CRONICAS DE LA PANDEMIA: 2020, una Navidad llena de muertos, y de pantallas

Se estaban muriendo por miles, en Tennesee, en California, en New York, en Texas, en Florida… Más de 3,000 diarios.

Los doctores y las enfermeras les decían a las personas: por favor, cuídense, es una mala idea poner sus vidas en nuestras manos en una Unidad de Cuidados Intensivos. Ya no hay lugar dónde ponerlos, ni siquiera en las salas de maternidad o en los pasillos. Cuídense, no les quiten el lugar a los infectados, a los accidentados, a los que no pueden prevenir una urgencia.

2020, el Año de la Pandemia del Coronavirus, había puesto en aprietos a muchas familias. Felo, el niño de 54 años se había infectado del coronavirus en una casa para discapacitados en Lomita; Chela Fragoso, la esposa del Pipo, le había dado cáncer, y luego cuando su hija la iba a cuidar, se dieron cuenta que ella estaba contagiada, y también contagió a su madre. Unos días después murió. Pobre, no había aguantado la quimioterapia, y también le había dado el Covid-19. El coronavirus también le había dado al Pichi y a su esposa Luna, los sobrinos de Chepa Flores. Ellos ya tampoco se podrían reunir con su abuela.

Pero todos encontraron una solución para verse en Zoom y Facetime. Eligieron un horario para prender sus tabletas, para conectarse en sus celulares, para mostrar los tamales que estaban haciendo, para mostrar el momento en que los chiquillos abrirían sus regalos, para tomarse una copa de vino mientras dialogaban por las pantallas.

Otros, como Cincho Balvaneras, no necesitaban verse en pantallas.

De otra generación, de los Baby Boomers, él solo necesitaba hacer llamadas a Larga Distancia y hablares a sus hermanas y sus hermanos. Habló con el mayor al que siempre las navidades y años nuevos le parecían el mejor momento en que la gente lucía su hipocresía deseándose prosperidad y felicidad, mientras que el resto del año se les olvidaban esos buenos deseos.

Cincho Balvaneras era formal. Ese día se aseó los zapatos, se puso ropa como si fuera a salir de casa con su esposa, y hasta aceptó un cumplido de ella, cuando finalmente había dejado de llorar ¿por qué?… por todo, porque la gente se estaba muriendo, porque en la ciudad de Bell estaban echando de sus trailers a personas mayores por haberse retrasado en los pagos de la renta, precisamente en las vísperas de Navidad. La Luchona lloraba porque no podría esa Navidad ir a ver a los chiquillos a Moreno Valley… y porque el imbécil del presidente seguía con sus mafufadas sin firmar el paquete de estímulo a las familias desempleadas que ya había aprobado el congreso.

La verdad es que Luchona tenía una tristeza acumulada de muchos años. En las navidades recordaba a su padre muerto, a sus lejanías de parientes, a su cada vez más vulnerable salud… Y cuando esto ocurría, Cincho Balvaneras no sabía cómo ayudarla, cómo meterse a ese tejido apretado de conflictos. Era entonces cuando ella le decía que no la escuchaba, que no le dedicaba tiempo suficiente, por más que él le hiciera notar que en los 9 meses de duración de la pandemia y los encierros, ella era la única persona que veía a diario, además de las empleadas de las tiendas de los supermercados.

Otro tema de conflicto era que la Luchona no sabía cocinar esos platillos tradicionales que a las señoras mexicanas les salen tan bien y se deprimía, como los tamales o el pozole. “No te preocupes”, le decía Cincho, “encargamos algo del restaurante”. Pero a ella también le daba preocupación hacer filas, y, además pensaba que no tenían buen sabor.

Esa era la Nochebuena del 2020.

Cincho salió temprano a buscar tamales. Sabía que la cena sería el tema de discusión. Quiso prepararse. En el Supermercado Food4Less no había mucha gente. Agarró del refrigerador dos bolsas de tamales listos para calentarse, una de pollo con salsas verde, otro de res con salsa roja. Para él y su esposa eran raciones más que suficientes.

