Las palabras representan imágenes, las enriquecen, multiplican sus significados.
También requieren un poco más de atención y esfuerzo.
Para leer se requiere de un entrenamiento semejante a la conversación.
Es por eso que la filosofía, la ciencia, la literatura, se basan no en ilustraciones sino en palabras.
Pero: ¿a quien importa todo esto mientras la producción y consumo de imágenes sea tan buen negocio?…
El matrimonio entre imágenes y texto se ha hecho algo complicado. La educación, la economía, y el tiempo de ocio lo han hecho así.
En el pasado ocurría algo semejante.
En el siglo XVIII el escritor alemán Gotthold Ephraim Lessing descubrió en la biblioteca del Duque Braunschweig la “Biblia Pauperum”.
Era una biblia de ilustraciones antes que de texto.
En la biblia de los pobres más que entender unas palabras, un texto que pudiera ser discutido, era importante que los pobres entendieran que Adán y Eva habían sido una pareja flacucha y avergonzada de hacer lo que tanto les había gustado.
Además, esa biblia tan ricamente ilustrada era para que los pobres la vieran de lejecitos, y se conformaron con un buen sermón. (Alberto Manguel, “A History of Reading”, Viking Books, 1996).
- José FUENTES-SALINAS/ www.tlacuilos.com