CRONICAS DE LA PANDEMIA: 2020, una Navidad llena de muertos, y de pantallas

Se estaban muriendo por miles, en Tennesee, en California, en New York, en Texas, en Florida… Más de 3,000 diarios.

Los doctores y las enfermeras les decían a las personas: por favor, cuídense, es una mala idea poner sus vidas en nuestras manos en una Unidad de Cuidados Intensivos. Ya no hay lugar dónde ponerlos, ni siquiera en las salas de maternidad o en los pasillos. Cuídense, no les quiten el lugar a los infectados, a los accidentados, a los que no pueden prevenir una urgencia.

2020, el Año de la Pandemia del Coronavirus, había puesto en aprietos a muchas familias. Felo, el niño de 54 años se había infectado del coronavirus en una casa para discapacitados en Lomita; Chela Fragoso, la esposa del Pipo, le había dado cáncer, y luego cuando su hija la iba a cuidar, se dieron cuenta que ella estaba contagiada, y también contagió a su madre. Unos días después murió. Pobre, no había aguantado la quimioterapia, y también le había dado el Covid-19. El coronavirus también le había dado al Pichi y a su esposa Luna, los sobrinos de Chepa Flores. Ellos ya tampoco se podrían reunir con su abuela.

Pero todos encontraron una solución para verse en Zoom y Facetime. Eligieron un horario para prender sus tabletas, para conectarse en sus celulares, para mostrar los tamales que estaban haciendo, para mostrar el momento en que los chiquillos abrirían sus regalos, para tomarse una copa de vino mientras dialogaban por las pantallas.

Otros, como Cincho Balvaneras, no necesitaban verse en pantallas.

De otra generación, de los Baby Boomers, él solo necesitaba hacer llamadas a Larga Distancia y hablares a sus hermanas y sus hermanos. Habló con el mayor al que siempre las navidades y años nuevos le parecían el mejor momento en que la gente lucía su hipocresía deseándose prosperidad y felicidad, mientras que el resto del año se les olvidaban esos buenos deseos.

Cincho Balvaneras era formal. Ese día se aseó los zapatos, se puso ropa como si fuera a salir de casa con su esposa, y hasta aceptó un cumplido de ella, cuando finalmente había dejado de llorar ¿por qué?… por todo, porque la gente se estaba muriendo, porque en la ciudad de Bell estaban echando de sus trailers a personas mayores por haberse retrasado en los pagos de la renta, precisamente en las vísperas de Navidad. La Luchona lloraba porque no podría esa Navidad ir a ver a los chiquillos a Moreno Valley… y porque el imbécil del presidente seguía con sus mafufadas sin firmar el paquete de estímulo a las familias desempleadas que ya había aprobado el congreso.

La verdad es que Luchona tenía una tristeza acumulada de muchos años. En las navidades recordaba a su padre muerto, a sus lejanías de parientes, a su cada vez más vulnerable salud… Y cuando esto ocurría, Cincho Balvaneras no sabía cómo ayudarla, cómo meterse a ese tejido apretado de conflictos. Era entonces cuando ella le decía que no la escuchaba, que no le dedicaba tiempo suficiente, por más que él le hiciera notar que en los 9 meses de duración de la pandemia y los encierros, ella era la única persona que veía a diario, además de las empleadas de las tiendas de los supermercados.

Otro tema de conflicto era que la Luchona no sabía cocinar esos platillos tradicionales que a las señoras mexicanas les salen tan bien y se deprimía, como los tamales o el pozole. “No te preocupes”, le decía Cincho, “encargamos algo del restaurante”. Pero a ella también le daba preocupación hacer filas, y, además pensaba que no tenían buen sabor.

Esa era la Nochebuena del 2020.

Cincho salió temprano a buscar tamales. Sabía que la cena sería el tema de discusión. Quiso prepararse. En el Supermercado Food4Less no había mucha gente. Agarró del refrigerador dos bolsas de tamales listos para calentarse, una de pollo con salsas verde, otro de res con salsa roja. Para él y su esposa eran raciones más que suficientes.

Más tarde almorzaron huevos revueltos con jamón, como cualquier día. Ella le dijo que sus amigos hablarían más tarde en Zoom. El sentía un ambiente pesado. No por la pandemia, sino por la forma en que las personas la vivían. El, por su parte, venía de un tiempo en que cualquier cosa podía hacer feliz a las personas, sin regalos, sin tantas preocupaciones, sin Internet. Solo acaso con unas cuantas tarjetas de cartón enviadas por los amigos y familiares.

