Diciembre me gustó parque te vayas… al Mall

El Charlie McCoy llegó de sorpresa a la oficina. “Ese, mi valedor, pásale”, le dije. “¿Qué onda?, ¿qué haces?”, preguntó. “Pues, aquí, tirando rollo, con esto de lo de Gianluigi Buffon, que ahora si ya se retira”.

Con Charlie nos pusimos hablar de la web, y de la weba que es a veces actualizar las páginas, todo para que los lectores no nos den a veces suficientes “hits”…. “Ja jaa… pues así es la cosa, Valedor, qué se le va a hacer. Imagínate que una vez un violinista de la Sinfónica de Niu York se puso a tocar en la calle, y nadie lo pelaba, aaaa jaa”.

Yo estoy tratando de ponerme bien al tiro con esto del “Word Press”, para manejarlo como un piloto de Fórmula Uno manejaría un vochito, así, sin tanto pedo, y poder narrar a quien se deje el mundo maravilloso del Siglo XXI en Califas.

Bueno, el Charlie me dio el password del Twitter, y me dijo como poner los links entre los párrafos.

Luego le empezaron a rugir las tripas, y como es diabético nos fuimos de volada a la sección de comida del Mall. Platicamos de esto y del otro, de cómo mantenerse en este jale de tlacuilos cibernéticos, de la forma de ya no quedarse en el rollo de escribir solo un buen textículo, y ya. Hablamos de cómo hacer GIFS y poner en historias pequeñas, temas que den tráfico.

En el Mall ya todos los comerciantes estaban más puestos que un calcetín para asaltar a los transeúntes: los que venden los crucificos y nacimientos hechos con madera de olivo de Jerusalem (véase la contradicción: nacimientos junto a cruces y cristos llenos de espinas), las tiendas de ropa, el puesto de Realidad Virtual donde por cinco baros conectan por dos minutos a los chamacos al tiempo de los dinosaurios y los castillos, las tiendas de Victoria Secrets, las zapaterías de tenis para quienes ya no caminan…

“Mira”, le dije frente a un árbol de Navidad gigantesco y un puesto de tarjetas de regalo, “estos son los símbolos de la Navidad, ja aaaa…”

Luego llegamos a la “Food Court”.

Yo me fui al changarrito “Open Sesame” de comida libanesa.

“Hello, José”, me dijo la empleada.

“Oye guey, aquí ya te conocen”, dijo el Charlie.

Como es el mismo restaurante de la Calle Segunda, le pregunté cuándo iban a vender las piernas de cordero y vino Doña Paula, como en el otro changarro.

“Ja jaaaa… You wish!… Pero aquí no nos dejan”.

Ambos comimos el Chiken Shawarma con perejil, yogurt y humus.

Luego llegó mi cuate, el conserje salvadoreño que es del mismo rumbo que el Charlie.

Se tomó un “break” con el recogedor en la mano y hablamos de porque ya no iba al “terri”.

“Ya toda mi familia está aquí”, dijo, “y, además, allá todo es un desmadre”.

De regreso, pasamos por un puesto de relojes Seiko y Bulova de pulsera que se instala solo temporalmente.

“Yo ya no los uso”, dijo Charlie.

“Yo si”, le dije. “Soy de la vieja escuela, ja jaa… que nos gustaba estar a tiempo en todos lados”.

“Ay guey!… ya se me hizo tarde. Tengo que regresarme ya si no quiero agarrar tráfico”.

  • José FUENTES-SALINAS, Long Beach, California

 

ECONOMIA E IDENTIDAD: El negocio de la nostalgia

Había pasado un siglo de inmigración.

Los presidentes seguían haciendo sesudas investigaciones para que los mexicanos no se fuera a dejar lo mejor de sus vidas a las fábricas y campos de California.

Por eso en el Siglo XXI la nostalgia seguía siendo un buen negocio.

La idea de recuperar simbólicamente el pasado puso de moda las películas mexicanas en la televisión en español de Los Angeles con su caudal de publicidad, así como puso de moda la abundancia de mariachis en todo el Sur de California.

Impedidos para regresar con la frecuencia que quisieran a sus países de origen, inmigrantes mexicanos compran cualquier cosa para recuperar su pasado: cortinas de popotillo de Frida Khalo hechas en Taiwán, vírgenes de Guadalupe hechas en China, gorras beisboleras con refranes latinos hechas en Corea…

La nostalgia de los inmigrantes es tan buen negocio que sin saber español, Ted Holocomb hace festivales de la Independencia Mexicana en varias ciudades del Sur de California.

En el negocio de la nostalgia, todo se vende:

-El francés Charles Bonaparte vende comida mexicana en los 7 restaurantes de “El Gallo Giro”

-Los judíos Israel Jerry y Ron Azkarman amueblan casas de los latinos con sus tiendas “La Curacao” que llevan el mensaje “un poco de tu país”.

-El cubano Gilberto Cárdenas vende los quesos cacique que utilizan a un charro mexicano como símbolo.

-Coreanos y libaneses venden los sombreros y botas de los vaqueros mexicanos en Huntington Park. La zapatería “Tres Hermanos” es propiedad de libaneses.

-El coreano-americano Donald Chae hizo un gran centro comercia en Lynwood llamado La Plaza México que reproduce varios edificios de las ciudades mexicanas.

Alejados de los clichés del “Only English”, los comerciantes no discriminan a quienes tienen capacidad de compra y de trabajo… Aunque no les den licencias de manejo.

José Fuentes-Salinas/ tallerjfs@gmail.com

-Con datos de L.A. Times, 5, dec., 2004.