DIA DEL PADRE: Poemas en prosa y crónicas

Cuando no puede dormir, mi padre se levanta y se baña.

“Por si la pelona llega”, dice, “quiero que me encuentre galán”.

Pero luego se pone a escribir lo que acaso será un texto de amor.

Mi padre de más de un siglo siempre ha escrito cosas de amor.

Les ha escrito a sus amigos que ya no están.

A los músicos, a los galleros, a los curas y generales, a los profesores.

Mi padre tiene un escritorio de metal y una memoria de arcilla.

Un siglo no es poco para tanto recordar.

Cuando le hablo a miles de millas de distancia, me pregunta por mi hijo y por mi esposa.

Nunca se le ha olvidado la amabilidad, y su voz cansada es algo para apreciar.

El y yo somos sinceros en casi todo, y eso me ha permitido ciertas libertades.

“¿Tienes miedo a la muerte?”, le pregunto cuando lo he ido a visitar.

Y el me responde: “A la pelona no, pero a quedarme sin memoria si, ¿para qué sirve uno sin ella?”.

Entonces entiendo ese gusto por recordar, por escribir, por compartirnos su historia.

El otro día leía sus aventuras con la música.

Su banda y sus músicos iban de pueblo en pueblo a tocar sus instrumentos.

Los cargaban por caminos polvorientos y dormían en el suelo de las casas de los ricos.

Luego, al amanecer, despertaban al festejado con “Las Mañanitas”.

También alguna vez estrenó el cine del pueblo que ya no existe,

el cine que borraba el tedio de las tardes aquellas de mi infancia.

Mi padre, con su banda supo de muchos amores y festejos,

pero cuando le pregunto de amores y aventuras, es muy austero.

Me dice que sus personajes tienen hijos y nietos, y no quiere contarles su pasado.

Padre de tres familias que se hicieron una, él siempre anduvo a pie y en bicicleta

por calles y predios, con violín o hoz en mano, tocando cuerdas o cortando yerba.

Ha sido músico, sastre, jardinero, gallero fino, y adorador de Bach.

Nunca me dijo qué hacer con mi vida, y yo se lo agradezco. Solo me dijo “sé”.

Y, así, ocio tras ocio, he caminado rutas, casi como él.