CRONICAS DE CALIFORNIA: “El Rey del Cilantro”

Por Jose FUENTES-SALINAS / Tlacuilos.com

Castaic, California, 2004.- A los ocho años, Francisco González jalaba los caballos para que su hermano fuera sembrando los cultivos de garbanzo en su natal Jamay, Jalisco.

Hoy, a sus 49 años, es el mayor productor de cilantro en los Estados Unidos y es probable que usted ahora mismo esté comiéndose unos tacos con algunos de los 27 vegetales que produce.

“La verdad es que los caballos me jalaban más bien a mí”, dice sentado en la sala de su casa en Castaic, quien ahora tiene alrededor de 100 caballos de carreras, muchos de ellos premiados en los mejores hipódromos nacionales.

Tomándose una taza de café en la sala de su casa, Francisco cuenta que nunca tuvo otros juegos que no fueran los de espantar con carabinas y resorteras las parvadas de pájaros que llegaban a los terrenos de Las playas y Las mulas.

“Yo no recuerdo haber tenido juegos, de niño”, dice, aunque luego su tío dirá que cuando Francisco dejó Jamay a los lagartijos les empezaron a crecer colas.

Con rostro curtido por el sol, Francisco cuenta que sus padres, Antonio y Elisa, y sus seis hermanos y hermanas, forman parte de una familia que como muchos inmigrantes vinieron a contribuir a la riqueza del Estado Dorado. Eso es algo que con su esposa Leticia se lo recuerdan a sus dos hijas y a su hijo constantemente.

A los seis meses de nacido lo emigraron a él, y aquí en California nacieron muchos de sus hermanos. Sin embargo, regresaron a Jamay y, finalmente, él, junto con su papá, volvió a California cuando tenía 15 años.

“Aquí es más duro el trabajo que México pero lo pagan bien”, dice, luego de explicar como agarraban la corrida de cultivos desde Oxnard hasta Stockton, incluyendo la fresa, el jitomate, el limón, la aceituna…

Y fue en los campos de cultivo donde conoció a su esposa, oriunda de Ocotlán.

Fue así que empezando desde abajo, y luego de ser camionero, un día se dió cuenta que había una nueva hierba que rápidamente se estaba haciendo popular en la cocina norteamericana: el cilantro.

Su primera inversión, a los 35 años de edad, fue solo una intuición.

“A mí me gusta apostar… Y como me crié en Oxnard, ya conocía a todos los rancheros, a las compañías y al mercado de Los Ángeles”, dice. “Cuando deje el trabajo de troquero, para plantar cilantro era un poco arriesgado. Ganaba muy bien, y muchos me decían: cómo vas a plantar algo que en Mexico hasta los regalan… Pero vi que era un mercado que iba a crecer mucho. El cilantro en Estados Unidos lo usan hasta para el agua fresca.
Además me pregunté: ¿que tengo que perder, si con lo que traigo puesto ya es ganancia?.

El primer gran logro fue un accidente.

Francisco González, el mayor productor de cilantro en los Estados Unidos (2004). Aquí se le ve en sus campos de cultivo mostrando una hoz que aún carga en su auto por si acaso necesitara mostrar a alguno de sus trabajadores cómo cortar esta aromática hierba. Fotos: José FUENTES-SALINAS.

“En el primer plantío, solo pensaba sembrar una pequeña parte, pero el regador que traía le metió agua a todo el terreno y el cilantro empezó a crecer… Pensé que no lo iba a vender, pero me empezaron a comprar más y más, y luego ya no alcanzaba”, dice.

Cuenta que en dos años la cadena Albertson le dió su primer contrato grande.

“Me temblaban los pies en la primera entrevista. Yo ni hablar bien inglés sabía, porque mi inglés era un inglés de la calle, pero de repente les empecé a vender en 1992, entre 300 y 500 cajas diarias”.

Posteriormente, y en un tiempo relativamente corto se vio exportando el cilantro a Canadá y hasta el mismo México. Luego amplió el cultivo a otros 26 vegetales, y el betabel que produce se ha ido hasta Rusia.

También sus hermanos Roberto y Jesus, que estuvieron asociados en el cultivo del cilantro, regresaron a plantar mezcal en Jalisco, en 1993.

Sobrino de los Bañuelos, los ex propietarios del tequila cazadores, ahora Francisco está apunto de echar a andar una fábrica de tequila en Jamay, que producirá la marca “777”.

“Esta fábrica empieza en septiembre y la botella llevará la forma de una máquina de apostar como las de Las Vegas”, dice.

Luego de un rato de conversación junto con el tío Manuel, quien acaba de llegar de Jamay, salimos a visitar a uno de los campos de cilantro cercanos a Magic Mountain.

Francisco, quién es un hombre muy sano, saca un par de Power Bars que se va comiendo en el camino.

Los aspersores de agua los, los surcos bien delineados y las montañas del fondo crean un paisaje oloroso.

Francisco saca una pequeña hoz ‘rosadera’, con que corta un ramo de cilantro, de la misma forma en que hace solo unos años lo hacía.

“Yo, aunque maneje un Mercedes, siempre cargo una ‘rosadera’ en el carro” dice, y es que, algunas veces no le creen que él y su esposa alguna vez anduvieron entre lodo cortando los vegetales.

Recuerda que una vez un trabajador que andaba haciendo mal su trabajo lo retó a que le pusiera la muestra y ahí mismo se arremangó la camisa y le dijo como.

Con plantíos en Santa Paula, Castaic, San Luis Río Colorado y otros lugares, Francisco también ha cometido errores.

