LA FOTOGRAFIA EN EL SIGLO XXI: entre las “selfies” y el desperdicio

Hilario Barajas tomó su iPhone y se conectó de Long Beach a Guatemala.

En el descanso de su trabajo de pintor, sacó la cajita mágica, el “medium” electrónico que podía evocar el pasado y el presente, sin recurrir a la telepatía.

Abrió el facebook y vió a sus amigos echándose unas chelas y comiendo mariscos. En sus cuenta él aparecía como si hubiera venido a California al cotorreo, a pasarla chido, de “party” en “party”.

“A nadie le gusta que lo vean mugroso, o lleno de pintura. Ja jaja…”

Así como antes “los momentos Kodak” no eran para mostrar las miserias, ahorita el momento “apple” no es para mostrar la “chinguita” que uno se pone.

Umberto Eco, el semiólogo italiano lo sabía.

En sus últimos textos, decía que la nueva tecnología cibernética compartía un poco el asombro por la magia. Después de todo, ¿cómo era posible que Hilario, un pintor de brocha gorda y spray, de repente pudiera ver imágenes de Huehuetenango, desde una calle de Long Beach, California?”.

También era como un espejito mágico, que todos los días a través de las “selfies” refrendaba la idea de: “There, You Are!”.

 

“si después de haberse tomado trescientas “selfies” alguien no sabe quién es, debería ir con un psicoanalista”

Hilario tenía un trabajo interesante que bien podría documentar, si él lo quisiera, la vida de los trabajadores inmigrantes en los Estados Unidos. Además, su esposa tenía un puesto en el Swap Meet, donde vendía pulseras de semillas con los santos grabadas y otras artesanías. Para los Barajas, eso tampoco era digno de fotografiar.

La esposa tenía también un trabajo de medio tiempo para limpiar un gimnasio, y esto los calificaba para mostrar la tremenda productividad de los latinos en USA.

“Mire compa, yo sé lo que me quiere decir: nosotros no existimos en las noticias a menos que seamos víctimas o victimarios, pero mostrarnos así como así haciendo el jale de todos los días ¿para qué?… Es tan obvio que nosotros somos muy trabajadores, y no como el Trompas lo dice: una bola de criminales y violadores. Cualquiera que ande en la calle nos ve como changos trepados en las palmeras o árboles, podando las ramas; nos ve cambiando los techos de las casas bajo pleno solazo o recogiendo la basura en los restaurantes… Cualquiera que tenga tres dedos de frente sabe cómo nos partimos la madre para que estas ciudades se vean bien”.

Hilario regresó a trabajar.

Ese trabajo le gusta porque es calmado, porque la mayoría de sus clientes no están en sus casas, y los vecindarios son muy calmados.

DEL TIANGUIS AL MUSEO

Esa semana en que me encontré con Hilario, también había ido al Swap Meet de Carson y al Museo Norton de Pasadena.

Por una extraña coincidencia, encontré vínculos entre uno y otro lugar. Una de las escenas del mercado de usado era similar a una pintura de los pintores de los Países Bajos del Siglo XVI. Con el iPhone había capturado una imagen donde los vendedores están conviviendo en un descanso, platicando y jugando cartas, mientras que en la pintura se ven dos comerciantes haciendo lo mismo.

 

Es muy probable que si no hubiera tecnología electrónica para fotografiar este tipo de escenas, ni fotografía analógica, los pintores estarían retratando en sus lienzos escenas como esta de los vendedores del mercado de pulgas, de Carson, California. Foto: José Fuentes-Salinas

Detalle de una pintura exhibida en el Museo Norton Simon de Pasadena, California, que muestra los mercados retratados por los pintores de los Países Bajos, en el Siglo XVI. Foto: José Fuentes-Salinas.

Realmente estamos desperdiciando la tecnología de imágenes, pensé. Estamos tomando demasiados autorretratos  y no documentamos un poco lo que vemos alrededor. Estamos viviendo en una sociedad tremendamente narcisista y con crisis de identidad: si después de haberse tomado trescientas “selfies” alguien no sabe quién es, debería ir con un psicoanalista.

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INTERNAUTAS: las aplicaciones tecnológicas (APPS) y la vida cotidiana

DESPUES DE VARIOS Años de sequía, se han dejado venir varias tormentas a California. Después de varios años en que unos han cambiado el pasto por grava, por plantas tolerantes a la sequía, la lluvia se ha ido acomodando al paisaje. Por fin he podido usar la aplicación radar NOAA del clima en el iPhone. Lo uso junto con la otra aplicación de las predicciones del Weather Channel que muestra con unas nubecitas o soles el clima que habrá a cada hora del día. Así no falla. Las masas de humedad verdes y violetas se van moviendo desde el Oceano Pacífico hasta la Costa Oeste. Los noticieros de la televisión se van haciendo prescindibles. ¿Cuántas aplicaciones son realmente necesarias para moverse en la ciudad, para saber si uno tiene que salir con el paraguas o si puede planear un fin de semana?…

