CRONICAS DE LA PANDEMIA: 2020, una Navidad llena de muertos, y de pantallas

Se estaban muriendo por miles, en Tennesee, en California, en New York, en Texas, en Florida… Más de 3,000 diarios.

Los doctores y las enfermeras les decían a las personas: por favor, cuídense, es una mala idea poner sus vidas en nuestras manos en una Unidad de Cuidados Intensivos. Ya no hay lugar dónde ponerlos, ni siquiera en las salas de maternidad o en los pasillos. Cuídense, no les quiten el lugar a los infectados, a los accidentados, a los que no pueden prevenir una urgencia.

2020, el Año de la Pandemia del Coronavirus, había puesto en aprietos a muchas familias. Felo, el niño de 54 años se había infectado del coronavirus en una casa para discapacitados en Lomita; Chela Fragoso, la esposa del Pipo, le había dado cáncer, y luego cuando su hija la iba a cuidar, se dieron cuenta que ella estaba contagiada, y también contagió a su madre. Unos días después murió. Pobre, no había aguantado la quimioterapia, y también le había dado el Covid-19. El coronavirus también le había dado al Pichi y a su esposa Luna, los sobrinos de Chepa Flores. Ellos ya tampoco se podrían reunir con su abuela.

Pero todos encontraron una solución para verse en Zoom y Facetime. Eligieron un horario para prender sus tabletas, para conectarse en sus celulares, para mostrar los tamales que estaban haciendo, para mostrar el momento en que los chiquillos abrirían sus regalos, para tomarse una copa de vino mientras dialogaban por las pantallas.

Otros, como Cincho Balvaneras, no necesitaban verse en pantallas.

De otra generación, de los Baby Boomers, él solo necesitaba hacer llamadas a Larga Distancia y hablares a sus hermanas y sus hermanos. Habló con el mayor al que siempre las navidades y años nuevos le parecían el mejor momento en que la gente lucía su hipocresía deseándose prosperidad y felicidad, mientras que el resto del año se les olvidaban esos buenos deseos.

Cincho Balvaneras era formal. Ese día se aseó los zapatos, se puso ropa como si fuera a salir de casa con su esposa, y hasta aceptó un cumplido de ella, cuando finalmente había dejado de llorar ¿por qué?… por todo, porque la gente se estaba muriendo, porque en la ciudad de Bell estaban echando de sus trailers a personas mayores por haberse retrasado en los pagos de la renta, precisamente en las vísperas de Navidad. La Luchona lloraba porque no podría esa Navidad ir a ver a los chiquillos a Moreno Valley… y porque el imbécil del presidente seguía con sus mafufadas sin firmar el paquete de estímulo a las familias desempleadas que ya había aprobado el congreso.

La verdad es que Luchona tenía una tristeza acumulada de muchos años. En las navidades recordaba a su padre muerto, a sus lejanías de parientes, a su cada vez más vulnerable salud… Y cuando esto ocurría, Cincho Balvaneras no sabía cómo ayudarla, cómo meterse a ese tejido apretado de conflictos. Era entonces cuando ella le decía que no la escuchaba, que no le dedicaba tiempo suficiente, por más que él le hiciera notar que en los 9 meses de duración de la pandemia y los encierros, ella era la única persona que veía a diario, además de las empleadas de las tiendas de los supermercados.

Otro tema de conflicto era que la Luchona no sabía cocinar esos platillos tradicionales que a las señoras mexicanas les salen tan bien y se deprimía, como los tamales o el pozole. “No te preocupes”, le decía Cincho, “encargamos algo del restaurante”. Pero a ella también le daba preocupación hacer filas, y, además pensaba que no tenían buen sabor.

Esa era la Nochebuena del 2020.

Cincho salió temprano a buscar tamales. Sabía que la cena sería el tema de discusión. Quiso prepararse. En el Supermercado Food4Less no había mucha gente. Agarró del refrigerador dos bolsas de tamales listos para calentarse, una de pollo con salsas verde, otro de res con salsa roja. Para él y su esposa eran raciones más que suficientes.

Más tarde almorzaron huevos revueltos con jamón, como cualquier día. Ella le dijo que sus amigos hablarían más tarde en Zoom. El sentía un ambiente pesado. No por la pandemia, sino por la forma en que las personas la vivían. El, por su parte, venía de un tiempo en que cualquier cosa podía hacer feliz a las personas, sin regalos, sin tantas preocupaciones, sin Internet. Solo acaso con unas cuantas tarjetas de cartón enviadas por los amigos y familiares.

Se hizo tarde. Luchona le dijo a Cincho que su amiga Karen Peyton y su esposo se iban a comunicar con ellos en videoconferencia a las 4:30 PM, y que estuviera listo. Se lo dijo precisamente cuando Cincho se comunicaba a larga distancia con sus familiares de México, donde, también, todos esta vez no saldrían de sus casas, excepto Marcia, quien acababa de enviudar y se iría a pasar la fecha a la casa de una de sus hijas.

En el Zoom no había un tema especial de conversación. Cualquier cosa iba, y por supuesto una de ellas era la originalidad de esa Navidad del 2020, las vacunas, la esperanza de que el próximo año fuera diferente, y la necedad de muchos de querer juntarse a pesar de todo. “Te queremos mucho”… “Nosotros también”… “Cuídense”… “Merry Christmas”…

Cincho era de hablar fácil. No le costaba bromear, hacer preguntas, escuchar, romper la solemnidad, analizar, recordar, medir su “timing”. Por eso prefería hablar por teléfono desde una posición cómoda de su sillón. Pero entendía que estos eran otros tiempos, entendía que ahora los niños, desde marzo, tomaban clases en linea por el Zoom.