“Quien no comete errores no aprende, a mi me ha tocado aprender de ellos. En una ocasión plantamos una variedad de cilantro que a las cuatro pulgadas de crecido se ensemilló… Pero ahora sabemos que la semilla del cilantro de invierno debemos traerla de Canadá y la de calor de Arizona”.

Desafortunadamente, asegura, el cilantro era un cultivo tan novedoso, que los técnicos agrícolas sabían menos que este agricultor que solo hizo seis meses de escuela.

“Yo solo fui 6 meses a la escuela, pero el periódico en inglés te lo escupo en español” dice con orgullo. También a manera de broma le dice a su hijo: “tú tendrías que graduarte de Harvard para que puedas llegar a donde yo llegue”.

El recorrido por los cultivos de Gonzales, nos llevan luego a su rancho escondido entre los naranjales de Santa Paula.

Allí tiene caballos de fina crianza cerca de los cultivos de rábano.

Además de su pasión por los caballos, Francisco González, se empezaba a dedicar a la producción y distribución del tequila, con sus tíos los Bañuelos quien eran los propietarios de la marca Cazadores. Foto: José FUENTES-SALINAS. 2004.

Felipe García, el caballerango de Pihuamo, Jalisco, le saca 1 caballo que es hijo de uno de los que más premios han ganado en el país.

Para los Gonzales, el mejor momento es cuando se reúnen en un hipódromo a ver esos equinos tragar distancias.

Francisco habla con gusto de sus yeguas Lili, Tequila… Y La Macumba que fue campeona de México.

También habla de la distribución que hace del tequila Hacienda Vieja y Espuela de Oro, y de la forma en que nunca se ha sentido discriminado en este país.

“A mí siempre se me ha hecho fácil trabajar y hacer dinero”, dice. “Creo que lo único difícil fue pasar de asalariado a ser patrón”.

Sin embargo, en esa transición su esposa Leticia lo ha hecho fuerte.

“Ella ha ido creyendo cada vez más en mí, hasta el momento en que si el caballo es negro y yo digo que es blanco, me cree”, dice. “Con ella nos conocimos pescando fresa y luego de una de luna de miel, nos vinimos solo con un capital de $100”.

Todo eso quedó atrás. Ahora con los 4000 a 5000 cajas de cilantro diarias, o con las 20.000 de vegetales mixtos, los Gonzales pueden incluso ayudar a su pueblo. A Francisco lo nombraron el jalisciense del año 2002.

Sin embargo, para él el reconocimiento más importante fue cuando su esposa le dijo: “gracias por darnos todo lo que nos has dado”.

Con tecnología moderna que permite crecer rábanos perfectos, Francisco considera que lo más importante es que se ha rodeado de gente en quienes puede confiar para que hagan un buen trabajo.

Pero a pesar de sus millones, es un hombre que todavía le gusta ir a Jamay a la plaza a comerse un pozole o un pan dulce con atole, y ve con comprensión los comentarios suspicaces que a veces le comunica su madre.

Le preguntan ‘¿cómo es posible que haga tanto dinero con el cilantro?… Hay gente que no te perdona el triunfo, pero uno solo debe cuidarse de no sacar ventaja de otros. A mí me gusta respetar a la gente. Yo anduve en las piscas… Y al final solo soy mi propio vendedor”.

 

*** Esta historia apareció originalmente en el Semanario “Impacto USA, Mayo, 2002”

CRONICAS DE LA PANDEMIA: Trabajo desde casa

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Los veo todos los días desde que me estoy quedando en la casa a trabaja.

Mi viejo escritorio caoba que compré en una venta de garaje está en la esquina del estudio, donde están las ventanas que dan a la calle. Desde ahí veo todo lo que ocurre allá afuera.

Uno llega con su esposa a podar el pasto y sopletear las hojas.

A veces, en su camioneta dejan a sus dos niños que no están yendo a la escuela. Parece que estan muy disciplinados la niña y el niño porque no protestan y entienden que sus padres están trabajando para pagar la renta y comprarles sus regalos de Navidad.

Otros llegan con mi vecino de al lado, un viudo que vive solo, y hacen lo mismo, podan, sopletean y se van.

En esta pandemia, mientras muchos estamos trabajando desde la casa, otros están trabajando duramente en las calles enmascarados con sus cubrebocas, y tratando de no acercarse demasiado a sus clientes. Ellos son los jardineros, los carteros, y, sobretodo los que llegan de Amazon, FedEx y UPS a entregar la mercancía que se compran Online.

Ahora, ellos son los que me distraen un poco de mis rutinas diarias.

La gente que puede se está quedando en casa y tratan de salir lo menos posible. Pero otros no tienen muchas alternativas.

También, los del vecindario de repente se han puesto muy hacendosos, muy modositos a hacerle la competencia a los jardineros. Muchos vecinos, de repente han salido más y más con sus sopladoras eléctricas de batería, y a veces se juntan como en un concierto de sopladoras, como en un tráfico donde simplemente unos echan el polvo a otros, y las hojas secas de los árboles las soplan al lado de la calle para cuando pase la barredora.

Eso no es como las viejitas de mi pueblo donde nací. Aquellas que echaban primero un poco de agua con una cubeta y luego barrían con una escoba de paja, para no levantar polvo.

Yo también tengo una sopladora eléctrica pero es de cable, y la he usado mucho tiempo porque necesito distraerme y estirarme para que no me salgan almorranas mientras estoy sentado frente a la computadora.

Varios de mis vecinos, cuando llegó el primer cheque del paquete de estímulo, dijeron que íban a gastarlo para apoyar negocios locales, pero en realidad la mayoría estan compre y compre en Amazon, a pesar de que uno de nuestros vecinos trabaja en un Lowes, y a él lo podrían estar apoyando si compraran ahí las herramientas. Yo si lo he hecho, y cada vez que puedo voy a comprar pintura, piedras o alguna herramienta. La otra vez compré una esmeriladora, y aunque estaba unos diez dólares más cara, se la compré a ese empleado tartamudo que se subió en la escalera grande a bajar la esperiladora y el cargador de batería.

