PSICOLOGIA Y COLECCIONISMO: Los objetos usados como facilitadores de la memoria

POR José FUENTES-SALINAS

NO PUEDO DECIR que recuerdo a mi madre con exactitud. Pero esa salsera de boca de pescado me lleva a pensar en sus magníficas comidas que le hacía a Don Vicente Granados.

La salserita me la trajo un día mi hermana para que yo, el menor de la familia, no me sintiera tan desamparado. La tengo ahí en el estudio, y aunque no tengo fotos de Don Vicente, me vienen esas imágenes de un señor de traje y sombrero como Los Intocables, que cada año llegaba a visitar la tumba de su mamá, Doña Ramoncita, a Zacapu.

El hombre había sido hijo único y no tenía más familia que la nuestra gracias a que mi papá se hizo amigo de él, cuando le hacía trajes de casimir inglés en su sastrería. Viajar desde Filadelfia no era poca cosa. Menos cargado de juguetes y regalos para mi familia: el Winchester de mi padre, el juego de cubiertos para mi madre, los “juguetes americanos” para nosotros… Por eso, cuando nos visitaba, le preparaban buenas comidas, donde esa salsera se hacía presente.

Las imágenes son más poderosas que las palabras. Por eso, aunque no recuerdo qué se decía (yo tenía menos de 8 años), las cosas me recuerdan imágenes, y las imágenes me recuerdan estados de ánimos.

Por eso, también, las colecciones tienen importancia. Son una enciclopedia personal de emociones, algunas son:

  • La bomba del DDT oxidada que está en el rincón del estudio me recuerda mi oficio de matamoscas en la casa de Obregón.
  • El libro viejo de La Vida de los Santos y Los Viajes de Gulliver me recuerdan cuando aún no sabía leer y me contentaba con ver láminas en los libros de la biblioteca de la casa.
  • Una enorme moneda de peso que compré en el Swap Meet me recuerdan “mis domingos”, y, a su vez, dos jinetes de caballeros armados en sus caballos me recuerdan los juguetes que me compraba con ese peso.

Un sombrero de fieltro me recuerda a aquel chef de Filadelfia que cada año solía llegar a Zacapu para hacerse un traje con mi padre, y visitar la tumba de su madre. Foto: José FUENTES-SALINAS.

HOY HE LEIDO que en el incendio de la Catedral de Notre Dame se alcanzaron a salvar un tesoro de reliquias, que incluyen un clavo de la cruz de Cristo, su corona de espinas y la túnica de San Luis Rey.

Sin duda las reliquias de las iglesias, así como las reliquias personales, tienen el mismo propósito, el de atestiguar que algo que imaginamos realmente existió.

Así como los creyentes, las familias tienen sus reliquias con las que pretendemos conjurar la fragilidad del tiempo. Hay en todo eso un principio fetichista: el objeto sustituye la acción. Eso nos lleva a coleccionar objetos que tienen un significado personal. Pero aquí, habría que detenernos a hacer una diferenciación: las colecciones se van haciendo poco a poco, tomando consciencia de lo que significan.

En mi caso, tengo una caja de madera pintada con la fachada de la casa de Pino Suarez y Luis Moya, donde viví de niño, con un clavo del viejo ferrocarril desaparecido que me encontré en mi ciudad de nacimiento, así como los cowboys de plástico que nos trajeron Los Reyes Magos.

En un cajón del escritorio tengo unas servilletas de punto de cruz que mi madre tejió. Hay platos que fueron de mi hermana que falleció de cáncer, y un libro de poemas de Bertold Brecht que está firmado por mi hermano que murió muy joven. Las firmas o autógrafos también son una comprobación de que algo realmente ocurrió. El libro “Macario” tiene el autógrafo de Don Antonio, y los libros de mis escritores favoritos Eduardo Galeano, Octavio Paz y Eliseo Diego también están autografiados. Más que autógrafos, los cuadernos escritos por mi padre, me recuerdan la paciencia para acomodar palabras e imágenes en el papel.

EN LO QUE NO creo son en las colecciones de los millonarios que nomás porque tienen dinero se apropian compulsivamente del arte y las reliquias del mundo. Con frecuencia, no hay nada que los conecte personal o emocionalmente a esos objetos.

Es solo acaso una forma de mostrar: yo tengo poder.

