“PALABRAS mágicas de sabiduría… Sánese con Homeopatía… Tesoro de oraciones… Plegarias escogidas… Fábulas para pequeñines… Descubre tu futuro… El ché”… Los libros de papel rústico aún juegan en los pueblos a deslumbrar el interés de quienes ven en la lectura el alumbramiento de la inteligencia. Todavía en las personas del campo “Ser leido” es lo mismo que tener poder.
Ahora con el marketing de los libros electrónicos, de las tabletas y de los teléfonos inteligentes, pareciera que los libros de papel están destinados para aplastar insectos o ser devorados por ellos. En la película “Frank and Robot”, un asistente de una Biblioteca Pública decide robarse un ejemplar viejo de “El Quijote”, en un momento en que la biblioteca está haciéndose electrónica.
Pero lo que no ven quienes vaticinan la muerte del libro de papel, así como tiempo atrás vaticinaron la muerte de los cinemas, es que la relación entre los buenos lectores y el libro es algo muy personal y sensual.
La psicoanalista Isabel Luzuriaga dice que el libro es un objeto amoroso: se abre, se observa, se raya, se acaricia, se guarda, se recuerda… De ahí que los bebes aprenden a apreciar los libros mucho antes de que aprendan a leer, y un libro de cuentos en la mano de los padres a la hora de dormir es el nacimiento de la imaginación.
En realidad, a mí nadie me contó cuentos.
Pero tuve la suerte de que en la casa donde crecí, no había televisión, ni radio, ni electricidad.
La única caja mágica de imágenes y palabras, era ese librero con puertas y vidrio, donde descubrí mártires degollados que echaban a los leones o los tiraban al mar en un costal de serpientes, piratas de mares lejanos, y animales salvajes.
Todo era visual. Aprendí a leer libros, antes que leer.