En este tiempo de invierno, las calles están cubiertas de hojas secas y la barredora tiene que pasar a veces dos o tres veces. los operadores de esos camiones, los jardineros y los repartidores de paquetes son los que le dan vida a la calle, son los que permiten que otros vecinos se la pasen cachetona, simplemente sacando a pasear a sus perritos, o saliendo a caminar ellos mismos. Casi todos hablan español. Eso lo sé porque desde lejos los saludo y ellos casi siempre se sienten familiarizados.

Yo también trabajo pero en cosas personales, en lavar el auto que en el último mes ha gastado tan solo poco más de un tanque de gasolina, pero va acumulando el polvo de las sopladoras de mis vecinos.

Como andan tan entusiasmados con sus sopladoras, la otra vez un vecino se quiso congraciar conmigo sopleteando la acera de mi casa, pero justamente cuando acababa de lavar el auto.

Todavía esperaba que se lo agradeciera.

COVID-19: De cómo el coronavirus cambió los hábitos de las personas

Harás que la comida te rinda más, no es tiempo de desperdicios, uno no sabe si se volverá a escasear como el papel sanitario y las botellas de agua; te lavarás las manos con frecuencia, si eso no lo entendiste en la escuela, es bueno que lo entiendas hoy; usarás el gel desinfectante que mata el 99 % de las bacterias; no me preguntes cuál microbio es el 1 %, sería terrible que fuera el coronavirus; no te tocarás la cara ni la nariz, por si acaso no te hubieras lavado bien las manos; te mantendrás alejado de las personas, principalmente si les gusta reír a carcajadas o cantar con voz estruendosa, acuérdate que en el coro de una iglesia casi todo se contagiaron; si vas a misa no tocarás a los santos ni el agua bendita, tú sabes, dios perdona pero el virus no; cuando vayas al supermercado procura ir temprano cuando no haya mucha gente, y usa tapabocas porque si no no te dejarán entrar; los tapabocas de tela pueden ser bonitos y con la marca de tus equipos favoritos, pero es mal gusto usar un tapabocas con calaveras, porque muchos se asustan; los mejores tapabocas son los que tienen un resorte alrededor del cuello y se bajan y se suben como los calzones, cuando no los necesitas; olvídate de todos los conciertos del año, no hay forma de estar seguro entre tanta gente gritando, no te parece curioso que cuando podías ir te la pasabas grabando el vídeo, y ahora que no puedes te aburren los vídeos?; no te creas de quién es dicen que es cuestión de unos meses, que esto pasará rápido, esto es un maratón, no una carrera de relevos; si no sabes usar esas pantallitas de tu teléfono celular para verte con tus amigos, es tiempo que lo aprendas, va a ser la única forma en que los puedas ver por mucho tiempo; no uses el mugroso dinero, quién sabe cuántas personas lo han tocado?; paga con tarjeta de plástico y piensa en comprar solo lo que necesitas, nadie sabe cómo va a estar la economía mientras haya contagios; la próxima vez que votes fíjate por quién votas, este presidente ya sabía lo que se venía pero no lo dijo para no asustar a los consumidores y a las empresas; aprende hacer algo en tu casa con tus manos para que no te aburras, es tiempo de aprender más recetas y coser ollas de frijoles; sal a caminar y andar en bicicleta pero llévate el tapabocas por si alguien se te acerca; aléjate de los imbéciles que se creen inmunes al virus; hay muchas cosas que ya disfrutabas en hacerlas en solitario, porque a nadie más le gustaban, sigue haciéndolas; cuenta tus años y revisa las estadísticas de mortalidad por el coronavirus, ya calificas?; cómprate un lente de 360° para ver a las personas a tu alrededor y ver a quien te motiva más hacer lo correcto, mira como tu vecino el viudo no la pasa tan mal entre la playa y su casa distanciándose de las infecciones; cose un mantel, sírvete un café, escarba la tierra del jardín, cortar ramas, riega plantas, invierten en lo que quieras ver todos los días, y lo que quieres tener a tu alcance; mide tus fuerzas y tu paciencia, las vas a necesitar a largo plazo; protégete a ti mismo y a las personas esenciales que siempre hacen falta, las que cultivan, las que despachan comida, las que limpian, las que curan; protégelas del mal, cúbrete la chingada boca cuando te atiendan; medita, más, camina más, se más creativo, la soledad puede ser útil; piensa en lo que tienes, pero mejor en lo que eres y nadie te quita aunque te quedes sin empleo; aprende nuevos trucos para poner comida sobre la mesa; no te metas en más problemas, con los que tienes son suficientes… Respira profundo y sigue caminando y meando para no hacer hoyo.

Amanecer entre la Avenida Anaheim y Ximeno, de Long Beach, California. 07.04.2020. Foto: José Fuentes-Salinas, Instagram; taller_jfs

—José Fuentes-Salinas, Long Beach, California, 4 de Julio, 2020

Instagram: taller_jfs

CRONICAS: COVID-19, el coronavirus y los nuevos estilos de vida entre los inmigrantes mexicanos en California

No se si ya se dió cuenta, prima. Pero ahora que vaya a que me corte el pelo, no voy a poder platicar con usted. Bueno, no así de cerquita, como antes. Usted sabe: hay que guardar la distancia razonable.

Y, déjeme decirle que la voy a ver a usted a que me corte el pelo para el Día del Padre solamente poque le tengo confianza, además de que siempre me hace ver bien.

