La cultura está hecha de escritores muertos

AHORA LE tocó a su poeta irreverente, el que tenía la misma edad de su padre, y hasta se le parecía en su forma de hablar directa.

El no creía en las coincidencias, pero el jueves le sorprendió ver en el supermercado de libros la antología del escritor chileno.

Ya tenía una antología publicada en México, pero era de 1993. En 25 años, seguro que habría algo nuevo, aunque sabía que el viejito se había recluido en un pueblo lejano y melancólico donde le habían celebrado sus primeros 100 años, y, en el Youtube se podían ver videos por tal motivo.

El hombre no era consumista, ni siquiera de libros. Quería saber si la nueva antología del poeta cascarrabias había agregado algunos poemas que valieran la pena. Sacó la nueva antología y quizo tomarle fotos con el iPhone al índice para compararlo con el libro, pero la empleada lo detuvo: “no puede tomarle fotos a las páginas”. Y, por más que le explicó que solo era el índice, la empleada no dio otra respuesta. Salió de la librería encabronado. “Por eso se los va a llevar la chingada, son como burócratas”, se fue pensando.

Los supermercados de libros rara vez tienen la atención al cliente que los viejos libreros tenían. Foto: José Fuentes-Salinas.

El viernes no fue a trabajar.

Echó al morral de cuero el libro de antología y se fue a otra tienda de libros más cercana a su casa. Pero antes pasó al café. Compró un paquete de granos de Colombia Nariño y le dieron una taza de café gratis.

Se sentó. El vapor del café se levantaba sobre la mesa. Luego empezó a escuchar la plática de las mesas de al lado.

“Esto debe ser un hospital, no un café”, se dijo.

En la mesa de un lado se la pasaban hablando de la genética del cáncer y los últimos tratamientos. En la otra, unas señoras detallaban los problemas de la ciática, y los tumores malignos y benignos. Ellos, y ellas, con cabezas blancas o calvas, provocaron que el hombre sacara el libro “Poemas para combatir la calvicie”, publicado por el Fondo de Cultura Económica. En la portada Nicanor Parra parecía reírse de las pláticas.

Fue entonces, que el hombre se puso a pensar en si el poeta todavía vivía. Le parecía raro que en los Estados Unidos hayan sacado una antología con pasta dura.

La pregunta se la hizo al Google.

Fue entonces que se dio cuenta que a principios de año se había muerto sin hacer tanta bulla.

Quizá para evitar ese tipo de pláticas como las que ocurrían en el café de Long Beach el poeta se había retirado a una playa lejana a vivir.

El hombre dio un sorbo al café y se quedó pensando que sus escritores favoritos iban colgando los tenis, y este que era el más longevo se había ido de manera más discreta.

Se imaginó entonces una anti-biografía del anti-poeta:

Nicanor Segundo Parra Sandoval, poeta, matemático y físico. Nació en San Fabián de Alico, murió en La Reina. Dos hijos, Colombina y Juan de Dios… ¡Válgame Diós!… No creía en Dios. Más que poemas, escribía anti-poemas. Tenía alergia a la cursilería. RIP.

Libro de Nicanor Parra y cuaderno de escritura sobre la mesa de un café. Foto: José Fuentes-Salinas.

—José Fuentes-Salinas, tallerjfs@gmail.com, 05122018.

 

LOS ESCRITORES: el reportero que quería ser guionista de cine

EL JICAMO no quería ser reportero. Su trabajo en el periódico solo lo veía como una forma de sobrevivir mientras alguien, algún estudio, le compraba uno de sus guiones.

Todos los días llegaba con su motocicleta al centro de Los Angeles, abría su computadora y esperaba la primera de sus dos asignaciones diarias. Esa era la cuota de los reporteros, hacer dos notas diarias. Aunque, a decir verdad, el jefe de asignaciones les dejaba hacer la segunda nota con un comunicado de prensa y un telefonazo.

Pero el Jícamo abusaba. Se las averiguaba para sacar rápido sus dos notas de un “maquinazo” (como se decía en las salas de redacción cuando se usaban máquinas de escribir), y luego se ponía a escribir sus guiones.

