Tiempos de espera y tecnología

Por José FUENTES-SALINAS/ tallerjfs@gmail.com

Los tiempos de espera solían llamarse “tiempos muertos”, porque no se podía hacer otra cosa que esperar. En restaurantes a la hora del almuerzo, en las oficinas burocráticas esperando pagar una multa o renovar un permiso, en los bancos esperando pagar una deuda, en la fila del supermercado calculando a cuanto asciende el costo de la provisión de la semana, en la sala de urgencia contando los minutos que pasan sin ver a un médico… El tiempo de espera solía ser motivo de conversación con un extraño, o el momento de proseguir la lectura de un libro de bolsillo, o de sacar la costura y tejer mientras llama la enfermera.

Hoy no. Hoy es el inevitable momento en que todos habrán de sacar sus teléfonos celulares y revisar mensajes de texto, comentarios en el Facebook, fotos de amigos, tuits…

Estoy esperando en un restaurante Chipotle a que llegue mi turno para pedir mi acostumbrado “Chichen Bowl”, en el que invariablemente la empleada me preguntará: ¿brown or white rice? ¿black beans or pinto beans?…. Si, póngale “pico sauce”, “corn” y rajas.

Concentrados en su celulares, a nadie le importa un carajo tratar de entender la copia de las estelas mayas de yeso del muro. Todos estamos pensando solamente en los tacos o burritos de carnitas, carne asada, pollo, barbacoa o vegetarianas. Entre las 12 y la una es la “rush hour” en que las muchachas y muchachos trabajan como un relojito en una linea de producción para que se sirvan tantos platos como sea posible.

Es comida mexicana “orgánica”, se presume. Con esto quieren decir que no le han puesto vacunas u hormonas a la carne.

El tiempo transcurre rápidamente, no como el tiempo de los mayas, sino como el de las oficinas y tiendas que esperan el regreso de sus empleados en el Centro Comercial Del Amo.

Con mi plato desechable con pollo, arroz y frijoles, me siento en una de esas mesas estilo industrial que poco tienen que ver con las estelas mayas del fondo.

En el sonido de fondo se escucha música reggae de Jamaica. Tampoco a muchos les importa si es Ekka-Mouse o Peter Tosh, como no les importó saber si los rostros de las estelas mayas eran de dioses.

Lo único importante es que hace hambre, y que esto es lo menos mal para comer rápido, porque es “orgánico”, y no es tan caro.

Momento en que los clientes de un restaurante de comida rápida esperan hacer pedir sus platillos, al tiempo que revisan sus celulares.

Momento en que los clientes de un restaurante de comida rápida esperan su turno para ordenar sus platillos, al tiempo que revisan en sus celulares sus mensajes de texto o fotos.

Los zacapenses en California

A un lado de la fuente, los zacapenses vacilaban, se tomaban fotos....

A un lado de la fuente, los zacapenses vacilaban, se tomaban fotos….

CRONICA: De como los inmigrantes mexicanos de Zacapu, Michoacán,realizan sus reuniones sociales en Wilmington, California

Por José Fuentes-Salinas
tallerjfs@gmail.com

El taquero se apostó a la entrada. Las mesas se colocaron en el patio trasero, no muy lejos de donde estaba el viejo guayabo, el nopal, el mango y las granadas. La fuente, estilo de cantera colonial lucía frente los arcos de las bugambileas y la llamarada.
El chorrito de agua producía un efecto relajante, como en las tardes aquellas de Zacapu, cuando estaba la fuente en la Plaza Ocampo, la misma que fue cambiada luego por otro kiosco como el que había antes de la fuente.
Cumplir sesenta años no es cualquier cosa.
Se necesita un poco de gracia y otra cosita.
El hombre los acababa de cumplir.
La fiesta tenía un tema: lo mexicano.
Pero ¿qué es lo mexicano? ¿lo culiche? ¿lo tarasco? ¿lo jarocho?…
El hombre se vistió de Jarocho, con su sombrerito de palma, su traje blanco y su mascada roja. Sus hijos eran: un charro jalisciense,un vaquero de Sinaloa y una tehuana. Su esposa era una china poblana con grandes flores bordadas.
Sesenta años.
Desde que se vino adolescente de Zacapu a California, Wilmington siempre ha sido su casa. Ahí, en ese patio, alguna vez estuvieron sus padres, y en ese garaje se habían acomodado los muchachos cuando eran muchachos, y no “jefes de familia” con nietos, como ahora.
Ya con todo listo para la fiesta, el hombre se destapó una cerveza y echó un vistazo a su alrededor.
Todo estaba listo, las mesas, la enorme carpa que cubría la mitad del patio, las ollas del agua de jamaica, las botellas de tequila y brandy, las hieleras con cervezas, los adornos colgados de papel picado, la bandera mexicana…
Entre familiares y amigos, para muchos esa casa era bastante familiar. Ahí habían crecido cuando llegaron de Zacapu. Ahí celebraron, y ahí vieron a la abuela preparar sus famosas salsas con chiles tostados que aromatizaban la casa de picor.
No estaban todos los que eran, ni su madre, ni su padre, ni su cuñada, ni algunos sobrinos… Pero estaba él. Esa era una fiesta muy especial por las presencias, tanto como por las ausencias. Esa sería la primera vez que no tendría que hacer un “guardadito” de comida para llevársela al día siguiente a su amigo jubilado. Su mejor amigo había muerto este año de complicaciones de la diabetes, solo.
El hombre se regocijó de estar tan acompañado.
De pronto se escuchó el estruendo del mariachi tocando el Son de la Negra. Pasaron frente al taquero de Zacapu, y luego se acomodaron a un costado de la fuentecita que habían comprado en el Swap Meet de Santa Fe Springs.
Sin violines, pero con guitarra, guitarrón y trompetas, los mariachis le tocaron luego “Las Mañanitas”.
El, que era solamente cervecero se animó a echarse un trago de tequila y ante todos agradeció como lo hacía Pedro Vargas en el programa de televisión “Noches Tapatías”, diciendo solamente: “muy agradecido, muy agradecido, muy agradecido..”
Este año había tenido un accidente que le había fracturado ambos pies, y que le impidió caminar por varios meses, pero en ese momento ya estaba bien como para salir nuevamente a bailar una polka con el mariachi, y lo hizo.
A sus sesenta años, sabía de lo difícil que es mantenerse de pie sobre la tierra, y ahora lo hacía con ritmo, celebrando por los que están y por los que ya no están.
Con abundancia de iPhones, las mujeres arregladas con moños coloridos sobre la cabeza se tomaban fotos y más fotos.
En Wilmington, no muy lejos de ahí, se escuchaba otra fiesta que incluso había arrojado dos o tres luces artificiales verde, blancas y rojas.
Después de más de tres horas, los mariachis callaron.
El director de los músicos, había consultado puntualmente su iPhone. Sabía en qué momento aquello terminaría.
Se fueron con su música a otra parte, como algunos de los invitados.
Poco después también se iría el taquero que había preparado tacos de carnitas, pollo, carnitas y suadero.
-Anden, anden, antes de que se vaya el taquero, llévense un plato de carne para que almuercen mañana -decía la esposa a algunos invitados.