No sé cómo le va a hacer para hacerme la rayita, o el “fade” atrás, pero, a lo mejor no le molesta que me afloje un poco el tapaboca, usted dirá.

Mire: así van a ser las cosas en muchos lugares desde ahora, y hasta que no aparezca una vacuna. En los aviones se va a acabar ese cotorreo de “¿a dónde va?… ¿cómo se llama el morrito?… ¿cuánto tiempo tiene sin ver a su abuelita?… ¿le van a bautizar el chiquito?..”

No, prima. Ahora los pasajeros van separaditos con sus tapabocas y las azafatas le dicen: miren, si no tienen sueño, háganse pendejos como si durmieran. Ja jaaa… Y olvídese de echarle piropos, o de preguntarles: ¿eres de Purépero?… pues que bonitos ojos tienes.

Eso sí. Cuando se trate de seguridad, le van a pedir que se los baje (los tapabocas, no sea mal pensada). Ahorita como andamos, todos con tapabocas, parecemos bandidos. Y si se pone unas gafas oscuras, pues ya pa’qué le cuento: tipo sospechosos. Mire, si ya antes con las medidas de seguridad había veces que uno hacía streap tease, ahora no sé cómo le van a hacer. Ahora los peligros no son los terroristas sino los coronavirus. Pero en el fondo de todo eso el problema es que los viajes van a ser cada vez menos de placer y más por necesidad. Yo por eso les estoy pidiendo a mis parientes en México que por favor no se mueran, que no me hagan viajar de urgencia.

A lo mejor se vuelve a poner de moda los viajes en carrertera, pero no en autobús, porque sería peor. A lo mejor muchos se van a comprar o a rentar sus “Motor-homes”, sus RV’s. Así era antes, cuando Doña Chelo cosía huevos y preparaba sandwiches para el camino.

A mi me gustaría llevármela a pasear así, prima. Usted ¿qué dice?… por lo menos a Yosemite para que se relaje de todo este relajo. Mire, usted me conoce por ser el mañanero, por ser de esos tipos “alrrevesados” que siempre les gusta irse tempranito a todos lados: ir al cine cuando no van muchos y las salas están casi vacías, ir a los parques cuando hay solo dos o tres corriendo, y salir tempranito a los viajes, cuando los baños públicos estan recién lavaditos.

Si, prima. Ríase. Ya llegué a la edad en que califico para morir de cualquier contagio, ya tengo esa “condición subyacente” que es la edad para que un chingado virus me parta la maraca. pero no soy pendejo, déjeme decirle. Yo no me arriesgo así a lo bestia como los del Condado de Orange, que no quieren usar mascarillas los señoritos (como si tuvieran una trompa muy linda).

Yo soy abusadillo desde chiquillo, y sé que en estos tiempos lo más peligroso es estar cerca de los imbéciles que se creen supermanes.

¡Ah qué, prima!… ya la voy a dejar ir.

Disculpe mi atrevimiento, pero yo nomás digo.

Ahí se me cuida.

COLONOSCOPIA: Crónicas médicas de cómo preparase para una revisión de la cañería

Por José FUENTES-SALINAS/ tlacuilos.com

ES UN MOMENTO IMPORTANTE para apreciar los trabajos sucios, la plomería y la endoscopía. Un día antes, piense que es un desamparado o un líder sindical y que hará un ayuno en protesta de algo.

TOMARA GELATINAS, jugo de uvas verdes, o caldo enlatado si es usted masoquista. Nada rojo que confunda a los doctores. Aproveche la inmovilidad para justificarse un ocio que no se suele dar.

ESCRIBA, ABURRA a sus amigos con cualquier ocurrencia en el Facebook, pero evite ver fotos de comida, y si insisten en ponerlas hágales “Unfollow”. Poco a poco, conforme avanza el ayuno su mente se aclarará, pero todavía viene lo mejor.

Escritorio con la biografía de Sigmund Freud, de Peter Gay. Foto: José FUENTES-SALINAS/tlacuilos.com

LA TORTURA EMPIEZA por la tarde cuando los olores de la cocina le llegan con aroma de cilantro y ajo, de filetes de pescado y pan horneado. En ese momento habrá que imaginarse que ha cometido un grave crimen y que le harán beber 4 litros de agua salada, con dosis cada 15 minutos de 240 ml.

NO SE ALEGRE de que los primeros vasos le supieron a una margarita o a una Michelada mal hecha. Lo bueno viene después, cuando hagan efecto las dos pastillitas y el primer litro de agua, o cuando apenas va la mitad y ya quisiera declararse culpable de cualquier crimen inventado.

ENTONCES, RECONOCERA, en lo que entra y en lo que sale, que en nuestros infatigable días acumulamos demasiadas porquerías. Tendrá entonces, un poco de sentido de humildad y mirará lo valioso de tener un baño al lado de su cama. Hasta ahorita no se había dado cuenta, pero el cuarto de su casa lo había convertido en un cuarto de hospital.

SI YA VIO DEMASIADA TELEVISION y se enteró en el Facebook de que el mundo se está acabando, de que los gobiernos no funcionan, de que dios lo arregla todo, de que uno se murieron y otros acaban de nacer, de que hay fórmulas para llorar y para no llorar… Si de tantas pantallas sus ojos, no solo su ano, están irritados, ciérralos, recuéstese y empiece imaginar el capítulo de esa biografía que está leyendo.

REPASE MENTALMENTE cómo ese hombre que exploró las profundidades de los sueños, escribió sus explicaciones reconociendo los suyos y los de sus pacientes. Si casi cercana a la medianoche siente que ya está por vomitar cada vasito de agua salada que va a tomar y que la botella de cuatro litros parece no bajar, lea nuevamente las instrucciones y alégrese de ver que lo que sale se está haciendo tan transparente como lo que entra.

