SWAP MEET: Las cajas de herramientas

  • Por José FUENTES-SALINAS/Tlacuilos

 

“These are the REAL TOOLBOXES”, le dije a Alex.

El chiquillo se me quedó viendo.

Estas son las cajas de herramientas que tu tío conoció, mucho antes de las computadoras.

En el Swap Meet de la Villa Alpina, el tío llevó al muchacho a hacer un recorrido de la historia que mostraban los objetos. Montones de muñecos desperdiciados, herramientas manuales desplazadas por las eléctricas, ropa del último “Viernes Negro”…

Las cajas de herramientas eran un artículo apreciado por los comerciantes. Si no se vendían, les servían de todos modos para guardar los fierros que querían vender.

Alex no entendía cómo esas cajas de herramientas con filos oxidados podrían ser de algún uso, pero no se lo decía por respeto al tío. Sabía qué él siempre le daba algún acomodo a todo, y que si compraba cosas usadas no era por tacañería, sino porque no le gustaba que hubiera tantos desperdicios.

Cajas de herramientas reparadas. Foto: José FUENTES-SALINAS/TLACUILOS

La de ese día era la tercera.

Otras dos las tenía ya en su garaje. En una había acomodado las herramientas del jardín. En la otra, las herramientas para hacer “talachitas” adentro de la casa. Pero, ¿y la tercera?…

“Ah… ya verás”, le dijo. “Esta va a ser para las lijas, el tape, las brochas y las pinturas que a veces se necesitan”.

Salieron del Swap Meet. No sin antes saludar a medio mundo, a Trino “El Charro”, a Ramón “El Bigotes”, al Cowboy de Zacatecas y al Chilango Lango.

Alex paraba oreja. Viéndo a su tío conversar y vacilar con los vendedores aprendía esa habilidad cada vez más en desuso de hablar cara a cara.

En la casa, el tío sacó las pinturas, el tape y unos esténciles para marcarles letras.

“¿Te ayudo?”, preguntó el chiquillo.

“¡Claro!… Fíjate bien nomás lo que hago”.

El tío le puso cintas de tape alrededor de la caja pegadas a hojas de papel. Luego les pintó una franja, y ya cuando estaban oreándose en el sol, le dijo: “ahora tu ponles las letras”.

“¿Cómo?”

“Verás. Con estos cuadritos huecos, se los pegas a un lado, le pegas tape y cubres lo demás, y ya, cuando las cajas estén listas le echas spray”.

A la caja de jardinería le pusieron la “G”, a la de cables de electricidad, la “E”, a la de pintura la “P”, a la de herramientas, la “H”….

“Y ¿por qué a esta la “T”?”, preguntó Alex.

“Porque es la de los ’tiliches’…. Jaa aaaa…”

“¿Y qué es un tiliche?”, preguntó Alex.

“Es algo que uno no sabe para qué carajos sirve… como las cosas que mucha gente regala o vende a los del Swap Meet”.

Ese día, Alex aprendió muchas cosas de su tío.

La más importante: a no ser desperdiciado y a darle un segundo uso a las cosas.

 

 

EL MUCHACHO

Fue una de las 32,000 muertes que los autos cobran en los Estados Unidos cada año. Fue mucho más que eso. En la escuela fue el atleta del año, el muchacho que hacía bien en todo: lucha, beisbol, soccer, footbal…
Su caja de cenizas tiene su foto con su iniforme y un bat. A un lado de la mesa, están los calcetincitos de cuando empezó a caminar, y los enormes zapatos de luchador más grandes que los de su padre. El Champ tiene también colgados sus uniformes con el equipo de los diablos, pero él era un angel, por eso le pusieron alas en las fotos donde está en el campo de football con el número 41.
Lo conocí desde muy chico, cuando era el consuelo de su abuela que se estaba muriendo de cáncer. Hay una foto donde ella esta sentada en el parque con su gorra para ocultar la calvicie de la quimioterapia, y el está haciendo gestos graciosos. Su abuela le decía “mi guerito”. El y su primo de la misma edad eran su “par de aretes”.
Ahora que quedó reducido a una cajita de cenizas, en el salón de la iglesia organizaron una comida para juntar a todos los que han sentido su pérdida. El primo de su edad, quiso expresar públicamente su dolor y unas cuantas historias. Pero su dolor lo ahogó y salió llorando del salón. Detrás de él se fue la madre del muchacho, a quien parece preocuparle más el dolor de los primos que el propio.
Todo empezó como una pesadilla una semana antes, cuando las tías pusieron en el Facebook que el muchacho había tenido un terrible accidente, que sus mútiples fracturas no aguardaban nada bueno. Se pidieron oraciones. Se mantuvo la esperanza de que los neurólogos obraran un milagro.
Fue en ese momento en que le mandé una carta a la abuela.
-Mira tu, ¿qué está pasando?. Diles que tu no quieres llevártelo, que allá donde estas, en el lugar de los misterios no se admiten niños, ni menores de edad. Diles que allá solo se admiten personas mayores con arrugas y dolencias insoportables… Diles a los cirujanos que te compongan a tu guerito, ahora que tiene tantas medallas de atleta. Diles que acá todavía necesitamos de su alegría. Haznos ese favor.
Pero la abuela no me ha de haber escuchado, por estar viendo una de sus telenovelas.
El último mensaje de texto de la tía fue que su cerebro había dejado de funcionar, que solo esperaban que su jóven y terco corazón dejara de latir con la misma fuerza que lo hacía en el campo de football.
Cuando esto ocurrió, el pueblo en el desierto se sacudió. Los muchachos de la escuela le expresaron su amor lavando coches, vendiendo pulseritas, playeras… movilizando a los mayores.
Cuando regresaron con el cuerpo del muchacho les hicieron caravanas, los esperaron a la entrada con letreros de dolor y solidaridad.
Las lágrimas de las tías y de los padres eran mitad de dolor y mitad de emoción por ver tanto amor desbordándose.
El muchacho era bien querido en el pueblo.
En la primera despedida en Page, el cielo estaba nublado, pero las personas que estaban reunidas en el parque vieron cómo se abrieron las nubes como recibiendo los globos que soltaron.
En la segunda despedida, en Fontana, se había pronosticado lluvia, pero esa tarde del sábado, los vientos de Santa Ana limpiaron el cielo que se veía de un azul intenso. Los globos azules se fueron a acompañar una gigantesca nube solitaria que parecía el mapa de los recuerdos.

La Sobrevivencia

Xochil Parra era una adolescente un poco gordita. Quizá por eso su padre y su padrastro no notaron que estaba embarazada.

Un día, a las cinco de la mañana, cuando estaba a punto de bañarse para irse a la escuela Poly High que estaba a dos cuadras de su casa, caminó cuatro hacia el Hospital Saint Mary de Long Beach.

Ahí no nació su hijo.

Su hijo nació mientras ella estaba en la regadera.

Sintió que su hijo se quería asomar al mundo, y se sentó a ayudarlo. Lo arropó, y, aún sin cortar el cordón umbilical se fue caminando. El teléfono de su casa estaba desconectado, pero su hijo estaba conectado a ella.

El Dr. José Pérez, al verla llegar todavía con la plascenta y el bebé conectado, le dijo que no se moviera. Xóchil había escondido el bebé en su vientre porque tenía temor de que al saberlo su madre la expulsaría de la casa, que también era como su propio vientre.

 

-José Fuentes-Salinas, con datos del PressTelegram, 3 de mayo, 2008.