PSICOLOGIA Y COLECCIONISMO: Los objetos usados como facilitadores de la memoria

POR José FUENTES-SALINAS

NO PUEDO DECIR que recuerdo a mi madre con exactitud. Pero esa salsera de boca de pescado me lleva a pensar en sus magníficas comidas que le hacía a Don Vicente Granados.

La salserita me la trajo un día mi hermana para que yo, el menor de la familia, no me sintiera tan desamparado. La tengo ahí en el estudio, y aunque no tengo fotos de Don Vicente, me vienen esas imágenes de un señor de traje y sombrero como Los Intocables, que cada año llegaba a visitar la tumba de su mamá, Doña Ramoncita, a Zacapu.

El hombre había sido hijo único y no tenía más familia que la nuestra gracias a que mi papá se hizo amigo de él, cuando le hacía trajes de casimir inglés en su sastrería. Viajar desde Filadelfia no era poca cosa. Menos cargado de juguetes y regalos para mi familia: el Winchester de mi padre, el juego de cubiertos para mi madre, los “juguetes americanos” para nosotros… Por eso, cuando nos visitaba, le preparaban buenas comidas, donde esa salsera se hacía presente.

Las imágenes son más poderosas que las palabras. Por eso, aunque no recuerdo qué se decía (yo tenía menos de 8 años), las cosas me recuerdan imágenes, y las imágenes me recuerdan estados de ánimos.

Por eso, también, las colecciones tienen importancia. Son una enciclopedia personal de emociones, algunas son:

  • La bomba del DDT oxidada que está en el rincón del estudio me recuerda mi oficio de matamoscas en la casa de Obregón.
  • El libro viejo de La Vida de los Santos y Los Viajes de Gulliver me recuerdan cuando aún no sabía leer y me contentaba con ver láminas en los libros de la biblioteca de la casa.
  • Una enorme moneda de peso que compré en el Swap Meet me recuerdan “mis domingos”, y, a su vez, dos jinetes de caballeros armados en sus caballos me recuerdan los juguetes que me compraba con ese peso.

Un sombrero de fieltro me recuerda a aquel chef de Filadelfia que cada año solía llegar a Zacapu para hacerse un traje con mi padre, y visitar la tumba de su madre. Foto: José FUENTES-SALINAS.

HOY HE LEIDO que en el incendio de la Catedral de Notre Dame se alcanzaron a salvar un tesoro de reliquias, que incluyen un clavo de la cruz de Cristo, su corona de espinas y la túnica de San Luis Rey.

Sin duda las reliquias de las iglesias, así como las reliquias personales, tienen el mismo propósito, el de atestiguar que algo que imaginamos realmente existió.

Así como los creyentes, las familias tienen sus reliquias con las que pretendemos conjurar la fragilidad del tiempo. Hay en todo eso un principio fetichista: el objeto sustituye la acción. Eso nos lleva a coleccionar objetos que tienen un significado personal. Pero aquí, habría que detenernos a hacer una diferenciación: las colecciones se van haciendo poco a poco, tomando consciencia de lo que significan.

En mi caso, tengo una caja de madera pintada con la fachada de la casa de Pino Suarez y Luis Moya, donde viví de niño, con un clavo del viejo ferrocarril desaparecido que me encontré en mi ciudad de nacimiento, así como los cowboys de plástico que nos trajeron Los Reyes Magos.

En un cajón del escritorio tengo unas servilletas de punto de cruz que mi madre tejió. Hay platos que fueron de mi hermana que falleció de cáncer, y un libro de poemas de Bertold Brecht que está firmado por mi hermano que murió muy joven. Las firmas o autógrafos también son una comprobación de que algo realmente ocurrió. El libro “Macario” tiene el autógrafo de Don Antonio, y los libros de mis escritores favoritos Eduardo Galeano, Octavio Paz y Eliseo Diego también están autografiados. Más que autógrafos, los cuadernos escritos por mi padre, me recuerdan la paciencia para acomodar palabras e imágenes en el papel.