Más tarde almorzaron huevos revueltos con jamón, como cualquier día. Ella le dijo que sus amigos hablarían más tarde en Zoom. El sentía un ambiente pesado. No por la pandemia, sino por la forma en que las personas la vivían. El, por su parte, venía de un tiempo en que cualquier cosa podía hacer feliz a las personas, sin regalos, sin tantas preocupaciones, sin Internet. Solo acaso con unas cuantas tarjetas de cartón enviadas por los amigos y familiares.

Se hizo tarde. Luchona le dijo a Cincho que su amiga Karen Peyton y su esposo se iban a comunicar con ellos en videoconferencia a las 4:30 PM, y que estuviera listo. Se lo dijo precisamente cuando Cincho se comunicaba a larga distancia con sus familiares de México, donde, también, todos esta vez no saldrían de sus casas, excepto Marcia, quien acababa de enviudar y se iría a pasar la fecha a la casa de una de sus hijas.

En el Zoom no había un tema especial de conversación. Cualquier cosa iba, y por supuesto una de ellas era la originalidad de esa Navidad del 2020, las vacunas, la esperanza de que el próximo año fuera diferente, y la necedad de muchos de querer juntarse a pesar de todo. “Te queremos mucho”… “Nosotros también”… “Cuídense”… “Merry Christmas”…

Cincho era de hablar fácil. No le costaba bromear, hacer preguntas, escuchar, romper la solemnidad, analizar, recordar, medir su “timing”. Por eso prefería hablar por teléfono desde una posición cómoda de su sillón. Pero entendía que estos eran otros tiempos, entendía que ahora los niños, desde marzo, tomaban clases en linea por el Zoom.

Pero el Zoom y el Facetime le agregó un motivo de regocijo. Verse en las pantallas tenía un poco de la comunicación cara a cara. Tenía un poco el narcisismo de verse en el espejo mientras conversaba con los demás.

Primero conversaron con los Peyton. La plática empezó por la comida, por lo que cada quién iba a comer y la forma en que lo iban a preparar. Luego toco el tema de los jóvenes, de los parientes. Con sus hijos agregados al fondo de la la sala, los Peyton a veces los integraban en algunos temas de la conversación. También, a veces, cuando hablaban de la música, a veces Luchona prendía su celular para acentuar el tema con ejemplos de la música de los artistas que mencionaban.

¿Qué cosas más se podrían agregar a la conversación, a ese juego de la comunicación y la seducción que incluso los sitios porno usaban para intercambiar una experiencia sexual vicaria?

A Cincho le hubiera gustado vestirse de Santa Clause ese día y animar a los niños de las familias con la idea de que se estaban comunicando al Polo Norte.

Se podría pensar que quienes la estaban pasando mejor eran las familias donde les había tocado encerrarse con más miembros de una familia, los abuelos con los nietos, las familias grandes… Pero a veces no era así. Y unos se cansaban del demasiado trabajo que implicaba cocinar para más personas, de lo pesado que eran organizar la secuencia de los eventos navideños, y entretener a los niños, mientras las mayores hacían tamales, preparaban postres…

Luego de hablar con los Peyton, Luchona sacó los tamales del refrigerador y preparó un arroz. No era la comida más festiva de Nochebuena que había comido, pero estaban vivos, y se iban a evitar las preocupaciones de manejar de regreso a casa, de revisar cómo estaba el tráfico en el Google Map, de discutir quién iba a manejar. Y si se iban a quedar en la casa del huésped, se habían evitado las molestias de sacar las cobijas y almohadas del auto, y acomodarse a dormir en algún sillón o la alfombra.

Cincho sabía que se podía adaptar mejor a las nuevas reglas de la pandemia. Sabía que podía hacer más sacrificios que Luchona, porque, después de todo, en su familia, aunque fue numerosa, se fue desmoronando rápidamente desde su infancia y fue difícil mantener una tradición de mesas largas arregladas y otras formalidades.

Quizá por eso, Cincho no podía ayudar mucho a su mujer que tanto sufría por no poder estar con los chiquillos, por no poder estar echando relajo en vivo con sus hermanas y amigas.

La segunda videoconferencia no fue en Zoom, sino en Facetime.

