Librería Barnes & Noble: encuentro con los lectores

ERA IMPRESIONANTE LA CARGA. Puro peso pesado. En la fila de libros en español de la librería Barnes and Noble, en Torrance, California, tenían apartados un montóncito de munición intelectual que hubiera identificado a un profesor de UCLA o USC. Eran libros de Nabokov, Chomsky, Borges,… Pero Ponciano y su hermano no eran profesores universitarios ni maestros de primaria… Ni periodistas.
– Yo estoy retirado -dijo el hermano- y él se vino Estados Unidos de matacuaz.
Conversamos. Oriundos de la Huerta, Jalisco, allá por los rumbos de Casimiro Castillo, y Cihuatlán, Colima, Ponciano se había venido en los tiempos de José López Portillo, cuando se escaseó el trabajo. Dice que su gusto por los libros lo aprendido en el seminario.
Pero el gusto era un poco insostenible porque en el pueblo no había una sola biblioteca, aunque si muchas cantinas. Aún así, antes de venirse a los Estados Unidos a trabajar en la construcción, ya había leído la filosofía de Ramón Xirau y las obras de Octavio Paz.
Maestro en la construcción, y en la construcción de su propia cultura, Ponciano y su hermano parecían niños que entran a un supermercado de juguetes, y uno a uno van echando libros a la canasta como quien echa gruesos ladrillos para leer.

Lectores en compra de libros en la Librería Barnes And Noble, de Torrance, California.

  • Torrance, California, 10 de Marzo, 2017. José Fuentes-Salinas, tallerjfs@gmail.com

Elogio de la Escritura frente a una vieja máquina de escribir

"Mecanografiar" un texto solía significar darle un estatus diferente a los textos, algo de lo que siempre he desconfiado. Foto: playera conseguida por Marlon, y máquina que encontré en el Swap Meet de Carson.

“Mecanografiar” un texto solía significar darle un estatus diferente a los textos, algo de lo que siempre he desconfiado. Foto: playera conseguida por Marlon, y máquina que encontré en el Swap Meet de Carson. Foto: Patricia Fuentes.

SOY MAL ESPECTADOR de televisión, de manera consuetudinaria, crónica, irremediable. Empecé a ver televisión a los 10 años. Era una Admiral Blanco y Negro, con patas como de garza. Los programas eran: Flipper, La Isla de Gilligand, La Ley del Oeste, Espía con espuelas, El Teatro Familiar de la Azteca, Siempre en Domingo… Mi idea de entretenimiento estuvo basada en la escritura. El librero de la casa estaba lleno de revistas de Jueves de Excelsior, libros de texto de los hermanos mayores desgastados, la Historia de México de José Vasconcelos, ilustrada por José Bardasano.

Son cincuenta años en que la escritura ha competido abiertamente con otras formas de entretenimiento y siempre ha ganado. En el proceso, me ha dado de comer, ha pagado mis deudas. Me ha acompañado. He entendido un poco su ritmo, su fuerza, su propósito. La he usado como me ha dado la gana.

“A los puristas denles dolores de cabeza, usen el lenguaje como quieran, pero háganse entender”, me decía Antonio Alatorre, “Los 1001 años de la lengua española” en el Hotel Biltmore hace años.

En la casa, la escritura siempre estuvo en el centro del interés. Mi hermano Javier, el cartero, repartía escritura todos los días en su motocicleta Islo o en la bicicleta Hércules. Mi padre escribía cantos y partituras musicales. La escritura estaba por todas partes. Martha la hacía de dos formas: tenía álbumes de su entrenamiento caligráfico y mecanográfico. En cuadernos de pasta dura, como los que todavía uso, mi padre en su momento de sastre, escribía las medidas de los clientes. Mi firma, que no ha cambiado desde los 12 años en que abrí mi primera cuenta de ahorros, está basada en la de mi padre, regular y legible como la escribía en las tarjetas perforadas que eran los cheques.