 

—LONG BEACH, CA, 04182019

Palm Springs: entre colinas rocosas y galerías

EL MOTIVO: trabajo. Ustedes saben: aquí hay hoteles y en el desierto las ideas fluyen sin tantas tentaciones, por eso se organizan conferencias. Pero no, no se trata de un monasterio. Vea usted, ahí a espaldas de la calle principal están las colinas rocosas donde en un día de suerte uno se puede encontrar con un correcaminos o una zorra perdida, y usted puede encontrar un cielo abrumadamente azul que contrasta con moles rocosas y yerbas aguantadoras a los calores de los mil diablos. Pero en el invierno, la temperatura es templada, y se puede uno fácilmente perder en un café, luego de hacer una caminata por las colinas. Pregúntenmela y les daré mi opinión. Yo vengo aquí por el cielo, por un cielo azul intenso que no se ve ahí cerca en Los Angeles o en el Inland Empire. Por la mañana, el azul es tan intenso que uno duda de la exactitud del lente de la cámara. Las colinas rocosas y las plantas del desierto lo que les falta de agua y verdor, les sobra de arte. Una caminata está llena de formas que van distrayendo la vista a cada paso, y, ya, desde lo más alto se puede ver la ciudad de Palm Springs y las hileras de palmeras que bordean las calles.

Yo vengo aquí por el cielo, y por el aire limpio, lo más básico para pasear para alguien que batalla todos los días con el tráfico de las autopistas que producen esa capa opaca beige sobre las ciudades.

El azul del desierto es de una gran intensidad por su limpieza, algo que contrasta con las formaciones rocosas del desierto. Foto: José Fuentes-Salinas

El azul del desierto es de una gran intensidad por su limpieza, algo que contrasta con las formaciones rocosas del desierto. Foto: José Fuentes-Salinas

Pero no vaya usted a pensar que uno se la pasa mirando el cielo.

Terminado el paseo, llega la hora del desayuno, de la ducha, para meterse al Museo de Arte donde, aunque sea de a poquito, uno se encuentra con una escultura de Picasso o de Henri Moore, o unas piezas de barro de México que los coleccionistas millonarios donaron al museo. El Museo de Arte, ¡ah el arte moderno!… Uno se puede lo mismo encontrar con un montón de bolsas negras de basura en el centro de la galería con pretensiones de esculturas, o una puerta recargada en la pared con un pedazo de alfombra que uno pensaba que era el olvido de un albañil, y resultó ser una obra de arte, o bien, se puede encontrar con un cuadro de Tamayo o una escultura de Felguerez.

Las colecciones del arte moderno del Museo de Arte de Palm Springs son extraordinarias comparadas con el tamaño de la ciudad. Foto: José Fuentes-Salinas

Las colecciones del arte moderno del Museo de Arte de Palm Springs son extraordinarias comparadas con el tamaño de la ciudad. Foto: José Fuentes-Salinas

—¿Le puedo pedir un favor? —le pregunto a una visitante— ¿se puede poner ahí para tomar una foto?.

—Si, claro. ¿Es usted artista?

—Pues, en eso ando —le digo con una risa Cantinflesca.

La interacción con los museos es una de las rutas no explotadas. En el museo de arte hay una pareja de viejos bombos sentados en una banca. Muchos creen, por un buen rato, que están vivos. Luego se acercan a tomarse fotos con una expresión de sorpresa. A mí me gusta tomar fotos de las sombras que se proyectan y de la forma en que el arte se mezcla con las personas. Me gusta también tomar fotos de detalles de las pinturas, como aquel pedacito de un oleo del Siglo XIX, donde se ven juntos un caballo, un búfalo y un apache, muertos en el suelo. Me aburren las pinturas donde se exaltan las figuras de los invasores, como el General Custer, aniquilar a los nativos americanos (ya he visto demasiadas películas de ese tipo). Pero me impresiona ver ese penacho largo y ese collar de garras de oso.

Debo de aceptar que tener un museo así, en medio del desierto no es poca cosa. Para lograrlo tuvieron que morirse varios millonarios, que al final de sus días se aburrieron de sus colecciones y se les ablandó el corazón. En una de las salas, solamente para que nos dé envidia, están las enormes esculturas de Henri Moore con las fotos de los grandes jardines con lagos artificiales

Al fondo se ve una figura reclinada (1956) del escultor Henri Moore, dialogando con el Judas (1906) de Eugenio Pellini. Foto: José Fuentes-Salinas

Al fondo se ve una figura reclinada (1956) del escultor Henri Moore, dialogando con el Judas (1906) de Eugenio Pellini. Foto: José Fuentes-Salinas

¿Para qué sirven los museos? —me lo he preguntado muchas veces.