EN LO QUE NO creo son en las colecciones de los millonarios que nomás porque tienen dinero se apropian compulsivamente del arte y las reliquias del mundo. Con frecuencia, no hay nada que los conecte personal o emocionalmente a esos objetos.

Es solo acaso una forma de mostrar: yo tengo poder.

 

—LONG BEACH, CA, 04182019

HAWAIIAN GARDENS: Entre bibliotecas, casinos y taquerías

Quizá debí haber pedido un burrito, una mulita, unos tacos de asada, pero la cuestión es que pedí un chile relleno sin saber lo que me iban a traer. ¡Puro queso!… ¡Ande!… tenga pa’ que aprenda. Ese plato estaba nadando en queso, frijoles refritos y arroz.

Lo primero que hice fue tratar de descubrir el chile removiendo un poco el huevo envuelto. Pero no era uno de esos huevos envueltos como una fina telita que se pega en el chile. Era una plasta de huevo. La cuestión es que me detuve en ese changarrito más por curiosidad, y un poco de narcisismo, que por la esperanza de encontrarme una buena comida rápida.

“Pepe’s”, The Finest Mexican Food Since 1962… ¡Chale!… ¿en serio?

Restaurant de comida rápida Pepe’s. Foto: José FUENTES-SALINAS.

Luego, a leer el menú, me enteré que se llama así por un sobrino de los fundadores que fue a la guerra de Vietnam en 1964. Pepe’s fue fundado en 1962 por los hermanos Joe y Tony Russi. Tienen restaurantes en Alhambra, Baldwin Park, Hawaiian Gardens, Hacienda Heights, y próximamente uno Rancho Cucamonga.

Mi debilidad por las bibliotecas

Por la Avenida Carson, uno se encuentra con los Casinos The Garden, Juan Street, Pawn Shop, 99 cents stores, taquerías, Starbucks… pero también, ahí en medio está una pequeña biblioteca pública en un edificio compartido con oficinas de la policía y unas estatuas en bronce de bomberos.

Me detengo ahí más por curiosidad que por necesidad de conseguir material para leer. Son de las bibliotecas que uno puede recorrer en unos minutos, y, por lo menos, sentarse un rato a descansar.

Me sorprende llegar tan rápido a la sección de libros en Español, donde inmediatamente destacan los libros de Alfaguara y los libros de autores norteamericanos traducidos al español.

Cuando uno acostumbra a husmear en las tiendas de libros, es fácil ubicar los libros nuevos de las bibliotecas públicas. Reconozco como una serpiente saliendo de los anaqueles la novela de Alberto Ruy Sánchez que estaba a punto de comprar en Barnes & Noble. La aparto.

Luego llega el bibliotecario y aprovecho para preguntarle por las películas extranjera y los libros de Eduardo Galeano.

¿Qué estaba haciendo ahí “Yojimbo” de Akira Kurosawa?

“Yojimbo”, la película de ese samurai desempleado, actuada por Toshiro Mifune, satisface mi curiosidad.

El bibliotecario me explica que hay un servicio de descarga de películas usando alguna aplicación de la televisión.

“I’m a big fan of public libraries”, le digo, recordando las veces en que de la Biblioteca Central de Los Angeles salía los viernes cargado de películas VHS y audiolibros para el fin de semana.

Le comento al bibliotecario que me gustaría regalarles unas cajas de libros y videos.

“Si. Claro. Tráigalos. Unos los usamos para la colección de la biblioteca, otros se los damos a los usuarios. Pero eso si, ya no aceptamos VHS”.

Me hubiera gustado quedarme un rato más, pero tengo que ir a Food4Less a comprar frutas y verduras.

En la calle, las nubes se pintan rojizas. El fin de semana entrará el horario de Primavera. Ya ha pasado casi un cuarto del año.

Siento un gran gusto de haber descubierto un nuevo rincón de estas ciudades que usualmente son motivos de historias solo cuando algo terrible ocurre en las calles.

