LA DIGNIDAD

NO TRABAJA sucia. No lleva vestido desgarrado y maloliente. Es cortés con el chofer y lleva su basura limpia en dos bolsas de plástico en un carrito plegable de ruedas. Sus canas y rostro arrugado se combinan con su paso firme que busca el primer asiento del autobús de la Ruta 173 de Long Beach.

Todos los pasajeros la admiramos por su faldita de tablas planchadas, su sweater limpio y a veces su gorrito tejido de estambre. La admiramos en silencio, porque sabemos que es una viejita a la que muy bien, otros ya la hubieran mandado a un asilo. Podría ser acaso “ilegal”, una inmigrante sin documentos que por esa razón no pide ayuda del gobierno. Pero en todo el autobús ella es la “Ley”, la Moral, la Dignidad. De todos los que vamos ahí, ninguno trabaja más árduamente que ella, la más anciana.

Sin poder aguantarme las ganas de conversar, dejo de leer el periódico, y me entero de que su trabajo empieza a las 5:30 de la mañana. Me entero del precio de la libra de botellas de plástico y botes de aluminio que recoge todos los días en los callejones.

-Pero últimamamente ya está muy competido -me dice.

Siguiendo por la Pacific Coast Highway, de pronto pide su parada.

No hay mucho tiempo para hacerle la pregunta que todos llevamos en la cabeza.

-¿Cuántos años tiene?

-¿Cuántos me echa?

-Veinte -le digo en broma- todavía se ve muy maciza.

-Ja jaa -alcanza a reí.

Y mientras va saliendo, termina:

-Nomás 85, haga cuentas.

 

José Fuentes-Salinas,    18, Jul., 2009. tallerjfs@gmail.com