Pero el Zoom y el Facetime le agregó un motivo de regocijo. Verse en las pantallas tenía un poco de la comunicación cara a cara. Tenía un poco el narcisismo de verse en el espejo mientras conversaba con los demás.

Primero conversaron con los Peyton. La plática empezó por la comida, por lo que cada quién iba a comer y la forma en que lo iban a preparar. Luego toco el tema de los jóvenes, de los parientes. Con sus hijos agregados al fondo de la la sala, los Peyton a veces los integraban en algunos temas de la conversación. También, a veces, cuando hablaban de la música, a veces Luchona prendía su celular para acentuar el tema con ejemplos de la música de los artistas que mencionaban.

¿Qué cosas más se podrían agregar a la conversación, a ese juego de la comunicación y la seducción que incluso los sitios porno usaban para intercambiar una experiencia sexual vicaria?

A Cincho le hubiera gustado vestirse de Santa Clause ese día y animar a los niños de las familias con la idea de que se estaban comunicando al Polo Norte.

Se podría pensar que quienes la estaban pasando mejor eran las familias donde les había tocado encerrarse con más miembros de una familia, los abuelos con los nietos, las familias grandes… Pero a veces no era así. Y unos se cansaban del demasiado trabajo que implicaba cocinar para más personas, de lo pesado que eran organizar la secuencia de los eventos navideños, y entretener a los niños, mientras las mayores hacían tamales, preparaban postres…

Luego de hablar con los Peyton, Luchona sacó los tamales del refrigerador y preparó un arroz. No era la comida más festiva de Nochebuena que había comido, pero estaban vivos, y se iban a evitar las preocupaciones de manejar de regreso a casa, de revisar cómo estaba el tráfico en el Google Map, de discutir quién iba a manejar. Y si se iban a quedar en la casa del huésped, se habían evitado las molestias de sacar las cobijas y almohadas del auto, y acomodarse a dormir en algún sillón o la alfombra.

Cincho sabía que se podía adaptar mejor a las nuevas reglas de la pandemia. Sabía que podía hacer más sacrificios que Luchona, porque, después de todo, en su familia, aunque fue numerosa, se fue desmoronando rápidamente desde su infancia y fue difícil mantener una tradición de mesas largas arregladas y otras formalidades.

Quizá por eso, Cincho no podía ayudar mucho a su mujer que tanto sufría por no poder estar con los chiquillos, por no poder estar echando relajo en vivo con sus hermanas y amigas.

La segunda videoconferencia no fue en Zoom, sino en Facetime.

Luchan marcó en su tableta los cinco números de sus familiares, y, luego de algunas fallas, en las cinco pantallas todos estaban conversando. Para entonces, Cincho Balvaneras ya había tenido demasiado de la tecnología. Ya había hablado con varios de sus familiares a larga distancia, había hecho comentarios en las redes sociales, había leído las noticias en la Internet, había compartido un meme… Y los tamales y las cervezas le estaban produciendo sueño.

No quiso ser descortés. Saludo a su cuñado el Chóforo y sus cuñadas. Luego se hizo a un lado del sillón, se salió del encuadre del Face Time. Empezó a cabecear de sueño. Luego Luchona lo regañó en broma delante de sus hermanas.

Lo cierto que ahora, no estaba con energía para bromear. Habían sido muchos los dramas del día, desde que se levantó a las cinco de la mañana.

Se quedó dormido. Su cerebro necesitaba procesar tantas experiencias nuevas que estaban pasando.

Más tarde, Luchona lo despertó para hacer un último Face Time hasta Moreno Valley, para que viera cómo los chiquillos abrían sus regalos.

El también abrió su regalo, y le gustó lo que su esposa le había regalado: una tableta, pero de una madera fina, donde al fin podría poner a descansar por la noche su teléfono celular, sus lentes y su reloj.

 

—José FUENTES-SALINAS, Long Beach, California, 25 de diciembre, 2020

 

CONSUMO: Modelo para armar

Cuando le venden un modelo para armar, no le venden el mueble. Le vende la promesa de un entendimiento. Le venden una lista de piezas con que se hace un mueble. Le vende la esperanza de que usted tenga paciencia y suficiente tiempo para organizar tornillos y tablas. Le venden la posibilidad de que una a una, paso por paso, vaya armando el esqueleto, y luego las puertas y piezas que hacen el mueble que usted vió en la tienda.
Cuando le venden el modelo para armar, le venden la ilusión de que usted ahorrará dinero, porque saben que usted no es bueno para las matemáticas, y acaso pensará que valió la pena pasar una jornada de trabajo para ahorrarse dos o 10 dólares. Cuando le venden un modelo para armar le venden la idea de que usted era un carpintero, pero no lo sabía. Cuando le venden un modelo para armar le venden un conflicto con su esposa que desde el primer minuto querrá que usted sea mago, y haga aparecer el mueble que ella vio en la galería, y que compró por Amazon.

