El Octagenario

El primer sol del sábado empieza a levantarse del lado de la autopista 605. A un costado del Río San Gabriel, Luis se detiene a tomar agua. Su bicicleta es un modelo viejo, pero rueda como esas que los pelotones de jóvenes llevan en la pista que baja desde la presa de Santa Fe Springs hasta Seal Beach.
-Ja jaa… Cuando yo estaba chamaco esos ni me hubiera visto el polvo -dice.
Con su ropa de ciclista que ya le queda un poco floja, Luis disfruta de sus paseos a un costado del río. Conoce a muchos de los que llegan ahí, y platica con quien lo escucha.
-¿Los guatemaltecos?… No, esos son portugueses -dice- ellos llegan más tarde. Hay veces que me los encuentro cuando voy regresando. Yo vengo más temprano porque el sol pega mås fuerte al rato, y a mi edad ya no les aguanto esa temperatura.
Luis es de un Tlapachahuaya, cerca de Ciudad Altamirano, Guerrero. Probablemente sea el ciclista de más edad que transita por esa ruta donde el Río San Gabriel es solo un hilo en medio del concreto que está por morir en la playa. Mientras conversamos, las garzas y patos buscan comida en el agua y los ciclistas pasan a un costado.
-Vengo aquí tres o cuatro veces a la semana, pero antier no vine porque me fui a pescar… ¿a donde?… Aqui mismo. De Long Beach sale el barco que nos lleva a las Islas Catalina… Ja jaaa… No encontré sirenas… Esas las veo nomás asolearse en la playa. Pero ahí en Catalina se agarra de todo, inclusive atún. Se la pasa uno bien, pero se tiene que levantar temprano. Pasaron por mi a las cuatro de la mañana, pero uno se entretien.
Compadeciendo de nuestras bicicletas, la mía que costó 85 dólares en Wal Mart, y la de él, lleva los forros de los manubrios desgastados y no es de las que usan pedales para encajar los zapatos, sale el tema de los modelos de los pueblos.
La cuestión es moverse y que no lo dejen a uno en el camino.
Cuando le platico de las pesadas bicicletas Hércules que usaba mi padre para transladarse de escuela a escuela, cuando daba clases, Luis recuerda también las de Tlapachahuaya.
-Esas si que eran mulas de trabajo. Mire yo allá trabajaba distribuyendo la cerveza Carta Blanca, pero en bicicleta. En la parte de atrás le había adaptado una parrilla y una tabla para cargar los cartones. Cuando iba a recoger las cajas de las botellas vacías a las cantinas, había veces que hacía una pirámide que hasta se levantaba de adelante la bicicleta. Nomás por pura nostalgia, la última vez que fui a mi pueblo, iba decidido a comprarme una igual, aunque allá tengo una bicicleta de aluminio. Me dijeron ‘eyy, Luis, conozco quien te puede vender una’, y allá voy. Pero cuando la Bajo el entendido de que en esta vida se tienen que estirar constantemente los músculos o se cuelgan los tenis, y de que hay dos maneras de entender esto: con dolor o sin dolor, Luis cuenta que su sobrino que la vez pasada lo acompañó a regañadientes ahora ya no lo podrá hacer.
-Le puesieron un marcapasos… ¡Carajo!, a él tan jóven… Fue en uno de los partidos de la Selección en el Mundial de Brasil… Estaba celebrando, luego de una buena comida, se echó unas cervezas y cuando iba a llevar las botellas a la cocina ¡zas! se fue de espaldas. Dice que es de lo último que se acuerda. Estuvo internado y no quería aceptar que iba a necesitar nada. Luego le pusieron de esos aparatitos con cables para chacarle el corazón las 24 horas… Luego le dijeron: mire, aquí dice que el corazón se le paró por unos segundos… y va a necesitar el marcapasos.
La plática ha sido suficiente como para descansar un poco. El sol sigue subiendo y cada vez hay grupos más numerosos de ciclistas. Pasa otro pelotón de unos 20 jóvenes y personas mayores con sus uniformes brillantes y sus bicicletas de Canondale, Specialized…
-Bueno, ahi nos vemos -le digo Luis y me voy de regreso.
Más adelante me alcanza y busca seguir la conversación.
-Usted hasta dónde va -me pregunta.
-Aquí, en el parque doy la vuelta.
-Andele pues, ahi nos vemos en la próxima, yo todavía tengo que pedalear un poco más.

* José Fuentes-Salinas, Ago., 16, 2004. tallerjfs@gmail.com

Los caminos: entre Zacapu y Palm Springs

Rocas y yerbas tienen formas perfectas que contrastan con el azul intenso en Palm Srings. Foto: José Fuentes-Salinas

Rocas y yerbas tienen formas perfectas que contrastan con el azul intenso en Palm Srings. Foto: José Fuentes-Salinas

Andar caminos ha sido mi juego, caminos de piedra y tierra, de vestigios de mis ancestros, de yerba verde o seca. Desde los caminos que suben y bajan en el Cerro de la Crucita descubrí la amplitud del paisaje de pueblo original: el Cerro del Tecolote, la Laguna, la Quebrada donde una serpiente de agua rompió en dos la colina rocosa. Tzacapu quiere decir “lugar de piedra”. Entre caminos de rocas, bordeados de cercas y milpas de maíz, iban apareciendo los bloques que habrían pertenecido a pirámides tarascas. Entre caminos entretejidos de anís, aparecían fragmentos de flechas y navajas de obsidiana, tepalcates de ollas, ídolos y vasijas. El rompecabezas de mi memoria se empezó a formar así. Iré Ticátame, Sicuirancha, Tsiran Tsiran Camaru… ¿Acaso ustedes caminaron por ahí también?. Los amigos de antes no necesitabamos de más. Un paseo por esos cerros accidentados era suficiente para sacudirnos el aburrimiento de calles pavimentadas y regaños familiares. Pero el tiempo me ha puesto en otros lugares. Las visitas a Palm Springs tienen algo ancestral. Los indios Cahuilla también han transitado esos cerros de rocas rojizas que se alzan a espaldas de la ciudad, y, al igual que el Cerro de la Crucita sirven como un mirador desde el cual se ve el caserío y hoteles con albercas. La aparente aridez y desolación que se observa desde lejos, cambia cuando uno transita eso caminos por donde se internan visitantes canadienses o ingleses. De pronto aparecen rastros de vida en plantas que nacen y florescen rápidamente, para volver a un estado de latencia. Aparece una zorra y un correcaminos y los minúsculos lagartos juegan entre sombra y sol. La atracción es la ausencia de lenguajes, de publicidad, de anuncios y cifras. Contraste radical con lo que yace allá abajo, los casinos y los servicios de lujo. Para el disfrute de esa geografía solo es necesario tener la imaginación intacta, poder asociar el azul intenso con el color cobrizo y dorado de la superficie. Las plantas y las rocas son formas perfectas que no requieren de reacomodos, volúmenes que desafían el equilibro, picos y huecos que cumplen funciones de miradores y refugios… plantas que matizan la linea de fuga del paisaje. Y en todo esto, no hay negocio.