En la escuela primaria Cristobal Colón llené planas de sujeto-verbo-predicado. Supe que hay pasos que suelen ser aburridos y necesarios. En la secundaria supe que mecanografíar la escritura era un momento de seriedad importante, pero desconfié de tal estrechez. Entre otras cosas, porque la máquina Royal de Martha tenía un poco desmadrados los resortes y se brincaba las lineas. Las cintas eran caras, además. La letra manuscrita era más carnal, más honesta. Por eso sigo escribiendo así. El que mejor la escribía era Fausto, el Inge. Parecía arquitecto. En la secundaria, un compa de apellido Córdova, tenía un estilo de escribir exactamente en medio del renglón, sin que tocara la linea. Le aprendí bien su estilo que sigo usando en mis cuadernos italianos.

Supe de cómo escribir cartas, postales y telegramas. Las bases de todo lo que hago, siguen ahí. Un telegrama eran unas diez palabras, a veinte centavos cada una. Había que usar de la mejor forma cada palabra, así como ahora son los 140 letras del Twitter. ¿Quiénes leían en el Zacapu de los 60’s y 70’s?. Los zapateros remendones, los sastres y los obreros: los periódicos el Esto, El Excelsior, las novelitas de vaqueros de Marcial Lafuente. Chava, el sastre, compraba El Heraldo o el Esto, Manuel Paz, El Excelsior. Los cuentos de la Editorial Novaro los compraba uno en el puesto de Camilo, un ciego que enseñó a Zacapu a ver el mundo a través de la lectura. Con mi amigo Pepe Villaseñor, llegamos a descubrir por nuestra cuenta las revistas pequeñas, como Contenido y Revista de Revistas. Se hacía lo que se podía. Fuimos de esos adolescentes raros que se metían al la Biblioteca Juan Bosco a leer, no solo a hacer tareas. También, un día saqué mis ahorros de la alcancía y compré “La Aldea Stepanchikovo” de Feodor Dostoyevsky y “Hojas de Hierba”, de Walt Whitman. Eran los únicos libros que tenía Camilo el ciego.

Quizá hubiera sido un buen lector de la Biblia y del Quijote, si no se hubiera exagerado la formalidad para sus lecturas. La novelita de Dostoyevsky era una edición barata, pero la leí en un día en el embarcadero de la Laguna. Aún recuerdo al personaje Foma Fomitch y la forma en que chantajeaba a la nobleza, casi como Rasputín.

En la casa siempre hubo libros. Martha agarró un trabajo por comisión de vender lotes de libros. Trajo a la casa manojos de novelitas de Ciencia Ficción rezagadas. También había enciclopedias, donde tuve un primer acercamiento a las teorías de la personalidad con esa clasificación de Kretchmer, donde los gorditos era extrovertidos y los flacos, melancólicos.

Siempre hubo escritura, de manera activa o pasiva. Salvador salió de la Escuela de Periodismo y cubrió las Olimpiadas del 68 para El Heraldo. Qué orgullo ver al carnal con fotos de atletas o con Rocky Marciano. Luego, fue el reportero estrella de La Voz de Michoacán. En su departamento de Morelia tenía libreros bien surtidos. Una vez visitamos la Redacción del Periódico en la Avenida Quintana Roo. El olor a tinta nunca se olvida, ni ese lema escrito en algún muro: “Yo puedo estar en contra de lo que usted piensa, pero defenderé hasta la muerte su derecho a decirlo” (Voltaire).

Fausto perdió un año de estudios de ingeniería de la mejor forma: haciendo teatro. Aún conservo el libro “Poemas y Canciones de Bertolt Brecht”, con su firma. Esas eran sus lecturas en el tiempo que se dedicó a la actuación. En la Plaza Morelos, alguna vez se presentó en una obra corta, “El Siguiente”, de Marion Cheever. Eso recordaría yo, años más tarde, cuando tomaba clases de dramaturgia en la Escuela de Escritores de la SOGEM en la Ciudad de México. El escritor de “Los cuervos están de luto”, Hugo Argüelles nos enseñó a bosquejar personajes con el diálogo. El mismo era un personaje. Cuando en el otro salón estaban haciendo ruido, le decía a mi compañera Gina Morett (Rosa de dos aromas, Las Poquianchis): “Gina, dile a esos que se callen o que se vayan a chingar a otro lado”.

