Martha Vasquez quería poner una tienda de artesanías en el corazón de Los Angeles, pero se equivocó y puso un museo.
Su padre, Fortino Medina Santacruz, oriundo de León, Guanajuato, fue uno de los primeros distribuidores mexicanos de artesanía de cuero en la Placita Olvera.
Su negocio se llamaba “Bajamar Imports” y estaba en la Colonia Libertad, de Tijuana.
Martha creció en Baja California viendo cómo manos simples de artesanos creaban belleza que luego todos apreciaban.
Pero se tuvo que alejar de ella cuando se casó y se fue a vivir a Tracy, California, donde se enfermó de nostalgia por lo mexicano.
No aguantó. Se divorció de ese estilo de vida rural, y de su marido. Luego se asentó en Los Angeles con su negocio “Olverita’s”. En 1986, la última tienda de la calle Olvera, adonde llegaban los turistas que visitan el centro histórico, era un lugar al que no se le ponía mucha atención.
“Era propiedad de la Familia Tapia y solo vendían macetas, yeso y piñatas. A nadie le interesaba subir las escaleras”, recuerda.
Ella le puso vestidos llenos de arcoíris, sillas con soles de respaldo, cajitas de Olinalá, cruces del tamaño de cualquier Fe, calaveras catrinas, soles aztecas, flores, muchas flores…
Como queriendo atrapar todo el arte de México, le dió un lugar a los molcajetes de piedra y a los sombreros charros. Pero no queriendo seguir con un arte solo de turistas de paso, invitó a artistas mexicanos para que ahí mismo mostraran el trabajo que cuesta hacer arte.
Trajo al yerno de Pedro Linares a hacer alebrijes, diablos y calacas; llegó un artesano de Oaxaca a crear cajas llenas de lagartos mitológicos.
El aumento de piezas y visitantes la ciudad lo premió aumentándole la renta.
“Yo soy a que pago más renta en la Calle Olvera”, decía.
Clientes no le faltaron. El boxeador Fernando Vargas se compró ahí un traje de Azteca para ir a pelear a Las Vegas; Plácido Domingo, un sombrero para salir de charro en una portada de un disco.
Era la única tienda donde se vestían artistas, boxeadores, actores y meseras de restaurantes típicos.
También, con la Internet se hizo de clientes en Brasil y Japón, algo que nunca imaginó el viejo Fortino Medina Santacruz, quien, con toda su horfandad vivida desde los 4 años, le dijo a su hija Martita que la vida era una obra de arte, una corrida de toros o no era nada:
“De la plaza sales en hombros o te quedas ahí tirada sobre la arena”.
Por eso, quizá, Marta se equivocó y, en lugar de una tienda, puso un museo… que todos se quieren llevar.
-Jun.30.2000.
www.olveritas.com