—José FUENTES-SALINAS, tallerjfs@gmail.com

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Borges esencial y otros libros esenciales

LA LIBRERIA Gandhi de la Ciudad de México fue mi lugar favorito para alimentar mi curiosidad intelectual por mucho tiempo. En ese tiempo de los 80’s “hojear” libros era algo ya no tan mal visto.

Trasterrado en Long Beach, vi en la Librería Borders un sustituto ideal. Recién llegado y desconocido, ahí encontré una gran cantidad de amigos ruidosos y discretos: Wynton Marsalis, Ladysmith Black Bombazo, Eduardo Galeano, Neruda, Henrich Boll… Con música, libros y café, la ecuación del bienestar estaba garantizada.

En agradecimiento a Borders, cuando cerraron, compré tres mesas y seis sillas, con las que acaso podría poner mi propio café biblioteca. Conocí casi todos los libros de fotografía que desfilaron por sus estantes, y compré dos o tres.

Las Librerías Barnes and Noble ahora son mi refugio. Cada vez que tengo tiempo voy a hojear, tomar café… y escribir. La docena de cuadernos italianos de piel de Tuscanía vienen de ahí.

La mayor motivación es estar rodeado de escritura, y los escritores pobres que no tienen una biblioteca tan grande como para tener que usar escalera, se conforman con ir a las megalibrerías.

Por eso, ayer estaba ahí, escribiendo sobre mis temas más recientes.

En una librería cuando unos se cansa de uno mismo, cuando uno quiere tomar una tregua con su narrativa, se puede parar a escudriñar en un rincón de la librería algo que le estimule la curiosidad.

Fui a la sección en Español, donde semanas antes había encontrado el último libro de Umberto Eco que reúne sus columnas sobre la comunicación, incluyendo la Internet, que el conoció poco antes de morir.

En estos años, ya no compro muchos libros, a menos que sean esenciales, y si son baratos, mejor.

Fue por eso que me alegró ver al “Borges Esencial” publicado por la Real Academia de la Lengua y Alfaguara.

¿Por qué venden esos tabiques de pasta dura al mismo precio que un paperback desechable?

No lo sé. Pero los lectores se los agradecemos. Borges ahora queda al lado de Neruda y Cervantes. Y no es me entusiasme los análisis que incluyen, que algunas veces carece de conceptos y redunda en nombres, pero, pero es un buen intento de poner juntos unos cuantos textos básicos.

En el Borges esencial no encontré el poema que para mi es esencia, y que alguna vez me enganchó con su poemario “paperback”. No está el Evangelio Apócrifo, pero hay mas textos necesarios que bien vale la pena tener cerca en estos tiempos de lecturas fragmentadas.

José FUENTES-SALINAS/ Tlacuilos.com

LIBROS: Conversación con Umberto Eco

EN EL PRINCIPIO era la memoria hablada, en el principio, se declamaba la historia, la historia tenía diferentes tonos. Luego llegó la historia escrita a mano, antes de la imprenta, y ahí estoy yo viendo a Sean Connery vestido de fraile visitando el monasterio donde se hacían los libros incunables, donde cada letra era arte y disciplina.
Ya no podría saber más de lo que se ha escrito sobre “El Nombre de la Rosa”, ni podría preguntarle a Eco sobre esa diferencia de lectura entre su libro y la película. Seguramente me hubiera mandado a leer alguna otra entrevista, porque así es su costumbre.

Umberto Eco, “De la estupidez a la locura”, Ed. Lumen

Muchos le dicen semiólogo, semiótico, filólogo, arqueólogo de lenguaje, teórico de la comunicación… Novelista, ensayista… O escritor.
Pero la realidad es que saber más de todo eso ya no podría ocurrir.
“Umberto Eco murió en la tarde del viernes a los 84 años”, dijo la BBC el 20 de febrero de 2016, quien tuvo la elegancia de definirlo simplemente como “escritor y pensador” que “vendió más de 1 millón de copias de El Nombre de la Rosa”, en varios idiomas. “Fue incluso llevada al cine”, dice la noticia que con esto terminaría dándole la primera puñalada al escritor post mortem.
La definición era sólo por una novela y por la cantidad que vendió, así como por el bautizo que le hizo el cine. Pero a decir verdad, al final incluyeron una frase de cómo el propio Eco se definía: “yo soy filósofo, escribo novelas sólo los fines de semana”.
Eso lo recupero para mí, para el encuentro que tuvimos en la librería Barnés and Noble de Torrance, California, y que continué en la de Long Beach.
Encontrarlo ahí y no en Amazon.com tiene una gran diferencia.

