CRONICAS: De cómo cocineros, meseras y empleados de un restaurant trabajan como reloj

Por José FUENTES-SALINAS/ tlacuilos.com

LONG BEACH, CALIFORNIA.- Me gruñen las tripas. Busco algo que me aliviane el sábado. No, no quiero mesa, le digo a la cajera. Me da cuchillo y tenedor envueltos en una servilleta y me voy a sentar a la barra. Cuando voy solo, me gusta ese lugar para ver como trabajan en chinga mis paisanos y también La Guera. La rubia se llama April, y se ve como una de esas señoras que no estudiaron una carrera, y por eso andan en chinga anotando pedidos, sirviendo vasos con agua o café, limpiando la mesita de la caja, dando órdenes, recibiendo quejas, revisando la ruta crítica de la “rush hour”. ¿Más café? ¿más agua? ¿todo bien?…

El tlacuilo escribiendo crónicas en un café. Foto: José Fuentes-Salinas

Con esta pinche hambre lista para morder, y que no acepta explicaciones, ya me estaba encabronando porque luego de 20 minutos no salía mi omelette de vegetales con “hash browns” y pan integral. Pero me puse a ver también la chinga que se estaban poniendo los cocineros para sacar las órdenes. El viejo Marcial parecía un pulpo tirando huevos, volteándolos, jalando platos… igual que sus tres acompañantes, dos chavalas jóvenes y una señora. Pin pum papas!… Los cocineros eran como varios porteros de futbol a los que todos les tiran balones a quemarropa.

Yo estaba en la barra y decidí no sacar el iPhone a propósito, solo para ver esa cadena de producción donde el único lento era Leo, ese viejo ya en edad de retiro que parecía que solo hacía sombra junto a la barra a donde los jubilados se suelen acomodar.

—¿Quiere café? -me preguntó ese hombre que parecía un viejo elefante calvo.

—No. Mejor tráigame un omelette.

—Yo no soy mesero —dijo con sentido de propiedad.

El restaurante abre las 24 horas, pero a las horas del hambre parece un verdadero hormiguero. Es en ese momento en que se necesita la serenidad de los veteranos, con el dinamismo de los jóvenes. Marcial y Ana parece que se aíslan del entorno. Parece que no ven otra cosa que el tablero electrónico de las órdenes y como robotitos, avientan huevos, verdura picada, chorizos, tocino… y tienen un reloj interno que les dice: ya!… pásalos al plato. Luego sigue la siguiente linea de ataque, donde dos chamacas echan dos o tres platos en una charola y se los llevan a las mesas, revisando que sea lo que pidió el cliente.

Otras veces, mientras me sirven el plato, he tenido oportunidad de conversar con algún jubilado que invariablemente me habla de sus divorcios, de lo desagradecido de sus chamacos que no los visitan, de sus errores de no haber ahorrado, de su lucha por tratar de convivir con su actual pareja… Ah!… y sobre todo de lo enajenante que es la tecnología que les ha robado la conversación cara a cara.

Todavía hace unos años había a la entrada del restaurant dos o tres periódicos. Ahora ya no hay nada, ni siquiera revistas para las personas de la Tercera Edad. De ahí que si uno no quiere pegarse a la chingada pantalla del iPhone, no tiene más remedio que dedicarse a ese quehacer aristotélico de la observación.

Yo no pedí café, porque en unos minutos voy a pasar al café de a un lado, donde me siento más relajado. Eso hace que April ya no haya qué ofrecerme cada vez que pasa en zumba cerca de la barra. Me gruñen las tripas, pero mi enojo está convirtiéndose en admiración por los trabajadores. A una señora gordita y chaparrita que está cerca de la caja, April le repite dos veces en español que tiene que llevar café a una mesa. La señora se ve que no habla inglés, pero April no se enoja a pesar de que hasta la chamarra se quitó por el sudor de andar tan de prisa.

De repente llegan otros dos empleados, y April les dice que ella está en el frente y Javier está detrás despachando las órdenes en el Drive-Thru. Encima de que el restaurante se va llenando, las órdenes de los huevones que pidieron sus huevos por teléfono o por el Drive-Thru no dejan de llegar. Una de las muchachas se encarga de acomodarlos en las bolsa, revisando que sean las correctas.

April va a la caja, regresa, echa hielo y agua a los vasos, los lleva, regresa, les pregunta por órdenes a las meseras… Aún así se da unos segundos para preguntar: Do you need anything, honey?…

Por fin, luego de media hora, llega mi plato. Lo estaba viendo desde que Don Marcial se lo puso en el mostrador al muchacho.

