CUENTOS URBANOS: El sentido de la historia

Se fue convirtiendo en historia.

Sus visitas al centro de la ciudad lo dejaban cada vez más perplejo.
Le costaba reconocer el lugar que tantas veces había cruzado.

El parquecito estilo japonés donde dormían los desamparados se había convertido en una enorme estructura de condominios de lujo. Los desamparados todavía existían pero se acomodaban a la entrada de la biblioteca y ahora unos fumaban marihuana libremente por eso de las nuevas leyes.

Todo el centro se renovaba y pronto las grúas del puerto no podrían ser vistas desde esas calles por donde tantas veces había deambulado. “Se crearían muchos trabajos”, la doctrina del desarrollo la habían aprendido bien los políticos, inclusive el joven alcalde que se sentía orgulloso de ser el primer latino homosexual en gobernar la ciudad.

La ciudad se iba convirtiendo en algo distinto. Ahora resultaba más complicado estacionarse, aunque los estacionamientos ahora aceptaran tarjetas de crédito. La ciudad que presumía de ser la más amistosa para las bicicletas en el país ofrendaba su corazón a la clase media y a las compañías constructoras que tan generosas habían sido para rechazar la propuesta de control de rentas.

Lo bueno es que, además de ese tráfico pestilente de autos y camiones que desembocaban en el centro y en los muelles, allí llegaba el metro de la línea azul.

Muros que cubren la vista de el trabajo de construcción. Foto: José FUENTES-SALINAS.

Las redes de transporte colectivo se iban extendiendo en todo el condado y pronto habrían de cambiar la nomenclatura: la gente se había hecho tan “color blind” que en lugar de tonos de azul y dorados, serían líneas numeradas. Ocurrió también en la demografía. Ahora ya no era posible distinguir entre negros, morenos, blancos, caucásicos, asiáticos… Ahora la segregación era por niveles de ingresos, porque eso de “clase trabajadora” y el “1%” había sido algo riesgoso en la política del Siglo XX. ¿En qué categoría cabía ahora el ex alcalde de la ciudad vecina que se había convertido en “chairman” de la compañía comercializadora de marihuana?. El primer latino en gobernar una ciudad de ese calibre, el ex director de sindicatos de trabajadores, y vocero del congreso de legisladores, ahora se justificaba diciendo que era importante que los latinos fueran representados en el negocio de la marihuana.

Sentía que el sentido de la historia no le cabía en la imaginación. Lo que había sido el gran crimen del siglo XX, por el que se mataron muchos pobres en Latinoamérica ahora era un negocio de cuellos blancos en Norteamérica, y hasta el ex líder del congreso republicano, el mismo que lloró cuando el Papa le reclamó su rechazo a la reforma de inmigración, el ex legislador ahora también trabajaba en el negocio de la mota, o de la marihuana, porque también en eso las cosas habían cambiado: el término mota era derogativo.

Con las manos en las bolsas y la misma chamarra de mezclilla de hace años ahora un poco desgarrada, caminaba rumbo a pagar el gas y el agua las oficinas del City Hall. Se sentía agradecido de que su facha se hubiera puesto de moda. Su vestimenta de mezclilla deslavada y con señales de tortura era altamente cotizada en los centros comerciales.

Antes de entrar a la biblioteca se detuvo a tomar una foto con su iPhone a los chuches de un desamparado que estaban junto a un paisaje y la ciudad habían puesto para hacer menos cruel el movimiento de grúas y trascabos que construían la remodelación del Downtown. El dormitorio del rincón del desamparado tenía como un muro enorme un póster en acrílico de unos yates en la marina con un sol a la tardecer.

…los desamparados se habían ido a un rincón de la entrada de la biblioteca, donde los chinches de un “homeless” se acompañaban de un yate de lujo con el fondo de un atardecer. Foto: José FUENTES-SALINAS

La biblioteca todavía era la misma.

Desde siempre las bibliotecas públicas habían sido su debilidad. ¡Tanto conocimiento gratuito!… Recordaba la primera que visitó en Wilmington, entre la calle Opp y Fries. Ahí leyó la biografía de Reis Tijerina y su lucha por la tierra. De ahí también saco discos LP para aprender inglés italiano… Ja ja ja… El inglés lo aprendía por necesidad, el italiano, por gusto. “il dennaro contante”… “il machelaio”…  Se le hacía grato entender un poco el lenguaje que había escuchado en las películas de Sofía Loren y Marcelo Mastroianni, o la del “Archidiablo” donde la audiencia en español escuchaba “la putannnaa”… Que era traducido en español por un discreto “mujer pública” en los subtítulos de la pantalla.