Cuando le venden un modelo para armar le venden la idea de que usted es carpintero, pero no lo sabía. Foto: José Fuentes-Salinas

—José FUENTES-SALINAS/tallerjfs@gmail.com

Twitter: usos y costumbres

#TWITTER SON 140 CARACTERES. Si usted puliera el arte de decir, sería poeta, epigramista, filósofo o un buen alburero.

Este haikú de Matsuo Basho (1644-1694) tiene 45 caracteres:
“Este camino/ ya nadie lo recorre,/ salvo el crepúsculo.”
O bien, podría jugar con las palabras, como en este albur:
“No es lo mismo huele a traste, que atrás te huele”.
Pero como las herramientas de comunicación se han desarrollado más rápido que las habilidades de los usuarios, llegamos al problema de que nuestra capacidad de enviar mensajes se hace reiterativa, aburrida, ofensiva, confusa…
Hoy, la categoría (hashtag) “HowSurviveTwitter” (¿Cómo sobrevivir al twitter?) estaba en primer lugar con 48 mil tuits.
Eso tiene su razón: muchos están preocupados por la utilidad de este canal.
RB escribía: “ten una piel gruesa, una mente abierta, opiniones y reenvía los mensajes”.
En otras palabras ten criterio, ten un buen filtro para distinguir lo útil de lo inútil.
BB, agregaba: “solamente envía mensajes como si tuvieras un desorden mental. No solamente sobrevivirás, sino que hay posibilidades de que te conviertas en ‘POTUS”’.
BB se refiere a lo opuesto de Boswell: tuitea por tuitear, tomando el mal ejemplo del primer presidente norteamericano que usa este canal para decir todo tipo de cosas que se le ocurren de la política nacional e internacional… y de otros chismes, como los negocios de su hija.
SS es cauta. “No expreses en forma de tuits nada que tenga que ver con religión, política, o tus opiniones, solo diviértete con los ‘memes’”.
Por una parte, tiene un punto válido: cuestiones complejas que ameritan un contexto especial y la reiteración de explicaciones. En otro sentido, cae en la banalidad: si a la ciencia y tecnología le costó tanto trabajo crear esta herramienta tan fina, ¿cómo es que la vamos a usar para bromear?
Tanto en Twitter, como en otras aplicaciones de las Redes Sociales, hay quienes publican cosas que se hacen populares, y quienes simplemente muestran lo que quieren mostrar.
En esto, pueden entrar varias categorías desde las aberraciones extraordinarias, a las ideas novedosas.
EB escribe: “No te sientas obligado a seguir cada una de las cuentas de quienes te siguen. Solo sigue las cuentas que verdaderamente te importen”.
Pero mientras este es un mensaje altamente razonable, en seguida alguien publica el video de un niño que saca la lengua por un poro de su naríz.

CATALIZADORES Y ARGUMENTOS

Desde su rápido crecimiento en el 2007, cuando bajo la dirección de Jack Dorsey lanza propuestas de financiamiento y se posibilita la plataforma de apoyo de los “hashtags”, ha pasado una década de Twitter.
El grado de normalización que ha conseguido no solamente en el usuario común, sino en los medios de comunicación, instituciones y figuras públicas lo hacen digno de análisis.
En las escaramuzas electorales para la presidencia de Estados Unidos fue claro el rol que jugó. El candidato Donald Trump, provocando constantemente la atención con sus tuits, llegó el momento en que aún sin tener argumentos de peso dominó otros mensajes más sesudos en los debates. Esto lo reconocería el mismo presidente Barack Obama, quien en campaña de apoyo a Hillary Clinton decía con razón que con tuits no se podría construir un argumento de cómo se pensaba gobernar el país.
Es cierto. Los tuits, los mensajes cortos de 140 caracteres, no son un argumento, pero pueden servir como “catalizadores” del discurso, de las ideologías.
¿Si John F. Kennedy o Martin Luther King Jr. vivieran en la segunda década del Siglo XXI estarían “tuiteando”?
Las categorías de tuits se pueden dividir en dos grandes áreas, según sea su propósito: a) mensajes lúdicos y b) mensajes informativos. Ambas categorías están generalmente ligadas al “timing” noticioso.
Las categorías que se suelen utilizar en el periodismo, para dividir las “noticias” y los “features” pueden servir como punto de partida para organizar la actividad tuitera. En el periodismo, se sabe que luego de la apertura de una noticia, vienen los comentarios, el humor, el seguimiento, el análisis…
Algo semejante ocurre con los tuits, pero en estos hay una gran diferencia: se trata de mensajes frecuentemente espontáneos y con pocos filtros que ponen a prueba el criterio y la tolerancia de los usuarios.
Una usuario lo pone de esta forma: “Twitter es el radio. Encuentra las estaciones que te gusten. Escúchalas cuando quieras, y únete al coro, cuando lo desees” –Msh
Este mensaje se encuentra acomodado bajo la primer categoría, la lúdica. Se buscan mensajes para sentirse bien. Para dar curso al “Principio del Placer”, como catarsis, para dar legitimidad a una zona de confort.
Generalmente, en esta categoría entran cuestiones sexuales, temas de la farándula, exposición de asuntos de la vida privada… y hasta políticos, a condición de que no entren en asuntos serios y analíticos.