Al principio causaba admiración de que anduviera en motocicleta y se pudiera trasladar rápidamente a distintos lugares de la urbe angelina, desde Boyle Heights al Valle de San Fernando.

Pero empezó a causar sospechas desde que una vez tenía su nota lista cuando aún la conferencia de prensa no terminaba, y el ya se había regresado. También, en la redacción les parecía sorprendente esa abundancia de citas de gente de la calle en sus reportes. Y hasta parecía que sus compañeras se fastidiaban de ver su eficiencia y estilo de redactar sus notas, mientras ellas con frecuencia tenían que esperarse más allá de sus horarios para terminar sus notas.

La mala suerte le cayó aquella vez que dejó unas fotocopias de sus guiones olvidadas en la fotocopiadora.

Al editor no lo importó tanto el hecho de que hiciera sus guiones en su horario de trabajo, o usara el papel del periódico, sino que descubrió que el diálogo de uno de sus personajes del guión era el mismo que había usado en su nota la semana anterior.

Cuando lo despidieron, sus amistades se dividieron.

Unos celebraban que hubiera ganado el escritor de ficciones, otros lo veían como un reportero que había desprestigiado su trabajo.

 

  • José FUENTES-SALINAS, Long Beach, California, Nov., 2017

Elogio de la Escritura frente a una vieja máquina de escribir

"Mecanografiar" un texto solía significar darle un estatus diferente a los textos, algo de lo que siempre he desconfiado. Foto: playera conseguida por Marlon, y máquina que encontré en el Swap Meet de Carson.

“Mecanografiar” un texto solía significar darle un estatus diferente a los textos, algo de lo que siempre he desconfiado. Foto: playera conseguida por Marlon, y máquina que encontré en el Swap Meet de Carson. Foto: Patricia Fuentes.

SOY MAL ESPECTADOR de televisión, de manera consuetudinaria, crónica, irremediable. Empecé a ver televisión a los 10 años. Era una Admiral Blanco y Negro, con patas como de garza. Los programas eran: Flipper, La Isla de Gilligand, La Ley del Oeste, Espía con espuelas, El Teatro Familiar de la Azteca, Siempre en Domingo… Mi idea de entretenimiento estuvo basada en la escritura. El librero de la casa estaba lleno de revistas de Jueves de Excelsior, libros de texto de los hermanos mayores desgastados, la Historia de México de José Vasconcelos, ilustrada por José Bardasano.

Son cincuenta años en que la escritura ha competido abiertamente con otras formas de entretenimiento y siempre ha ganado. En el proceso, me ha dado de comer, ha pagado mis deudas. Me ha acompañado. He entendido un poco su ritmo, su fuerza, su propósito. La he usado como me ha dado la gana.

“A los puristas denles dolores de cabeza, usen el lenguaje como quieran, pero háganse entender”, me decía Antonio Alatorre, “Los 1001 años de la lengua española” en el Hotel Biltmore hace años.

En la casa, la escritura siempre estuvo en el centro del interés. Mi hermano Javier, el cartero, repartía escritura todos los días en su motocicleta Islo o en la bicicleta Hércules. Mi padre escribía cantos y partituras musicales. La escritura estaba por todas partes. Martha la hacía de dos formas: tenía álbumes de su entrenamiento caligráfico y mecanográfico. En cuadernos de pasta dura, como los que todavía uso, mi padre en su momento de sastre, escribía las medidas de los clientes. Mi firma, que no ha cambiado desde los 12 años en que abrí mi primera cuenta de ahorros, está basada en la de mi padre, regular y legible como la escribía en las tarjetas perforadas que eran los cheques.

En la escuela primaria Cristobal Colón llené planas de sujeto-verbo-predicado. Supe que hay pasos que suelen ser aburridos y necesarios. En la secundaria supe que mecanografíar la escritura era un momento de seriedad importante, pero desconfié de tal estrechez. Entre otras cosas, porque la máquina Royal de Martha tenía un poco desmadrados los resortes y se brincaba las lineas. Las cintas eran caras, además. La letra manuscrita era más carnal, más honesta. Por eso sigo escribiendo así. El que mejor la escribía era Fausto, el Inge. Parecía arquitecto. En la secundaria, un compa de apellido Córdova, tenía un estilo de escribir exactamente en medio del renglón, sin que tocara la linea. Le aprendí bien su estilo que sigo usando en mis cuadernos italianos.

