Los cinturones, los cinturonazos y otras otras formas de tortura

INTERNETO AGORAFOBICUS se andaba dando una vuelta por el Swap Meet de Carson con Canario Pikitoeoro. Pasaron por un puesto de ropa donde había unos maniquís desnudos.

—Oiga, don Neto, ¿por qué estos maniquíes no tienen ropa? —preguntó Canario.

—¿Qué no ve?… Estos maniquíes tienen medidas perfectas 50-30-revienta… Y ahorita casi toda la gente es fodonga, por eso no les ponen ropa de esas medida… Jaa jaja…

—No sea mamila —insistió Canario- a mi se me hace que son los que se trajeron del Sports Chalet, que acaban de cerrar, y ahorita los quieren vender.

Casi a finales de Octubre, el clima aún era caluroso. Algunos vendedores preferían irse pasado el mediodía, como el Bigotes, que ese día no había logrado vender ni las revistas de comics de Kalimán, ni los DVDS de películas.

Canario, de repente se acercó al puesto de los cinturones.

—¡Ah Jijo!, aquí están los instrumentos de tortura —dijo.

Puesto de cinturones en el Swap Meet de Carson, California, con el Tío Caimán. Foto: José FUENTES-SALINAS.

Puesto de cinturones en el Swap Meet de Carson, California, con el Tío Caimán. Foto: José FUENTES-SALINAS.

—No invente —corrigió Interneto— esos son prendas para que no se le caigan los pantalones, como esos chamacos que andan enseñando media nalga.

—Cómo se ve que a usted no se lo han agarrado a cintarazos. Mire, allá en la época de las cavernas, cuando los papás no habían estudiado la psicología de Piaget, se sacaban el cinturón a la primera provocación, cuando los chamacos no les hacían caso y ¡reatas!. Los papás decían que esa era la forma de educar a los hijos… ¡Qué va!… Cuando se necesita la violencia para hacer que alguien haga lo correcto eso no es educación. Por eso, los chamacos golpeados se hacían golpeadores con sus parejas…

—Yaaaaa… No me diga que a usted nunca le sacudieron el polvo —interrumpió Interneto.

—Pues no es por presumir, pero yo tuve unos pájaros muy chingones. Mi madre era una calandria y mi padre un jilguero. Ellos eran buenos para saber decir las cosas. Por eso yo desarrollé el “criterio”, eso es algo como una vocecita interna que le dice lo que está bien y lo que está mal, sin necesidad que lo jodan. Y, en lugar de temerles a mis padres, no sabe cómo los apreciaba cuando salíamos a comer mosquitos y chapulines.

—Ay, ay ayyy… no sea mamón. Camínele que está haciendo mucho calor.

—Es la pura neta —insistió Canario—. Afortunadamente, mis padres eran grandes contadores de historias, y con historias nos educaban. Aunque algunas eran de terror.

—Ja jaaa… ¿Cómo que de terror?

—Si. Mire, ahora que se acerca el Día de los Muertos, recuerdo que nos contaban la historia de la niña a la que se le secó la mano por levantársela a su mamá, o los niños que se encontraron con el diablo en forma de marrano porque andaban de vagos.

—Tiene razón —dijo pensativo Interneto— lo malo es que ahora los padres no tienen tiempo para contar o inventar historias. No se permiten ser un poco niños, y, de repente, quieren educar a los chamacos con puras amenazas y extorsiones: “si haces esto, te doy esto”… Total, que los educan para que sean unos ciudadanos corruptos, que no hacen las cosas por deber, sino porque van a recibir “una mordida” por lo que hacen, hasta las cosas más elementales. O sea como dijo Gibrán: “si el objetivo de la religión es obtener un premio, si el patriotismo responde a intereses egoístas, y se utiliza la educación como instrumento de lucro, prefiero ser ateo, apátrida e ignorante”.

—¡Ah chingao!… Ahora si me salió más cabrón que bonito.

—Pues, ay nomás, pa’l gasto, mi querido pajarín… Y córrale que ya nos está esperando el Tío Caimán.

