EL HOMBRE DE LETRAS

Torrance, California. Foto: José Fuentes-Salinas

Torrance, California. Foto: José Fuentes-Salinas

P1030085Este era un hombre de letras. Las letras le daban para comer. El solo se tenía que encargar de que tuvieran luz intensa, de que se unieran bien en armonía y contraste para que dijeran algo. A pesar de la lenta recuperación de la economía, el hombre de letras no se preocupaba demasiado. Todas las semanas tenía trabajo. Todas las semanas había algo que decir, aunque, con frecuencia solo se trataba de reemplazar lo ya dicho por algo más brillante, pero que comunicara lo mismo. Su trabajo lo hacía con gusto, bajo pleno sol o con día nublado. Sus letras siempre eran necesarias para salvar de un dolor de muelas a un paciente desesperado o para invitar a tomar cerveza y jugar billar a un viejo solitario.
Era también un trabajo de altura que antes suponía subirse a una escalera, pero hoy, cómodamente se sube a una plataforma mecánica que él mismo controla apretando unos botones, casi como los escritores usan sus computadoras.

-José FUENTES-SALINAS, Long Beach, CA., 1 de Mayo, 2014.

Murrieta: fin de semana en el Sur de California

MurrietaLa carretera a Murrieta está bordeada por terrenos baldíos.

Hay tierra colorada y páramos. También hay peñas y de repente casas aisladas con matorrales sin podar.

-Esto me recuerda los rumbos de Panindícuaro -dice Silvia.

Lo dice porque en el Sur de California es difícil encontrar terrenos sin urbanizaciones, sin tiendas, o letreros de comida rápida en el camino.

O quizá es porque pocas veces manejamos en carreteras vecinales.

Vamos de visita.

Ahí vive su hermana, en una casona de doble planta con alberca y palmeras. Es tres veces más grande que la nuestra en Los Angeles, pero cuesta un tercio de lo que vale la nuestra.

Murrieta es una ciudad para quienes no necesiten vivir cerca de sus trabajos, o han dejado de tener uno.

Hay más espacio para plantar yerbas, y para salir a caminar sin mucho tráfico. Por la noche se escuchan el croar de las ranas, y para quienes la “seguridad” es suficiente, encuentran una razón para vivir ahí, sabiendo que es la segunda ciudad más segura de la nación, después de Irvine.

Para nosotros, la seguridad de Murrieta no compensa la inseguridad y el desgaste del tráfico. Ninguna tranquilidad a la hora de dormir compensaría cuatro horas de tráfico diarias distribuídas en la mañana y tarde.

Pero llegar de visita un fin de semana es otra cosa.

El fin de semana de Easter llegamos a la casa de los Lerma con las canastas de huevos de plástico para que los niños se diviertan. Habían preparado barbacoa y se juntaron varias familias.

Mis pláticas favoritas son con los abuelos de los chamacos. Por un lado, Mr. J, un oficial retirado de la Navy, me narra sus aventuras en el servicio y sus diálogos con el diablo, que siempre anda hostigándolo para que apueste más y tome más en los casinos de Rosarito.

En cuanto al otro abuelo, siempre disfruto de escucharlo recordar aquellos tiempos en que el Valle del Silicio en el Norte de California era solo un conjunto de huertas y empacadoras de fruta. Miguel nunca olvidó su amor por la agricultura, y aunque el cemento casi cubrió toda la superficie de su casa, tiene en varios recovecos arbolitos que le recuerdan su viejo oficio agrícola: guayabos, nísperos, plantas de uva Thompson… Todo lo que se puede adecuar al clima mediterraneo de esa ciudad, que al igual que Temécula, fue fundada en el terreno del rancho del español Ezequiel Murrieta en el Siglo XIX.

Al tal Ezequiel no le gustó quedarse en el Sur de California y le dejó el terreno a su hermano Juan, quien puso ahí un ejército de 100,000 borregos para que pastaran. Como ciudad, Murrieta apenas fue fundada en 1991. Tiene un nombre rasposo que los angloparlantes pronuncian como “mu-rie-ta”.