El omelette con verduras parece que inmediatamente se me sube del estómago al cerebro.

Hace unos minutos, no pensaba dejar propina, pero, poniendo atención a lo que es el trabajo de los empleados, me sentiría mal si no lo hiciera.

Y no solo eso.

Llamo a April, y cuando ella está pensando en un reclamo, yo solo acierto a decirle: “You’re a Supermanager”.

Ella me da un leve abrazo y ríe.

“I try”, dice.

HAWAIIAN GARDENS: Entre bibliotecas, casinos y taquerías

Quizá debí haber pedido un burrito, una mulita, unos tacos de asada, pero la cuestión es que pedí un chile relleno sin saber lo que me iban a traer. ¡Puro queso!… ¡Ande!… tenga pa’ que aprenda. Ese plato estaba nadando en queso, frijoles refritos y arroz.

Lo primero que hice fue tratar de descubrir el chile removiendo un poco el huevo envuelto. Pero no era uno de esos huevos envueltos como una fina telita que se pega en el chile. Era una plasta de huevo. La cuestión es que me detuve en ese changarrito más por curiosidad, y un poco de narcisismo, que por la esperanza de encontrarme una buena comida rápida.

“Pepe’s”, The Finest Mexican Food Since 1962… ¡Chale!… ¿en serio?

Restaurant de comida rápida Pepe’s. Foto: José FUENTES-SALINAS.

Luego, a leer el menú, me enteré que se llama así por un sobrino de los fundadores que fue a la guerra de Vietnam en 1964. Pepe’s fue fundado en 1962 por los hermanos Joe y Tony Russi. Tienen restaurantes en Alhambra, Baldwin Park, Hawaiian Gardens, Hacienda Heights, y próximamente uno Rancho Cucamonga.

Mi debilidad por las bibliotecas

Por la Avenida Carson, uno se encuentra con los Casinos The Garden, Juan Street, Pawn Shop, 99 cents stores, taquerías, Starbucks… pero también, ahí en medio está una pequeña biblioteca pública en un edificio compartido con oficinas de la policía y unas estatuas en bronce de bomberos.

Me detengo ahí más por curiosidad que por necesidad de conseguir material para leer. Son de las bibliotecas que uno puede recorrer en unos minutos, y, por lo menos, sentarse un rato a descansar.

Me sorprende llegar tan rápido a la sección de libros en Español, donde inmediatamente destacan los libros de Alfaguara y los libros de autores norteamericanos traducidos al español.

Cuando uno acostumbra a husmear en las tiendas de libros, es fácil ubicar los libros nuevos de las bibliotecas públicas. Reconozco como una serpiente saliendo de los anaqueles la novela de Alberto Ruy Sánchez que estaba a punto de comprar en Barnes & Noble. La aparto.

Luego llega el bibliotecario y aprovecho para preguntarle por las películas extranjera y los libros de Eduardo Galeano.

¿Qué estaba haciendo ahí “Yojimbo” de Akira Kurosawa?

“Yojimbo”, la película de ese samurai desempleado, actuada por Toshiro Mifune, satisface mi curiosidad.

El bibliotecario me explica que hay un servicio de descarga de películas usando alguna aplicación de la televisión.

“I’m a big fan of public libraries”, le digo, recordando las veces en que de la Biblioteca Central de Los Angeles salía los viernes cargado de películas VHS y audiolibros para el fin de semana.

Le comento al bibliotecario que me gustaría regalarles unas cajas de libros y videos.

“Si. Claro. Tráigalos. Unos los usamos para la colección de la biblioteca, otros se los damos a los usuarios. Pero eso si, ya no aceptamos VHS”.

Me hubiera gustado quedarme un rato más, pero tengo que ir a Food4Less a comprar frutas y verduras.

En la calle, las nubes se pintan rojizas. El fin de semana entrará el horario de Primavera. Ya ha pasado casi un cuarto del año.

Siento un gran gusto de haber descubierto un nuevo rincón de estas ciudades que usualmente son motivos de historias solo cuando algo terrible ocurre en las calles.

