Cementerio de El Calvario, East Los Angeles.- El niño flaquito de corbata era el que expresaba más espontáneamente su dolor.
Cuando dieron vuelta al ataúd para sacarlo de la capilla, se limpió las lágrimas y ayudó a escoltar al abuelo.
Si supieran los abuelos de lo doloroso que son estas despedidas, seguro que no se mueren, o quizá se mueren con más tranquilidad.
Yo no era familiar de Robert Rodriguez. Fui su amigo en su etapa tardía, desde aquella vez que nos presentó su hija en un “Block Party” del 4 de Julio. Yo sabía que le gustaba pintar y que lo hacía muy bien. Su hija conservaba algunas de sus pinturas. También, sabía, que como yo, pintaba “por gusto” y se había enseñado a sí mismo. Era evidente, entonces, que teníamos mucho en común. Ambos pensábamos que el arte latino era muy digno de presumir, y no se reducía a las pinturas nacionalistas, sino que también era el cubismo, surrealismo… y las estelas mayas.
Era la persona mayor de aquellas reuniones, y la más joven. No había ido a la universidad, pero era la única con quien podría hablar de Picasso y de Tamayo. Por eso, desde que lo invité a mi casa, aún con bastón llegaba, o su hija me invitaba a conversar con él cuando la visitaba. Además de ser un autodidacta en el arte, Don Robert era bilingüe, y en un perfecto español, conversábamos de nuestro oficio sin galerías comerciales.
La última vez que lo vi, hacía unos meses que había enviudado. Pero su semblante no era la de un hombre apagado. Con una gran serenidad y a veces con una risilla, me contaba de lucha por sostener una familia, y por aprender al mismo tiempo a maravillarse con el arte.
Me habló de algunos amigos que quedaron en el camino, y de la forma en que dar pinceladas sobre una manta, dar forma a los colores, lo hacía más cuerdo.
Los hombres mayores que cultivan la creatividad son muy certeros en decir lo que vale la pena compartir.
La última vez que conversamos, Robert me habló de dos cosas: de esas machitas que le habían encontrado en los pulmones y de el gusto que le daría abrir el patio de su casa para enseñar a los jóvenes ese oficio que el aprendió por él mismo con tanta paciencia, sin pensar en recibir premios, ni venderlo en las galerías.
—José Fuentes-Salinas, Long Beach, California., 4 de Enero, 2019. Instagram: taller_jfs, tallerjfs@gmail.com