Leyendo a Umberto Eco en Barnes and Noble Bookstore.

Ahí podría escrutinar con más paciencia cada una de sus ideas que dijo antes de morirse de cáncer de páncreas. Como se sabe este tipo de páncreas es el más rápido y más agresivo y tan sólo por eso, el escritor ya no tuvo tiempo de planear otra gran novela.
Así es que su libro nombrado “De la estupidez a la locura, crónicas por el futuro que nos espera”, subrayando con mayúsculas: “EL ULTIMO LIBRO DEL GRAN MAESTRO”, era un verdadero pretexto para sentarse ahí con un café a conversar.

– ¿Por qué usted que se ha pasado la vida hurgando los libros viejos y nuevos ahora le da por ocuparse en los teléfonos celulares y en la Internet?

“Los móviles están cambiando de manera radical nuestra forma de vivir, por lo que se han convertido en un objeto interesante, desde el punto de vista filosófico. Al dado también las funciones de una agenda en la palma de la mano, y una computadora con conexión a la red, el móvil es cada vez menos un instrumento de oralidad y más un instrumento de escritura y lectura. Como tal se ha convertido en un instrumento o modo de registro”.
No le quise contar en ese momento, que con iPhone había podido copiar algunos de los párrafos de su libro, en lugar de escribir notas en un papel, ni que en un instrumento así me había enterado de varias noticias de su muerte.
El, qué pasó del siglo XX al siglo XXI con una buena carga de sorpresas, no le pareció extraño eso de las “fake news”, que unos muchachos de Macedonia solían fabricar y que incluso el general Flynn se las creyó.
De hecho, me confesó que él solía consultar la Wikipedia y que a decir verdad sólo había tenido que corregir dos o tres cositas de su biografía. El veía como un riesgo que en la Wikipedía todos pudieran cambiar y editar los textos, pero que, al final de cuentas, entre todos se detectan las mentiras e imprecisiones.
Fue cuando recordé que en algún momento eso me había pasado cuando edité la semblanza de Zacapu, mi lugar de nacimiento. Conociendo bien mi ciudad, una vez escribí que los bosques y lagos se veían amenazados por la mancha urbana, e incluía varios datos olvidados de los fundadores de escuelas, cines, comercios… Años después alguien había borrado mis datos ecológicos.
El profesor lo tomaba todo esto con calma.
Cree, como yo, que hay que construir un discurso sobre los usos y abusos de la tecnología, hay que organizar una reflexión, pero hay que empezar desde las escuelas, hay que enseñar a filosofar, como también dice Fernando Savater.
Esa tarea es difícil por la rapidez con que ha ocurrido los cambios de la tecnología cibernética, el consumo.
Y a manera de ejemplo dice que si él hubiera tenido un auto como los de ahora cuando empezó a manejar quizá hubiera chocado.
“Yo crecí manejando, crecí con los cambios de los autos”.
Del 2004 cuando apareció el Facebook, al 2010 cuando, tenía 400 millones de usuarios, el profesor experimentó un extraordinario cambio, pero ¿para qué?.
“El problema es que fue como si todo lo que se decía en un bar lo dijeran de repente en las redes sociales”.
La seducción y el entusiasmo que produce lo nuevo es algo que siempre distorsiona las necesidades, más ahora en estos tiempos de una explosión publicitaria nunca antes vista.
El me lo explica mejor: “la relación entre entusiasmo tecnológico y pensamiento mágico es muy estrecha y va ligada a la confianza religiosa en la acción fulminante del milagro. El pensamiento teológico nos habla y nos hablaban de misterios, pero argumentaba y argumenta para demostrar hasta qué punto son concebibles o bien demostrables. En cambio, la fe en el milagro nos muestra lo nominuoso, lo sagrado, lo divino que aparece y actuar sin demora”
Para Eco la cuestión de cómo usar la tecnología tiene que ver con los filtros que da la preparación académica, la filosofía, la revisión de los cambios que hubo en otras ocasiones.
Mucha gente confunde el “reconocimiento”, “la fama”, el protagonismo, con otras cosas banales… Y tarde o temprano aparecen las consecuencias: por ejemplo un presidente que en lugar de explicar cuestiones complejas, envía “tuits” sobre cualquier cosa que se le ocurre, y dice que los medios son unos deshonestos.
Como como todo pensador, el profesor no se ocupa de todo los problemas que ha traído consigo la nueva tecnología, o lo que desde la revolución industrial han llamado “progreso”.
Como buen conversador con los signos, ahí escrito unas cuantas ecuaciones que las siguientes generaciones habrán de responder.
De lo que si advierte es que se necesita un buen filtro para saber lo que es relevante, ya que los días no son tan extensos, ni la vida larga.
Pone de ejemplo el cuento de Jorge Luis Borges “Funes el memorioso”, el tipo que podía memorizar todo, incluyendo lo más irrelevante.
“Internet esa hora como Funes. Como totalidad de contenidos disponibles de forma desordenada, sin filtro ni organización, permite a cada uno de nosotros construirse su propia enciclopedia, esto es su libre y personal sistema de creencias, nociones y valores… Así que, en teoría, podrían existir 6000 millones de enciclopedias diferentes, y la sociedad humana se reduciría al diálogo fragmentado de 6000 millones de personas, cada una con su propia lengua distinta que sólo entendería el que el habla”.

