Los Pintores (II)

Alfonso Román quiso ser astrónomo, pero le faltó soñar con las estrellas y se quedó en cartógrafo; luego quiso ser pintor, pero le faltó jugar con la imaginación y se quedó en retratista; también hubiera querido ser sacerdote, pero le faltó decisión para profundizar en los misterios de Dios y se quedó en un solitario hombre célibe que a sus 72 años solo le preocupa el mapa del cielo y el infierno.

Con sus pinturas áridas, solo, en un departamento de jubilados del Centro de Los Angeles, Alfonso, el peruano, no quiere hablar de los cuadros de boxeadores y artistas mexicanos que adornan el Restaurant “Mi Tierra”. No quiere hablar del Pipino Cuevas y María Félix, sino de la “Historia del Cristianismo” hecha con datos sacados de las enciclopedias o del “Gráfico Escatológico del Poema Eternidad: Apocalipsis Bíblico”.

Acaso su mayor aventura fue haber ido en un tour a Tierra Santa, de la cual redactó un texto en su vieja máquina de escribir.

Su mapa donde explica las formas de la maldad y la ruta más corta para llegar al cielo está lleno de palabras como: “angustia, sufrimiento, virtudes, mártires, salvos, vírgenes…”

Pero detrás de su aparente misticismo, hay un hombre que confiesa: “Mi principal afición es la religión”.

“Soy un hombre pobre y flaco; sin títulos académicos, sin familia, ni propiedades”… Y acaso sin pasiones.

 

-4 de octubre, 1999.LaOp.