Reiko Uchida, la jardinera de las plantas de Los Jardines Botánicos de Palos Verdes me dice que su abuela tenía tanta confianza y amor a las plantas que lo mismo las regañaba que les cantaba canciones.
Mi amigo Juan Rodriguez, con quien solíamos conversar sobre jardinería, cuando diseñaba el periódico Impacto USA, contaba que su esposa solía impacientarse con la lentitud de la adaptación de las plantas.
—Aquí no se le ruega a nadie -decía mientras le daba un jalón a una planta caprichosa.
Mi amiga, Doña Lupe Chon, una valiente mujer sinaloense de Rosarito que tiene una amplia experiencia con las plantas conversaba conmigo el otro día y le comentaba cómo los agaves de mi jardín parecía que les había caído una plaga o acaso tenían exceso de agua.
Me aconsejó que los hiciera sufrir un poco, que los dejara un poco sedientos.
—¿Qué no ve cómo están acostumbrados a sobrevivir en el desierto?
Mis agaves entendieron el mensaje de Doña Lupe.
—José FUENTES-SALINAS, 0418.2018. Long Beach, CA