Los automatismos

Las cámaras fotográficas automáticas hacen una lectura general de la luz de los objetos y disparan. Sus lentes no se abren y cierran para leer la luz de cada cosa. Si los objetos están en blanco y negro, lo blanco quizá salga un poco gris, y lo negro, no tan negro.

Los aspersores automáticos para regar el pasto, desperdician demasiada agua. No se dan cuenta cuando llueve, o hay más humedad en el ambiente, igual riegan el pasto y una parte del cemento.

La ropa americana hecha en china no distingue mucho de tallas, excepto small, medium y large. Cuando los más bajos usan las calzonetas deportivas diseñadas para el promedio de los altos, los más bajos las usan de faldas largas.

Se hacen ideologías automáticas para que las personas no se molesten en pensar, algo que suele ser costoso y poco lucrativo.

Las compañías no existen para obtener ganancias a cualquier costo, sino para crear empleos. Y si envenenan el aire y generan adicciones, esos son los efectos secundarios que automáticamente tienen que aceptar quienes aman el progreso.

El automatismo en la comida de los restaurantes, asume que todos son de la misma talla, y a todos les dan las mismas raciones, sin saber que unos caminan y otros no.

Desde la revolución industrial, hasta la internet, todo ha sido así.

Ahora los “spamers” mandan automáticamente todo tipo de imbecilidades a un destinatario que recibe 1,500 anuncios basura diarios.

Y hasta para producir los nobles libros, de un locutor que tienen un gran raiting hacen un libro que se convierte en “bestseller”, y de un “bestseller” hacen una película taquillera, y de una película taquillera hacen una serie de películas que roen el mismo hueso de la historia original.

Y así, todos vivimos felices en un mundo de clones predecibles y programables.

 

La alienación

En la radio hablada de Los Angeles el tema son los regalos: los novios que recibieron tres licuadoras y dos hornos de microndas; la ropa que se vuelve a regalar con olor a axila; el primer diamante a una señora…

Llega el turno a una ama de casa que se queja de la falta de “detalles” de su esposo. Con un salario de hambre, él no ha sido muy afecto a los regalos.

“El dice que no le alcanza el dinero”, dice.

Pero cuando la señora verdaderamente suelta el llanto e interrumpe la plática, haciendo pucheros, es cuando confieza que a sus dos hijas pequeñas “nunca las ha llevado a Disneylandia”, ese parque de diversiones que se ostenta como “el lugar más feliz del planeta”.

 

-Radio 1020 AM, 23, nov., 1999.