Por la mañana, con Mr. “J” platicamos de política.

A pesar de ser un conservador, reconoce que el clima político de la Guerra Fría, en el que el miedo colectivo se alimentaba con una posible confrontación entre las dos “superpotencias” USA-URSS, era preferible al de ahora en que los fundamentalismos religiosos son tan impredecibles como una partida de naipes.

Mr. “J” se pone luego a jugar con su nieto de dos años a inflar pompas de jabón.

Entre cervecita y cervecita, las pláticas se hacen más filosóficas. Su idea de los males actuales es que esta se deriva de querer “todo fácil”, y el sentimiento de los chamacos de que “todo se lo merecen”.

-Tienen demasiada tecnología y no la están usando bien -dice- solo para perder su tiempo.

No quiero hacerlo desatinar, diciéndole que gracias a la tecnología es probable que las nuevas generaciones podrían ser más productivos y así sostener el Seguro Social y el Medicare. Tampoco le quiero decir que los chamacos no la tienen tan fácil para encontrar buenos trabajos.

De las cinco familias que estamos ahí reunidas, Mr. “J” es el único que no habla español. Su condición de ser minoría me hace darle un poco más de consideración. También es el único que fuma, y de repente descubro que en su cajetila de cigarros Marlboro hay dos letreros en español que dicen que ese producto causa cáncer. El tampoco los lee, pero entiende bien esa gráfica que muestra una garganta con un tumor.

Mr “J” fuma y recupera recuerdos de su difícil infancia en casas de padres de crianza temporales y la violencia de su progenitor. Se siente afortunado de tener un par de hijas y una mujer que contínuamente se preocupan por lo que le pasa, aunque en la Navy le enseñaron a no quejarse.

Le pregunto por sus días normales, por la forma en que se entretiene.

Primero habla de cómo extraña la temporada de futbol de la NFL, para ver a sus Steelers.

Luego entra en el tema de Rosarito.

-Está jodida la cosa. Han dejado caer los negocios que atraían turistas. Los restaurantes que hay son caros y tienen mala comida, la mayoría de los hoteles que hacen negocio son de esos que rentan por hora, lo caballos que rentan en la playa lo hacen por 10 dólares la media hora, y el encargado tiene que caminar con ellos… El único negocio es las cantinas y bares.

Cuando llega la hora de esconder los huevos de pascua, salimos al camino vecinal por donde la gente suele ir a caminar y trotar por las mañanas.

A un lado, hay unos arbolillos bajo los cuales se esconden los huevos. los niños empiezan a llenar las canastas con la ayuda de las mamás.

Más tarde, con Miguel vemos el partido de futbol el Superclásico de la liga mexicana.

Casi para regresar a Los Angeles, prendo el iPhone para ver cómo está el tráfico en las autopistas.

Es un desastre.

Con el estómago lleno y con los estragos de unas cuantas cervezas, empiezo a desear con ansias regresar a la casa y pasar inmediatamente al baño.

El tráfico se mueve lento.

Al final ya estamos en la casa.

Voy al patio. Corto unas hojas de té de limón y yerbabuena y me preparo una taza que me ayude a digerir el domingo.

-José Fuentes-Salinas, tallerjfs@gmail.com

Los juguetes

Camiones de lámina, canicas de vidrio o de barro, trompos de madera, juegos de te, muñecas de cartón… El petróleo no solo contaminó el planeta con la producción de gases de sus derivados, la gasolina. También contaminó la imaginación de los niños.

Juguetes

Juguetes de plástico de un puesto de la Plaza de Salvatierra, Guanajuato, México. Foto: José Fuentes-Salinas

Una de las consecuencias de la “industria petroquímica” fue la producción de juguetes de plásticos. En los 60’s y 70’s, todos los juguetes que no eran de plástico, eran juguetes de “niños pobres”, y mientras mejor era el plástico, mejor eran los juguetes.

Pero esto no fue suficiente. Aparecieron también baterías y sus efectos “mágicos” en la ingenua mente infantil.

Entonces, los juguetes de plástico que no tenían baterías también se fueron quedando para los niños pobres.