Supe de cómo escribir cartas, postales y telegramas. Las bases de todo lo que hago, siguen ahí. Un telegrama eran unas diez palabras, a veinte centavos cada una. Había que usar de la mejor forma cada palabra, así como ahora son los 140 letras del Twitter. ¿Quiénes leían en el Zacapu de los 60’s y 70’s?. Los zapateros remendones, los sastres y los obreros: los periódicos el Esto, El Excelsior, las novelitas de vaqueros de Marcial Lafuente. Chava, el sastre, compraba El Heraldo o el Esto, Manuel Paz, El Excelsior. Los cuentos de la Editorial Novaro los compraba uno en el puesto de Camilo, un ciego que enseñó a Zacapu a ver el mundo a través de la lectura. Con mi amigo Pepe Villaseñor, llegamos a descubrir por nuestra cuenta las revistas pequeñas, como Contenido y Revista de Revistas. Se hacía lo que se podía. Fuimos de esos adolescentes raros que se metían al la Biblioteca Juan Bosco a leer, no solo a hacer tareas. También, un día saqué mis ahorros de la alcancía y compré “La Aldea Stepanchikovo” de Feodor Dostoyevsky y “Hojas de Hierba”, de Walt Whitman. Eran los únicos libros que tenía Camilo el ciego.

Quizá hubiera sido un buen lector de la Biblia y del Quijote, si no se hubiera exagerado la formalidad para sus lecturas. La novelita de Dostoyevsky era una edición barata, pero la leí en un día en el embarcadero de la Laguna. Aún recuerdo al personaje Foma Fomitch y la forma en que chantajeaba a la nobleza, casi como Rasputín.

En la casa siempre hubo libros. Martha agarró un trabajo por comisión de vender lotes de libros. Trajo a la casa manojos de novelitas de Ciencia Ficción rezagadas. También había enciclopedias, donde tuve un primer acercamiento a las teorías de la personalidad con esa clasificación de Kretchmer, donde los gorditos era extrovertidos y los flacos, melancólicos.

Siempre hubo escritura, de manera activa o pasiva. Salvador salió de la Escuela de Periodismo y cubrió las Olimpiadas del 68 para El Heraldo. Qué orgullo ver al carnal con fotos de atletas o con Rocky Marciano. Luego, fue el reportero estrella de La Voz de Michoacán. En su departamento de Morelia tenía libreros bien surtidos. Una vez visitamos la Redacción del Periódico en la Avenida Quintana Roo. El olor a tinta nunca se olvida, ni ese lema escrito en algún muro: “Yo puedo estar en contra de lo que usted piensa, pero defenderé hasta la muerte su derecho a decirlo” (Voltaire).

Fausto perdió un año de estudios de ingeniería de la mejor forma: haciendo teatro. Aún conservo el libro “Poemas y Canciones de Bertolt Brecht”, con su firma. Esas eran sus lecturas en el tiempo que se dedicó a la actuación. En la Plaza Morelos, alguna vez se presentó en una obra corta, “El Siguiente”, de Marion Cheever. Eso recordaría yo, años más tarde, cuando tomaba clases de dramaturgia en la Escuela de Escritores de la SOGEM en la Ciudad de México. El escritor de “Los cuervos están de luto”, Hugo Argüelles nos enseñó a bosquejar personajes con el diálogo. El mismo era un personaje. Cuando en el otro salón estaban haciendo ruido, le decía a mi compañera Gina Morett (Rosa de dos aromas, Las Poquianchis): “Gina, dile a esos que se callen o que se vayan a chingar a otro lado”.

En los ochentas era ferviente lector, primero del UNOMASUNO, y luego de La Jornada. Fue acaso, en esos años cuando todo cambió alrededor de la escritura. Fue en los 80’s, cuando empecé a escribir en El Universal En la Cultura, con Paco Taibo el viejo,  y en El Nacional, con Paulino Sabugal. El que me animó a ofrecer un texto a cambio de pago, fue el amigo uruguayo Rafael Romano, quien era colaborador. Fue también, cuando con los amigos Alberto Candelas y Nicolás Fuentes asistíamos a los talleres literarios del ISSSTE con Juan Bañuelos, Homero Aridjis y Edmundo Valadés.