Y luego vienen los anuncios de las noticias que según alguien deberíamos saber inmediatamente. En la mañana… beeep!… sale un anuncio diciendo que el Trompas había vuelto a anunciar un decreto para restringir la entrada de refugiados e inmigrantes. Esa urgencia por interrumpir mis actividades de mañana es como si yo fuera un funcionario de inmigración, y en ese momento se me fuera aparecer un refugiado de Sudán. Además de trastornar los rituales de hacer llamadas telefónicas (antes se hablaba después de la comida a los amigos y familiares), ahora se trastornan los rituales para ver los noticiarios y enterarnos de cómo está el mundo. Y ya no digamos ese sagrado y antiguo ritual de sentarse por la mañana a leer los diarios con un cafecito a la hora del desayuno.

Hoy, por la tarde revisaba en el Twitter que habían nombrado a una nueva CEO de Google en México. El nombre de la mujer estaba “trending” en México. Gran bulla hacían por anunciar en el Día Internacional de la Mujer (hashtag que también estaba “trending”) y en decir que era la primera mujer en ocupar ese puesto. Les puse tres “Tuits”: 1) “MAL TRABAJO hace el gigante de la informática que en veinte entradas no dice quién es la CEO”. 2) “EL FUTURO DE Google está en educar a sus usuarios. La sustentabilidad está basada en la capacidad de los usuarios para producir contenidos de calidad”, 3) “LAS PERSONAS inteligentes interrogan a Google. Las otras se dejan bombardear por la publicidad y los mensajes frívolos”.

¿Qué tanta tecnología necesitamos para ser felices… para sentirnos que tenemos control de nuestras vidas y saber que podemos interactuar con los demás en la medida de nuestras necesidades?.

Momento en que los clientes de un restaurante de comida rápida esperan hacer pedir sus platillos, al tiempo que revisan sus celulares.

En las últimas columnas que escribió el semiólogo italiano Umberto Eco trataba de ocuparse de ello, pero con cierta desconfianza. Platicaba: “yo casi siempre traigo apagado mi móvil. Lo enciendo cuando necesito hablar o revisar mis mensajes (…) cuando murió mi padre, me enteré 6 horas después. Estaba en una conferencia. Pero si me hubiera enterado antes esto no hubiera cambiado nada”.

Soy psicólogo y “no puedo negar la cruz de mi parroquia”: “EL ESTRES DERIVADO DEL USO DE LA NUEVA TECNOLOGIA se basa en que nos crea la noción de que algo tremendamente importante va a ocurrir en cualquier minuto, y no podemos despegarnos de nuestros celulares”.

Si lo vemos bien, muchas de las cosas que vemos en las pantallitas (este corrector automático me propone en lugar de pantallitas, “pantaletas”, otro ejemplo de lo intrusivo que se ha hecho la tecnología) podrían esperar hasta el fin de semana, y no se va a acabar el mundo.

No tengo idea hacia dónde va la tecnología. Pero si tengo una idea de adonde no quiero que me lleve. No quiero que me lleve a una situación donde todas esas habilidades que tardaron siglos en desarrollarse, de un de repente queden desplazadas hacia la nube.

¿Como qué?

Como la capacidad de elegir nuestras propias preguntas, y saber cómo y donde buscar respuestas de calidad.

Umberto Eco tiene razón en que lo más importante para beneficiarnos de la Internet se basa en tener buenos filtros. A eso se le suele llamar “criterio”, “pensamiento crítico”…

Y ¿cómo se desarrolla eso?… En la práctica.

Hace unos momentos, Amazon me envió un mensaje de texto que me llenó de alegría: me decía que el envío del libro de antología de poesía mexicana editada en Quebec hace más de 25 años se había adelantado.

Curiosamente, mi poema que incluyen se llama “Mis gustos” y eso sobre el placer de escuchar a Bach en un radio viejo, o leer el periódico en papel, la primera mirada al jardín… Jaa jaja, cuando lo escribí no me imaginaba que algún día me iba a despertar con el iPhone y revisar en el Facebook si el mundo no se había acabado, y revisar en “INRIX” el tráfico de las autopistas.

-José Fuentes-Salinas, Long Beach, Ca., 6, Marzo, 2017, tallerjfs@gmail.com

 