En los ochentas era ferviente lector, primero del UNOMASUNO, y luego de La Jornada. Fue acaso, en esos años cuando todo cambió alrededor de la escritura. Fue en los 80’s, cuando empecé a escribir en El Universal En la Cultura, con Paco Taibo el viejo,  y en El Nacional, con Paulino Sabugal. El que me animó a ofrecer un texto a cambio de pago, fue el amigo uruguayo Rafael Romano, quien era colaborador. Fue también, cuando con los amigos Alberto Candelas y Nicolás Fuentes asistíamos a los talleres literarios del ISSSTE con Juan Bañuelos, Homero Aridjis y Edmundo Valadés.

HOY, LA ESCRITURA es un oceano de posibilidades.

No reconoce fronteras.

Aún muchos puristas no digieren el susto de que el Nobel de Literatura 2016 se lo hayan dado a un poeta cantor como Bob Dylan. Allá ellos.

Los canales de la escritura se multiplican. El culto a las personalidades se diluye. Así como la fotografía del Siglo XX democratizó la representación visual, ahora las cibertecnologías democratizan el discurso literario.

Si a usted no le gusta lo que escribo, muy su gusto. Pero ahora no tiene que lamentar haber comprado un papel. Estese tranquilo.

 

— José FUENTES-SALINAS, tallerjfs@gmail.com

 

 

Los huevos y el humor

Los huevos y el humor han sido recursos de sobrevivencia.

En los años de estudiantes universitarios, los mexicanos solíamos comer huevos por la mañana, huevos al mediodía y huevos “a huevo” por la noche.

Esta era la proteína más barata y preservable cuando no había refrigerador ni dinero para salir a almorzar.

Como una forma de salir de la pobreza, las familias tenían que mandar a sus hijos a estudiar “a huevo”. Y aunque muchos creen que las cosas “a huevo” no funcionan, muchos ingenieros  se graduaron aprendiéndose “a huevo” las ecuaciones diferenciales y las leyes de la termodinámica.

También los inmigrantes que nos vinimos a trabajar a los Estados Unidos, no nos hicimos demasiadas preguntas sobre nuestras posibilidades de sobrevivir. Nos vinimos porque “a huevo” que saldríamos bien librados.

Tener huevos es tener entusiasmo, tener voluntad. Pero esto no ha sido suficiente para la sobrevivencia del mexicano. También ha sido importante el sentido del humor.

Es por eso que Rodolfo Rivapalacio y su hermano Gabriel han hecho reír a millones de hispanohablentes. Sus caricaturas animadas en la Internet han sido vistas por más de 250 millones de cibernautas, y su película de los huevos humorísticos fue la segunda más taquillera del cine mexicano en su estreno. Con la ayuda de su amigo Carlos Zepeda, que es ingeniero de sistemas, y su padre Rodolfo, los hermanos Rivapalacio diseñaron “Los huevos cartones” en el 2000 en un departamento de la Colonia del Valle en la Ciudad de México. Para el 2002 la subieron a la Internet y con el auge del YouTube los valientes y chistosos huevos se pasaron de computadora en computadora -lo que antes se diría “de voz en voz”.

Con su voz y su acento muy de la Ciudad de México, los huevos se ríen de los conductores de la televisión que tratan como imbéciles a la gente humilde que asiste a los “Reality Shows”.

En la Navidad, los huevos se ríen de las tradiciones norteamericanas implantadas en México, y así resulta que Santa Clause es un tipo irreverente y cachondo.

-El es la voz de mi papá -me dice Rodolfo.

De haber empezado con dos computadoras, los Rivapalacio y su amigo el ingeniero Carlos Zepeda produjeron en el 2006 la película más taquillera del cine mexicano, después de “El Crímen del Padre Amaro”.

José Fuentes-Salinas, tallerjfs@gmail.com

 

-8 , Junio, 2012.

 

“La Serenidad”

A Los Angeles llegan todos vendiendo un poco de nostalgia a cambio de unos cuantos dólares: los baladistas de palabras desgastadas, los cantantes rancheros, los actores de chistes pícaros, los rockeros de estrenduosas guitarras…

En Los Angeles se producen kilómetros de sueños hollywoodenses y galones de lágrimas melodramáticas basadas en minitragedias periodísticas.