AL DIA SIGUIENTE, cuando el doctor Lee, así como lo hacía el doctor Freud, haya explorado las partes más turbias de su persona se sentirá tremendamente relajado al saber que no hay por ahora motivo de preocupación, y que la cañería está bien.

Consultorio Médico. Foto: José FUENTES-SALINAS/Tlacuilos.com

CRONICAS: De cómo cocineros, meseras y empleados de un restaurant trabajan como reloj

Por José FUENTES-SALINAS/ tlacuilos.com

LONG BEACH, CALIFORNIA.- Me gruñen las tripas. Busco algo que me aliviane el sábado. No, no quiero mesa, le digo a la cajera. Me da cuchillo y tenedor envueltos en una servilleta y me voy a sentar a la barra. Cuando voy solo, me gusta ese lugar para ver como trabajan en chinga mis paisanos y también La Guera. La rubia se llama April, y se ve como una de esas señoras que no estudiaron una carrera, y por eso andan en chinga anotando pedidos, sirviendo vasos con agua o café, limpiando la mesita de la caja, dando órdenes, recibiendo quejas, revisando la ruta crítica de la “rush hour”. ¿Más café? ¿más agua? ¿todo bien?…

El tlacuilo escribiendo crónicas en un café. Foto: José Fuentes-Salinas

Con esta pinche hambre lista para morder, y que no acepta explicaciones, ya me estaba encabronando porque luego de 20 minutos no salía mi omelette de vegetales con “hash browns” y pan integral. Pero me puse a ver también la chinga que se estaban poniendo los cocineros para sacar las órdenes. El viejo Marcial parecía un pulpo tirando huevos, volteándolos, jalando platos… igual que sus tres acompañantes, dos chavalas jóvenes y una señora. Pin pum papas!… Los cocineros eran como varios porteros de futbol a los que todos les tiran balones a quemarropa.

Yo estaba en la barra y decidí no sacar el iPhone a propósito, solo para ver esa cadena de producción donde el único lento era Leo, ese viejo ya en edad de retiro que parecía que solo hacía sombra junto a la barra a donde los jubilados se suelen acomodar.

—¿Quiere café? -me preguntó ese hombre que parecía un viejo elefante calvo.

—No. Mejor tráigame un omelette.

—Yo no soy mesero —dijo con sentido de propiedad.

El restaurante abre las 24 horas, pero a las horas del hambre parece un verdadero hormiguero. Es en ese momento en que se necesita la serenidad de los veteranos, con el dinamismo de los jóvenes. Marcial y Ana parece que se aíslan del entorno. Parece que no ven otra cosa que el tablero electrónico de las órdenes y como robotitos, avientan huevos, verdura picada, chorizos, tocino… y tienen un reloj interno que les dice: ya!… pásalos al plato. Luego sigue la siguiente linea de ataque, donde dos chamacas echan dos o tres platos en una charola y se los llevan a las mesas, revisando que sea lo que pidió el cliente.

Otras veces, mientras me sirven el plato, he tenido oportunidad de conversar con algún jubilado que invariablemente me habla de sus divorcios, de lo desagradecido de sus chamacos que no los visitan, de sus errores de no haber ahorrado, de su lucha por tratar de convivir con su actual pareja… Ah!… y sobre todo de lo enajenante que es la tecnología que les ha robado la conversación cara a cara.

Todavía hace unos años había a la entrada del restaurant dos o tres periódicos. Ahora ya no hay nada, ni siquiera revistas para las personas de la Tercera Edad. De ahí que si uno no quiere pegarse a la chingada pantalla del iPhone, no tiene más remedio que dedicarse a ese quehacer aristotélico de la observación.

Yo no pedí café, porque en unos minutos voy a pasar al café de a un lado, donde me siento más relajado. Eso hace que April ya no haya qué ofrecerme cada vez que pasa en zumba cerca de la barra. Me gruñen las tripas, pero mi enojo está convirtiéndose en admiración por los trabajadores. A una señora gordita y chaparrita que está cerca de la caja, April le repite dos veces en español que tiene que llevar café a una mesa. La señora se ve que no habla inglés, pero April no se enoja a pesar de que hasta la chamarra se quitó por el sudor de andar tan de prisa.

De repente llegan otros dos empleados, y April les dice que ella está en el frente y Javier está detrás despachando las órdenes en el Drive-Thru. Encima de que el restaurante se va llenando, las órdenes de los huevones que pidieron sus huevos por teléfono o por el Drive-Thru no dejan de llegar. Una de las muchachas se encarga de acomodarlos en las bolsa, revisando que sean las correctas.

April va a la caja, regresa, echa hielo y agua a los vasos, los lleva, regresa, les pregunta por órdenes a las meseras… Aún así se da unos segundos para preguntar: Do you need anything, honey?…

Por fin, luego de media hora, llega mi plato. Lo estaba viendo desde que Don Marcial se lo puso en el mostrador al muchacho.

El omelette con verduras parece que inmediatamente se me sube del estómago al cerebro.

Hace unos minutos, no pensaba dejar propina, pero, poniendo atención a lo que es el trabajo de los empleados, me sentiría mal si no lo hiciera.

Y no solo eso.

Llamo a April, y cuando ella está pensando en un reclamo, yo solo acierto a decirle: “You’re a Supermanager”.

Ella me da un leve abrazo y ríe.

“I try”, dice.

DANZA: Ricardo Gálvez Aguayo, maestro de Los Matachines en Los Angeles

De espaldas a su huerto alambrado y cultivado de tomatillos, sentado en una silla de plástico, Ricardo Gálvez Aguayo dice con voz grave: “la vida me la acabé danzando”.