—José FUENTES-SALINAS, tallerjfs@gmail.com

 

Maniquíes del Swap Meet de la Villa Alpina, de Carson, California. Foto: José FUENTES-SALINAS.

Maniquíes del Swap Meet de la Villa Alpina, de Carson, California. Foto: José FUENTES-SALINAS.

LOS CODIGOS

José FUENTES-SALINAS
tallerjfs@gmail.com

Cada emisor tiene su propia leña para hacer bolas de humo.
Cada emisor tiene su propia agenda, y su propia habilidad para enviar sus señales de humo.
Uno, dos, tres… Se espera un poco para que haya suficiente humo, y el humo suba lo suficiente para que lo vea la otra tribu.
Pero no tiene mucho control del viento, ni de las circunstancias de la otra tribu… Y no sabe a dónde va a parar el humo o si se confundirá con las nubes.
De pronto, se sienta a un lado de la leña, se pone pensativo y se da cuenta que la otra tribu ya usa teléfonos celulares.
Deja que la leña se consuma y luego se va por ahí, caminando, cantándose una cancioncilla que solamente él y el viento entienden.

EL HOMBRE DE LETRAS

Torrance, California. Foto: José Fuentes-Salinas

Torrance, California. Foto: José Fuentes-Salinas

P1030085Este era un hombre de letras. Las letras le daban para comer. El solo se tenía que encargar de que tuvieran luz intensa, de que se unieran bien en armonía y contraste para que dijeran algo. A pesar de la lenta recuperación de la economía, el hombre de letras no se preocupaba demasiado. Todas las semanas tenía trabajo. Todas las semanas había algo que decir, aunque, con frecuencia solo se trataba de reemplazar lo ya dicho por algo más brillante, pero que comunicara lo mismo. Su trabajo lo hacía con gusto, bajo pleno sol o con día nublado. Sus letras siempre eran necesarias para salvar de un dolor de muelas a un paciente desesperado o para invitar a tomar cerveza y jugar billar a un viejo solitario.
Era también un trabajo de altura que antes suponía subirse a una escalera, pero hoy, cómodamente se sube a una plataforma mecánica que él mismo controla apretando unos botones, casi como los escritores usan sus computadoras.

-José FUENTES-SALINAS, Long Beach, CA., 1 de Mayo, 2014.

“La vieja y el perro” -Fabulillas del Tío Caimán

vieja

Caminaba la vieja con su perro el primer día del año en esa costa fría y nebulosa de Monterey, California.

 

-Tu si me haz de entender, de otra forma no andarías conmigo –dijo la anciana enfundada en su abrigo.

El perro solamente la seguía, gozando como ella de esa libertad de andar solitarios en la playa.

-Veras –prosiguió- aquí empieza y termina todo, como el año. Aquí termina el oleaje y vuelve a empezar, así como los años que son solo ciclos de finales y comienzos.

El perro volvió a mover la cola.

En Asilomar, esa joya de California, había muchas cosas qué contar.

Allá arriba estaba un cementerio donde los venados comían pasto recién rasurado por la podadora y se orinaban en las tumbas, sin más preocupación.

Venado

Un venado en el cementerio de Asilomar se orina sobre una tumba. Foto: José FUENTES-SALINAS.

Estaba también el santuario de las Mariposas Monarca, y el “hometown” del escritor John Steinbeck.

Pero a la anciana solamente, ese día, le importaba su perro y el mar.

Ese era un mar sin palmeras, sin mujeres en bikini bronceandose con el tacaño sol. Pero era un buen espacio para defragmentar el disco duro de la memoria, para organizar las ideas, y para tomarse un buen vino con pescado en el restaurantito “Fish Wife”.

De pronto, el perro se echo en la arena.

-No me digas que tu también practicas la meditación y la yoga –dijo la anciana, quien en ese momento se sintió mal por ese cigarro que fumaba.

El perro la vió, con un poco de lástima, cómo echaba humo.

La anciana entendió el mensaje.

¿Quién cuidaría de su perro si ella faltaba? ¿quién lo sacaría a esos paseos?

En ese primer día del año, apagó su ultimo cigarro y se fue caminando con su perro.

-Ya sé que tu no me dices nada. Pero tampoco los demás –murmuró.