Palm Springs: entre colinas rocosas y galerías

EL MOTIVO: trabajo. Ustedes saben: aquí hay hoteles y en el desierto las ideas fluyen sin tantas tentaciones, por eso se organizan conferencias. Pero no, no se trata de un monasterio. Vea usted, ahí a espaldas de la calle principal están las colinas rocosas donde en un día de suerte uno se puede encontrar con un correcaminos o una zorra perdida, y usted puede encontrar un cielo abrumadamente azul que contrasta con moles rocosas y yerbas aguantadoras a los calores de los mil diablos. Pero en el invierno, la temperatura es templada, y se puede uno fácilmente perder en un café, luego de hacer una caminata por las colinas. Pregúntenmela y les daré mi opinión. Yo vengo aquí por el cielo, por un cielo azul intenso que no se ve ahí cerca en Los Angeles o en el Inland Empire. Por la mañana, el azul es tan intenso que uno duda de la exactitud del lente de la cámara. Las colinas rocosas y las plantas del desierto lo que les falta de agua y verdor, les sobra de arte. Una caminata está llena de formas que van distrayendo la vista a cada paso, y, ya, desde lo más alto se puede ver la ciudad de Palm Springs y las hileras de palmeras que bordean las calles.

Yo vengo aquí por el cielo, y por el aire limpio, lo más básico para pasear para alguien que batalla todos los días con el tráfico de las autopistas que producen esa capa opaca beige sobre las ciudades.

El azul del desierto es de una gran intensidad por su limpieza, algo que contrasta con las formaciones rocosas del desierto. Foto: José Fuentes-Salinas

El azul del desierto es de una gran intensidad por su limpieza, algo que contrasta con las formaciones rocosas del desierto. Foto: José Fuentes-Salinas

Pero no vaya usted a pensar que uno se la pasa mirando el cielo.

Terminado el paseo, llega la hora del desayuno, de la ducha, para meterse al Museo de Arte donde, aunque sea de a poquito, uno se encuentra con una escultura de Picasso o de Henri Moore, o unas piezas de barro de México que los coleccionistas millonarios donaron al museo. El Museo de Arte, ¡ah el arte moderno!… Uno se puede lo mismo encontrar con un montón de bolsas negras de basura en el centro de la galería con pretensiones de esculturas, o una puerta recargada en la pared con un pedazo de alfombra que uno pensaba que era el olvido de un albañil, y resultó ser una obra de arte, o bien, se puede encontrar con un cuadro de Tamayo o una escultura de Felguerez.

Las colecciones del arte moderno del Museo de Arte de Palm Springs son extraordinarias comparadas con el tamaño de la ciudad. Foto: José Fuentes-Salinas

Las colecciones del arte moderno del Museo de Arte de Palm Springs son extraordinarias comparadas con el tamaño de la ciudad. Foto: José Fuentes-Salinas

—¿Le puedo pedir un favor? —le pregunto a una visitante— ¿se puede poner ahí para tomar una foto?.

—Si, claro. ¿Es usted artista?

—Pues, en eso ando —le digo con una risa Cantinflesca.

La interacción con los museos es una de las rutas no explotadas. En el museo de arte hay una pareja de viejos bombos sentados en una banca. Muchos creen, por un buen rato, que están vivos. Luego se acercan a tomarse fotos con una expresión de sorpresa. A mí me gusta tomar fotos de las sombras que se proyectan y de la forma en que el arte se mezcla con las personas. Me gusta también tomar fotos de detalles de las pinturas, como aquel pedacito de un oleo del Siglo XIX, donde se ven juntos un caballo, un búfalo y un apache, muertos en el suelo. Me aburren las pinturas donde se exaltan las figuras de los invasores, como el General Custer, aniquilar a los nativos americanos (ya he visto demasiadas películas de ese tipo). Pero me impresiona ver ese penacho largo y ese collar de garras de oso.

Debo de aceptar que tener un museo así, en medio del desierto no es poca cosa. Para lograrlo tuvieron que morirse varios millonarios, que al final de sus días se aburrieron de sus colecciones y se les ablandó el corazón. En una de las salas, solamente para que nos dé envidia, están las enormes esculturas de Henri Moore con las fotos de los grandes jardines con lagos artificiales

Al fondo se ve una figura reclinada (1956) del escultor Henri Moore, dialogando con el Judas (1906) de Eugenio Pellini. Foto: José Fuentes-Salinas

Al fondo se ve una figura reclinada (1956) del escultor Henri Moore, dialogando con el Judas (1906) de Eugenio Pellini. Foto: José Fuentes-Salinas

¿Para qué sirven los museos? —me lo he preguntado muchas veces.

Ya sé: para sensibilizarnos y, al salir, podamos percibir la belleza a nuestro alrededor, ya se trate de un muro de pintura descascarada, o una enorme roca con pretensiones de escultura.

Pareja de barro procedente de Colima, México, fechada alrededor del 200 BC. en el Museo de Arte de Palm Springs. Foto: José Fuentes-Salinas

Pareja de barro procedente de Colima, México, fechada alrededor del 200 BC. en el Museo de Arte de Palm Springs. Foto: José Fuentes-Salinas

—Palm Springs, CA.,  3, Dec., 2016. José Fuentes-Salinas. tallerjfs@gmail.com