EL MUCHACHO

Fue una de las 32,000 muertes que los autos cobran en los Estados Unidos cada año. Fue mucho más que eso. En la escuela fue el atleta del año, el muchacho que hacía bien en todo: lucha, beisbol, soccer, footbal…
Su caja de cenizas tiene su foto con su iniforme y un bat. A un lado de la mesa, están los calcetincitos de cuando empezó a caminar, y los enormes zapatos de luchador más grandes que los de su padre. El Champ tiene también colgados sus uniformes con el equipo de los diablos, pero él era un angel, por eso le pusieron alas en las fotos donde está en el campo de football con el número 41.
Lo conocí desde muy chico, cuando era el consuelo de su abuela que se estaba muriendo de cáncer. Hay una foto donde ella esta sentada en el parque con su gorra para ocultar la calvicie de la quimioterapia, y el está haciendo gestos graciosos. Su abuela le decía “mi guerito”. El y su primo de la misma edad eran su “par de aretes”.
Ahora que quedó reducido a una cajita de cenizas, en el salón de la iglesia organizaron una comida para juntar a todos los que han sentido su pérdida. El primo de su edad, quiso expresar públicamente su dolor y unas cuantas historias. Pero su dolor lo ahogó y salió llorando del salón. Detrás de él se fue la madre del muchacho, a quien parece preocuparle más el dolor de los primos que el propio.
Todo empezó como una pesadilla una semana antes, cuando las tías pusieron en el Facebook que el muchacho había tenido un terrible accidente, que sus mútiples fracturas no aguardaban nada bueno. Se pidieron oraciones. Se mantuvo la esperanza de que los neurólogos obraran un milagro.
Fue en ese momento en que le mandé una carta a la abuela.
-Mira tu, ¿qué está pasando?. Diles que tu no quieres llevártelo, que allá donde estas, en el lugar de los misterios no se admiten niños, ni menores de edad. Diles que allá solo se admiten personas mayores con arrugas y dolencias insoportables… Diles a los cirujanos que te compongan a tu guerito, ahora que tiene tantas medallas de atleta. Diles que acá todavía necesitamos de su alegría. Haznos ese favor.
Pero la abuela no me ha de haber escuchado, por estar viendo una de sus telenovelas.
El último mensaje de texto de la tía fue que su cerebro había dejado de funcionar, que solo esperaban que su jóven y terco corazón dejara de latir con la misma fuerza que lo hacía en el campo de football.
Cuando esto ocurrió, el pueblo en el desierto se sacudió. Los muchachos de la escuela le expresaron su amor lavando coches, vendiendo pulseritas, playeras… movilizando a los mayores.
Cuando regresaron con el cuerpo del muchacho les hicieron caravanas, los esperaron a la entrada con letreros de dolor y solidaridad.
Las lágrimas de las tías y de los padres eran mitad de dolor y mitad de emoción por ver tanto amor desbordándose.
El muchacho era bien querido en el pueblo.
En la primera despedida en Page, el cielo estaba nublado, pero las personas que estaban reunidas en el parque vieron cómo se abrieron las nubes como recibiendo los globos que soltaron.
En la segunda despedida, en Fontana, se había pronosticado lluvia, pero esa tarde del sábado, los vientos de Santa Ana limpiaron el cielo que se veía de un azul intenso. Los globos azules se fueron a acompañar una gigantesca nube solitaria que parecía el mapa de los recuerdos.