—José Fuentes-Salinas, tallerjfs@gmail.com. Con datos del libro “De la estupidez a la locura”, Umberto Eco, Ed. Lumen, Ensayos.

 

Leyendo a José Mújica y a Wislawa Szymborska: LAS EXPLICACIONES

Nadie es tan original como uno cree.

Con los escritores ocurre como con los amigos.

Todos te explican la vida en diferentes tiempos

y tú los escuchas, y te sorprendes, y agradeces.

Luego les encuentras cosas en común

y formas un círculo de confidentes.

Lo que cambia es el estilo de explicaciones y consejos.

Unos te dicen, recién salidos de la cárcel:

“el tiempo es lo único que vale la pena,

no te vendas, así nomás de deuda en deuda”.

Otros, desde la no existencia, te dejé un recado

en un libro grueso: “nada es un regalo, todo es un préstamo.

Estoy ahogada en deudas hasta las orejas.

Tengo que pagarlas por mi misma, conmigo misma.

Dar mi vida, por mi vida”.

(Dedicado a Pepe Mujica, y a Wislawa Szymborska con un fragmento de
su poema “Nada es un regalo”, 1993.)

-José FUENTES-SALINAS, tallerjfs@gmail.com, 19-Marzo, 2016

"Map", antología de poemas de Wislawa Szymborska. Foto: JFS

“Map”, antología de poemas de Wislawa Szymborska. Foto: JFS

Elogio de la Escritura frente a una vieja máquina de escribir

"Mecanografiar" un texto solía significar darle un estatus diferente a los textos, algo de lo que siempre he desconfiado. Foto: playera conseguida por Marlon, y máquina que encontré en el Swap Meet de Carson.

“Mecanografiar” un texto solía significar darle un estatus diferente a los textos, algo de lo que siempre he desconfiado. Foto: playera conseguida por Marlon, y máquina que encontré en el Swap Meet de Carson. Foto: Patricia Fuentes.