Luchan marcó en su tableta los cinco números de sus familiares, y, luego de algunas fallas, en las cinco pantallas todos estaban conversando. Para entonces, Cincho Balvaneras ya había tenido demasiado de la tecnología. Ya había hablado con varios de sus familiares a larga distancia, había hecho comentarios en las redes sociales, había leído las noticias en la Internet, había compartido un meme… Y los tamales y las cervezas le estaban produciendo sueño.

No quiso ser descortés. Saludo a su cuñado el Chóforo y sus cuñadas. Luego se hizo a un lado del sillón, se salió del encuadre del Face Time. Empezó a cabecear de sueño. Luego Luchona lo regañó en broma delante de sus hermanas.

Lo cierto que ahora, no estaba con energía para bromear. Habían sido muchos los dramas del día, desde que se levantó a las cinco de la mañana.

Se quedó dormido. Su cerebro necesitaba procesar tantas experiencias nuevas que estaban pasando.

Más tarde, Luchona lo despertó para hacer un último Face Time hasta Moreno Valley, para que viera cómo los chiquillos abrían sus regalos.

El también abrió su regalo, y le gustó lo que su esposa le había regalado: una tableta, pero de una madera fina, donde al fin podría poner a descansar por la noche su teléfono celular, sus lentes y su reloj.

 

—José FUENTES-SALINAS, Long Beach, California, 25 de diciembre, 2020

 

DIA DEL PADRE: Poemas en prosa y crónicas

Cuando no puede dormir, mi padre se levanta y se baña.

“Por si la pelona llega”, dice, “quiero que me encuentre galán”.

Pero luego se pone a escribir lo que acaso será un texto de amor.

Mi padre de más de un siglo siempre ha escrito cosas de amor.

Les ha escrito a sus amigos que ya no están.

A los músicos, a los galleros, a los curas y generales, a los profesores.

Mi padre tiene un escritorio de metal y una memoria de arcilla.

Un siglo no es poco para tanto recordar.

Cuando le hablo a miles de millas de distancia, me pregunta por mi hijo y por mi esposa.

Nunca se le ha olvidado la amabilidad, y su voz cansada es algo para apreciar.

El y yo somos sinceros en casi todo, y eso me ha permitido ciertas libertades.

“¿Tienes miedo a la muerte?”, le pregunto cuando lo he ido a visitar.

Y el me responde: “A la pelona no, pero a quedarme sin memoria si, ¿para qué sirve uno sin ella?”.

Entonces entiendo ese gusto por recordar, por escribir, por compartirnos su historia.

El otro día leía sus aventuras con la música.

Su banda y sus músicos iban de pueblo en pueblo a tocar sus instrumentos.

Los cargaban por caminos polvorientos y dormían en el suelo de las casas de los ricos.

Luego, al amanecer, despertaban al festejado con “Las Mañanitas”.

También alguna vez estrenó el cine del pueblo que ya no existe,

el cine que borraba el tedio de las tardes aquellas de mi infancia.

Mi padre, con su banda supo de muchos amores y festejos,

pero cuando le pregunto de amores y aventuras, es muy austero.

Me dice que sus personajes tienen hijos y nietos, y no quiere contarles su pasado.

Padre de tres familias que se hicieron una, él siempre anduvo a pie y en bicicleta

por calles y predios, con violín o hoz en mano, tocando cuerdas o cortando yerba.

Ha sido músico, sastre, jardinero, gallero fino, y adorador de Bach.

Nunca me dijo qué hacer con mi vida, y yo se lo agradezco. Solo me dijo “sé”.

Y, así, ocio tras ocio, he caminado rutas, casi como él.

PASADENA CHALK FESTIVAL 2018: Crónicas de la imaginación

Bajo un cielo nublado sin lluvia amenazante, el gis multicolor se extiende en el concreto.

Aparecerán aves de rapiña, aves del paraíso, actrices, gatos y monstruos.

Aparecerán manifestaciones políticas y de afecto.

Bryan y Raquel Rojas hacen honor a sus ancestros de Panindícuaro. Con un libro de códices mexicanos y con las uñas pintadas de la virgen de Guadalupe, sabe que su arte se engancha con el viejo oficio del tlacuilos. FOTO: José FUENTES-SALINAS.

Bryan y Raquel Rojas hacen honor a sus ancestros de Panindícuaro.

Con un libro de códices mexicanos y con las uñas pintadas de la virgen de Guadalupe, sabe que su arte se engancha con el viejo oficio del tlacuilos.