 

  • José FUENTES-SALINAS, tallerjfs@gmail.com. May., 2017

LIBROS: Conversación con Umberto Eco

EN EL PRINCIPIO era la memoria hablada, en el principio, se declamaba la historia, la historia tenía diferentes tonos. Luego llegó la historia escrita a mano, antes de la imprenta, y ahí estoy yo viendo a Sean Connery vestido de fraile visitando el monasterio donde se hacían los libros incunables, donde cada letra era arte y disciplina.
Ya no podría saber más de lo que se ha escrito sobre “El Nombre de la Rosa”, ni podría preguntarle a Eco sobre esa diferencia de lectura entre su libro y la película. Seguramente me hubiera mandado a leer alguna otra entrevista, porque así es su costumbre.

Umberto Eco, “De la estupidez a la locura”, Ed. Lumen

Muchos le dicen semiólogo, semiótico, filólogo, arqueólogo de lenguaje, teórico de la comunicación… Novelista, ensayista… O escritor.
Pero la realidad es que saber más de todo eso ya no podría ocurrir.
“Umberto Eco murió en la tarde del viernes a los 84 años”, dijo la BBC el 20 de febrero de 2016, quien tuvo la elegancia de definirlo simplemente como “escritor y pensador” que “vendió más de 1 millón de copias de El Nombre de la Rosa”, en varios idiomas. “Fue incluso llevada al cine”, dice la noticia que con esto terminaría dándole la primera puñalada al escritor post mortem.
La definición era sólo por una novela y por la cantidad que vendió, así como por el bautizo que le hizo el cine. Pero a decir verdad, al final incluyeron una frase de cómo el propio Eco se definía: “yo soy filósofo, escribo novelas sólo los fines de semana”.
Eso lo recupero para mí, para el encuentro que tuvimos en la librería Barnés and Noble de Torrance, California, y que continué en la de Long Beach.
Encontrarlo ahí y no en Amazon.com tiene una gran diferencia.

Leyendo a Umberto Eco en Barnes and Noble Bookstore.

Ahí podría escrutinar con más paciencia cada una de sus ideas que dijo antes de morirse de cáncer de páncreas. Como se sabe este tipo de páncreas es el más rápido y más agresivo y tan sólo por eso, el escritor ya no tuvo tiempo de planear otra gran novela.
Así es que su libro nombrado “De la estupidez a la locura, crónicas por el futuro que nos espera”, subrayando con mayúsculas: “EL ULTIMO LIBRO DEL GRAN MAESTRO”, era un verdadero pretexto para sentarse ahí con un café a conversar.

– ¿Por qué usted que se ha pasado la vida hurgando los libros viejos y nuevos ahora le da por ocuparse en los teléfonos celulares y en la Internet?

“Los móviles están cambiando de manera radical nuestra forma de vivir, por lo que se han convertido en un objeto interesante, desde el punto de vista filosófico. Al dado también las funciones de una agenda en la palma de la mano, y una computadora con conexión a la red, el móvil es cada vez menos un instrumento de oralidad y más un instrumento de escritura y lectura. Como tal se ha convertido en un instrumento o modo de registro”.
No le quise contar en ese momento, que con iPhone había podido copiar algunos de los párrafos de su libro, en lugar de escribir notas en un papel, ni que en un instrumento así me había enterado de varias noticias de su muerte.
El, qué pasó del siglo XX al siglo XXI con una buena carga de sorpresas, no le pareció extraño eso de las “fake news”, que unos muchachos de Macedonia solían fabricar y que incluso el general Flynn se las creyó.
De hecho, me confesó que él solía consultar la Wikipedia y que a decir verdad sólo había tenido que corregir dos o tres cositas de su biografía. El veía como un riesgo que en la Wikipedía todos pudieran cambiar y editar los textos, pero que, al final de cuentas, entre todos se detectan las mentiras e imprecisiones.
Fue cuando recordé que en algún momento eso me había pasado cuando edité la semblanza de Zacapu, mi lugar de nacimiento. Conociendo bien mi ciudad, una vez escribí que los bosques y lagos se veían amenazados por la mancha urbana, e incluía varios datos olvidados de los fundadores de escuelas, cines, comercios… Años después alguien había borrado mis datos ecológicos.
El profesor lo tomaba todo esto con calma.
Cree, como yo, que hay que construir un discurso sobre los usos y abusos de la tecnología, hay que organizar una reflexión, pero hay que empezar desde las escuelas, hay que enseñar a filosofar, como también dice Fernando Savater.
Esa tarea es difícil por la rapidez con que ha ocurrido los cambios de la tecnología cibernética, el consumo.
Y a manera de ejemplo dice que si él hubiera tenido un auto como los de ahora cuando empezó a manejar quizá hubiera chocado.
“Yo crecí manejando, crecí con los cambios de los autos”.
Del 2004 cuando apareció el Facebook, al 2010 cuando, tenía 400 millones de usuarios, el profesor experimentó un extraordinario cambio, pero ¿para qué?.
“El problema es que fue como si todo lo que se decía en un bar lo dijeran de repente en las redes sociales”.
La seducción y el entusiasmo que produce lo nuevo es algo que siempre distorsiona las necesidades, más ahora en estos tiempos de una explosión publicitaria nunca antes vista.
El me lo explica mejor: “la relación entre entusiasmo tecnológico y pensamiento mágico es muy estrecha y va ligada a la confianza religiosa en la acción fulminante del milagro. El pensamiento teológico nos habla y nos hablaban de misterios, pero argumentaba y argumenta para demostrar hasta qué punto son concebibles o bien demostrables. En cambio, la fe en el milagro nos muestra lo nominuoso, lo sagrado, lo divino que aparece y actuar sin demora”
Para Eco la cuestión de cómo usar la tecnología tiene que ver con los filtros que da la preparación académica, la filosofía, la revisión de los cambios que hubo en otras ocasiones.
Mucha gente confunde el “reconocimiento”, “la fama”, el protagonismo, con otras cosas banales… Y tarde o temprano aparecen las consecuencias: por ejemplo un presidente que en lugar de explicar cuestiones complejas, envía “tuits” sobre cualquier cosa que se le ocurre, y dice que los medios son unos deshonestos.
Como como todo pensador, el profesor no se ocupa de todo los problemas que ha traído consigo la nueva tecnología, o lo que desde la revolución industrial han llamado “progreso”.
Como buen conversador con los signos, ahí escrito unas cuantas ecuaciones que las siguientes generaciones habrán de responder.
De lo que si advierte es que se necesita un buen filtro para saber lo que es relevante, ya que los días no son tan extensos, ni la vida larga.
Pone de ejemplo el cuento de Jorge Luis Borges “Funes el memorioso”, el tipo que podía memorizar todo, incluyendo lo más irrelevante.
“Internet esa hora como Funes. Como totalidad de contenidos disponibles de forma desordenada, sin filtro ni organización, permite a cada uno de nosotros construirse su propia enciclopedia, esto es su libre y personal sistema de creencias, nociones y valores… Así que, en teoría, podrían existir 6000 millones de enciclopedias diferentes, y la sociedad humana se reduciría al diálogo fragmentado de 6000 millones de personas, cada una con su propia lengua distinta que sólo entendería el que el habla”.