—José FUENTES-SALINAS, tallerjfs@gmail.com

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Tiempos de espera y tecnología

Por José FUENTES-SALINAS/ tallerjfs@gmail.com

Los tiempos de espera solían llamarse “tiempos muertos”, porque no se podía hacer otra cosa que esperar. En restaurantes a la hora del almuerzo, en las oficinas burocráticas esperando pagar una multa o renovar un permiso, en los bancos esperando pagar una deuda, en la fila del supermercado calculando a cuanto asciende el costo de la provisión de la semana, en la sala de urgencia contando los minutos que pasan sin ver a un médico… El tiempo de espera solía ser motivo de conversación con un extraño, o el momento de proseguir la lectura de un libro de bolsillo, o de sacar la costura y tejer mientras llama la enfermera.

Hoy no. Hoy es el inevitable momento en que todos habrán de sacar sus teléfonos celulares y revisar mensajes de texto, comentarios en el Facebook, fotos de amigos, tuits…

Estoy esperando en un restaurante Chipotle a que llegue mi turno para pedir mi acostumbrado “Chichen Bowl”, en el que invariablemente la empleada me preguntará: ¿brown or white rice? ¿black beans or pinto beans?…. Si, póngale “pico sauce”, “corn” y rajas.

Concentrados en su celulares, a nadie le importa un carajo tratar de entender la copia de las estelas mayas de yeso del muro. Todos estamos pensando solamente en los tacos o burritos de carnitas, carne asada, pollo, barbacoa o vegetarianas. Entre las 12 y la una es la “rush hour” en que las muchachas y muchachos trabajan como un relojito en una linea de producción para que se sirvan tantos platos como sea posible.

Es comida mexicana “orgánica”, se presume. Con esto quieren decir que no le han puesto vacunas u hormonas a la carne.

El tiempo transcurre rápidamente, no como el tiempo de los mayas, sino como el de las oficinas y tiendas que esperan el regreso de sus empleados en el Centro Comercial Del Amo.

Con mi plato desechable con pollo, arroz y frijoles, me siento en una de esas mesas estilo industrial que poco tienen que ver con las estelas mayas del fondo.

En el sonido de fondo se escucha música reggae de Jamaica. Tampoco a muchos les importa si es Ekka-Mouse o Peter Tosh, como no les importó saber si los rostros de las estelas mayas eran de dioses.

Lo único importante es que hace hambre, y que esto es lo menos mal para comer rápido, porque es “orgánico”, y no es tan caro.

Momento en que los clientes de un restaurante de comida rápida esperan hacer pedir sus platillos, al tiempo que revisan sus celulares.

Momento en que los clientes de un restaurante de comida rápida esperan su turno para ordenar sus platillos, al tiempo que revisan en sus celulares sus mensajes de texto o fotos.

ECONOMIA E IDENTIDAD: El negocio de la nostalgia

Había pasado un siglo de inmigración.

Los presidentes seguían haciendo sesudas investigaciones para que los mexicanos no se fuera a dejar lo mejor de sus vidas a las fábricas y campos de California.

Por eso en el Siglo XXI la nostalgia seguía siendo un buen negocio.

La idea de recuperar simbólicamente el pasado puso de moda las películas mexicanas en la televisión en español de Los Angeles con su caudal de publicidad, así como puso de moda la abundancia de mariachis en todo el Sur de California.

Impedidos para regresar con la frecuencia que quisieran a sus países de origen, inmigrantes mexicanos compran cualquier cosa para recuperar su pasado: cortinas de popotillo de Frida Khalo hechas en Taiwán, vírgenes de Guadalupe hechas en China, gorras beisboleras con refranes latinos hechas en Corea…

La nostalgia de los inmigrantes es tan buen negocio que sin saber español, Ted Holocomb hace festivales de la Independencia Mexicana en varias ciudades del Sur de California.

En el negocio de la nostalgia, todo se vende:

-El francés Charles Bonaparte vende comida mexicana en los 7 restaurantes de “El Gallo Giro”

-Los judíos Israel Jerry y Ron Azkarman amueblan casas de los latinos con sus tiendas “La Curacao” que llevan el mensaje “un poco de tu país”.

-El cubano Gilberto Cárdenas vende los quesos cacique que utilizan a un charro mexicano como símbolo.

-Coreanos y libaneses venden los sombreros y botas de los vaqueros mexicanos en Huntington Park. La zapatería “Tres Hermanos” es propiedad de libaneses.

-El coreano-americano Donald Chae hizo un gran centro comercia en Lynwood llamado La Plaza México que reproduce varios edificios de las ciudades mexicanas.

Alejados de los clichés del “Only English”, los comerciantes no discriminan a quienes tienen capacidad de compra y de trabajo… Aunque no les den licencias de manejo.

José Fuentes-Salinas/ tallerjfs@gmail.com

-Con datos de L.A. Times, 5, dec., 2004.