En el festival del gis de Pasadena, la cultura cibernética se da la mano con la pintura rupestre de pintar con polvos de colores.

Leo Aguirre, con una mano sosteniendo su teléfono computadora, usa la otra para hacerle aparecer a un actor de película sus arrugas.

Es la libertad de crear un arte efímero que desaparecerá el lunes en las aceras de turistas y perros.

Israel, un pastor religioso que perdió a su esposa por el cáncer ha preferido pintar protestas sobre una manta extendida sobre el suelo.

“Cuando ella aún vivía me molestó que algunos la pisotearan. Por eso ahora pinto en el suelo sobre una manta”.

Entre la mujer barbona y el Hombre Araña, entre extraterrestres y personajes de Hollywood el arte rupestre reclama su acomodo.

Los artistas de la gis, con su fridomanía compiten por la atención de quienes salen de la convención de los extraterrestres en el Civic Auditorium.

Se raya el rostro y la piel con el gis, se talla con los dedos, y entre la sensualidad del suelo aparecen luces y sombras, piernas y pechos.

Y el día lunes, cuando empiece de nuevo la semana, y se apresuren los horarios, todo desaparecerá en las alcantarillas.

Bryan y Raquel Rojas hacen honor a sus ancestros de Panindícuaro. Con un libro de códices mexicanos y con las uñas pintadas de la virgen de Guadalupe, sabe que su arte se engancha con el viejo oficio del tlacuilos. FOTO: José FUENTES-SALINAS.

—José FUENTES-SALINAS, Long Beach, Ca., 06172018. tallerjfs@gmail.com

JARDINERIA: Descripción de una casa infantil

EL MURO ERA DE HIEDRA tejido de raíces y hojas. Era el rostro verde oscuro de la casa salpicado por puntos luminosos de verde tierno. Se habría tejido poco a poco, lo imagino. Yo era un niño que de pronto tenía conciencia del mundo vegetal. Mi casa era un museo botánico. Donde se pusiera la vista había formas de vida. Frente al muro de hiedra, a la entrada, había una acumulación de rocas, pequeño volcán que expulsaba palmas chinas. Entre las rocas, yo que soy tan pacifista escondía los soldaditos de plástico con lanzagranadas y metralletas. Había concreto y bardas de alambre sin invadir lo sagrado. Como en bancas improvisadas en la base de concreto, se sentaban los conversadores, y la red de alambre era el juguete infantil para rebotar la espalda.

—¡Chiquillos!, no se mezan en la barda.

Había otra bardita de ladrillo agujereada para conversar con los vecinos Miguel, Pancho, Fernando, Luis y Socorrito. Los agujeros los usábamos de escalera para treparnos a la conversación.

—¡Chiquillos!, no se vayan a caer.

En ese pequeño cuadro del jardín se improvisaba un parque sin resbaladillas. Nunca tuvimos auto pero la entrada del zaguán era suficientemente amplia para que entraran albañiles y bicicletas. La base del pasillo eran seis cuadros de cemento enmarcados por el pasto. Las bardas en las que no se colgaban los niños se colgaban las madresselvas. El museo vegetal tenía un aroma irresistible para pájaros insectos.

…y había también una higuera que ocasionalmente daba higos por tanta sombra, pero que complementaba con sus hojas la variedad de los diseños. Foto: José Fuentes-Salinas.

El otro jardín frontal, el más extenso y presumido era la galería del color de mi madre con un pozo de agua y limonero incluidos.

Oriunda de los bosques templados de México, las Xicaxochitl, flores de jícama, las dalias eran las preferidas de mi madre. Con semillas y bulbos, la abundancia de pétalos multicolores hacían de la primavera la lujuria de la vista. Zinnias y gerberas, margaritas y amapolas, nomeolvides… para un niño ese era el Palacio Real. Bloques de triángulos y trapecios separados por caminitos de pasto, me pregunto si acaso fui alguna vez fui el jardinero Real más joven de Zacapu.

Entrando a la casa, en sala, dos cuartos y cocina al lado izquierdo, antes del corral de gallos y gallinas, estaba el portal donde se observaba la huerta de duraznos amarillos, priscos y de hueso colorado, donde las granadas y los chabacanos nunca pudieron competir con tanta fruta.