Ya sé: para sensibilizarnos y, al salir, podamos percibir la belleza a nuestro alrededor, ya se trate de un muro de pintura descascarada, o una enorme roca con pretensiones de escultura.

Pareja de barro procedente de Colima, México, fechada alrededor del 200 BC. en el Museo de Arte de Palm Springs. Foto: José Fuentes-Salinas

Pareja de barro procedente de Colima, México, fechada alrededor del 200 BC. en el Museo de Arte de Palm Springs. Foto: José Fuentes-Salinas

—Palm Springs, CA.,  3, Dec., 2016. José Fuentes-Salinas. tallerjfs@gmail.com

Día de los Muertos: preparando a la Catrina

JACOBO CERDA tiene un pacto con la muerte calaca. Le prometió que la va a vestir color de Cempasúchil y la va a llevar a pasear al Museo de Arte Latino de Long Beach (MoLAA) el próximo 30 de Octubre, cuando se celebre el Día de los Muertos. Pero antes, tiene todavía mucho trabajo que hacer.

Robándole tiempo a su descanso del trabajo del Salvation Army (una tienda de usado) y de sus clases de El Camino College, encajó a la catrina en una plataforma metálica. Luego, le hizo su costillar con alambre de gallinero, para después ir cubriéndola con papel engomado.

Jacobo Cerda prepara en su casa de Wilmington la escultura de La Catrina que presentará en el Museo de Arte Latino de Long Beach, California. Fotos: Cortesía Alma y Jacobo Cerda

Jacobo Cerda prepara en su casa de Wilmington la escultura de La Catrina que presentará en el Museo de Arte Latino de Long Beach, California. Fotos: Cortesía Alma y Jacobo Cerda

img_4896 img_4897A Jacob esa habilidad le viene por una extraña mezcla de tradición familiar y auto aprendizaje.

“Desde niño me han gustado las calaveras”, dice quien ha sido fan de las películas de Tim Burton, “yo desde hace unos siete años me encargo de hacer los altares familiares para los muertos en la casa”.

En su casa de Wilmington, en los altares que corren a su cargo, se colocan las fotos de los abuelos Rosa y Celestino, Paula, así como la tía María, y otros familiares que “pasaron a mejor vida”.

Pero nunca se había encontrado con un trabajo como el que le pidieron para el Festival del Día de los Muertos en el MoLAA.

Fue algo casi accidental, hace unas semana visitaba la tienda del museo, cuando se puso a conversar con unas señoras artesanas.

“Ellas estaban presentando su trabajo con hojalata, y me dijeron que andaban buscando a alguien que hiciera una catrina. Yo en mi celular traía las fotos de los trabajos que había hecho para El Camino College, y les gustaron”.

Luego de consultarlo con la coordinadora del evento le pidieron que hiciera una catrina que tiene 8 pies de altura.

“El jueves se las voy a llevar. Me va ayudar mi papá a llevarla” en su camioneta.

Jacob es un chamaco muy creativo. De adolescente hacía sus propias brillantinas, y de material de desecho hacía objetos decorativos, arte y hasta tecnología casera. Con tal de hacerse un bicicleta motorizada aprendió a soldar, y del oficio de su padre, que es plomero, ha aprendido algunas habilidades para ensamblar tubería y hacer conexiones. También, en el desfile de Navidad de Wilmington ha participado bailando la Danza del Venado en la Avenida Avalon.

“Cuando quiero aprender algo, lo hago”, dice, quien tiene su cuarto decorado con objetos usados y arte que ha ido haciendo.

A sus 20 años, todavía no sabe exactamente cuál será la carrera en la que se habrá de especializar, pero “lo bailado nadie se lo quita”. En El Camino College ha tomado clases de Diseño Tridimensional 3D, y el saldo con las matemáticas y el Cálculo ya lo ha venido saldando.

Pero, por lo pronto va a llevar a La Catrina a pasear al Festival del Día de los Muertos que se realizará en el MoLAA el 30 de Octubre, de 11 AM a 4 PM.