La biblioteca ahora daba el aspecto de decadencia, esperando su demolición. Al fondo, la mayoría de viejas computadoras eran ocupadas por desamparados. Pero a la entrada aún aparecían los estantes de libros recién comprados.

Le gustaban los cuentos o las novelas cortas, pero tenía la sospecha de que la elección de las obras estaba en manos de algún burócrata de la cultura que se dejaba mangonear por el mercado de libros, sin pensar en ese punto medio entre la demanda de una población lectora y los “bestsellers”. Aún así, aparecían buenos libros de Inés Arredondo y Mario Benedetti, de Sergio Ramírez y Carlos Fuentes, o “Manuales del Pendejismo”…

Cuentos de Sergio Ramirez e Inés Arredondo.

Urgando las historias se daba cuenta que se había convertido en historia él mismo. Las revoluciones del siglo XX ya se habían convertido en otra cosa, en contextos en que los autores hacían actos de reflexión, contricción, arrepentimiento…

Como un rompecabezas donde siempre faltan dos o tres piezas, buscaba elementos de identidad en sus lecturas.

Pero esas piezas vinculadas a lo que está ocurriendo en principio del siglo XXI siempre se escapaban. No encontraba títulos como: “Teoría y práctica del sonambulismo cibernético”, “El sonambulismo cibernético y su relación con el inconsciente”…

Quería pensar que los cambios en la transición del siglo XX al XXI solo habían sido de canal y de contextos, y si antes se tenía que ver en una pequeña sala de cine a Chaplin bailando un vals con un perro amarrado, ahora eso se podía ver en la palma de la mano en un iPhone.

Era un hombre racional. Lo sabía. Buscaba siempre la interconexión entre lo que fue y lo que es. No quería que el progreso lo agarrara del pescuezo y lo arrinconada en un asilo. Le provocaba asco las segregación.

¡Sus pies ah sus pies!… A veces los estimaba más que sus dedos.

Por eso cada vez que podía se iba por ahí caminando, viendo, solo viendo y pensando.

Tomo dos libros, y sin hacer fila los registró de salida.

La muchachita le dijo en español: “se vencen el 25 de octubre. Que tenga buen día. Vuelva pronto. Gracias”.

El hombre salió contento con el recibo del pago del agua y de sus libros.

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—José FUENTES-SALINAS/ www.tlacuilos.com

MAS HISTORIAS:

SWAP MEET: Uno nunca sabe qué va a encontrar en un tianguis

INTERNAUTAS: las aplicaciones tecnológicas (APPS) y la vida cotidiana

DESPUES DE VARIOS Años de sequía, se han dejado venir varias tormentas a California. Después de varios años en que unos han cambiado el pasto por grava, por plantas tolerantes a la sequía, la lluvia se ha ido acomodando al paisaje. Por fin he podido usar la aplicación radar NOAA del clima en el iPhone. Lo uso junto con la otra aplicación de las predicciones del Weather Channel que muestra con unas nubecitas o soles el clima que habrá a cada hora del día. Así no falla. Las masas de humedad verdes y violetas se van moviendo desde el Oceano Pacífico hasta la Costa Oeste. Los noticieros de la televisión se van haciendo prescindibles. ¿Cuántas aplicaciones son realmente necesarias para moverse en la ciudad, para saber si uno tiene que salir con el paraguas o si puede planear un fin de semana?…

Y luego vienen los anuncios de las noticias que según alguien deberíamos saber inmediatamente. En la mañana… beeep!… sale un anuncio diciendo que el Trompas había vuelto a anunciar un decreto para restringir la entrada de refugiados e inmigrantes. Esa urgencia por interrumpir mis actividades de mañana es como si yo fuera un funcionario de inmigración, y en ese momento se me fuera aparecer un refugiado de Sudán. Además de trastornar los rituales de hacer llamadas telefónicas (antes se hablaba después de la comida a los amigos y familiares), ahora se trastornan los rituales para ver los noticiarios y enterarnos de cómo está el mundo. Y ya no digamos ese sagrado y antiguo ritual de sentarse por la mañana a leer los diarios con un cafecito a la hora del desayuno.

