CASI TODOS VIENEN DE HOLLYWOOD. Pero no de los estudios donde se fabrican lo mismo asesinos que héroes para todas las necesidades.
Los actores vienen de la comunidad católica primera de Corintios XIII de la Iglesia Cristo Rey.
En el patio de la escuela parroquial de la iglesia de San José El Carpintero, ellos representan “La historia más grande jamás contada”, el martirio y crucifixión del maestro Jesús.
El fin de semana, frente a niños y adultos que salieron de misa de ese iglesia de Hawthorne, soldados, apóstoles, sacerdotes y asesinos refrendan la superioridad de la bondad.
Ellos son:
- Barrabás, un taxista llamado César Baena.
- María Magdalena, Gisela Baena, enfermera.
- Dimas, el panadero Reinaldo Flores que se ocupa al mismo tiempo de un ladrón bueno que de un soldado romano y un apóstol.
- Judas, interpretado por Moisés Alberto Raúl, de oficio carnicero.
- Gestas: el que le hace la pregunta más difícil a Jesús: ¿si eres Dios por qué no usas tu poder?. Es José Luis Álvarez cuyo oficio es medir la temperatura de los árboles de las casas de los actores como Arnold Schwarzenegger.
- Simón Pedro: René Burgos, mecánico, arregla los camiones de basura del Distrito Escolar Unificado de Los Ángeles.
- Entre hermanos y familiares, que se turnan papeles y oficios de acomodar tronos y cruces, así como el de hacer aparecer escenografías, hay estudiantes, amas de casa, soldadores y milusos.
El único que tiene un título universitario, es el que dará la mayor muestra de humildad: Jesús, el Salvador del Mundo, es Salvador Vázquez, un salvadoreño de Soyapango que en 1981 dejó el cantón de El Limón para venirse a los Estados Unidos donde se recibió de trabajador social en Cal State Los Ángeles.
Salvador es el maestro, y además de ser profesor le gusta patear la pelota de fútbol.
Luego de que lo azoten, le pongan la corona de espinas y lo crucifiquen tendrá que irse rápido a dormir porque el domingo tiene un partido a las 9:00 de la mañana en Pasadena.
Los actores dirigidos por Rolando Burgos, llevan 15 años representando la pasión y muerte de Jesucristo, y su profesionalismo es tanto que los adultos se quedan mudos y las niñas del público se conmueven a tal grado que cuando crucifican al redentor les brotan lágrimas.
De siete años, Jessica Becerra contesta a una pregunta boba: ¿cómo me siento… Qué no ves mis lágrimas?.
—José FUENTES-SALINAS, 31 de marzo de 2001, tallerjfs@gmail.com