Tenía un rostro cacarizo y una voz rasposa. Vestía pantalones de casimir, camisa blanca, tirantes y sobrero de fieltro. Cada año llegaba de Filadelfia a Zacapu, Michoacán, donde estaba la tumba de su madre. Sin parientes, el hombre agradecía a su madre la existencia, y le pagaba con flores. Doña Ramona había muerto el 29 de abril de 1951, a los 95 años, y el único que firmaba su lápida era su hijo Vicente.
El solitario inmigrante agradecía también la compañía del sastre de Zacapu. A Don Fausto y su familia les llevaba regalos “americanos”: un rilfe Winchester 22, un juego de cubiertos, muñecas, motocicletitas metálicas…
Descansando de su oficio de cocinero, Don Vicente se iba a remar con los Fuentes a La Laguna, y regresaba a comer chicharrones con guacamole.
Cuando regresaba a Filadelfia, las fotos tomadas las presentaba como las de su familia que no tenía, su familia de vacaciones.
Un día ya no regresó.
Las fotos, los regalitos y la tumba de su madre lo recuerdan.
-José Fuentes-Salinas.