SOY MAL ESPECTADOR de televisión, de manera consuetudinaria, crónica, irremediable. Empecé a ver televisión a los 10 años. Era una Admiral Blanco y Negro, con patas como de garza. Los programas eran: Flipper, La Isla de Gilligand, La Ley del Oeste, Espía con espuelas, El Teatro Familiar de la Azteca, Siempre en Domingo… Mi idea de entretenimiento estuvo basada en la escritura. El librero de la casa estaba lleno de revistas de Jueves de Excelsior, libros de texto de los hermanos mayores desgastados, la Historia de México de José Vasconcelos, ilustrada por José Bardasano.

Son cincuenta años en que la escritura ha competido abiertamente con otras formas de entretenimiento y siempre ha ganado. En el proceso, me ha dado de comer, ha pagado mis deudas. Me ha acompañado. He entendido un poco su ritmo, su fuerza, su propósito. La he usado como me ha dado la gana.

“A los puristas denles dolores de cabeza, usen el lenguaje como quieran, pero háganse entender”, me decía Antonio Alatorre, “Los 1001 años de la lengua española” en el Hotel Biltmore hace años.

En la casa, la escritura siempre estuvo en el centro del interés. Mi hermano Javier, el cartero, repartía escritura todos los días en su motocicleta Islo o en la bicicleta Hércules. Mi padre escribía cantos y partituras musicales. La escritura estaba por todas partes. Martha la hacía de dos formas: tenía álbumes de su entrenamiento caligráfico y mecanográfico. En cuadernos de pasta dura, como los que todavía uso, mi padre en su momento de sastre, escribía las medidas de los clientes. Mi firma, que no ha cambiado desde los 12 años en que abrí mi primera cuenta de ahorros, está basada en la de mi padre, regular y legible como la escribía en las tarjetas perforadas que eran los cheques.

En la escuela primaria Cristobal Colón llené planas de sujeto-verbo-predicado. Supe que hay pasos que suelen ser aburridos y necesarios. En la secundaria supe que mecanografíar la escritura era un momento de seriedad importante, pero desconfié de tal estrechez. Entre otras cosas, porque la máquina Royal de Martha tenía un poco desmadrados los resortes y se brincaba las lineas. Las cintas eran caras, además. La letra manuscrita era más carnal, más honesta. Por eso sigo escribiendo así. El que mejor la escribía era Fausto, el Inge. Parecía arquitecto. En la secundaria, un compa de apellido Córdova, tenía un estilo de escribir exactamente en medio del renglón, sin que tocara la linea. Le aprendí bien su estilo que sigo usando en mis cuadernos italianos.

Supe de cómo escribir cartas, postales y telegramas. Las bases de todo lo que hago, siguen ahí. Un telegrama eran unas diez palabras, a veinte centavos cada una. Había que usar de la mejor forma cada palabra, así como ahora son los 140 letras del Twitter. ¿Quiénes leían en el Zacapu de los 60’s y 70’s?. Los zapateros remendones, los sastres y los obreros: los periódicos el Esto, El Excelsior, las novelitas de vaqueros de Marcial Lafuente. Chava, el sastre, compraba El Heraldo o el Esto, Manuel Paz, El Excelsior. Los cuentos de la Editorial Novaro los compraba uno en el puesto de Camilo, un ciego que enseñó a Zacapu a ver el mundo a través de la lectura. Con mi amigo Pepe Villaseñor, llegamos a descubrir por nuestra cuenta las revistas pequeñas, como Contenido y Revista de Revistas. Se hacía lo que se podía. Fuimos de esos adolescentes raros que se metían al la Biblioteca Juan Bosco a leer, no solo a hacer tareas. También, un día saqué mis ahorros de la alcancía y compré “La Aldea Stepanchikovo” de Feodor Dostoyevsky y “Hojas de Hierba”, de Walt Whitman. Eran los únicos libros que tenía Camilo el ciego.

Quizá hubiera sido un buen lector de la Biblia y del Quijote, si no se hubiera exagerado la formalidad para sus lecturas. La novelita de Dostoyevsky era una edición barata, pero la leí en un día en el embarcadero de la Laguna. Aún recuerdo al personaje Foma Fomitch y la forma en que chantajeaba a la nobleza, casi como Rasputín.