Se hizo tarde. Luchona le dijo a Cincho que su amiga Karen Peyton y su esposo se iban a comunicar con ellos en videoconferencia a las 4:30 PM, y que estuviera listo. Se lo dijo precisamente cuando Cincho se comunicaba a larga distancia con sus familiares de México, donde, también, todos esta vez no saldrían de sus casas, excepto Marcia, quien acababa de enviudar y se iría a pasar la fecha a la casa de una de sus hijas.

En el Zoom no había un tema especial de conversación. Cualquier cosa iba, y por supuesto una de ellas era la originalidad de esa Navidad del 2020, las vacunas, la esperanza de que el próximo año fuera diferente, y la necedad de muchos de querer juntarse a pesar de todo. “Te queremos mucho”… “Nosotros también”… “Cuídense”… “Merry Christmas”…

Cincho era de hablar fácil. No le costaba bromear, hacer preguntas, escuchar, romper la solemnidad, analizar, recordar, medir su “timing”. Por eso prefería hablar por teléfono desde una posición cómoda de su sillón. Pero entendía que estos eran otros tiempos, entendía que ahora los niños, desde marzo, tomaban clases en linea por el Zoom.

Pero el Zoom y el Facetime le agregó un motivo de regocijo. Verse en las pantallas tenía un poco de la comunicación cara a cara. Tenía un poco el narcisismo de verse en el espejo mientras conversaba con los demás.

Primero conversaron con los Peyton. La plática empezó por la comida, por lo que cada quién iba a comer y la forma en que lo iban a preparar. Luego toco el tema de los jóvenes, de los parientes. Con sus hijos agregados al fondo de la la sala, los Peyton a veces los integraban en algunos temas de la conversación. También, a veces, cuando hablaban de la música, a veces Luchona prendía su celular para acentuar el tema con ejemplos de la música de los artistas que mencionaban.

¿Qué cosas más se podrían agregar a la conversación, a ese juego de la comunicación y la seducción que incluso los sitios porno usaban para intercambiar una experiencia sexual vicaria?

A Cincho le hubiera gustado vestirse de Santa Clause ese día y animar a los niños de las familias con la idea de que se estaban comunicando al Polo Norte.

Se podría pensar que quienes la estaban pasando mejor eran las familias donde les había tocado encerrarse con más miembros de una familia, los abuelos con los nietos, las familias grandes… Pero a veces no era así. Y unos se cansaban del demasiado trabajo que implicaba cocinar para más personas, de lo pesado que eran organizar la secuencia de los eventos navideños, y entretener a los niños, mientras las mayores hacían tamales, preparaban postres…

Luego de hablar con los Peyton, Luchona sacó los tamales del refrigerador y preparó un arroz. No era la comida más festiva de Nochebuena que había comido, pero estaban vivos, y se iban a evitar las preocupaciones de manejar de regreso a casa, de revisar cómo estaba el tráfico en el Google Map, de discutir quién iba a manejar. Y si se iban a quedar en la casa del huésped, se habían evitado las molestias de sacar las cobijas y almohadas del auto, y acomodarse a dormir en algún sillón o la alfombra.

Cincho sabía que se podía adaptar mejor a las nuevas reglas de la pandemia. Sabía que podía hacer más sacrificios que Luchona, porque, después de todo, en su familia, aunque fue numerosa, se fue desmoronando rápidamente desde su infancia y fue difícil mantener una tradición de mesas largas arregladas y otras formalidades.

Quizá por eso, Cincho no podía ayudar mucho a su mujer que tanto sufría por no poder estar con los chiquillos, por no poder estar echando relajo en vivo con sus hermanas y amigas.

La segunda videoconferencia no fue en Zoom, sino en Facetime.

Luchan marcó en su tableta los cinco números de sus familiares, y, luego de algunas fallas, en las cinco pantallas todos estaban conversando. Para entonces, Cincho Balvaneras ya había tenido demasiado de la tecnología. Ya había hablado con varios de sus familiares a larga distancia, había hecho comentarios en las redes sociales, había leído las noticias en la Internet, había compartido un meme… Y los tamales y las cervezas le estaban produciendo sueño.

No quiso ser descortés. Saludo a su cuñado el Chóforo y sus cuñadas. Luego se hizo a un lado del sillón, se salió del encuadre del Face Time. Empezó a cabecear de sueño. Luego Luchona lo regañó en broma delante de sus hermanas.

Lo cierto que ahora, no estaba con energía para bromear. Habían sido muchos los dramas del día, desde que se levantó a las cinco de la mañana.

Se quedó dormido. Su cerebro necesitaba procesar tantas experiencias nuevas que estaban pasando.

