Masacre de San Valentín: entre la mecánica y la psicología

El hombre llevó su auto al día siguiente de que se encendió la luz de alerta en el panel.

—Deme las llaves, —dijo el mecánico de Walmart— ahorita lo revisamos.

Sabía que con el único transporte que tenía no se jugaba.

La movilidad es algo básico en una ciudad que se mueve en autopistas. Las señales de alarma son el último recurso de sobrevivencia.

Recordaba la vez que se encendió la luz del motor y al revisarle el aceite se dio cuenta que estaba casi seco. Esa vez, en el mismo estacionamiento de las tiendas Target le puso dos pintas de aceite que se chupó como un horno ardiente.

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En la televisión de la sala de espera donde ahora estaba también se hablaba de las otras señales de alarma.

El asesino de la masacre tenía 19 años, era un hijo adoptivo que había perdido a sus dos padres adoptivos, primero a su padre, luego a su madre cerca del “thanksgiving” cuando todo el país se reúne en familia para dar gracias.

El muchacho tenía una personalidad complicada, lo había terminado su novia, y lo habían expulsado de la escuela. El muchacho era una máquina a punto de explotar. Regresó al escuela, hizo sonar la alarma para que todos salieran y les empezó a disparar con un rifle semiautomático AR-15, como si fuera un juego de feria. Fueron 17 muertos. La cosa hubiera sido peor si hubiera podido romper los cristales del tercer piso y dispararles como en la masacre del hotel Mandalay Bay en las Vegas hace pocos meses.

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A la sala de espera llegó el mecánico.

—Revisamos la batería —dijo—, tiene garantía, pero todavía le sirve para otro año, le vamos a limpiar las conexiones eléctricas, quizá eso es el problema.

El hombre se puso contento de que el auto todavía mantuviera su integridad, que todavía pudiera llevarlo a trabajar a la tienda, al gimnasio, aún con las 235.000 millas que lo había corrido.

13 años le había durado, seis menos que la edad del asesino que ahora mismo lo llevaban esposado y con traje naranja frente a la juez.

Cabizbajo dijo su nombre y se lo llevaron.

¿Porque nadie notó que ese muchacho tenía en su cabeza un motor a punto de hacer cortocircuito?

¿Qué no había psicólogos en esa escuela?

Más para expiar culpas que para buscar soluciones, el gobernador y el presidente, los legisladores todos ellos bendecidos por los millones de dólares de la Asociación del Rifle, mandaron sus condolencias a las familias de las víctimas.

Pero en un tiempo de Internet y redes sociales, la respuesta de los jóvenes estudiantes no se hizo esperar.

—F… You Mister presidente!, no necesitamos sus oraciones, sino de sus acciones para hacer seguras nuestras escuelas. —escribió un muchacho en Twitter.

Un padre de familia de la misma escuela le decía que el dinero que se pensaba gastar para construir un muro fronterizo con México, lo debería gastarlo en hacer más seguras las escuelas.

—Yo no tengo miedo a una invasión de mexicanos, tengo miedo que un día mis hijos no regresen de la escuela, —dijo el padre frente a las cámaras de televisión.

Habían sido 18 tiroteos en mes y medio, de lo que iba del año.

La nueva masacre del día de San Valentín tenía algo más de mórbido. Ese día también coincidía con el miércoles de ceniza, día en que se inicia la preparación cristiana para la pasión y muerte de Jesús. También ese día en 1929 había culminado en una masacre la guerra entre los mafiosos en Chicago. Vestidos de policías los matones de Al Capone habían llegado al cuartel de Bugs Morán y habían asesinado a siete de sus rivales.

La historia dice que esa fue la acción más sangrienta antes de que Al Capone controlara a la mafia.

¿Que dirían ahora los descendientes de sus mafiosos? ¿Que dirían ahora que un muchacho pecoso llegó en un auto de alquiler Uber a cometer otra masacre de San Valentín?

Es un buen negocio acomodar en los tableros electrónicos de los autos indicadores que informen si las llantas están desinfladas, si el motor no tiene suficiente aceite, si la batería está descargada, si el auto está en demasiado estrés… pero acaso no es tan buen negocio pagarle a un psicólogo para que detecte a tiempo un chamaco que se aísla, un deprimido, un delirante.

El hombre recogió las llaves de su auto, y le dijo al gerente que ojalá le pudieran mandar un mensaje cuando la batería estuviera a punto de expirar.

—Buena idea —respondió

Encendió el auto y se subió a la autopista

.En la misma estación de radio en la que hace unos días había escuchado a un locutor decir que ser psicólogo es “ser candidato permanente al desempleo”, ahora todos hablaban de salud mental.

“Tenemos que invertir más en programas de salud mental en las escuelas… Tenemos que prevenir que muchachos con trastornos mentales compren armas… Nos falló detectar a tiempo con el FBI el riesgo…

—¡Bola de cabrones! —se dijo, y cambió de estación de radio, para escuchar música clásica.

 —José FUENTES-SALINAS, 19, FEB.,2018. tallerjfs@gmail.com

Los mensajes del cuerpo

"Encuentro entre la Ciencia y el Arte" Foto: José Fuentes-Salinas/ Tlacuilos.com

“Encuentro entre la Ciencia y el Arte” Foto: José Fuentes-Salinas/ Tlacuilos.com

Por José FUENTES-SALINAS    -tallerjfs@gmail.com          

MIRE USTED. Solo se trata de escuchar su cuerpo. Si se le enfrían las rodillas y el otoño le produce un leve escalofrío, salga a caminar al sol. Váyase por ahí a tomar un cafecito. No importa que haya hojas secas tiradas por la calle y en los aparadores de las tiendas aparezcan brujas y esqueletos. Escuche su cuerpo, él no le engaña, ni obedece a caprichos.

Ya sé que los mensajes más triviales son cuando crujen las tripas y se le cierran los ojos de sueño, o cuando tiene urgencias de eliminar las inmundicias. Pero también hay otros mensajes más discretos. Cuando quiere dejar salir el aire de sus pulmones, y que al salir produzcan sonidos, y que ese sonido le regrese como un eco, pero acompañado de otros ecos.

Hay un momento en que su cuerpo le pide silencio para escucharse a sí mismo, y otro en que quiere escuchar murmullos de gente que almuerza y conversa. Su cuerpo siempre le habla con mensajeros discretos, calambres en las nalgas cuando ha estado demasiado tiempo sentado frente a la computadora, o calambres de cuando se ha ido de “pata de perro”.

Pero también hay mensajes que lo arruinan todo, llenos de dolor. Esos mensajes abrumadores suelen ser por haber descuidado los mensajitos. Saber escuchar los mensajes grandes y los pequeños es una habilidad que empieza desde muy niño. Algunas veces los adultos arruinan esa habilidad porque llegan a pensar que un llanto no es otra cosa que ganas de joder.

Más tarde, también las cosas se suelen complicar, porque los mensajes de tristeza y tedio se interpretan solamente como la necesidad de tragarse una pastilla. Se complican también porque con algunos mensajes elementales, usted quiere descifrarlos demasiado con los brujos o con la computadora.

Al final, el bienestar solo se trata de escuchar con honestidad su cuerpo, antes de que empiece a escuchar “pasos en la azotea”, o cuando está próximo a salir de su casa con los pies por delante.