En la casa siempre hubo libros. Martha agarró un trabajo por comisión de vender lotes de libros. Trajo a la casa manojos de novelitas de Ciencia Ficción rezagadas. También había enciclopedias, donde tuve un primer acercamiento a las teorías de la personalidad con esa clasificación de Kretchmer, donde los gorditos era extrovertidos y los flacos, melancólicos.

Siempre hubo escritura, de manera activa o pasiva. Salvador salió de la Escuela de Periodismo y cubrió las Olimpiadas del 68 para El Heraldo. Qué orgullo ver al carnal con fotos de atletas o con Rocky Marciano. Luego, fue el reportero estrella de La Voz de Michoacán. En su departamento de Morelia tenía libreros bien surtidos. Una vez visitamos la Redacción del Periódico en la Avenida Quintana Roo. El olor a tinta nunca se olvida, ni ese lema escrito en algún muro: “Yo puedo estar en contra de lo que usted piensa, pero defenderé hasta la muerte su derecho a decirlo” (Voltaire).

Fausto perdió un año de estudios de ingeniería de la mejor forma: haciendo teatro. Aún conservo el libro “Poemas y Canciones de Bertolt Brecht”, con su firma. Esas eran sus lecturas en el tiempo que se dedicó a la actuación. En la Plaza Morelos, alguna vez se presentó en una obra corta, “El Siguiente”, de Marion Cheever. Eso recordaría yo, años más tarde, cuando tomaba clases de dramaturgia en la Escuela de Escritores de la SOGEM en la Ciudad de México. El escritor de “Los cuervos están de luto”, Hugo Argüelles nos enseñó a bosquejar personajes con el diálogo. El mismo era un personaje. Cuando en el otro salón estaban haciendo ruido, le decía a mi compañera Gina Morett (Rosa de dos aromas, Las Poquianchis): “Gina, dile a esos que se callen o que se vayan a chingar a otro lado”.

En los ochentas era ferviente lector, primero del UNOMASUNO, y luego de La Jornada. Fue acaso, en esos años cuando todo cambió alrededor de la escritura. Fue en los 80’s, cuando empecé a escribir en El Universal En la Cultura, con Paco Taibo el viejo,  y en El Nacional, con Paulino Sabugal. El que me animó a ofrecer un texto a cambio de pago, fue el amigo uruguayo Rafael Romano, quien era colaborador. Fue también, cuando con los amigos Alberto Candelas y Nicolás Fuentes asistíamos a los talleres literarios del ISSSTE con Juan Bañuelos, Homero Aridjis y Edmundo Valadés.

HOY, LA ESCRITURA es un oceano de posibilidades.

No reconoce fronteras.

Aún muchos puristas no digieren el susto de que el Nobel de Literatura 2016 se lo hayan dado a un poeta cantor como Bob Dylan. Allá ellos.

Los canales de la escritura se multiplican. El culto a las personalidades se diluye. Así como la fotografía del Siglo XX democratizó la representación visual, ahora las cibertecnologías democratizan el discurso literario.

Si a usted no le gusta lo que escribo, muy su gusto. Pero ahora no tiene que lamentar haber comprado un papel. Estese tranquilo.

 

— José FUENTES-SALINAS, tallerjfs@gmail.com

 

 

Los automatismos

Las cámaras fotográficas automáticas hacen una lectura general de la luz de los objetos y disparan. Sus lentes no se abren y cierran para leer la luz de cada cosa. Si los objetos están en blanco y negro, lo blanco quizá salga un poco gris, y lo negro, no tan negro.

Los aspersores automáticos para regar el pasto, desperdician demasiada agua. No se dan cuenta cuando llueve, o hay más humedad en el ambiente, igual riegan el pasto y una parte del cemento.

La ropa americana hecha en china no distingue mucho de tallas, excepto small, medium y large. Cuando los más bajos usan las calzonetas deportivas diseñadas para el promedio de los altos, los más bajos las usan de faldas largas.

