Torrance, CA., 5:45 AM.- Aún estaba oscuro. Entré al carril de Enmedio. Llegué al trabajo, ahora sin hacer escala en el gimnasio regular. Me estacione en los primeros lugares. Nunca ocurre eso, pero esa vez había llegado tan temprano como la media docena de empleados tempraneros de las compañías que rentan el edificio. firmas de abogados, banqueros, asesores…
Soy el primero y el único en estrenar el gimnasio.
“Aquí está su tarjeta”, fue una oferta nada despreciable.
Un gimnasio de lujo como un Hotel cinco estrellas es la mejor justificación para llegar temprano. Está frente al patio donde hay olivos y mesas de maderas finas. Es un gimnasio chico, pero con lo necesario para sudar un rato, forzar un poco los músculos para conservarlos, y luego echarse un regaderazo con toallas limpias provistas por la empresa.
Al igual que la remodelación del edificio y el mantenimiento de los jardines, fue hecho por mano de obra michoacana de donde yo soy. Eso lo supe ese día.
“Tos toc”, alguien tocó los cristales cuando estaba levantando pesas en el banco.
Era un compita pelón si identificación, pero con el pantalón manchado de pintura.
Con un poco de temor, le abrí la puerta. A esa hora todavía no llegan los trabajadores que dan los últimos toques de la remodelación. ¿Qué tal si se pierde algo?, pensé.
El compa entró al baño y luego salió a trabajar en los empaques de un ventanal que da al patio.
Ser el único que estrena un gimnasio de lujo se unía a esa experiencia que he tenido por años: disfrutar de la infraestructura de la ciudad, cuando la mayoría no lo aprecia: bibliotecas, parques, playas… ¡Cuantas cosas no he pagado directamente y me han hecho la vida grata de “Urbanita”!.
Al salir a mi oficina, vi al compa que afanosamente trabajaba en los empaques de la ventana. En desagravio a mi desconfianza, le invité un café y luego nos pusimos a platicar.
Sus padres eran de Aguililla, Michoacán, y él había nacido en Tijuana antes de venirse a vivir a California.
Por lo que me dijo, la naturaleza de su trabajo lo había llevado a diferentes estados de la unión americana, donde el trabajo “sucio” de los inmigrantes se necesitaban, incluyendo los desastres causados por huracanes.
Luego llegó su jefe, otro hombre pelón pero debido a la calvicie.
Era también de Michoacán, de Bellas Fuentes, un pueblo del municipio de Coeneo, de donde es mi padre.
“A lo mejor hasta somos parientes”, me dijo. “Nosotros vivíamos exactamente frente al lago donde llegan tantas garzas. Mi padre se iba en bicicleta Morelia o a Zacapu… ¿Cuantos años tiene?… Más de 90”.
De pronto, a las 7:00 de la mañana estábamos tres michoacanos en ese edificio rodeados de un extenso jardín hecho por otro michoacano, Ricardo, el de Santanamaya.
Ellos haciendo talacha arquitectónica, yo, haciendo talacha periodística como diría Vicente Leñero.
—José Fuentes-Salinas, Long Beach, California, 09282018.