HOY, LA ESCRITURA es un oceano de posibilidades.

No reconoce fronteras.

Aún muchos puristas no digieren el susto de que el Nobel de Literatura 2016 se lo hayan dado a un poeta cantor como Bob Dylan. Allá ellos.

Los canales de la escritura se multiplican. El culto a las personalidades se diluye. Así como la fotografía del Siglo XX democratizó la representación visual, ahora las cibertecnologías democratizan el discurso literario.

Si a usted no le gusta lo que escribo, muy su gusto. Pero ahora no tiene que lamentar haber comprado un papel. Estese tranquilo.

 

— José FUENTES-SALINAS, tallerjfs@gmail.com

 

 

El agradecimiento

Su amigo profesor, Henrique González Casanova, había muerto el día anterior.

Como otro corazón y otro cerebro que funcionan al mismo ritmo, el filósofo y escritor de La Jornada Horacio Labastida hizo una nota exaltando la obra de su amigo.

Habló de la inmortalidad de su pensamiento para hacer un México más justo.

Cuando la nota salió publicada, su autor, Horacio ya había muerto.

Los amigos filósofos se fueron juntos en el mismo avión.

El que se fué al último cerró la puerta, dicen, de una generación de pensadores.

-Datos de La Jornada, 23, dec., 2004

“La Serenidad”

A Los Angeles llegan todos vendiendo un poco de nostalgia a cambio de unos cuantos dólares: los baladistas de palabras desgastadas, los cantantes rancheros, los actores de chistes pícaros, los rockeros de estrenduosas guitarras…

En Los Angeles se producen kilómetros de sueños hollywoodenses y galones de lágrimas melodramáticas basadas en minitragedias periodísticas.

Ahí mismo, Carlos Ruiz Zafón escribió “La Sombra del Viento”, una novela que silenciosamente fue ganando más y más lectores en el mundo hispano y anglo, hasta que por accidente los medios hispanos de Los Angeles se enteraron de que aqui trabajó el escritor que fue reverenciado en la Feria del Libro de Guadalajara.

En el otro extremo, las editoriales persiguen cuentachistes de la radio y a los  locutores de la televisión para convertirlos en éxitos de ventas instantaneas.

A Carlos Ruiz Zafón no le preocupan los lectores que no leen. Le preocupan los que irán tras su segunda novela y la recomendarán de boca en boca.

-José Fuentes-Salinas.Dec.5.2004

The Writers: Rudolfo Anaya, New Mexico

He left his adobe home in Albuquerque made by himself for a weekend. He has a wife, two daughters and a granddaughter that when she does not hear stories read, listens the inventions by his grandfather.

Rudolfo Anaya says that sometimes the stories to her granddaughter likes it so much that with his 60 years, he gets into his study, where close to the Holy Child of Atocha writes it in his computer.

***

As Vivaldi, he is doing four works that bear the names of “The Four Seasons”.

Spring was the novel “Alburquerque”; Summer, “Zia”; Autumn, “Rio Grande” and Winter is  waiting to be baptized before his head gets completely snowy.

What I do know is that the detective Sony Vaca, who has walked for several novels, finally discover what is good and bad, what is it? -he says.

***

While in Los Angeles, he wants readers to notice his latest novel of crimes and detectives “Rio Grande”, the incandecencia of his first major work keeps stealing profile to the others. People keep asking him  if the healer Ultima was himself, “Tony”, the student of Ultima.

The last reader to ask for his first novel is a girl of about 13 years in the auditorium of the Lakewood High School.

She makes the big question that college students spend months to write write their thesis: how wrote “Bless Me Ultima”, what inspired you?

The writer replied with a laugh and a few kind words from a happy grandfather.

***

Rudolfo sufferd an accident that left him unable to move for a summer which pushed him to want to be a writer. With imagination we can all move.

The tragedy of the youth is said in his most beloved novel “La Tortuga”.