Se hacen ideologías automáticas para que las personas no se molesten en pensar, algo que suele ser costoso y poco lucrativo.

Las compañías no existen para obtener ganancias a cualquier costo, sino para crear empleos. Y si envenenan el aire y generan adicciones, esos son los efectos secundarios que automáticamente tienen que aceptar quienes aman el progreso.

El automatismo en la comida de los restaurantes, asume que todos son de la misma talla, y a todos les dan las mismas raciones, sin saber que unos caminan y otros no.

Desde la revolución industrial, hasta la internet, todo ha sido así.

Ahora los “spamers” mandan automáticamente todo tipo de imbecilidades a un destinatario que recibe 1,500 anuncios basura diarios.

Y hasta para producir los nobles libros, de un locutor que tienen un gran raiting hacen un libro que se convierte en “bestseller”, y de un “bestseller” hacen una película taquillera, y de una película taquillera hacen una serie de películas que roen el mismo hueso de la historia original.

Y así, todos vivimos felices en un mundo de clones predecibles y programables.

 

“La Serenidad”

A Los Angeles llegan todos vendiendo un poco de nostalgia a cambio de unos cuantos dólares: los baladistas de palabras desgastadas, los cantantes rancheros, los actores de chistes pícaros, los rockeros de estrenduosas guitarras…

En Los Angeles se producen kilómetros de sueños hollywoodenses y galones de lágrimas melodramáticas basadas en minitragedias periodísticas.

Ahí mismo, Carlos Ruiz Zafón escribió “La Sombra del Viento”, una novela que silenciosamente fue ganando más y más lectores en el mundo hispano y anglo, hasta que por accidente los medios hispanos de Los Angeles se enteraron de que aqui trabajó el escritor que fue reverenciado en la Feria del Libro de Guadalajara.

En el otro extremo, las editoriales persiguen cuentachistes de la radio y a los  locutores de la televisión para convertirlos en éxitos de ventas instantaneas.

A Carlos Ruiz Zafón no le preocupan los lectores que no leen. Le preocupan los que irán tras su segunda novela y la recomendarán de boca en boca.

-José Fuentes-Salinas.Dec.5.2004

Los libros

“PALABRAS mágicas de sabiduría… Sánese con Homeopatía… Tesoro de oraciones… Plegarias escogidas… Fábulas para pequeñines… Descubre tu futuro… El ché”… Los libros de papel rústico aún juegan en los pueblos a deslumbrar el interés de quienes ven en la lectura el alumbramiento de la inteligencia. Todavía en las personas del campo “Ser leido” es lo mismo que tener poder.

libros

LIbros de los “lejanos pueblos”. Foto: José Fuentes-Salinas

Ahora con el marketing de los libros electrónicos, de las tabletas y de los teléfonos inteligentes, pareciera que los libros de papel están destinados para aplastar insectos o ser devorados por ellos. En la película “Frank and Robot”, un asistente de una Biblioteca Pública decide robarse un ejemplar viejo de “El Quijote”, en un momento en que la biblioteca está haciéndose electrónica.

Pero lo que no ven quienes vaticinan la muerte del libro de papel, así como tiempo atrás vaticinaron la muerte de los cinemas, es que la relación entre los buenos lectores y el libro es algo muy personal y sensual.

La psicoanalista Isabel Luzuriaga dice que el libro es un objeto amoroso: se abre, se observa, se raya, se acaricia, se guarda, se recuerda… De ahí que los bebes aprenden a apreciar los libros mucho antes de que aprendan a leer, y un libro de cuentos en la mano de los padres a la hora de dormir es el nacimiento de la imaginación.

En realidad, a mí nadie me contó cuentos.

Pero tuve la suerte de que en la casa donde crecí, no había televisión, ni radio, ni electricidad.

La única caja mágica de imágenes y palabras, era ese librero con puertas y vidrio, donde descubrí mártires degollados que echaban a los leones o los tiraban al mar en un costal de serpientes, piratas de mares lejanos, y animales salvajes.

Todo era visual. Aprendí a leer libros, antes que leer.