Por José FUENTES-SALINAS/tlacuilos.COM
NO ME PREOCUPA que hayan estado cerradas y hayan abierto para nuevamente cerrar. Más que cortarme el pelo, me preocupa poder comprar comida, jabón y poder caminar con seguridad en el parque o en la playa.
Si. Claro, lo siento por los peluqueros, y por los empleados de los Salones de Belleza. Necesitan vivir de algo.
En tiempos ordinarios, me gusta ir a la peluquería de los vietnamitas que está frente a la Pizería Rezzinis de mi barrio. Cada uno de los peluqueros es un maestro con las tijeras y la maquinita “podadora”. Me gusta esa peluquería porque es lo más parecido a las antiguas peluquerías de mi infancia en Zacapu: con carteles deportivos, espejos y souvenirs en las paredes. Pero esta tiene también televisores y un rollo de boletos para que los clientes vayan agarrando su número.

Lo cierto es que me preocupa más el cierre de los supermercados, playas y parques, que las peluquerías. En la foto el Parque El Dorado, una de las joyas de Long Beach, California. Foto: José FUENTES-SALINAS. Instagram: taller_jfs
Lo único es que se tiene que pagar en cash. No sé por qué. No creo que sea para no pagar impuestos, pero la realidad es que sus precios son baratos, por lo menos casi la mitad de lo que se paga en las cadenas de franquicias.
Usualmente, las peluquerías se visitan cuando hay un evento especial, cuando uno tiene que ir a una fiesta, una entrevista de trabajo o hacer un viaje.
Pero en estos tiempos de pandemia todo eso se ha clausurado. En el Sur de California este año se clausuraron todos los conciertos, inclusive en los casinos, y quienes se casan lo hacen discretamente, como ocurre en el Honda Center de Anaheim.
Así es que, entonces ¿para qué cortarse el pelo?
Mi esposa ha insistido que me lo corte, y hasta me había ofrecido de mandar llamar a su peinadora para que me lo corte en el patio.
—¿Para qué? —le digo— solo tu me vez. Además, voy a hacer una “manda”, y no me lo voy a cortar hasta que se invente una vacuna.
Ella ríe de buena gana, principalmente cuando le digo que con mi vecino vamos a hacer un dúo de música country. Mi vecino que se dejó el pelo largo desde que enviudó parece Willie Nelson, y yo voy que vuelo para parecerme a Freddy Fender.
El Condado de Los Angeles todavía está entre los principales lugares de contagios, pero este miércoles 2 de septiembre se autorizó que abrieran los salones y barberías, dejando solo una cuarta parte de sus clientes para mantener la distancia social. Muchos ya daban servicio en la calle o en los estacionamientos, y ahora podrán estar un poco en los dos lados.
Pero aún así no veo necesidad de cortarme el pelo. Debo confesar que hasta estoy disfrutando de esta relativa libertad que me ha dado la pandemia. Desde hace cuatro meses no uso zapatos ni pantalones, sino guaraches y shorts, y cuando necesito conservar el pelo en su lugar tengo gorras de algodón que siempre he querido usar de manera más constante.
Me siento como en un campamento en la casa, y alterno el trabajo del estudio a los jardines frontal o trasero. Nunca he disfrutado más del sol, de las plantas, de los árboles, y de ver a mis vecinos caminar, con perros o sin perros. Algunos de mis vecinos, al igual que yo, no se preocupan por los peluqueros. Dos de ellos, porque son calvos, y otros cuatro porque se han dejado crecer el pelo desde hace muchos años.
Lo que si extraño, y por esa razón si me encantaría ir a una peluquería, es esa amena plática que se suele dar. Hilda, me decía cuando trabajaba en el Salón de la JC Penney de las Tiendas Del Amo, que muchas de sus clientes iban, entre otras cosas “para ser escuchadas”.
Yo soy psicólogo y no puedo dejar de pensar la gran necesidad de conversar de las cosas cotidianas.
Eso es una de las cosas que nos quitó la pandemia.
Por eso si me gustaría ir a las peluquerías.
Pero acabo de recordar que, precisamente, esa es una de las actividades peligrosas que no se recomiendan: conversar de cerca, aunque se traiga tapaboca.
Entonces, así ¿para qué?
¿Para que te trasquilen y salgas a tomarte una “selfie” para el Facebook?
Mejor me quedo así.
Quizá dentro de poco el pelo será lo suficientemente largo como para que le pueda dar una buena forma.