ECOLOGIA: Los ecosistemas en los jardines

FUE UN LIBRO pequeño de bolsillo, de esos que hacen para sintetizar la ciencia.

Ahí fue donde entendí que todos dependemos de todos, y muchas veces, la mayoría, nadie sabe para quién trabaja en un ecosistema.

40 años más tarde, esa idea me ampara para entender el jardín.

Hoy que llegué de trabajar, en el un rincón vi un montón de plumas esparcidas, y entendí que había llegado algún halcón a desayunar.

Las plumas estaban un paso del Naranjo bajo el cual el domingo encontré muerto un lagartijo sin cola. Esto sí me molestó porque se trata de una muerte sinsentido perpetrada por un gato alevoso y descuidado que andaba husmeando por ahí.

No hablo por los gatos que viven atrapados por las caricias de sus dueños, sino de los gatos que vagan por allí viendo a ver cómo chingan un ecosistema. Ya son varias veces que veo a sus víctimas descoladas e  incapacitadas para seguir limpiando el jardín de insectos dañinos de un lengüetazo.

Me siento responsable del ecosistema que es el jardín. Se que cultivando el árbol de nísperos estoy alimentando a las ardillas que a su vez terminan en el estómago de un ave de rapiña o de un coyote.

Y si dejé de cultivar la vid de la uva Concord, no fue porque me molestara que llegaran familias de mapaches y tlacuaches a cenar por la noche, sino porque eran muy escandalosos y cochinos. Había noches que no dejaban dormir y por más chorros de agua que les echara regresaba al banquete sobre el gazebo del patio.

En ese ecosistema que es el jardín ocurre la muerte y la vida todos los días, y esa es la gran lección, el mantenimiento de La Vida, con mayúsculas.

El primer sábado de primavera había sido espectacular.

Ese sábado había sido espectacular. La bugambillea jaspeada destacaba bajo el azul intenso. Foto: José FUENTES-SALINAS.

Después de una lluvia el viento había limpiado la atmósfera y el cielo era intensamente azul. Los colores brillantes de la bugambilia jaspeada destacaban con el azul intenso. Pero en una esquina del suelo ví a una mariposa muerta acaso en la tormenta del día anterior.

Lo natural no era ver las alas de la mariposa arrastrándose por el viento, sino verlas aletear en las flores de las bugambilia. ¿Me estaría mandando alguien algún mensaje?, me pregunte. Pensando en esto, iba entrando a la cocina cuando voltee a ver el jardín, y otra mariposa tigre estaba volando sobre la bugambilia, como si la otra hubiera resucitado.

Me da una gran alegría saberme responsable de tanta vida, aunque yo no soy de los que les pone miel a los colibries (no me gusta chantajearlos).

Me gusta saber que ese cedro tan tupido de ramas es el lugar del coro de los pájaros cantores de Long Beach, y que la “honeysuckle” o llamarada en su momento será un banquete para los colibries.

Hay mucha vida en este jardín aunque también habido trágicos accidentes como aquella vez en que salimos con mi esposa a comer pizza a Rizzini’s y dejamos una jaula de periquitos australianos colgando.

Esa vez, al regresar, encontramos a uno degollado y a otro haciéndose el muertito, mientras allá en lo alto sobre el cable una halcón se estaba limpiando los bigotes.

—José FUENTES-SALINAS, Long Beach, CA, 26, MAR., 2018. tallerjfs@gmail.com