* De cómo la tecnólogía cibernética ha cambiado la forma de organizar una oficina
Por José FUENTES-SALINAS
tallerjfs@gmail.com
Poco a poco fueron desapareciendo. El sacapuntas, la grapadora, el pegamento…
Los nuevos escritorios se fueron limpiando de objetos no relacionados a las computadoras. Un domingo, abrí el cajón de en medio y saqué el manojo de lápices y plumas que se habían acumulado por varios años. Las puse en una bolsa y las acomodé aparte.
También abrí los cajones de los costados y encontré sobres y cuadernos de hojas tamaño carta. ¿Cuándo fue la última vez que escribí una carta de papel y la llevé al correo?… No lo recuerdo. Pero, por si acaso guardé los sobres que en el filo tienen las franjas azul y roja que significan “correo aéreo”. Vaya distinción.
Poco a poco todo se va depositando en ese perímetro luminoso que llamamos pantalla que basa su eficiencia en saber en qué rincón encaminar el cursor y hacer un click!, una vez que ya hemos escrito las claves mágicas, los passwords o contraseñas.
Ligeros, luminosas, las computadoras plegables son escritorios. A decir verdad suelen ser más democráticos, como en las veces en que un estudiante universitario hace su escritorio en el suelo, y desde ahí consulta archivos o escribe mensajes.
Pero estos cambios nos van creando problemas y ansiedades.
¿Qué debo hacer con esa caja de fotografías viejas y esos miles de negativos que dicen lo que he sido en los años anteriores al Siglo XXI?
Por un tiempo, empecé a almacenar las fotografías en formato digital en CD-ROMS. Pero cuando todo se iba encaminando a esa otra forma de archivo, resulta que estas nuevas computadoras ya no tienen lector de CD-ROMS.
Con frecuencia suelo pensar que esa abstracción a la que le llaman “industria” cibernética está jugando con los consumidores. Satisface una necesidad, y crea otras.
Ahora las historias de las personas están dispersas en cajas de cartón donde los “silver fish” devoran un poco de celulosa, pero también en videos VHS, películas, cuadernos…
¿Y los escritorios?
Estos empiezan a ser piezas de museo.
Y qué bueno, yo tengo el mío que es de caoba, donde además luce una vieja máquina de escribir mecánica que me recuerda el difícil pasos de cambiar una forma de comunicarnos, por otra.