—José Fuentes-Salinas, tallerjfs@gmail.com. Con datos del libro “De la estupidez a la locura”, Umberto Eco, Ed. Lumen, Ensayos.

 

Las tiendas de tecnología cibernética

De cómo los “millenials” ayudan a que sus padres se adapten a las nuevas formas de comunicarse.

Por José FUENTES-SALINAS
tallerjfs@gmail.com

CERRITOS MALL.- A la Chulita le aburren las filas de espera, los estacionamientos congestionados, la pérdida de tiempo. Por eso estamos ahí a las 9:30 de la mañana esperando que abran la tienda Apple. La vieja computadora se ha vuelto muy lenta, y con frecuencia tiene crisis esquizofrénicas o catatónicas.
– Ya. Hagamos el sacrificio -dice- necesitas una nueva. Ya no puedo ni hacer mis transacciones del banco.
Haciéndo cálculos, con un “tarjetazo” podemos agarrar un MacBook con un cerebro más rápido.
La gente empieza a llegar a ese pasillo iluminado cerca de la tienda “True Religion”. Nos sentamos en unos de los sillones que tienen acomodados enfrente de la entrada. Los trabajadores de la limpieza están terminando de hacer su trabajo. El suelo es brilloso y las mesas donde están acomodados los aparatos lucen pulcras. Muy pronto, ahí estarán deambulando amas de casa, estudiantes, niños, adultos… esperando que un jóven les resuelva las dudas y haga funcionar sus aparatos.
Enfrente de mi llegan un par de sordomudos. Se dicen cosas con las manos. Llevan sus iPhones para no sé que asunto. Más tarde le preguntaré a un empleado si tienen personal que sepa el lenguaje de las manos.
-Algunas veces los tenemos, pero la verdad es que ellos pueden usar el mismo tecleado para comunicarse -me dirá uno de ellos.
Lo que si tienen ya es una cuota de empleados bilingues que hablan español. El mercado latino en Los Angeles es uno de los más importantes. El último reporte de Beacon Economics dijo que en un año, los latinos gastan un promedio de 1.3 Billones de dólares solamente en tecnología cibernética. Muchos son inmigrantes, y las redes sociales y los teléfonos celulares han ayudado a mantenerse en comunicación con la familia. He visto en la calle, pintores de casas comunicarse con sus familiares en Guatemala o México a la hora del almuerzo.
La gente sigue llegando, pero la Chulita me dice que llegamos demasiado temprano.
-Abren hasta las 11 -dice- voy a sentarme a tomar un café.
La gente, ordinariamente ya no invierte mucho tiempo platicando, mientras espera. Pero tratándose de personas que no pueden usar sus dispositivos electrónicos, la plática suele ocurrir.
-Uno de los problemas que tenemos que resolver en la actualidad es el de entender en qué forma la tecnología está cambiando nuestros estilos de vida -le comento a una señora que está a un lado.- ¿Qué tanto debemos dejar que la tecnología cambie nuestras formas de comunicarnos?
-Lo sé. Yo tengo sin teléfono celuar un par de días, y algunas cosas se me han dificultado -dice- ahora que fui al partido de futbol de mi hijo, necesitaba usar los mapas de google para orientarme… Pero, de todas formas llegué.
Entre los sillones y la entrada de la tienda, la gente que llega al Mall pasan con su iPhone en la mano. Adentro de la tienda se empieza a ver movimiento. Llega una muchacha que empieza activar los aparatos, luego el manager que agrupa a varios de sus empleados que lucen una T-Shirt azul con el logotipo de la manzana. La mayoría de ellos son los “millenials”, los que no usan trajes ni corbatas, pero son unos expertos en arreglar programas y aplicaciones cibernéticas.
Unos quince minutos antes de abrir, se forman dos filas: los que van a comprar aparatos a la derecha, y los que llevan sus aparatos para que se los arreglen, a la izquierda. El mánager, igual de jóven que los demás, sale con los empleados. Cada uno lleva una tableta para asignar a cada uno de los clientes con una persona. Todo está bien organizado. Los empleados son como anfitriones personales. Nosotros que tenemos la intención de que nos arreglen “la viejita”, y comprar un nuevo MacBook nos formamos en la fila de los compradores y damos el número de teléfono para que nos aparten un lugar en el “Genius Bar” (la barra de los genios), donde nos habrán de actualizar a la vieja computadora.
Para cuando abre la tienda, todos saben con quién habran de hablar.
– Ja jaaa… Ojalá pudieran aplicar este modelo de atención al cliente en los servicios de la ciudad -le digo al gerente.
Mientras los padres conversan con los empleados, muchos niños se apostan en las mesas chaparritas y abren las tabletas, como si se tratara de algo familiar. Tienen incluso sillones en forma de almohada como los que usaron los inventores de las computadoras y que están en un museo de Mountain View en el Valle del Silicio.
Los jóvenes saben que la empatía que pudieron haber desarrollado con sus padres o tíos de algo les servirá aquí. Piden identificaciones y contraseñas con mucha paciencia, juegan con los aparatos como si jugaran con juegos de Nintendo. Finalmente venden. La tarjeta entra en la ranura y se firma con la uña en la pantallita.
Para cuando casi termina la transacción de compra del nuevo MacBook, en el iPhone ya hay un mensaje de que en el “Genius Bar” nos están esperando.
En el “bar” nos atiende un muchacho que da respuestas rápidas y convincente, del por qué, cómo y para qué. La vieja computadora de más de 10 años la ve como un doctor de geriatría ve a sus pacientes.
– Mi madre tiene una igualita -dice el muchacho- vamos a arreglarle sus programas, sus máquinas de búsqueda para ver qué tan rápida la podemos hacer. Su problema no es la falta de memoria. Tiene casi la mitad de la memoria sin usar.
En la pantalla del viejo aparato van apareciendo códigos y las barras horizontales de entrada y salida de programas se llenan de azul y desaparecen.
El diagnóstico y tratamiento de la enfermedad cibernética parece tener resultado. Los periódicos aparecen más rápidamente y el YouTube baja sin tanta lentitud.
Si hubieramos empezado por aquí, por arreglar a la “viejita”, no estoy muy seguro de si hubiera comprado la nueva computadora.
Pero cuando me dice el muchacho que a esta hay que tratarla con mucho cuidado al instarle nuevos programas porque podría entrar en “shock”, me doy cuenta que la decisión fue la correcta.
De la tienda, salimos con la vieja y nueva tecnología.
No hay pierde: dos generaciones son capaces de colaboración.