Más tarde, Luchona lo despertó para hacer un último Face Time hasta Moreno Valley, para que viera cómo los chiquillos abrían sus regalos.

El también abrió su regalo, y le gustó lo que su esposa le había regalado: una tableta, pero de una madera fina, donde al fin podría poner a descansar por la noche su teléfono celular, sus lentes y su reloj.

 

—José FUENTES-SALINAS, Long Beach, California, 25 de diciembre, 2020

 

CRONICAS DE LA PANDEMIA: Trabajo desde casa

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Los veo todos los días desde que me estoy quedando en la casa a trabaja.

Mi viejo escritorio caoba que compré en una venta de garaje está en la esquina del estudio, donde están las ventanas que dan a la calle. Desde ahí veo todo lo que ocurre allá afuera.

Uno llega con su esposa a podar el pasto y sopletear las hojas.

A veces, en su camioneta dejan a sus dos niños que no están yendo a la escuela. Parece que estan muy disciplinados la niña y el niño porque no protestan y entienden que sus padres están trabajando para pagar la renta y comprarles sus regalos de Navidad.

Otros llegan con mi vecino de al lado, un viudo que vive solo, y hacen lo mismo, podan, sopletean y se van.

En esta pandemia, mientras muchos estamos trabajando desde la casa, otros están trabajando duramente en las calles enmascarados con sus cubrebocas, y tratando de no acercarse demasiado a sus clientes. Ellos son los jardineros, los carteros, y, sobretodo los que llegan de Amazon, FedEx y UPS a entregar la mercancía que se compran Online.

Ahora, ellos son los que me distraen un poco de mis rutinas diarias.

La gente que puede se está quedando en casa y tratan de salir lo menos posible. Pero otros no tienen muchas alternativas.

También, los del vecindario de repente se han puesto muy hacendosos, muy modositos a hacerle la competencia a los jardineros. Muchos vecinos, de repente han salido más y más con sus sopladoras eléctricas de batería, y a veces se juntan como en un concierto de sopladoras, como en un tráfico donde simplemente unos echan el polvo a otros, y las hojas secas de los árboles las soplan al lado de la calle para cuando pase la barredora.

Eso no es como las viejitas de mi pueblo donde nací. Aquellas que echaban primero un poco de agua con una cubeta y luego barrían con una escoba de paja, para no levantar polvo.

Yo también tengo una sopladora eléctrica pero es de cable, y la he usado mucho tiempo porque necesito distraerme y estirarme para que no me salgan almorranas mientras estoy sentado frente a la computadora.

Varios de mis vecinos, cuando llegó el primer cheque del paquete de estímulo, dijeron que íban a gastarlo para apoyar negocios locales, pero en realidad la mayoría estan compre y compre en Amazon, a pesar de que uno de nuestros vecinos trabaja en un Lowes, y a él lo podrían estar apoyando si compraran ahí las herramientas. Yo si lo he hecho, y cada vez que puedo voy a comprar pintura, piedras o alguna herramienta. La otra vez compré una esmeriladora, y aunque estaba unos diez dólares más cara, se la compré a ese empleado tartamudo que se subió en la escalera grande a bajar la esperiladora y el cargador de batería.

En este tiempo de invierno, las calles están cubiertas de hojas secas y la barredora tiene que pasar a veces dos o tres veces. los operadores de esos camiones, los jardineros y los repartidores de paquetes son los que le dan vida a la calle, son los que permiten que otros vecinos se la pasen cachetona, simplemente sacando a pasear a sus perritos, o saliendo a caminar ellos mismos. Casi todos hablan español. Eso lo sé porque desde lejos los saludo y ellos casi siempre se sienten familiarizados.

Yo también trabajo pero en cosas personales, en lavar el auto que en el último mes ha gastado tan solo poco más de un tanque de gasolina, pero va acumulando el polvo de las sopladoras de mis vecinos.

Como andan tan entusiasmados con sus sopladoras, la otra vez un vecino se quiso congraciar conmigo sopleteando la acera de mi casa, pero justamente cuando acababa de lavar el auto.

Todavía esperaba que se lo agradeciera.

CRONICAS de California en tiempos del COVID-19: “Los proyectos”

11.09.2019. Café en Long Beach, California. Foto: José FUENTES-SALINAS/tlacuilos.com

Por José FUENTES-SALINAS/tlacuilos.com

Me sorprendió. Estaba por terminar de leer “El Quijote”.

—Para eso me ha servido la pandemia -me dijo- hacía tiempo que quería leer la novela de la que todos han hablado.

