LA FOTOGRAFIA EN MEXICO: el erotismo de Eugenia Vargas Daniels

Este es el momento en que las demás artes plásticas deben guardar silencio: la fotografía artística está jadeando de placer.

En el Museo Universitario del Chopo se están presentando las fotografías murales de Eugenio Vargas Daniels.

Su autorretrato, es un erotismo potenciado al barro rojo.

Eugenia no teme a los santurrones decimonónicos y con 12 imágenes punzantemente humanas, radicales en el sentido Eros-Tanatos, se ubica a un lado de “La Buena Fama Durmiendo”, de Manuel Álvarez Bravo.

La fotógrafa, la modelo, aparece desnuda y blanquísima primero, luego, llena de barro, ofreciendo el pecho bueno kleiniano.  Es la vida y la muerte una figura de tres poses, estatua que orina su fantasía, carnosa cuerpo en busca de una tumba, abriendo la vagina de la madre tierra… (hoy quiero hacer crítica pero la poesía me anula, comprendo a los prologadores de libros de fotografía).

Eugenia llegó a la Ciudad de México el día del terremoto de 1985, su patria fue Chile,  y Puerto Rico. Viene de una familia conservadora de Chillan, su padre político, su madre pianista, quien le impuso su talento musical “con todos los prejuicios de la clase y media”, como ella misma lo dice.

Fotógrafa chilena, radicada en México, Eugenia Vargas, luego de haber realizado uno de sus autorretratos desnudos en los que se llena de lodo aparentando ser una figura de barro. Foto: José FUENTES-SALINAS. 1988.

La educación de la escuela de monjas alemanas le enseñó, a contracorriente, que “el erotismo es lo más esencialmente humano”.

Ángel Adams, el fotógrafo que tiene el récord de la foto más cotizada en el mundo, le enseñó la gran “lección de humildad” que aún conserva Eugenia: “era muy amable con sus alumnos, no se enseñaba pacientemente en su laboratorio y a veces nos invitaba a tomar té a su casa, esto fue en 1982, cuando fui a Carmel, donde me aceptaron, a pesar de no hacer paisaje sino desnudos”.

Acostumbrados a un erotismo de medio tono, que algunas veces se diluye en idealizaciones románticas o naturalistas, la autora habla de sus manantiales creativos: “es una preocupación que tuve cuando recién empecé a ser autorretratos, cuando tenía el problema del llamado ‘buen gusto’, de la moral tradicional que uno recibe en América Latina. Llego un momento en que me saturé con lo que estaba haciendo y me aburría”.

“Algunas veces, uno tiene poca madurez y quiere proyectar una imagen semejante a la que ha visto, el amor, la belleza, el ideal del cuerpo femenino, pero en la medida en que uno va madurando y avanzando en el medio fotográfico las necesidades van tomando otros matices.

“Yo veía mis autorretratos, que vengo haciendo desde hace 15 años, y no eran ya eróticos, eran clichés fotográficos, entonces me pregunté: qué aporta uno a la fotografía?, Cuáles son mis necesidades en cuanto al erotismo?… Me di cuenta que mis autorretratos ya no me proporcionaban nada, ni emocional, ni visualmente, de ahí salió este riesgo, cerrar los ojos y lanzarme. Algunas veces resultaba y otras no, pero uno va puliendo su erotismo personal, lo que desea ver, así llegué a esto.

“Cuando llegué a México me interesaron mucho los libros de historia. Leía libros acerca de lo que hacían los mexicas con sus sacrificios humanos y tengo una serie que hice con vísceras de animales, es todo el rollo de la materia orgánica, la vida y la muerte.

“A la mujer de barro también me aproximé con esa idea, la de la fertilidad, además de la idea feminista de decir este es el erotismo que es presentado por una mujer y no por un hombre y eliminar la dependencia de lo que quiere entender el hombre por erotismo en la mujer.

“Tengo un amigo que relata un sueño: se va a caer de un precipicio y el sabe que se va a morir… Se va a morir… Se va a morir y llega al final y despierta y resulta que está teniendo un gran orgasmo… El erotismo y la muerte tiene mucho de común.

— ¿Dónde hiciste tus fotografías murales?

“Las que tiene el fondo blanco las hice aquí (CDMX), la mona orinando la hice en Pachuca y las otras entre Xalapa y Puebla, es un lugar muy fuerte donde sacan material para construcción.

— ¿Por qué la insistencia en el autorretrato?

“Es la única forma en que puedes entregarte totalmente a tu trabajo, a ti misma, es mi propuesta, es lo que yo entiendo o quiero dar a entender. No puedo no puedo trabajar de la misma manera si estoy utilizando otra persona, porque esa persona no tiene la necesidad que yo tengo.

“Esa persona se está sometiendo a algo, pero no se está entregando totalmente a lo que yo necesito hacer, esa es la insistencia para usarme a mí misma. Además, yo no puedo someter a otra persona trabajar así, no puedo decirle: ¡enlódate!, a menos que tengan la necesidad de desnudarse y orinar y hacer todo lo que se necesita.

“Cuando uno se mide o tiene prejuicios es muy fácil caer en la mediocridad y repetir clichés. Además, ese otro puede tener la idea de querer proyectar cierta imagen y eso es lo que yo no quiero, yo quiero proyectar mi imagen de lo que yo quiero, lo que yo tengo aquí adentro, ¿no?… Entonces mi trabajo es más intenso. Con otra persona no puedo hacer eso. Me satisface emocional y físicamente, cumple todo lo que yo esperaba de ese trabajo. Con otra persona tendría ciertos límites.

– ¿Aún tratándose de tu compañero?

“Sí, porque, después de todo, me da pena. Soy una penosa, aunque no lo creas.
Tú pensarás que es una contradicción porque después los pongo en murales, pero no, porque ya la foto tiene vida sola… Tengo responsabilidad en el momento de hacerlas pero ya después no”.

 

—José FUENTES-SALINAS, Ciudad de México, 17 de Septiembre de 1988, El Universal