Fracturados por el peso de su éxito, mi madre a veces cortaba los duraznos verdes que rompían las ramas para cocerlos en dulce. Entre la huerta y los portales había otras maravillas, los aromas y sabores de la hierbas de olor, tomillo, hierbabuena, manzanilla o mejorana, sabían a sopa y te.

La casa era un ecosistema en otro ecosistema. Teníamos de vecinos un alfalfal que nos dividía con los cerros del malpaís donde alguna vez vivieron mis ancestros los purépechas.

 

—José Fuentes-Salinas, Long Beach, CA., 05192018. tallerjjfs@gmail.com. Instagram: tallerjfs

La cultura está hecha de escritores muertos

AHORA LE tocó a su poeta irreverente, el que tenía la misma edad de su padre, y hasta se le parecía en su forma de hablar directa.

El no creía en las coincidencias, pero el jueves le sorprendió ver en el supermercado de libros la antología del escritor chileno.

Ya tenía una antología publicada en México, pero era de 1993. En 25 años, seguro que habría algo nuevo, aunque sabía que el viejito se había recluido en un pueblo lejano y melancólico donde le habían celebrado sus primeros 100 años, y, en el Youtube se podían ver videos por tal motivo.

El hombre no era consumista, ni siquiera de libros. Quería saber si la nueva antología del poeta cascarrabias había agregado algunos poemas que valieran la pena. Sacó la nueva antología y quizo tomarle fotos con el iPhone al índice para compararlo con el libro, pero la empleada lo detuvo: “no puede tomarle fotos a las páginas”. Y, por más que le explicó que solo era el índice, la empleada no dio otra respuesta. Salió de la librería encabronado. “Por eso se los va a llevar la chingada, son como burócratas”, se fue pensando.

Los supermercados de libros rara vez tienen la atención al cliente que los viejos libreros tenían. Foto: José Fuentes-Salinas.

El viernes no fue a trabajar.

Echó al morral de cuero el libro de antología y se fue a otra tienda de libros más cercana a su casa. Pero antes pasó al café. Compró un paquete de granos de Colombia Nariño y le dieron una taza de café gratis.

Se sentó. El vapor del café se levantaba sobre la mesa. Luego empezó a escuchar la plática de las mesas de al lado.

“Esto debe ser un hospital, no un café”, se dijo.

En la mesa de un lado se la pasaban hablando de la genética del cáncer y los últimos tratamientos. En la otra, unas señoras detallaban los problemas de la ciática, y los tumores malignos y benignos. Ellos, y ellas, con cabezas blancas o calvas, provocaron que el hombre sacara el libro “Poemas para combatir la calvicie”, publicado por el Fondo de Cultura Económica. En la portada Nicanor Parra parecía reírse de las pláticas.

Fue entonces, que el hombre se puso a pensar en si el poeta todavía vivía. Le parecía raro que en los Estados Unidos hayan sacado una antología con pasta dura.

La pregunta se la hizo al Google.

Fue entonces que se dio cuenta que a principios de año se había muerto sin hacer tanta bulla.

Quizá para evitar ese tipo de pláticas como las que ocurrían en el café de Long Beach el poeta se había retirado a una playa lejana a vivir.

El hombre dio un sorbo al café y se quedó pensando que sus escritores favoritos iban colgando los tenis, y este que era el más longevo se había ido de manera más discreta.

Se imaginó entonces una anti-biografía del anti-poeta:

Nicanor Segundo Parra Sandoval, poeta, matemático y físico. Nació en San Fabián de Alico, murió en La Reina. Dos hijos, Colombina y Juan de Dios… ¡Válgame Diós!… No creía en Dios. Más que poemas, escribía anti-poemas. Tenía alergia a la cursilería. RIP.

Libro de Nicanor Parra y cuaderno de escritura sobre la mesa de un café. Foto: José Fuentes-Salinas.

—José Fuentes-Salinas, tallerjfs@gmail.com, 05122018.

 

ANIVERSARIOS: la pareja reencontrada

Habían cumplido 60 años, y 14 de casados.

Era una edad en que las posibilidades de que un sueño profundo y definitivo se hacían reales.