La tecnología cibernética

Había tenido dos episodios psicóticos. El primero fue cuando el hombre paseaba a las orillas del río San Gabriel durante una tarde.
Con su teléfono celular había intentado retratar unas golondrinas en un vuelo comiendo mosquitos, cuando su iPhone se congeló.
Sin frustrarse, disfrutando el último sol de la tarde simplemente siguió caminando a un lado de las palmeras de los viveros de su amigo Filiberto Jáuregui.
El segundo episodio ocurrió una semanas después, cuando en la calle de su casa celebraba el “Block party” del 4 de julio.
Sentado en una banca en el jardín de enfrente puso en su dispositivo electrónico una selección de marchas militares patrióticas acordes con esa celebración cívica de el Día de la Independencia.
El iPhone conectado a la Internet, al Wi-Fi de su casa, tocó “Semper Fidelis”, su favorita, y otras más antes de entrar en shock.
Era la segunda vez que eso ocurría, y como en la otra ocasión, esperaba que le episodio durara sólo unos minutos y volviera a la normalidad, y pudiera tomar fotos, hacer llamadas y revisar su cuenta en el Facebook.
En realidad, su teléfono inteligente era cada vez menos teléfono, aunque sí, un poco más inteligente. Convertía sus palabras habladas en palabras escritas, le mostraba direcciones para que ya no usara la Thomas Guide de papel, le decía cómo iba a estar el clima… Y, sobretodo, le permitía hacer galerías de fotos digitales que al instante podía hacer más coloridas y claras, u oscuras.
Entre las pláticas de amigos y vecinos, esperó que el episodio de esquizofrenia se le pasara.
Unas sobrinas sugirieron que le diera un “Time out”, que lo apagara un rato, para que descansara, y luego volviera a la cordura.
Pero luego de unas horas, este segundo episodio se hizo más preocupante. No fue como el primero, cerca del río. Aquella vez no le puso atención a ese berrinche, y lo echó a la bolsa del short. Y de repente, mientras caminaba, sintió que recuperaba la normalidad con una leve vibración, como si alguien le hubiera mandado a distancia un electroshock.
En cambio, en el segundo episodio, El pobre teléfono inteligente pasó por las manos de Daniela, Jazmín, Paty, Lulu… Y no dejaba de demostrar ese rostro con números exageradamente grandes, y sin la posibilidad de ofrecer un menú de alternativas para apretar un botón y usarlo de cámara, apretar otro y escuchar música, apretar otro y ver el estado del tiempo, o su estado de cuenta bancaria, o revisar los mensajes de texto.
Anocheció.
Los invitados empezaron a irse.
Una explosión cercana de juegos fuegos artificiales se vio al final de la calle.
Luego de regar el pasto y meter sillas y mesas, tuvo la esperanza de que antes de irse a dormir el teléfono funcionara nuevamente como diciendo: aquí estoy.
Eso no ocurrió.
En el sueño el hombre estaba en un camino lejano por la noche y de repente el auto dejaba de funcionar y no había forma de hacer una llamada, así como los primeros comerciales de televisión de los teléfonos celulares.
Al despertarse, no pudo revisar en el aparatito la hora que era. Vio su reloj de pulsera que estaba sobre el buró. Eran las siete de la mañana. Volvió a intentarlo. Su teléfono seguía con la pantalla distorsionada por los números.
La única palabra que aparecía era “cancel”. Se puso a pensar en si acaso había alguna llamada de emergencia adonde le podrían hablar.
Finalmente se levantó.
Echó una toalla su mochila y salió al gimnasio.
Al carajo todo -se dijo asimismo.
Signo aparatos, ni lentes, se sumergió en la alberca.
Empezó al el domingo sin tantas complicaciones.

-JOSE FUENTES-SALINAS, cronistadeguardia@gmail.com, Instagram: taller_jfs

Los Instagramers

Y ahora que las galerías caben en la palma de la mano, acostumbrémonos a la caída de los mitos.

Los fotógrafos famosos que solían contratar escritores de fama equivalente para hacer ensayos ya pueden guardar sus libros.

Ahora dejemos hablar a los tlacuilos sin capillas ni academias.

Tu eres “Pekitas” la madre de no sé que rincón que celebra la alegría en cada click.

Tu eres la que muestra el difícil romanticismo de una hormiga que carga una flor en sus hombros.

Tu eres la que vas a buscar yerbas y colores en las calles y mercados por donde transita el aprendizaje.

Tu eres la que gozas del encuentro con el mastuerzo y la limosnera a las puertas de la iglesia.

Ahí estás tu, transeunte de Caracas, acostumbrado a las sorpresas de fachadas y rostros de la otra ciudad que no reportan las televisoras.

Ahí estás la que hace un ejercicio de poética visual, acumulando puentes, olas, llanuras y abrazos.

En medio de las virtudes del buen comer, y el ejercicio diario, los cuerpos duros y torneados se exponen a los dedos.

Y ¿qué son esos signos rusos o chinos? ¿y qué es ese lenguaje de ojos y miradas? ¿y en qué país al otro lado del planeta me dan un “like”?

Yo era de los fotógrafos que gastaba lo que no tenía en rollos y fotos con distintos méritos.

Con una cámara evidente solía inventar expediciones a calles y plazas.

Ahora, una cajita cómoda que escribe con números extraterrestres es suficiente para recuperar memorias.

Yo no sé a dónde nos llevará todo esto. Yo no sé que pretenden quienes presumen un millón de “likes” o “seguidores”.

Yo me conformo con salir por ahí a divertirme, y entre mercados y oficinas, recoger unos cuantos testimonios para dos o tres instagrameros que suelen entenderme.