***

Sipping a Capuccino coffee in the little warehouse of the library “Latino Culture” in Long Beach, he says he does not need tragedies for inspiration, and, as Walt Whitman, leaves his home every day to see what herbs can be collected, what people and places. This is a guy who lives a simple life: washing dishes, fixing the car, riding his horse “Estela”, picking up applesand, before going to college, where he has been teaching for 19 years, he asks his wife if she needs something from the market.

***

When he was young she used to write four hours a day, now two, at most. But, yes, if he has less time, he still meditates and reads a lot. It has come to appreciate as the value of their characters, their friendships, “because they are very jealous and when you do not attend them, they go with another writer,” he says.

When he began writing his mystery novel, Sony Vaca appeared and said “Why do not my story?”.

“I told him I could not write detective novels, and he said, ‘is very simple: you just kill someone in the first chapter and the rest (I will say it to you) is easy.'”

***

The unveiling of the novel:

Knowing in a society where individuals are divided by brand, color, national origin, earthly laws and by the amount of things that accumulate, “The Writer” says his novel “Jalamanta” (pulls the blanket) is where best expresses his thought of life: Jalamanta is a wise old woman who uncovers what really is the human being, an individual who cry, laugh, think and write his own novel.

* Text written on November 18, 1996. “Bless Me Ultima” is now a film released in February 2013. -Jose Fuentes-Salinas, tallerjfs@gmail.com

Los escritores: Rudolfo Anaya, New México

Dejó por un fin de semana su casa de adobe, hecha por él mismo en Alburquerque. Tiene una esposa, dos hijas y una nieta que cuando no escucha cuentos leídos, los escucha inventados por su abuelo.

Rudolfo Anaya dice que a veces los cuentos para su nieta le gustan tanto a él mismo que, con sus 60 años, se mete a su estudio, donde con el apoyo del Santo Niño de Atocha los escribe en su computadora.

***

Como Vivaldi, está haciendo cuatro obras que llevan los nombres de “Las Cuatro Estaciones”.

Primavera fue la novela “Alburquerque”; Verano, “Zia”; Otoño, “Río Grande” e Invierno, que espera bautizarla antes que la cabeza le quede complétamente nevada, aún no tiene nombre.

Lo que si sabe es que el detective Sony Vaca, que se ha paseado por varias novelas, por fin descubrirá qué es lo bueno y lo malo, qué es él.

***

Aunque quisiera que en Los Angeles los lectores se fijaran en su última novela de detectives y crímenes “Río Grande”, la incandecencia de su primera gran obra le sigue robando perfil a las demás. Todos le siguen preguntando por la curandera Ultima y si él mismo fue “Tony”, el alumno de Ultima.

La última lectora en preguntarle por su primer novela es una niña de unos 13 años en el auditorio de la Lakewood High School.

Ella le hace la gran pregunta que a estudiantes universitarios les ha servido para escribir sus tesis de grado: ¿cómo escribió “Bless Me Ultima”, qué le inspiró?

El escritor le contesta con una risa y unas cuantas palabras amables de un abuelo feliz.

***

Rudolfo cuenta que fue un accidente, que lo dejó imposibilitado durante un verano para moverse, lo que lo empujó a querer ser escritor. -Con la imaginación todos nos podemos mover.

La tragedia de juventud la expresó en su novela más querida “La Tortuga”.

***

Tomándose un café capuccino en la bodega de la librería “Cultura Latina” de Long Beach, dice que ya no necesita tragedias para inspirarse, y, como Walt Whitman, sale todos los días a ver qué yerbas recoge, qué gentes y lugares. Es un tipo que vive una vida   elemental: lava trastos, arregla el auto, monta su yegua “Estela”, corta manzanas y, antes de salir a la universidad, donde ha estado enseñando por 19 años, le pregunta a su esposa si no necesita que le haga mandados.

***

Cuano era joven escibía cuatro horas diarias, ahora, a lo mucho son dos. Pero, eso sí, aunque le queda menos tiempo, medita y lee mucho. Es como ha llegado a apreciar el valor de sus personajes, sus amistades, “porque son muy celosos y cuando no los atiendes se van con otro escritor” dice.

Cuando empezó a escribir su novela policiaca, cuenta que se le apareció Sony Vaca y le dijo: “¿por qué no haces mi historia?”.