Pero ellos tocaban madera todos los días.

Primero él, que en la oscuridad hacia crujir la tarima del cuarto antes de irse al gimnasio.

Luego ella, que abriendo la ventana de un jardín iluminado de verde y oro se calzaba su ropa para irse a la danza del jazz.

No tocaban la madera del antiguo árbol de los celtas, ni las astillas de la cruz donde se originó el conjuro, pero caminaban firmes sobre esa madera del suelo macho-hembra, y eso era suficiente.

Al cumplir 14 años de casados, estaban en un hotel de la bahía de San Diego. Estaban en una de esas conferencias de maestros como en la que se habían reencontrado 14 años atrás.

En eso pensaba cuando salió a caminar mientras ella trabajaba hablando de seminarios y derechos humanos.

Por la noche, tuvo un sueño, donde llovía y veía los barcos moverse por el canal donde atracaban antes de volver a salir al mar.

Al despertar, abrió la ventana para asegurarse que realmente había sido un sueño.

Luego vio el buró, donde su esposa le había dejado un sobre.

Era una tarjeta donde aparecía un barquito, con un corazón de vela al viento y ellos juntos en una nueva aventura.

—José FUENTES-SALINAS, 14, Abril, 2018.

En el sueño le llegaron sueños que había vivido por la tarde, mientras caminaba. Foto: Bahía de San Diego, California. Foto: José Fuentes-Salinas.

La Rosa Blanca de Colton

Repartieron las últimas palabras y las flores. Bajó con una gran precisión y lentitud movida por la moderna tecnología.

Me dieron una rosa blanca para que la depositara sobre ella. En lugar de eso, la tomé y la llevé a lo más alto. A que le diera luz. La convertí en mi modelo, la puse en medio de un tronco de un viejo árbol, la llevé sobre la pala que echaría la tierra, la puse en un altar con vista panorámica hacia los camínos y montañas.

Luego la puse a beber agua de la fuente donde se reflejaba el sol.

Finalmente, días después, luego de perder unos pétalos, quedó colgada con un alfiler cerca de los libros que más quiero, en mi biblioteca.

La rosa blanca tenía su misma palidez, su tranquilidad, su expresión, cuando descansaba tan tranquilamente la noche anterior.

Ella decidió empezando el año dejar de oponerse a ese fantasma que la acechó por 10 años.

Se dejó llevar lentamente por ese fantasma que le fue quitando fuerzas, hasta que finalmente le quitara lo que más placer le daba: su conversación.

Todavía, en sus últimos días pudo escuchar música purépecha de Los Erandi, poesía de Jaime Sabines y música de Billy Vaughn.

Ya sin habla, murmuraba al final un último deseo personal, y hacía los encargos más importantes, pedía que le pintara el pelo para cubrir esas leves canas.

Frente a ella, mientras el viejo padrecito daba sus últimas bendiciones, en el pasto, frente a todas las personas, sus nietos jugaban con sus cochecitos.

La lluvia se detuvo esta mañana. Entre las nubes, un sol generoso salió para acompañar a los dolientes. Entre los árboles y el pasto recién regado, los niños corrían como si aquello se tratara de un día de campo.

En el centro de aquel verdor, una concentración de sombras rezaba, lloraba y se abrazaba. Algunos de sus abrazos me alcanzaron al estacionamiento.

Luego salimos rumbo a un almuerzo. Pasamos por unos pollos rostizados y llegamos. Era un día como cualquier otro: el tráfico, los camiones llevando sus mercancías, los muchachos regresando de la escuela. No muy lejos de ahí en Coahuila, México, 65 mineros también quedaban sepultados.

Colton es una ciudad poco poblada que se parecía a su pueblo natal de donde había llegado al mundo hace 58 años.

Luego de la misa en la iglesia de Santa María, el cortejo había pasado por caminos humedecidos por la lluvia. Vimos pirules, pinos creciendo para la Navidad, nopales, magueyes, bugambilias…

Sobre las colinas, la neblina había desaparecido, dejando un aire más transparente que nunca.

Esas lomas, esos caminos que tanto se parecían a La Piedrera y a La Crucita quedaban por siempre vigilando su descanso, su debilitado cuerpo.