Ahí mismo, Carlos Ruiz Zafón escribió “La Sombra del Viento”, una novela que silenciosamente fue ganando más y más lectores en el mundo hispano y anglo, hasta que por accidente los medios hispanos de Los Angeles se enteraron de que aqui trabajó el escritor que fue reverenciado en la Feria del Libro de Guadalajara.

En el otro extremo, las editoriales persiguen cuentachistes de la radio y a los  locutores de la televisión para convertirlos en éxitos de ventas instantaneas.

A Carlos Ruiz Zafón no le preocupan los lectores que no leen. Le preocupan los que irán tras su segunda novela y la recomendarán de boca en boca.

-José Fuentes-Salinas.Dec.5.2004

Los libros

“PALABRAS mágicas de sabiduría… Sánese con Homeopatía… Tesoro de oraciones… Plegarias escogidas… Fábulas para pequeñines… Descubre tu futuro… El ché”… Los libros de papel rústico aún juegan en los pueblos a deslumbrar el interés de quienes ven en la lectura el alumbramiento de la inteligencia. Todavía en las personas del campo “Ser leido” es lo mismo que tener poder.

libros

LIbros de los “lejanos pueblos”. Foto: José Fuentes-Salinas

Ahora con el marketing de los libros electrónicos, de las tabletas y de los teléfonos inteligentes, pareciera que los libros de papel están destinados para aplastar insectos o ser devorados por ellos. En la película “Frank and Robot”, un asistente de una Biblioteca Pública decide robarse un ejemplar viejo de “El Quijote”, en un momento en que la biblioteca está haciéndose electrónica.

Pero lo que no ven quienes vaticinan la muerte del libro de papel, así como tiempo atrás vaticinaron la muerte de los cinemas, es que la relación entre los buenos lectores y el libro es algo muy personal y sensual.

La psicoanalista Isabel Luzuriaga dice que el libro es un objeto amoroso: se abre, se observa, se raya, se acaricia, se guarda, se recuerda… De ahí que los bebes aprenden a apreciar los libros mucho antes de que aprendan a leer, y un libro de cuentos en la mano de los padres a la hora de dormir es el nacimiento de la imaginación.

En realidad, a mí nadie me contó cuentos.

Pero tuve la suerte de que en la casa donde crecí, no había televisión, ni radio, ni electricidad.

La única caja mágica de imágenes y palabras, era ese librero con puertas y vidrio, donde descubrí mártires degollados que echaban a los leones o los tiraban al mar en un costal de serpientes, piratas de mares lejanos, y animales salvajes.

Todo era visual. Aprendí a leer libros, antes que leer.

 

 

YOU TUBE

VER LO que fue y se escapó al olvido. Las imágenes borrosas en movimiento.

Habla el poeta Paz: “Quisimos el bien, nos faltó humildad”.

Habla el cuentista Rulfo: “Escribí el habla de la gente, soy de un pueblo de pocos habitantes”.

Habla el cantor Yupanqui: “Soy pájaro Corsario que no conoce el alpiste”.

Entre anuncios y menús cibernéticos, discurre la historia que olvidó la televisión. Solo unas cuantas cámaras se ocuparon de ellos.

Los hicieron hablar y explicarse, los hicieron cantar y justificarse.

Ellos abonaron la imaginación de quienes fuimos muchachos en búsqueda de ideas, más allá del confesionario, más allá del salón de clases de aburridos maestros.

“Please, please, please…”, suplica James Brown.

Entre música y palabras, las ideas fluyen.

¿Las necesitamos?… Ellos son los hombres y mujeres de discos de acetato y libros de pasta dura. Son los creadores de los primeros contenidos del Siglo XX.

Entre guerras y protestas, nunca vieron la Revolución en “tiempo real” por CNN. Ellos nunca “clickearon”, nunca borraron con un dedo los errores. Afinaron bien la puntería, antes de arrojar palabras.

¿Se equivocaron?… Eso es cuestión de juicios. Ahí están sus videos en You Tube -que nadie opine a la ligera. Les costó un huevo existir y alumbrar los años por venir, el Siglo XXI, la revolución de los canales, no de las ideas, aclaremos. Todavía hay muchas preguntas qué contestar.

Que el deslumbramiento de la tecnología no nos confunda.

 

José Fuentes-Salinas,  tallerjfs@g-mail.com, Dec.,2011