El hombre de Jalisco es uno de los danzantes que enseñó a los angelinos a bailar la danza de los matachines.

Lo hizo a través de su hijo Javier, que lo mismo va a la Universidad de Irvine que a la de chihuahuas para mostrar su arte.

Con un oído activo parcialmente, y otro completamente sordo a causa del ruido de un balazo que un amigo disparo contra un león de la Sierra, a sus 90 años, dialoga en su casa de Atwater Village, con una gran serenidad.

DE JALISCO A CALIFORNIA

Sombrero de fieltro negro, manos rugosas, ojos cansados, apoyándose en el bastón, rememora los días en que la danza era un ritual festivo que empezaba a las dos de la madrugada y terminaba a las 6:00 de la tarde.

“Yo nací en el rancho de Los Otoles. Ahí danzábamos con la pastorela y en las fiestas de la Santa Cruz. Venían de todos los ranchos, del de Ojo de Agua, de los Gálvez, los Robles, Ternsco de arriba y Tenasco de abajo, de los Bonilla… danzábamos toda la madrugada”, recuerda Gálvez.

Añade que los pueblos solo hablaban de “la danza”, sin hacer distinción si era de los matachines o de los aztecas.

Es su hijo quien se encargó de estudiar esa tradición y dar explicaciones a los universitarios más complicadas.

La danza concluía con una representación del intento de los moros por robar la cruz.

“Se trataba de que el moro llegaba con sus hombres a caballo para llevarse la cruz hasta que se mataban ‘de a mentiras’. El moro decía: ¿que novedades son estas que en mi patria no conozco que festejan la cruz de Cristo?. Nosotros atacamos acuchillándoles una vejiga de cochino llena de sangre que llevaban escondido en el cuerpo.

“Muchos se asustaban porque pensaban que era de a deveras. Una vez hasta yo mismo me asusté porque mi amigo Calixto se desmayó y pensé que se les había pasado la mano. Yo era el bachiller que daba el mensaje y mi padrino Otón, el cristiano”.

Gálvez se sabe de memoria los diálogos. También los movimientos de danza. Toma su bastón y hacer una muestra frente a su esposa, que es 10 años menor que él.

“Hay redobles que todavía los jóvenes no saben hacer”, asegura luego de que acompañamento de un  leve silbido hizo la cruz con sus pies.

ARTE Y TRABAJO DURO

Cuando emigró a Estados Unidos trabajo en el campo. Levantó muchas cosechas, incluso en Idaho. Sus manos toscas aún denotan fuerza.

“Fue por ella que me animé a venir”, comenta dirigiéndole una mirada a su esposa, “Ella nació aquí y cuando cruzamos la frontera en 1957 solo les enseñó su acta de nacimiento”.

Ofelia aún recuerda cuando eran novios por carta.

Él pasaba a todo galope en su caballo y se detenía unos segundos para dejarle una carta, mientras ella barría  la calle.

“Luego mi mamá salía y me decía: hija como que oí un caballo”.

Con siete hijos de familia, don Ricardo entretenía sus hijos contándole las historias del rancho los Otoles.

Quien ponía más atención era Javier. De tanto escuchar un día le preguntó por qué no bailan otra vez.

Su padre, quien se había reunido aquella vez con sus compañeros de baile, le contestó que no podía, que aquí no estaba el Cerro de la Cruz, ni los tambores, ni el uniforme con que se gastaba tres pesos de plata. Pero con un chiflido provocador todo se arregló

Javier aprendió esta tradición y le dió brillo. A sus 52 años es un maestro que lo mismo da clases en México que en Estados Unidos, y en el desfile de Navidad de Hollywood de 1999 llevó al primer grupo de danza nativa en la historia de ese evento.

Me dijeron que tenía que llevar 300 bailarines como mínimo, y le empecé a hablar a todos mis estudiantes, muchos de ellos ya profesionales.

Javier estudió ciencias políticas en la universidad, pero su pasión por la danza lo ha llevado Mexico a estudiar. Éste gusto lo ha transmitido a sus hijos y otros estudiantes que se suelen ver en la Placita Olvera.

“Yo incluso me traje al maestro Florencio Yescas de México”, dice.

Mostrando ya algunas camas debajo de sus sombreros, Javier dice considerarse asimismo como un nahual moderno.

Los Nahuales eran una especie de hechiceros que se convertían en animales. Con un ‘pager’ en la cintura, el profesor Gálvez dice que hora es casi la misma magia universitarios pasa del uso de las computadoras y teléfonos celulares a convertirse en aves y animales danzantes.

“Llevar un pager y un penacho es parte de la sabiduría de un nahual”.

Javier tiene cuatro hijos: Susana, Sonia, Esteban y Daniel.

Susana se graduó recientemente de la Universidad de California en Santa Cruz y le pidió a su padre un regalo que fácilmente cumplió: danzar los matachines.

Con dos hileras de matachines con sus mejores galas Y caracoles que hicieron las veces de trompetas heráldicas, Susi hizo también un homenaje al abuelo Ricardo, “El Danzante Mayor”.

Y aunque Los Matachines han llegado a Hollywood, el abuelo Ricardo Gálvez solo lamenta que en el rancho Los Otoles todo haya terminado.

“No había agua. Empezamos a irnos y todo quedó en la ruina” finaliza sin dejar de hacer con su bastón los movimientos que se asemejan a los que hacían los machetes que sacaban chispas en el suelo.

 

—José FUENTES-SALINAS, originalmente una versión fue publicada en La Opinión de Los Angeles, 2000

CAMBIO DE HORARIO: Los relojes

Lo sé. El próximo Domingo, a la hora de irme a dormir estaré “perdiendo” una hora.