Tener una muñeca que llorara o hablara, o un auto que rodara solo con apretar un botón, era mejor que una muñeca o un carro que necesitara del esfuerzo infantil.

De ahí se inició una carrera de la industria del juguete en la que los niños poco a poco fueron perdiendo la imaginación para jugar e inventar dramas, carreras, batallas y juegos que son solo eso, juegos.

Ahora, los programadores de juegos, juegan con el presupuesto de los padres, y si un juguete no sirve para vender otros productos, o para preparar a los niños a ser grandes consumidores, no sirve de nada.

Los juguetes que solo ponen en movimiento los dedos de los niños han producido una epidemia de obesos.

 

-José Fuentes-Salinas,   tallerjfs@gmail.com

YOU TUBE

VER LO que fue y se escapó al olvido. Las imágenes borrosas en movimiento.

Habla el poeta Paz: “Quisimos el bien, nos faltó humildad”.

Habla el cuentista Rulfo: “Escribí el habla de la gente, soy de un pueblo de pocos habitantes”.

Habla el cantor Yupanqui: “Soy pájaro Corsario que no conoce el alpiste”.

Entre anuncios y menús cibernéticos, discurre la historia que olvidó la televisión. Solo unas cuantas cámaras se ocuparon de ellos.

Los hicieron hablar y explicarse, los hicieron cantar y justificarse.

Ellos abonaron la imaginación de quienes fuimos muchachos en búsqueda de ideas, más allá del confesionario, más allá del salón de clases de aburridos maestros.

“Please, please, please…”, suplica James Brown.

Entre música y palabras, las ideas fluyen.

¿Las necesitamos?… Ellos son los hombres y mujeres de discos de acetato y libros de pasta dura. Son los creadores de los primeros contenidos del Siglo XX.

Entre guerras y protestas, nunca vieron la Revolución en “tiempo real” por CNN. Ellos nunca “clickearon”, nunca borraron con un dedo los errores. Afinaron bien la puntería, antes de arrojar palabras.

¿Se equivocaron?… Eso es cuestión de juicios. Ahí están sus videos en You Tube -que nadie opine a la ligera. Les costó un huevo existir y alumbrar los años por venir, el Siglo XXI, la revolución de los canales, no de las ideas, aclaremos. Todavía hay muchas preguntas qué contestar.

Que el deslumbramiento de la tecnología no nos confunda.

 

José Fuentes-Salinas,  tallerjfs@g-mail.com, Dec.,2011

 

LOS CHOCOLATEROS

Era la banda de viento y las orquestas
de los Martínez y los Rodriguez.
Eran las ferias regionales y los onomásticos
En Quréndaro, Huaniqueo, Cuto o Nocupétaro.
Era el asunto de cuidar el santoral
Y provocar la fiesta con unas “Mañanitas”,
Pasando del chocolate al banquete.
“Los chocolateros”, músicos que empezaban
con el desayunto y terminaban con la cena.
Días aquellos, Don Fausto, con su Orquesta Bohemia
De trombones, cuerdas y trompetas.
Músicos de infantería, que caminaban
Con instrumentos y cobijas.
Tiempos sin rutas vehiculares.
Músicos de pueblo en pueblo,
De hacienda en hacienda,
Ejecutantes líricos: Román Mendoza,
Nazario Rodriguez, Ladislao Flores,
El abuelo Nicanor, Victoriano Salinas,
Adalberto López, Sóstenes Flores,
Eduardo Villaseñor, Tano León,
José Valladares, Luis Rodriguez,
“El Seco de Lola”, Martín Romero “el tamborero”,
los Hermanos Ortiz y Efrén Espinoza…
Maderas y metales jóvenes y viejos,
Hoy todo se ha ido, sin videos ni grabaciones…
De esos “músicos chocolateros”, solo quedó
Su otro oficio: curtidores y sastres,
Carpinteros y albañiles,
Comerciantes y peluqueros…
¡Ah!. Los músicos de los lejanos pueblos
de la Plaza Grande y las Serenatas Domingueras.