Por José FUENTES-SALINAS -tallerjfs@gmail.com
MIRE USTED. Solo se trata de escuchar su cuerpo. Si se le enfrían las rodillas y el otoño le produce un leve escalofrío, salga a caminar al sol. Váyase por ahí a tomar un cafecito. No importa que haya hojas secas tiradas por la calle y en los aparadores de las tiendas aparezcan brujas y esqueletos. Escuche su cuerpo, él no le engaña, ni obedece a caprichos.
Ya sé que los mensajes más triviales son cuando crujen las tripas y se le cierran los ojos de sueño, o cuando tiene urgencias de eliminar las inmundicias. Pero también hay otros mensajes más discretos. Cuando quiere dejar salir el aire de sus pulmones, y que al salir produzcan sonidos, y que ese sonido le regrese como un eco, pero acompañado de otros ecos.
Hay un momento en que su cuerpo le pide silencio para escucharse a sí mismo, y otro en que quiere escuchar murmullos de gente que almuerza y conversa. Su cuerpo siempre le habla con mensajeros discretos, calambres en las nalgas cuando ha estado demasiado tiempo sentado frente a la computadora, o calambres de cuando se ha ido de “pata de perro”.
Pero también hay mensajes que lo arruinan todo, llenos de dolor. Esos mensajes abrumadores suelen ser por haber descuidado los mensajitos. Saber escuchar los mensajes grandes y los pequeños es una habilidad que empieza desde muy niño. Algunas veces los adultos arruinan esa habilidad porque llegan a pensar que un llanto no es otra cosa que ganas de joder.
Más tarde, también las cosas se suelen complicar, porque los mensajes de tristeza y tedio se interpretan solamente como la necesidad de tragarse una pastilla. Se complican también porque con algunos mensajes elementales, usted quiere descifrarlos demasiado con los brujos o con la computadora.
Al final, el bienestar solo se trata de escuchar con honestidad su cuerpo, antes de que empiece a escuchar “pasos en la azotea”, o cuando está próximo a salir de su casa con los pies por delante.