Lo sé. El próximo Domingo, a la hora de irme a dormir estaré “perdiendo” una hora.
Claro. Todo es un absurdo. Contar el tiempo es una arbitrariedad, una convención. Por eso, quienes dicen que hay “momentos que son eternos” dicen cosas tan absurdas como la que dijo Cantinflas: “hay momentos verdaderamente momentáneos”.
También es cierto lo que dice el poeta Israelita Yehuda Amichai: “el tiempo no está en los relojes”.
En eso pensaba la otra vez que fui al Swap Meet de la Villa Alpina, en Carson. En un puesto había un montón de relojes de pulsera usados. Tan solo ponerse a contarlos o a revisar cuáles todavía servían era una pérdida de tiempo. Eran relojes “electrónicos” que ya habían pasado de moda.

Venta de relojes usados en el Swap Meet de la Villa Alpina, en Carson, California.
FOTO: JOSE FUENTES-SALINAS
Me acuerdo bien cuando aparecieron allá a finales de los 70’s. Todo mundo quería tener uno. Pero ahora son tan corrientes que solo falta que los regalen en las caja de Corn Flakes.
Es cierto que de niño quise tener un reloj de pulsera, pero las únicas veces que necesitaba medir el tiempo era cuando andaba en la plaza jugando con mis amigos y en ese lugar bastaba ver el reloj de la Iglesia de Santa Ana para saber la hora. Y no solo eso: las campanadas de la iglesia hacían que inevitablemente volteáramos a ver el reloj.
Mi primer reloj fue un Caravelle de Bulova al que se le veían las tripas. Me lo regaló mi hermana María cuando regresaba de Estados Unidos y yo estaba en la Prepa. Me sirvió mucho para sacar dinero de la Casa de Empeño en Morelia, cuando me iba al cine y desacompletaba para el pasaje de regreso a Zacapu. El propósito de tener un buen reloj entre los estudiantes universitarios, entre otras cosas, era el de tener un “valor” que empeñar en caso de extrema necesidad.
Luego, con el tiempo, fui aprendiendo que, así como con las personas y los títulos universitarios, había relojes más finos, como el “Rolex”. “Uuuuy…traes un Rolex!”. Pero para quien no luce como de “altos ingresos”, traer un Rolex era señal de desconfianza… o estupidez. Una vez, caminábamos por la Calle Broadway en el Centro de Los Angeles con un amigo, y alguien le ofreció un Rolex por 20 dólares. Era el Día del Padre, y mi amigo pensó que era una brillante idea para regalo. Su padre se lo recibió de buena gana, como un gran detalle, pero se aguantó las ganas de decirle: ¡Cómo serás pendejo!
Yo, con el tiempo, he pensado más en lo práctico, en un buen reloj que me aguante los manotazos en la alberca cuando nado, y que de un vistazo me deje ver la hora. Por eso uso un Citizen Eco-Drive que se recarga con el sol y tiene tremendos numerotes, y la pulsera es de acero inoxidable.
Esa es mi codiciada propiedad que ahora tiene un poco de la nostalgia infantil, aunque solo me costó 150 dólares, lo que muchos gastan por unos zapatos o un pantalón que les durará mucho menos tiempo.
Este mi relojito es de los pocos que todavía manualmente tendrán que ser adelantados con la entrada del cambio de horario en la madrugada del Domingo, a las 2 AM.
Los demás relojes, los de las computadoras, nos robarán automáticamente una hora.
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- José Fuentes-Salinas, tallerjfs@gmail.com
Long Beach, California, Marzo, 7, 2019.