Claro. Todo es un absurdo. Contar el tiempo es una arbitrariedad, una convención. Por eso, quienes dicen que hay “momentos que son eternos” dicen cosas tan absurdas como la que dijo Cantinflas: “hay momentos verdaderamente momentáneos”.

También es cierto lo que dice el poeta Israelita Yehuda Amichai: “el tiempo no está en los relojes”.

En eso pensaba la otra vez que fui al Swap Meet de la Villa Alpina, en Carson. En un puesto había un montón de relojes de pulsera usados. Tan solo ponerse a contarlos o a revisar cuáles todavía servían era una pérdida de tiempo. Eran relojes “electrónicos” que ya habían pasado de moda.

Venta de relojes usados en el Swap Meet de la Villa Alpina, en Carson, California.
FOTO: JOSE FUENTES-SALINAS

Me acuerdo bien cuando aparecieron allá a finales de los 70’s. Todo mundo quería tener uno. Pero ahora son tan corrientes que solo falta que los regalen en las caja de Corn Flakes.

Es cierto que de niño quise tener un reloj de pulsera, pero las únicas veces que necesitaba medir el tiempo era cuando andaba en la plaza jugando con mis amigos y en ese lugar bastaba ver el reloj de la Iglesia de Santa Ana para saber la hora. Y no solo eso: las campanadas de la iglesia hacían que inevitablemente volteáramos a ver el reloj.

Mi primer reloj fue un Caravelle de Bulova al que se le veían las tripas. Me lo regaló mi hermana María cuando regresaba de Estados Unidos y yo estaba en la Prepa. Me sirvió mucho para sacar dinero de la Casa de Empeño en Morelia, cuando me iba al cine y desacompletaba para el pasaje de regreso a Zacapu.  El propósito de tener un buen reloj entre los estudiantes universitarios, entre otras cosas, era el de tener un “valor” que empeñar en caso de extrema necesidad.

Luego, con el tiempo, fui aprendiendo que, así como con las personas y los títulos universitarios, había relojes más finos, como el “Rolex”. “Uuuuy…traes un Rolex!”. Pero para quien no luce como de “altos ingresos”, traer un Rolex era señal de desconfianza… o estupidez. Una vez, caminábamos por la Calle Broadway en el Centro de Los Angeles con un amigo, y alguien le ofreció un Rolex por 20 dólares. Era el Día del Padre, y mi amigo pensó que era una brillante idea para regalo. Su padre se lo recibió de buena gana, como un gran detalle, pero se aguantó las ganas de decirle: ¡Cómo serás pendejo!

Yo, con el tiempo, he pensado más en lo práctico, en un buen reloj que me aguante los manotazos en la alberca cuando nado, y que de un vistazo me deje ver la hora. Por eso uso un Citizen Eco-Drive que se recarga con el sol y tiene tremendos numerotes, y la pulsera es de acero inoxidable.

Esa es mi codiciada propiedad que ahora tiene un poco de la nostalgia infantil, aunque solo me costó 150 dólares, lo que muchos gastan por unos zapatos o un pantalón que les durará mucho menos tiempo.

Este mi relojito es de los pocos que todavía manualmente tendrán que ser adelantados con la entrada del cambio de horario en la madrugada del Domingo, a las 2 AM.

Los demás relojes, los de las computadoras, nos robarán automáticamente una hora.

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  • José Fuentes-Salinas, tallerjfs@gmail.com
    Long Beach, California, Marzo, 7, 2019.

CRONICAS DE CALIFORNIA: La Banda Oaxaqueña “Herencia Zochileña”

ARABELA TIENE SIETE años y entra la iglesia de San Emydius con sus nachos con queso en la mano. Sabe acaso que esa no es la forma más correcta de comulgar con dios, pero tiene hambre, y, además, quiere acompañar a su hermanita que toca el flautín en la banda filarmónica “Herencia Zochileña”. Se me queda viendo como pensando acaso que le voy a decir “niña, a la casa de dios no se llega con botanas”.

Luego, el director y maestro Alberto Martínez, con su trompeta empieza preparar a los niños que acompañarán la misa dominical.

“Aleluya, aleluya Santo, Santo es el señor…”

Luego de la primera intervención de la banda, viene la carta a los hebreos, el Evangelio según San Marcos, la referencia a los fariseos, al divorcio al y el padre hablará del noviazgo, de lo que es tener una compañera, no un objeto…

Mientras, Melanie y Adrián colocan sus iPhones debajo de las partituras musicales que tienen impresas la “Misa Oaxaqueña”.

Yo vine aquí porque Venancio me invitó, porque quería verlos en acción, antes de que se presenten el 10 de noviembre en la Lynwood High School.

“Va a ser una fiesta oaxaqueña para juntar dinero y comprar o arreglar instrumentos”, dijo Venancio que es como el publirelacionista sin título de los zochileños.

Por un momento en ese espacio se juntan las bondades del mundo: los niños que no quieren otra cosa que alegrar los misterios de la existencia, el maestro que generosamente da su tiempo para preservar la música, la soprano que canta el Osaaaanaa… la hija que lleva a su madre en silla de ruedas, el adolescente que carga el pesado corno inglés… Y los voluntarios que allá, en el comedor, servirán a los hambrientos pozole, menudo, tacos y tamales como multiplicando el evangelio proverbial.

Niños de la Banda Infantil Oaxaqueña en California “Herencia Zochileña” en la misa de 2 PM del último domingo de Octubre, 2018. FOTO: José FUENTES-SALINAS.