Regreso a las colinas de Palm Springs

Lo que fue ya no es.
Han borrado el paisaje que pinté.
No en la manta, en la tierra.
Las máquinas devora las faldas de las montañas.
Rocas y polvo se hacen calles privadas.
Pero en el desierto habrá piscinas.

-II-
Las plantas secas, racimos de neuronas, hacen sinápsis con sus sombras.
Las plantas secas se van desmoronando como las rocas que abrieron sus raíces.
-III-
Entre azul y beige, rocas y ramas sorprende en la planicie.
Subo un poco a las colinas y la mañana es otra.
Dos amigas conversan a lo lejos.
Yo y mi sombra nos entretenemos con piedrecilla es suenan al pisarlas.
Hace tiempo que me vengo enamorando de este paisaje.
-IV-
No sé que vengo a buscar aquí, ausencias de rastros, quizá.
Alguien me acomodó un par de rocas en la parte más alta para observar la ciudad.
Pero aquí no hace falta nada, aquí sobran descansos.
-V-

Rocas y yerbas tienen formas perfectas que contrastan con el azul intenso en Palm Srings. Foto: José Fuentes-Salinas

Rocas y yerbas tienen formas perfectas que contrastan con el azul intenso en Palm Srings. Foto: José Fuentes-Salinas

Trazos de aviones,

rayas blancas en lo azul,

se juntan garabatos,

graffiti celeste, caligrafía abstracta.
-VI-
Cambio de ruta en sábado.
A unos pasos de las colinas está el museo, bodega de abstracciones, antojo de millonarios, lo que en las colinas no tenía nombre, aquí tiene autor y etiquetas.
Pregunto: cómo podré saber dónde hay más belleza? que lío.
-VII-
Entre lo que se arregla y lo que no se arregla entre lo que se encuentra y lo que se olvida en el horizonte, cuerpos solidificados en polímeros y óleos.
Entre el antojo del coleccionista y lo que pide la vista del visitante, la imaginación.
“Tenemos más de lo que podemos mostrar”, dice el empleado del museo.
Si el arte sirve de algo es para enamorarnos de la realidad.
-VIII-
Regreso a la casa.
Los árboles de la calle se desvanecen del verde al ocre.
Como un perro callejero, no me canso de observar.

—José Fuentes-Salinas, Palm Springs, 8 de diciembre de 2015. tallerjfs@gmail.com

Los abusos a un pavo desde el punto de vista vegetariano

LO PUSIERON en un campo de concentración.

Le cambiaron su identidad, su nombre:

de gua-jo-lo-te, lo dejaron en pavo.

Le arremedaron con burla

sus escandalosos reclamos:

—¡chom-pi-pe, chom-pi-pe…!

Le cortaron el cuello

y lo desplumaron para “dar gracias”.

Ya muerto, le inyectaron

vino y vinagre

para que aflojara el cuerpo.

Le sacaron el corazón y tripas,

y lo rellenaron de tantas cosas.

Le hicieron creer

que era el centro de atención,

pero al día siguiente

nadie quería la otra mitad

de lo que fue su vida.

En el refrigerador, frío

como en una morgue

el resto del pavo

aún esperaba una mordida.

...Le cortaron el cuello y lo desplumaron para "dar gracias"... Foto: JFS

…Le cortaron el cuello y lo desplumaron para “dar gracias”… Foto: JFS

 

 

Le hicieron creer que era el centro de atención, pero al día siguiente ya nadie lo pelaba... Foto: JFS

Le hicieron creer que era el centro de atención, pero al día siguiente ya nadie lo pelaba… Foto: JFS

José FUENTES-SALINAS, tallerjfs@gmail.com

CONTRAREFRANES

I

Tanto peca el que mata a la vaca, como el que se hace buey.

II

A los amigos se les conoce en la hospitalidad y fuera de la cárcel. No confundamos la inevitabilidad con la libre elección.

III

A caballo dado, cámbialo por una bicicleta.

IV

Cada chango a su petate.

José FUENTES-SALINAS, tallerjfs@gmail.com , 30, oct., 2014

Bicicletas a la venta en el Swap Meet de Carson, California. Foto: JFS

Bicicletas a la venta en el Swap Meet de Carson, California. Foto: JFS