-LONG BEACH, CALIFORNIA, 5 de Septiembre, 2016.

La tecnología cibernética

Había tenido dos episodios psicóticos. El primero fue cuando el hombre paseaba a las orillas del río San Gabriel durante una tarde.
Con su teléfono celular había intentado retratar unas golondrinas en un vuelo comiendo mosquitos, cuando su iPhone se congeló.
Sin frustrarse, disfrutando el último sol de la tarde simplemente siguió caminando a un lado de las palmeras de los viveros de su amigo Filiberto Jáuregui.
El segundo episodio ocurrió una semanas después, cuando en la calle de su casa celebraba el “Block party” del 4 de julio.
Sentado en una banca en el jardín de enfrente puso en su dispositivo electrónico una selección de marchas militares patrióticas acordes con esa celebración cívica de el Día de la Independencia.
El iPhone conectado a la Internet, al Wi-Fi de su casa, tocó “Semper Fidelis”, su favorita, y otras más antes de entrar en shock.
Era la segunda vez que eso ocurría, y como en la otra ocasión, esperaba que le episodio durara sólo unos minutos y volviera a la normalidad, y pudiera tomar fotos, hacer llamadas y revisar su cuenta en el Facebook.
En realidad, su teléfono inteligente era cada vez menos teléfono, aunque sí, un poco más inteligente. Convertía sus palabras habladas en palabras escritas, le mostraba direcciones para que ya no usara la Thomas Guide de papel, le decía cómo iba a estar el clima… Y, sobretodo, le permitía hacer galerías de fotos digitales que al instante podía hacer más coloridas y claras, u oscuras.
Entre las pláticas de amigos y vecinos, esperó que el episodio de esquizofrenia se le pasara.
Unas sobrinas sugirieron que le diera un “Time out”, que lo apagara un rato, para que descansara, y luego volviera a la cordura.
Pero luego de unas horas, este segundo episodio se hizo más preocupante. No fue como el primero, cerca del río. Aquella vez no le puso atención a ese berrinche, y lo echó a la bolsa del short. Y de repente, mientras caminaba, sintió que recuperaba la normalidad con una leve vibración, como si alguien le hubiera mandado a distancia un electroshock.
En cambio, en el segundo episodio, El pobre teléfono inteligente pasó por las manos de Daniela, Jazmín, Paty, Lulu… Y no dejaba de demostrar ese rostro con números exageradamente grandes, y sin la posibilidad de ofrecer un menú de alternativas para apretar un botón y usarlo de cámara, apretar otro y escuchar música, apretar otro y ver el estado del tiempo, o su estado de cuenta bancaria, o revisar los mensajes de texto.
Anocheció.
Los invitados empezaron a irse.
Una explosión cercana de juegos fuegos artificiales se vio al final de la calle.
Luego de regar el pasto y meter sillas y mesas, tuvo la esperanza de que antes de irse a dormir el teléfono funcionara nuevamente como diciendo: aquí estoy.
Eso no ocurrió.
En el sueño el hombre estaba en un camino lejano por la noche y de repente el auto dejaba de funcionar y no había forma de hacer una llamada, así como los primeros comerciales de televisión de los teléfonos celulares.
Al despertarse, no pudo revisar en el aparatito la hora que era. Vio su reloj de pulsera que estaba sobre el buró. Eran las siete de la mañana. Volvió a intentarlo. Su teléfono seguía con la pantalla distorsionada por los números.
La única palabra que aparecía era “cancel”. Se puso a pensar en si acaso había alguna llamada de emergencia adonde le podrían hablar.
Finalmente se levantó.
Echó una toalla su mochila y salió al gimnasio.
Al carajo todo -se dijo asimismo.
Signo aparatos, ni lentes, se sumergió en la alberca.
Empezó al el domingo sin tantas complicaciones.