“Yo le dije que no sabía escribir novelas policiacas, y él me contestó: ‘es muy sencillo: nomás matas a alguien en el primer capítulo y lo demás (yo te lo platico) es fácil'”.

***

La develación de la novela:

Sabiéndose en una sociedad donde los individuos se dividen por marcas, colores, orígenes nacionales, leyes terrenales y la cantidad de cosas que acumulan, “El Escritor” dice que su novela “Jalamanta” (jala la manta) es donde expresa mejor su pensamiento de la vida: Jalamanta es una vieja sabia que jala los mantos que van ocultando lo que verdaderamente es el ser humano, un individuo que llora, ríe, piensa y escribe su propia novela.

* Texto escrito el 18 de noviembre de 1996. “Bless Me Ultima” es ahora una película estrenada en febrero del 2013. -José Fuentes-Salinas, tallerjfs@gmail.com

El escritor de café

Me intoxica el ambiente de los casinos. Me intoxica la hiperestimulación de los sentidos. Me abruma esa obsesión por el dinero, por ganar o perder algo, y esas pretensiones de erotismo que no son más que un engaño momentaneo para viajeros que el día de mañana serán en sus lugares de origen tan mojigatos y conservadores como siempre lo han sido. Déjenme explicar. Las Vegas es la “Disneyland” de los adultos. Y si en “el lugar más feliz del planeta” los padres pagan para forzar la alegría de los niños, en Las Vegas pagan para forzar un monto de exitación que los salva momentaneamente del tedio.

Por eso, cada vez que tengo que venir por motivos de trabajo, tengo que salirme a respirar realidad fuera de los casinos, luego de 24 horas de estar ahí.

Ya tengo mi ruta. Por la mañana, salgo del hotel y tomo la avenida Flamingo en sentido alejado de la “Strip” rumbo adonde se ven las montañas rojizas allá a lo lejos. Desayuno en uno de esos restaurantes donde los trabajadores de Las Vegas llegan el sábado, y de ahí me voy a tomar un café adonde hay más bien inmigrantes que turistas. En Las Vegas, casi todos han llegado de otro estado u otro país a trabajar, o a vivir del ocio. Pero “vivir del ocio” no siempre significa apostar, cantar, mover las nalgas, lmpiar hoteles…

El hombre que está a mi lado vive del ocio.

Trae unos tenis sucios y sin calcetines, y un abrigo demasiado grande. Pero antes que yo mismo saque mi cuaderno de piel para escribir unas cuantas divagaciones con pretensiones literarias veo con sorpresa lo que hace el sobre su mesa. Con una taza grande de café y un montón de hojas de papel bond, el hombre escribe a toda velocidad cuartillas y cuartillas a mano.

Jeff, un escritor. Foto: José Fuentes-Salinas.

Jeff, un escritor. Foto: José Fuentes-Salinas.

A un lado tiene una pluma “papermate” adicional por si se le acaba la que está usando. En el suelo, a un lado de la silla, tiene otro paquete de manuscritos. Me quedo inhibido para escribir por un momento. Me lo imagino como Don Matatías, aquel personaje de Los Agachados de Rius que llevaba amarrado el pantalón con una cuerda y que siempre estaba lanzando sentencias filosóficas a quien se dejara. Pero también se parece a un “homless light” como los que hay a unas cuadras de los casinos y que el alcalde mantenerlos lo más alejado posible de los turistas.

Pero a quienes llegan al café, más que sorprenderles su facha, se quedan sorprendidos de que es uno de los pocos que no usan una computadora o que no traen un teléfono-computadora. Les sorprende también la alegría y velocidad con que escribe, a tal grado de que cuando parece escribir una idea muy ocurrente en su novela esta risa casi llega a carcajada.

¿Seré yo así alguna vez?… Me da miedo pensarlo. Qué gusto escribir y sé que ka escritura es un oficio solitario, pero ¡qué soledad la de él, qué inadecuación!. Por supuesto que a mí me da una gran alegría escribir, pero nunca me quedaría sin calcetines con tal de hacerlo. No en este tiempo en que se han producido cosas en exceso.