-José FUENTES-SALINAS, tallerjfs@gmail.com

EN DETALLE

FESTIVAL SCHEDULE

11:00am Day of the Dead Procession, Main Entrance (TBD)

11:00am – 4:30pm Art Workshop, Sugar Skull Decoration, and Face Painting, Balboa Events Center

11:30am – 1:00pm Calavera Contest Registration, Lecture Room

11:30am – 4:30pm Live Music & Performances, Sculpture Garden

12:30pm Children’s Story Time, Screening Room

2:00-3:00pm Docent Tours of the Galleries, Meet in Lobby

3:00pm – 3:30pm Calavera Contest Fashion Show, Sculpture Garden

SCHEDULE OF PERFORMANCES, SCULPTURE GARDEN

11:30am – 12:30pm LA Opera’s The Zarzuela Project with Mariachi Voz de America

1:00pm – 1:30pm Semillitas Preschool & Kalpulli Tlaltekuhtli (Aztec dancers)

2:00pm – 3:00pm Ballet Folklórico Nueva Antequera accompanied by Banda Filarmonica Maqueos Music (Oaxacan music and dance)

3:30pm – 4:30pm Kotolan (eclectic rock with a global influence)

FOOD VENDORS

Soho Taco | Slammin’ Sliders | Gourmet Churros | Crafted By Moonlight | Café Viva

WHEN
October 30, 2016
11:00 am – 5:00 pm
LOCATION
Museum of Latin American Art (www.molaa.org)

Phone: 562.437.1689

Address:
628 Alamitos Avenue, Long Beach, California, 90802, United States

 

La comerciante

Martha Vasquez quería poner una tienda de artesanías en el corazón de Los Angeles, pero se equivocó y puso un museo.

Su padre, Fortino Medina Santacruz, oriundo de León, Guanajuato, fue uno de los primeros distribuidores mexicanos de artesanía de cuero en la Placita Olvera.

Su negocio se llamaba “Bajamar Imports” y estaba en la Colonia Libertad, de Tijuana.

Martha creció en Baja California viendo cómo manos simples de artesanos creaban belleza que luego todos apreciaban.

Pero se tuvo que alejar de ella cuando se casó y se fue a vivir a Tracy, California, donde se enfermó de nostalgia por lo mexicano.

No aguantó. Se divorció de ese estilo de vida rural, y de su marido. Luego se asentó en Los Angeles con su negocio “Olverita’s”. En 1986, la última tienda de la calle Olvera, adonde llegaban los turistas que visitan el centro histórico, era un lugar al que no se le ponía mucha atención.

“Era propiedad de la Familia Tapia y solo vendían macetas, yeso y piñatas. A nadie le interesaba subir las escaleras”, recuerda.

Ella le puso vestidos llenos de arcoíris, sillas con soles de respaldo, cajitas de Olinalá, cruces del tamaño de cualquier Fe, calaveras catrinas, soles aztecas, flores, muchas flores…

Como queriendo atrapar todo el arte de México, le dió un lugar a los molcajetes de piedra y a los sombreros charros. Pero no queriendo seguir con un arte solo de turistas de paso, invitó a artistas mexicanos para que ahí mismo mostraran el trabajo que cuesta hacer arte.

Trajo al yerno de Pedro Linares a hacer alebrijes, diablos y calacas; llegó un artesano de Oaxaca a crear cajas llenas de lagartos mitológicos.

El aumento de piezas y visitantes la ciudad lo premió aumentándole la renta.

“Yo soy a que pago más renta en la Calle Olvera”, decía.

Clientes no le faltaron. El boxeador Fernando Vargas se compró ahí un traje de Azteca para ir a pelear a Las Vegas; Plácido Domingo, un sombrero para salir de charro en una portada de un disco.

Era la única tienda donde se vestían artistas, boxeadores, actores y meseras de restaurantes típicos.

También, con la Internet se hizo de clientes en Brasil y Japón, algo que nunca imaginó el viejo Fortino Medina Santacruz, quien, con toda su horfandad vivida desde los 4 años, le dijo a su hija Martita que la vida era una obra de arte, una corrida de toros o no era nada:

“De la plaza sales en hombros o te quedas ahí tirada sobre la arena”.

Por eso, quizá, Marta se equivocó y, en lugar de una tienda, puso un museo… que todos se quieren llevar.

-Jun.30.2000.

www.olveritas.com