POR José FUENTES-SALINAS/Tlacuilos.com
Estaba pensando en los estilistas.
El trabajo de la jardinería es a veces como el trabajo de los estilistas, de agarrar unas tijeras y podar las ramas que se han excedido en su crecimiento.
No es fácil entender esto. ¿Cómo saber que una rama ha crecido demasiado?
La primera cosa que se me ocurre es que el jardinero es como un juez que imparte justicia a las plantas que siempre están compitiendo por la luz. El níspero, por ejemplo, había crecido demasiado y le estaba tapando la luz al maguey y al guayabo, pero las de la izquierda estaba adecuadamente extendiéndose hacia la bugambilia. Ahi, cumplían la función de hacer una cortina para tener un poco de privacidad en el jardín trasero.

El trabajo de jardinería algunas veces se parece al de los estilistas, aunque las tijeras sean un poco diferentes. Foto: José FUENTES-SALINAS.
Los estilistas generalmente observan por unos minutos el rostro del cliente, el tipo de cabeza, y mientras van cortando el pelo, se detienen brevemente a observar, luego prosiguen. También imagino así a la jardinería. Uno hay que detenerse en ciertos momentos a observar el crecimiento de las plantas, a ver cómo corre la luz, y cómo se proyectan las sombras. A veces, uno no está como para agarrar las tijeras y empezar a podar, pero puede contemplar, mientras acaso se comen una manzana al regresar del trabajo, y ya, cuando tiene la certeza de que hay que cortar, corta sin miramientos.
Esto es lo que he hecho desde hace unos días. El arbusto de la esquina, un día llegué del trabajo y zas zas… le hice un corte profundo con el que eliminé algunas ramas viejas plagadas de mosquitas blancas.
—Va a retoñar muy bien en la Primavera —me dijo el vecino.
Ocurrió también con el naranjito injertado de limón, y con el “orgullo de Madeira”, una planta que produce unos conos de flores violeta que son una delicia para las abejas. Esa me la dio Gordon en una maceta, y ahora compite en estatura con la lima, que aquí le llaman “mexican sweet lemon”. La cosa es que el orgullo de madeira ya tenía demasiada fronda y proyectaba demasiada sombra a la lima. Entonces tuve que hacerle una buena podada, a pesar de que sus ramas habían tomado unas formas caprichosas que lucían muy escultórica.

Trabajo de podar los arbustos. Al fondo se ve el “orgullo de Madeira”, una planta originaria de Portugal, a la derecha está la bugambilia jaspeada, el níspero y algunas plantas de las llamadas suculentas, incluyendo la sábila verdinensis, el agave suave y el agave Reina Victoria. Foto: José FUENTES-SALINAS.
He aprendido que el trabajo de jardinería también está a la mitad entre la arquitectura y la agricultura. El níspero, el guayabo, el naranjo, la bugambilia… todas las plantas producen frutos y flores, y algunas veces uno no quiere sacrificar una rama que está floreando, o produciendo frutos. Pero uno tiene que pensar en la forma que está adquiriendo, y cortar sin miramientos. Y no solo pensando en los placeres de la vista cuando uno se sienta en el jardín, sino, también, hay que atender las necesidades de los pájaros y de los insectos. Unos, con frecuencia vienen a pararse en las ramillas a refrescarse del calor, otras llegan en su necesario trabajo de polinización.
La enredadera de uvas concord que tapaba el tejaban por mucho tiempo produjo una excelente sombra muy disfrutable para los meses de verano. Pero llegó el momento en que tlacuaches y mapaches llegaba a hacer un gran bacanal que no nos dejaba dormir, y, al siguiente día el patio quedaba como mermelada. Fue cuando, con gran pesar, tuve que cortarla.
En su lugar, puse agaves, nopales, nísperos… pero también estos hay que meter en un orden, principalmente luego de la temporada de lluvias de invierno, cuando crece el zacate y las demás plantas.
El zacate y las malas yerbas las he ido arrancando constantemente como una forma de descansar del trabajo frente a la computadora. El otro trabajo, el de podar, lo he dejado para después, cuando hay un poquito de más tiempo, y cuando el tambo de la basura tiene suficiente espacio. Si, entiendo. Las ramas no las debería de tirar, sino, más bien, reciclar. Pero el jardín no es muy grande, y no hay un espacio para hacer un montón de ramas que se degraden. A lo mucho, lo que he hecho es meter en un agujero las cáscaras de naranjas y las rosas luego del Día de San Valentín.

Las rocas cumplen una función decorativa, tanto como las plantas. Las rocas son el elemento constante, el de permanencia. Aquí, usé rocas volcánicas para crecer plantas de bajo consumo de agua. Foto: José FUENTES-SALINAS.
La jardinería es algo más que podar pasto o cuidar macetas. Es un trabajo de observación y reacomodación de plantas, rocas y otros elementos.
Para quienes utilizamos la jardinería como una forma constante de descanso, el trabajo de observar arriba y abajo, lo general y lo particular, lo lejano y lo cercano, lo fijo y el movimiento…
Es un placer constante porque siempre hay algo que hacer, siempre hay una posibilidad de acomodar algo. Por supuesto, eso no ocurre en los jardines aburridos donde simplemente hay pasto y dos o tres arbustos. Los jardines, por muy pequeños que sean, siempre invitan a la interacción.
Antiguamente, también, eran un pretexto para la convivencia y el trueque, para la colección. Mi madre hacía crecer su galería de plantas con el trueque de plántulas, ramas, y esquejes para reproducir. Hoy, la gente parece no tener la misma confianza. Aún así, en este jardín, hay te de Guam que me regaló Doña Lupe Chon, un cactus y un orgullo de Madeira que me regaló Gordon Wilvang, dos guayabos de Zacapu y un chirimoyo que me regaló Luis Coria… y acaso lo más chistoso son los nopales. En una carne asada en el patio, a a esposa de Luis Arritola se le ocurrió plantar una de las pencas que íbamos a asar, y de ahí ha crecido una nopalera.

Si tuviera un vivero, en este contenedor habría suficientes ramas como para crecer una gran cantidad de plantas, incluyendo kaloncheas, nopales y agaves. Foto: José FUENTES-SALINAS