MAS ALLA DE “COCO” Y HOLLYWOOD 
Más allá de los estereotipos de la cultura mexicana, la comunidad oaxaqueña mantiene el movimiento de la cultura popular.
Cuando van a tocar a un funeral se ponen muy serios. Observan a los dolientes, y, al tocar el “Dios nunca muere”, saben que están contribuyendo a la elaboración del duelo. Pero cuando los invitan a tocar a la Universidad de California de Los Angeles (UCLA) junto con un grupo de danza, saben que ahí, la tuba y las trompetas tienen que provocar el ritmo de los pies.

“No es solamente la música”, dice el director y maestro de la Banda Infantil Herencia Zochileña, Aberto Martínez, “es la cultura, los valores de sus ancestros”.

La banda que el 10 de Noviembre tendría una presentación cultural en la Lynwood High School para juntar fondos para sus instrumentos es una de las mejores expresiones de la cultura latina y mexicana. Para formarse no requieren de fundaciones ni academias, y la espontaneidad con que se forman refleja el carácter verdadero de la cultura popular.

“Así como los brasileños casi nacen con una pelota de futbol, los oaxaqueños nacen con un instrumento”, dice Martínez.

Alberto Martínez, director de la Banda Musical “Herencia Zochileña” en una misa en la Iglesia San Emiydius, en Lynwood California. 1022018. FOTO: José FUENTES-SALINAS.

En una presentación reciente en la misa de 2 PM de la Iglesia de San Emydius, de Lynwood, los chamaquitos se apostaron en una esquina, al lado izquierdo del altar, y a la señal del maestro empezaron a tocar la “Misa Oaxaqueña”. En ese momento ellos se convertían en el centro de la invocación espiritual, como en los tiempos de Mozart.

Son niños. Los menores tienen siete años, los mayores, 17. Y como niños, no se podía evitar ver que debajo de la partitura unos pusieran su iPhone, para en un descanso ponerse en contacto con el ciberespacio.

Cuando se le pregunta a Martínez cuál es el principal obstáculo para la enseñanza musical en estos tiempos de cibertecnología, no duda en decir que son los celulares.

“El mayor obstáculo puede ser la distracción de la tecnología. Por eso, en las juntas yo se los hago saber a los papás. Les digo que se la tienen que prohibir, si no hacen caso. Hay que tener carácter. Yo, cuando vienen a las clases, si le quito el celular a uno, los demás hacen caso”.

Pero ¿no les puede servir para escuchar cómo tocan otras bandas?, se le pregunta.

“Si. En ese sentido puede servir. Pero yo no quieron que se hagan músicos líricos (de oído). Yo quiero que aprendan a leer las partituras. Ahora que, si, cuando vamos a tocar a un lado, les paso en mensaje de texto la lista de piezas que vamos a tocar, para que estén listos”.

Partitura de la Misa Oaxaqueña que niños de 7 años han aprendido a leer. Foto: José FUENTES-SALINAS.

La banda formada hace tres años es una de las varias que existen en el Sur de California. Recientemente fueron de visita a las fiestas patronales de Santiago Zochila y fue una verdadera sorpresa para los niños.

“Fueron a tocar con las mejores bandas de la región, y los dejaron muy impresionados”, prosigue Martínez. “Cuando aún no regresaban a California, empezaron a llegar una gran cantidad de mensajes en el Facebook, de lo impresionado que estaban”, dice.

Martínez, quien trabaja planchando en una tintorería, está satisfecho del trabajo que ha hecho. Tiene tres hijos que también aprendieron la música, uno de ellos, Jorge, toca la tuba en la Banda de Régulo Caro.

Cuenta que hay niños que además de tomar clases de música con él, están en los programas de música de sus propias escuelas, y, con frecuencia, sorprenden a sus maestros.

“Hubo uno, que según eso, estaba atrasado en su escuela, y luego de un mes, aprendió más de lo que le habían enseñado en todo el curso. Yo creo que se trata de motivar a los niños. A veces los padres se ponen a llorar cuando ven cómo sus hijos tocan la música en sus presentaciones. Una señora me dijo ¿cómo le hizo si mi hijo era un diablillo en la casa?”.

Oriundo de Santa María Yalina y casado con una mujer de Santiago Zochila, recuerda que cuando quizo aprender a tocar música, su abuela no quería. “Todos los músicos son unos borrachos”, le decía. Pero como “los oaxaqueños nacen con un instrumento”, pronto aprendió este arte, y antes de emigrar a Estados Unidos, ya había formado una rondalla en la iglesia de su pueblo.

Los Héroes de la Independencia

¿Me lo habría mandado algún dios misericordioso en un acto de magia?.

Todo aquello era muy raro.

El viernes había ido al Swap Meet de la Villa Alpina, en Carson.

Pasé a conversar con Enrique, el vendedor de joyas usadas, monedas viejas y chacharitas.

Hacía una semana que le había comprado un peso mexicano con mi fecha de nacimiento, en un acto de nostalgia.

Hablábamos y hablábamos de lo feliz que nos hacían nuestros atribulados padres como estas moneditas del día domingo.

Esa monedota de Morelos la llevada desde entonces como un fetiche, como una moneda de suerte.

Al regresar a la casa en Long Beach me quité la ropa para lavarla.

Saqué de las bolsas del pantalón mis llaves, mi billetera y la moneda de Morelos.

De pronto, sentí que en un rinconcito de la bolsa había otra monedita.

Era doña Josefa Ortiz de Domínguez, la heroína de la independencia, que acaso no quería dejar solo al Generalísimo Morelos.

¿Cómo habría llegado allí, de donde?

Cuando vi que era de la misma fecha de mi nacimiento entendí el mensaje: alguien del más allá quería recordarme que los pesos pesados están hechos de las humildes Josefitas de cinco centavos.

 

—José Fuentes-Salinas, 07202018.