Repartieron las últimas palabras y las flores. Bajó con una gran precisión y lentitud movida por la moderna tecnología.
Me dieron una rosa blanca para que la depositara sobre ella. En lugar de eso, la tomé y la llevé a lo más alto. A que le diera luz. La convertí en mi modelo, la puse en medio de un tronco de un viejo árbol, la llevé sobre la pala que echaría la tierra, la puse en un altar con vista panorámica hacia los camínos y montañas.
Luego la puse a beber agua de la fuente donde se reflejaba el sol.
Finalmente, días después, luego de perder unos pétalos, quedó colgada con un alfiler cerca de los libros que más quiero, en mi biblioteca.
La rosa blanca tenía su misma palidez, su tranquilidad, su expresión, cuando descansaba tan tranquilamente la noche anterior.
Ella decidió empezando el año dejar de oponerse a ese fantasma que la acechó por 10 años.
Se dejó llevar lentamente por ese fantasma que le fue quitando fuerzas, hasta que finalmente le quitara lo que más placer le daba: su conversación.
Todavía, en sus últimos días pudo escuchar música purépecha de Los Erandi, poesía de Jaime Sabines y música de Billy Vaughn.
Ya sin habla, murmuraba al final un último deseo personal, y hacía los encargos más importantes, pedía que le pintara el pelo para cubrir esas leves canas.
Frente a ella, mientras el viejo padrecito daba sus últimas bendiciones, en el pasto, frente a todas las personas, sus nietos jugaban con sus cochecitos.
La lluvia se detuvo esta mañana. Entre las nubes, un sol generoso salió para acompañar a los dolientes. Entre los árboles y el pasto recién regado, los niños corrían como si aquello se tratara de un día de campo.
En el centro de aquel verdor, una concentración de sombras rezaba, lloraba y se abrazaba. Algunos de sus abrazos me alcanzaron al estacionamiento.
Luego salimos rumbo a un almuerzo. Pasamos por unos pollos rostizados y llegamos. Era un día como cualquier otro: el tráfico, los camiones llevando sus mercancías, los muchachos regresando de la escuela. No muy lejos de ahí en Coahuila, México, 65 mineros también quedaban sepultados.
Colton es una ciudad poco poblada que se parecía a su pueblo natal de donde había llegado al mundo hace 58 años.
Luego de la misa en la iglesia de Santa María, el cortejo había pasado por caminos humedecidos por la lluvia. Vimos pirules, pinos creciendo para la Navidad, nopales, magueyes, bugambilias…
Sobre las colinas, la neblina había desaparecido, dejando un aire más transparente que nunca.
Esas lomas, esos caminos que tanto se parecían a La Piedrera y a La Crucita quedaban por siempre vigilando su descanso, su debilitado cuerpo.