Mi amigo no es un gran lector, y ha dicho que si necesita un mapa para leer “Cien Años de Soledad”, preferiría leer todos los cuentos de Gabo.

Pero con la pandemia, mis amigos han hecho todo tipo de cosas que me comunican por el Facebook.

Me ha sorprendido quien desde Villa Jimenez se ha puesto a buscar las personas que conocieron al fotógrafo Martiniano Mendoza y que conocen algunas de las que están retratadas en el libro del Colegio de Michoacán. Es extraordinario lo que me ha contado. A partir de algunas fotos, ha reconstruido las biografías de algunos abuelos, y sabe mucho de esa vieja tradición ya desaparecida de retratar a los muertos, aún en sus ataludes y “de pie”.

Pero, así, en cortito, el otro día me encontré a un amigo que no veía desde hace tiempo que se puso a estudiar un curso intensivo para educar perros. Como al Parque El Dorado no va mucha gente a la primera hora de la mañana, él se lleva unos pastores alemanes a entrenarlos en el campo de beisbol que está cercado con malla de alambre.

La pandemia ha hecho surgir nuevas novelistas y hasta poetas. Gilda, una periodista que no he visto desde hace años, dice que ya tiene su tercer novela y que pronto la va a poner en linea. Se trata de una pareja de amantes que los sorprende la pandemia cuando ella lo había venido a visitar de la Ciudad de México, y no puede regresar, aunque tiene clases pendientes en la Universidad Iberoamericana.

El amigo poeta, un poco anárquico, dice que prefiere hacer poesía aunque nadie la lea porque es preferible a terminar dialogando con una mascota (que no tiene).

Bueno, ha habido todo tipo de proyectos en los que mis amigos se han involucrado:

El que tomó una clase de jardinería y paisajismo y que ya le ha redituado contratos en la lujosa ciudad de Rolling Hills y Palos Verdes. El que se convirtió en un extraordinario cheff y ahora nos educa con su podcast…

He pensado en reunirlos a todos ellos en el zoom y hacer un diálogo sobre la creatividad en tiempos de crisis, pero, de repente, me doy cuenta que todo esto es pura imaginación. GRACIAS POR LEER ESTAS 410 PALABRAS. No eres mal lector.

 

CRONICAS de California en tiempos de COVID-19: entre playas y parques

POR José Fuentes-Salinas/ Instagram: taller_jfs

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CAMBIE EL GIMNASIO por un pedazo de playa.

Son las 5:30 AM. Me pongo el reloj de pulsera. Jalo mis tenis y me visto.

Hace cuatro meses ya estaría pensando en llegar al gimnasio. Hace cuatro meses me llevaría en la mochila una toalla, jabón, shampoo y ropa limpia para salir del gimnasio LA Fitness rumbo a la oficina.

A las 6:00 de l;a mañana, junto al malecón de Seal Beach, California, un hombre disfruta de remar sobre su tabla de surfear. FOTO: José Fuentes-Salinas. Instagram: taller_jfs.

Hoy es diferente.

La oficina es mi casa, y el gimnasio es el parque o la playa.

En la cajuela del auto tengo dos pares de pesas de 15 y 20 libras, y un  balón de basquetbol, como un recuerdo de las rutinas del gimnasio.

El coronavirus nos ha hecho a todos muy precavidos. Principalmente a quienes ya estamos en edad de mayor riesgo de ser “entubados” a un ventilador y decir adiós a nuestros seres queridos por medio de un mensaje de texto en el iPhone.

Mi precaución es muy simple: ve a donde muy pocos van, usa los horarios que casi nadie usa.

Por eso estoy aquí en Seal Beach, California, caminando al filo de la playa, viendo cómo otros solitarios, precavidos e inteligentes se desplazan sobre las olas, o caminan.

Lo único que necesito es un poco de iluminación, y la sensación de que puedo respirar profundo, y sin riegos de absorber un virus.

“LA FLEXIBILIDAD ES LA MADRE DE LA VIDA” —Tao Te Ching

Siempre tengo un plan “B”.

Si un día está ocupada la cancha de basquetbol, o si no hay una distancia apropiada con quienes la visitan, me voy a otra parte del parque El Dorado a trotar sobre una banca de cemento o a caminar en medio de los pinos.

Bancas de El Dorado park, en Long Beach, California. Foto; JOSE FUENTES-SALINAS. Instagram: taller_jfs.