-JOSE FUENTES-SALINAS, cronistadeguardia@gmail.com, Instagram: taller_jfs

Comercial no pagado para iPhone Instagram

TENGO una ventana que cabe en el bolsillo.
POR la noche se enciende y me dice qué horas son.
A VECES la uso de linterna para encontrar los calcetines o para ir a orinar al baño sin tropezarme.
EN MEDIO del tedio de las salas de espera, la abro y veo al mundo por medio de los ojos de mis amigos cibernéticos.
ALFREDO me lleva a pasear por las calles de la Ciudad de México. Me enseña rostros de putas, murales, mendigos y desempleados.
EDUARDO no se cansa de pintar fachadas en ruinas, Viejas puertas y ventanas, donde cuelgan tantas carencias.
MILA, desde Rusia, me lleva a recorrer estanques y bosques.
LOREDANA reclama mi atención en playas fatigadas de mareas, y tantos detalles de sombras y luces de los viejos barrios de México.
JONNA me ofrece un pastel de zarzamoras que ella misma recogió de un bosque noruego.
PEDRO, el viejo maestro de los lentes, recupera los rostros de sus contemporaneous y hace bromas mostrando sus intestinos en una pantalla, luego de una colonoscopía.
A VECES, a mi ventana le dicto un poema o se lo escribo sobre una foto de hojas de bamboo y me quedo pensando y pensando, como si realmente esa ventana me permitiera escaper del tedio de tanta tecnología.

-José Fuentes-Salinas, tallerjfs@gmail.com

La basura cibernética

El cerebro se daña. Lo dice el doctor Dharma Sigh Khalsa en su libro “The Aging Brain”. No es aquí el momento para explicárselo en detalle, pero cuando hay dos mensajes compitiendo por su atención, o cuando usted está demasiado tiempo estresado, buscando “controlar” todos los mensajes con que bombardean su atención, algo ocurre.

Por eso es importante ocuparse de la “basura cibernética” esa cantidad de “spams” que su blog no alcanza a filtrar y que le ofrecen todo tipo de cosas que no necesita ni va a usar como cialis, viagra, artículos Louis Vuitton, Channel, Prada…

La “basura cibernética” que se disfraza con mensajes como “oh what an excelent blog, you have the answer to many of my concerns” y que seguramente fue bombardeada desde robots pagados está amenazando no solo la utilidad de las nuevas tecnologías de comunicación, sino la salud mental de los usuarios.

El cerebro humano funciona un poco como las computadoras. Tiene la capacidad de adaptarse a nuevas formas de funcionamiento, y cuando identifica ciertas marcas como un problema, como un abuso, hay una cierta reacción contra ellas, como si esa intrusión publicitaria tuviera un efecto de bumerang.

Pero todo esto ocurre a un costo: el tiempo de los creadores y el tiempo del lector. Acabo de borrar en paquete más de veinte mil correos spam. Aunque los he hecho, casi de manera automática viendo un partido de futbol, lo cierto es que en ese tiempo pude haber escrito una nueva crónica, y, por otra parte, si alcanzaron la atención de los lectores, también ellos perdieron un poco de su tiempo. Ese es el daño que están haciendo los publicistas de lento aprendizaje a las redes de comunicación. Las redes se están convirtiendo en trampas, y el ciberespacio en una jungla.

Quizá eso explica lo que está ocurriendo en el Condado de Orange, California. Ahí, los lectores están regresando a leer los periódicos impresos, y el periódico local ya tiene más de un año en un experimento exitoso: produjeron más contenido impreso, y aunque aumentaron el costo, los lectores y anunciantes lo están favoreciendo. ¿No será que los lectores se están cansando de que les pongan “cookies” envenenadas y que el tráfico en la internet se está haciendo más fatigoso con tantas interferencias visuales.

Da la impresión que está ocurriendo con la alimentación. Ahora, las personas que quieren comer bien y nutrirse están dispuestas a pagar un poco más por contenidos que no tengan tanta grasa y sustancias tóxicas. Da la impresión que está ocurriendo lo mismo con la forma en que alimentamos nuestra inteligencia. A quienes les preocupa más la salud a largo plazo de su cerebro, se han hecho más selectivos con el tiempo de mensajes que quieren ver en las redes.

