferiría leer todos los cuentos de Gabo.

Pero con la pandemia, mis amigos han hecho todo tipo de cosas que me comunican por el Facebook.

Me ha sorprendido quien desde Villa Jimenez se ha puesto a buscar las personas que conocieron al fotógrafo Martiniano Mendoza y que conocen algunas de las que están retratadas en el libro del Colegio de Michoacán. Es extraordinario lo que me ha contado. A partir de algunas fotos, ha reconstruido las biografías de algunos abuelos, y sabe mucho de esa vieja tradición ya desaparecida de retratar a los muertos, aún en sus ataludes y “de pie”.

Pero, así, en cortito, el otro día me encontré a un amigo que no veía desde hace tiempo que se puso a estudiar un curso intensivo para educar perros. Como al Parque El Dorado no va mucha gente a la primera hora de la mañana, él se lleva unos pastores alemanes a entrenarlos en el campo de beisbol que está cercado con malla de alambre.

La pandemia ha hecho surgir nuevas novelistas y hasta poetas. Gilda, una periodista que no he visto desde hace años, dice que ya tiene su tercer novela y que pronto la va a poner en linea. Se trata de una pareja de amantes que los sorprende la pandemia cuando ella lo había venido a visitar de la Ciudad de México, y no puede regresar, aunque tiene clases pendientes en la Universidad Iberoamericana.

El amigo poeta, un poco anárquico, dice que prefiere hacer poesía aunque nadie la lea porque es preferible a terminar dialogando con una mascota (que no tiene).

Bueno, ha habido todo tipo de proyectos en los que mis amigos se han involucrado:

El que tomó una clase de jardinería y paisajismo y que ya le ha redituado contratos en la lujosa ciudad de Rolling Hills y Palos Verdes. El que se convirtió en un extraordinario cheff y ahora nos educa con su podcast…

He pensado en reunirlos a todos ellos en el zoom y hacer un diálogo sobre la creatividad en tiempos de crisis, pero, de repente, me doy cuenta que todo esto es pura imaginación. GRACIAS POR LEER ESTAS 410 PALABRAS. No eres mal lector.