La cuestión es empezar el día haciendo algo para ponernos al tono de lo que vendrá después: “las noticias de que las muertes en los Estados Unidos subieron a 150,000… las noticias de que México es el tercer país con más muertes… las noticias de que las escuelas estarán cerradas, así como los cafés, los cines y todo los que solía hacer la vida grata”…

El parque por la mañana es un buen espacio para alimentar el optimismo.

Cuando el sol se empieza abrir entre los pirules y los pinos, y los cuervos empiezan a graznar, uno se da cuenta que muchas cosas no han cambiado. El parque, aún con menos gente que en el gimnasio, proporciona suficientes motivaciones para estirar el músculo y regresar a la casa-oficina tomarse un duchazo, prepararse un café con un buen desayuno y cumplir un nuevo día de pandemia.

Además, el parque no deja de recordarme lo tremendamente afortunado que soy.

Justo a la hora en que yo estoy haciendo ejercicio, escuchando con mis audífonos sones y cumbias de YouTube, un “homeless” busca en la basura envases para reciclar.

Para él, la “distancia social” es un problema crónico.

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MAS CRONICAS:

https://www.excelsiorcalifornia.com/2020/07/29/cronicas-del-covid-19-las-rutinas-perdidas/

CRONICAS: COVID-19, el coronavirus y los nuevos estilos de vida entre los inmigrantes mexicanos en California

No se si ya se dió cuenta, prima. Pero ahora que vaya a que me corte el pelo, no voy a poder platicar con usted. Bueno, no así de cerquita, como antes. Usted sabe: hay que guardar la distancia razonable.

Y, déjeme decirle que la voy a ver a usted a que me corte el pelo para el Día del Padre solamente poque le tengo confianza, además de que siempre me hace ver bien.

No sé cómo le va a hacer para hacerme la rayita, o el “fade” atrás, pero, a lo mejor no le molesta que me afloje un poco el tapaboca, usted dirá.

Mire: así van a ser las cosas en muchos lugares desde ahora, y hasta que no aparezca una vacuna. En los aviones se va a acabar ese cotorreo de “¿a dónde va?… ¿cómo se llama el morrito?… ¿cuánto tiempo tiene sin ver a su abuelita?… ¿le van a bautizar el chiquito?..”

No, prima. Ahora los pasajeros van separaditos con sus tapabocas y las azafatas le dicen: miren, si no tienen sueño, háganse pendejos como si durmieran. Ja jaaa… Y olvídese de echarle piropos, o de preguntarles: ¿eres de Purépero?… pues que bonitos ojos tienes.

Eso sí. Cuando se trate de seguridad, le van a pedir que se los baje (los tapabocas, no sea mal pensada). Ahorita como andamos, todos con tapabocas, parecemos bandidos. Y si se pone unas gafas oscuras, pues ya pa’qué le cuento: tipo sospechosos. Mire, si ya antes con las medidas de seguridad había veces que uno hacía streap tease, ahora no sé cómo le van a hacer. Ahora los peligros no son los terroristas sino los coronavirus. Pero en el fondo de todo eso el problema es que los viajes van a ser cada vez menos de placer y más por necesidad. Yo por eso les estoy pidiendo a mis parientes en México que por favor no se mueran, que no me hagan viajar de urgencia.

A lo mejor se vuelve a poner de moda los viajes en carrertera, pero no en autobús, porque sería peor. A lo mejor muchos se van a comprar o a rentar sus “Motor-homes”, sus RV’s. Así era antes, cuando Doña Chelo cosía huevos y preparaba sandwiches para el camino.

A mi me gustaría llevármela a pasear así, prima. Usted ¿qué dice?… por lo menos a Yosemite para que se relaje de todo este relajo. Mire, usted me conoce por ser el mañanero, por ser de esos tipos “alrrevesados” que siempre les gusta irse tempranito a todos lados: ir al cine cuando no van muchos y las salas están casi vacías, ir a los parques cuando hay solo dos o tres corriendo, y salir tempranito a los viajes, cuando los baños públicos estan recién lavaditos.

Si, prima. Ríase. Ya llegué a la edad en que califico para morir de cualquier contagio, ya tengo esa “condición subyacente” que es la edad para que un chingado virus me parta la maraca. pero no soy pendejo, déjeme decirle. Yo no me arriesgo así a lo bestia como los del Condado de Orange, que no quieren usar mascarillas los señoritos (como si tuvieran una trompa muy linda).

Yo soy abusadillo desde chiquillo, y sé que en estos tiempos lo más peligroso es estar cerca de los imbéciles que se creen supermanes.

¡Ah qué, prima!… ya la voy a dejar ir.

Disculpe mi atrevimiento, pero yo nomás digo.

Ahí se me cuida.