Los propietarios de las marcas usadas en los spams deberían preocuparse más por la forma en que se les liga con algo dañino.

A las bebidas azucaradas les tardó muchos años entender esto.

Ahora buscan desesperádamente con campañas publicitarias ligarse a otra cosa que no sea la diabetes y obesidad.

 

-JFS, 28.JUL.2013.

Los huevos y el humor

Los huevos y el humor han sido recursos de sobrevivencia.

En los años de estudiantes universitarios, los mexicanos solíamos comer huevos por la mañana, huevos al mediodía y huevos “a huevo” por la noche.

Esta era la proteína más barata y preservable cuando no había refrigerador ni dinero para salir a almorzar.

Como una forma de salir de la pobreza, las familias tenían que mandar a sus hijos a estudiar “a huevo”. Y aunque muchos creen que las cosas “a huevo” no funcionan, muchos ingenieros  se graduaron aprendiéndose “a huevo” las ecuaciones diferenciales y las leyes de la termodinámica.

También los inmigrantes que nos vinimos a trabajar a los Estados Unidos, no nos hicimos demasiadas preguntas sobre nuestras posibilidades de sobrevivir. Nos vinimos porque “a huevo” que saldríamos bien librados.

Tener huevos es tener entusiasmo, tener voluntad. Pero esto no ha sido suficiente para la sobrevivencia del mexicano. También ha sido importante el sentido del humor.

Es por eso que Rodolfo Rivapalacio y su hermano Gabriel han hecho reír a millones de hispanohablentes. Sus caricaturas animadas en la Internet han sido vistas por más de 250 millones de cibernautas, y su película de los huevos humorísticos fue la segunda más taquillera del cine mexicano en su estreno. Con la ayuda de su amigo Carlos Zepeda, que es ingeniero de sistemas, y su padre Rodolfo, los hermanos Rivapalacio diseñaron “Los huevos cartones” en el 2000 en un departamento de la Colonia del Valle en la Ciudad de México. Para el 2002 la subieron a la Internet y con el auge del YouTube los valientes y chistosos huevos se pasaron de computadora en computadora -lo que antes se diría “de voz en voz”.

Con su voz y su acento muy de la Ciudad de México, los huevos se ríen de los conductores de la televisión que tratan como imbéciles a la gente humilde que asiste a los “Reality Shows”.

En la Navidad, los huevos se ríen de las tradiciones norteamericanas implantadas en México, y así resulta que Santa Clause es un tipo irreverente y cachondo.

-El es la voz de mi papá -me dice Rodolfo.

De haber empezado con dos computadoras, los Rivapalacio y su amigo el ingeniero Carlos Zepeda produjeron en el 2006 la película más taquillera del cine mexicano, después de “El Crímen del Padre Amaro”.

José Fuentes-Salinas, tallerjfs@gmail.com

 

-8 , Junio, 2012.

 

Los “Spamers”

Son como tumores que contínuamente hacen metástasis.

Son la última cadena del DNA del mercado, las garrapatas tecnológicas, que lucran con una comunicación anémica.

Con la fantasía del Siglo XXI, de que todos los posedores de una plataforma digiital puede ser potencialmente comunicadores lucrativos, los spamers aparecen vendiendo viagra, cialis, mercancías de dudosa procedencia y servicios inbéciles.

Es cierto. Hay filtros.

Pero los parásitos digitales también saben de filtros y hacen mutaciones cromosómicas para filtrarse en las redes y destruír la comunicación.

Chamacos y chamacas, boys and girls:

Si una vez aprendieron el esquema de Shannon y Weaver, vuélvanle a dar una leída y discútanlo: en la comunicación hay un emisor, un receptor, un código, una retroalimentación… Ok, Ok… Pero lo que no aprendieron bien es que los “canales”, el sustrato material de la comunicación, se los han expropiado. Ahora, los canales están al servicio del marketing, y no hay forma de purificarlos. En algún momento, en alguna esquina, en algún márgen aparecerá el anuncio de “venda”, “compre”, “haga”, “vote”…

¿Qué tal suena “el negocio de la comunicación”?

Esto no quiere decir que no haya cafés, parques, reuniones familiares, visitas a los enfermos, alivio de los afligidos (ya me salió un rosario), donde se comunican las personas cara a cara sin intermediarios. Pero como eso no es negocio, no se promueve.

Lo acepto.

No podemos dar marcha atrás al “reloj de la historia”. Nos hemos hecho demasiado exigentes para controlar nuestro tiempo personal. Paradójicamente hemos caído en los brazos de Sylicon Valley… Y de los “spamers”.

Ja jaaa… Me da risa saber que esto lo estoy diciendo en una MacBook y en la plataforma hecha posible por un nerd informático. Esa es otra paradoja.

Pero déjenme decirles que mi primera intención para acercarme a estos canales de comunicación era conocer desde adentro el nuevo fenómeno de la comunicación.

Dentro de todo esto, hay muchas maravillas que he podido disfrutar, como escuchar las voces de poetas y trovadores muertos, y tener a mi lado una sinfonola especializada.

Pero los “spamers” !ah los “spamers”!, esas ladillas de la comunicación, aún no sé como controlarlas, como impedir que me roben mi tiempo.

Ojalá hubiera una brigada anti-spamers.

 

 

-tallerjfs@gmail.com