Tomo un sorbo de café y pellizco el muffin de calabacitas con nueces. Me pongo a pensar: Carajo, pero si yo he trabajado en un psiquiátrico y con frecuencia dialogo con neuróticos de oficina, ¿por qué no voy a dialogar con un colega?, me pregunto.

—¿What do you write about? -lo interrumpo.

Y cuando lo veo un poco sorprendio de que alguien busque su conversación, le muestro mi cuaderno para decirle que yo hago lo mismo. Se llama Jeff. Lo saludo de mano, y su cara se alegra cuando ve mi cuaderno.

—Escribo de muchas cosas, de economía, de política, de cosas que pasan… -dice.

Jeff me da la primera muestra de sanidad: es cortés y sabe escuchar.

—What a beautiful notebook, and you have skills for drawing and writing… It’s impressive.

Luego de haber estado en un casino donde los apostadores pasan por horas sin ver otra cosa que las cartas y los números, al grado de necesitar masajes, mi colega ríe y platica con un gran estilo.

Me dice que no tuvo hijos, ni tiene esposa, que sus parientes están regados por varios estados y que él mismo ha vivido en varias ciudades, incluyendo Phoenix y San Francisco.

No sabe exáctamente lo que quiere, pero si sabe lo que no quiere: que alguien le dicte qué hacer, cómo hacer, cómo vivir…

No entro en detalles de su escritura, y trato lo mejor posible de deshacerme de mi tufillo de psicólogo. Nos centramos en el oficio o gusto de escrbir, de la energía que se necesita para hacerlo… Aunque muchas veces se necesite más energía y más paciencia para lidiar con personas complicadas y pendejas.

—I don’t have as much energy as I used to —dice— all I can do is to write.

Me impresiona, cuando le hablo de lo que está ocurriendo en esta sociedad de inmigrantes, en esta sociedad donde la economía nos está dispersando, y de un de repente vamos perdiendo las personas y cosas que nos dan una referencia de lo que hemos sido. Como una charla entre amigos, le pongo mi ejemplo favorito del árbol, donde lo viejo y lo nuevo, el tronco y la corteza, dialogan a través de una fina membrana llamada cambium, y donde el tejido viejo y muerto sirve de sostén.

—Is it really dead? —me pregunta y mira hacia la calle, como si estuviera reflexionando.

Hablamos de los textos originarios de las culturas, de la importancia de la palabra escrita… Y cuando pareciera que nos encaminamos a cerrar la charla con una conclusión nihilista, criticando “la tecnología”, me da un comentario amable sobre la gente que está obsesionada con sus computadoras y teléfonos celulares: ellos solo están tratando de manejar lo mejor posible lo que es de sus vidas.

—Lo que hace falta —comenta— es que haya una mejor estructura para que todos nos podamos entender mejor.

Me dice que en muchas ciudades, empezando en Chicago, se están organizando un gran número de escritores y poetas para mantener los espacios de diálogo.

—Aquí en Las Vegas hay uno, y uno se puede inscribir sin ningún problema. Les encanta escuchar voces nuevas… Tu deberías hacerlo.

Lo saludo y me despido. Sintiéndome acaso un poco culpable por interrumpirlo… Y prejuzgarlo.

A Jeff es probable que no lo velva a ver.

 

Los Escritores en YouTube

BORGES no había leído a Vargas Llosa, y creía que “Cien Años de Soledad”, de García Márquez era una de las mayores obras de la literatura.

CARPENTIER creía que el barroco era la manifestación de la fuerza de la literatura, un lujo.

ONETTI no creía en la disciplina de escribir y le dijo alguna vez a Vargas Llosa que sentarse al escritorio con horarios es como la rutina de dos esposos aburridos -“Mi acercamiento con la escritura no es como una esposa, sino como con una amante”, le dijo.

BORGES no creía que todas las palabras del diccionario deben ser usadas: azul, azulino, azulado, azuloso…

El barroquismo, el exceso de palabras es un pecado de los jóvenes que aún no tienen mucho qué decir, decía Borges.

Borges, quien le atribuía a su ceguera haber podido leer y escrito tanto, nunca había leído a Vargas Llosa a quien años después le darían un Premio Nobel -que él murió esperándo.

(De las entrevistas en YouTube con García Soler)

-José Fuentes-Salinas, 21, set., 2012