Hoy, por la tarde revisaba en el Twitter que habían nombrado a una nueva CEO de Google en México. El nombre de la mujer estaba “trending” en México. Gran bulla hacían por anunciar en el Día Internacional de la Mujer (hashtag que también estaba “trending”) y en decir que era la primera mujer en ocupar ese puesto. Les puse tres “Tuits”: 1) “MAL TRABAJO hace el gigante de la informática que en veinte entradas no dice quién es la CEO”. 2) “EL FUTURO DE Google está en educar a sus usuarios. La sustentabilidad está basada en la capacidad de los usuarios para producir contenidos de calidad”, 3) “LAS PERSONAS inteligentes interrogan a Google. Las otras se dejan bombardear por la publicidad y los mensajes frívolos”.

¿Qué tanta tecnología necesitamos para ser felices… para sentirnos que tenemos control de nuestras vidas y saber que podemos interactuar con los demás en la medida de nuestras necesidades?.

Momento en que los clientes de un restaurante de comida rápida esperan hacer pedir sus platillos, al tiempo que revisan sus celulares.

En las últimas columnas que escribió el semiólogo italiano Umberto Eco trataba de ocuparse de ello, pero con cierta desconfianza. Platicaba: “yo casi siempre traigo apagado mi móvil. Lo enciendo cuando necesito hablar o revisar mis mensajes (…) cuando murió mi padre, me enteré 6 horas después. Estaba en una conferencia. Pero si me hubiera enterado antes esto no hubiera cambiado nada”.

Soy psicólogo y “no puedo negar la cruz de mi parroquia”: “EL ESTRES DERIVADO DEL USO DE LA NUEVA TECNOLOGIA se basa en que nos crea la noción de que algo tremendamente importante va a ocurrir en cualquier minuto, y no podemos despegarnos de nuestros celulares”.

Si lo vemos bien, muchas de las cosas que vemos en las pantallitas (este corrector automático me propone en lugar de pantallitas, “pantaletas”, otro ejemplo de lo intrusivo que se ha hecho la tecnología) podrían esperar hasta el fin de semana, y no se va a acabar el mundo.

No tengo idea hacia dónde va la tecnología. Pero si tengo una idea de adonde no quiero que me lleve. No quiero que me lleve a una situación donde todas esas habilidades que tardaron siglos en desarrollarse, de un de repente queden desplazadas hacia la nube.

¿Como qué?

Como la capacidad de elegir nuestras propias preguntas, y saber cómo y donde buscar respuestas de calidad.

Umberto Eco tiene razón en que lo más importante para beneficiarnos de la Internet se basa en tener buenos filtros. A eso se le suele llamar “criterio”, “pensamiento crítico”…

Y ¿cómo se desarrolla eso?… En la práctica.

Hace unos momentos, Amazon me envió un mensaje de texto que me llenó de alegría: me decía que el envío del libro de antología de poesía mexicana editada en Quebec hace más de 25 años se había adelantado.

Curiosamente, mi poema que incluyen se llama “Mis gustos” y eso sobre el placer de escuchar a Bach en un radio viejo, o leer el periódico en papel, la primera mirada al jardín… Jaa jaja, cuando lo escribí no me imaginaba que algún día me iba a despertar con el iPhone y revisar en el Facebook si el mundo no se había acabado, y revisar en “INRIX” el tráfico de las autopistas.

-José Fuentes-Salinas, Long Beach, Ca., 6, Marzo, 2017, tallerjfs@gmail.com

 

LIBROS: Conversación con Umberto Eco

EN EL PRINCIPIO era la memoria hablada, en el principio, se declamaba la historia, la historia tenía diferentes tonos. Luego llegó la historia escrita a mano, antes de la imprenta, y ahí estoy yo viendo a Sean Connery vestido de fraile visitando el monasterio donde se hacían los libros incunables, donde cada letra era arte y disciplina.
Ya no podría saber más de lo que se ha escrito sobre “El Nombre de la Rosa”, ni podría preguntarle a Eco sobre esa diferencia de lectura entre su libro y la película. Seguramente me hubiera mandado a leer alguna otra entrevista, porque así es su costumbre.

Umberto Eco, “De la estupidez a la locura”, Ed. Lumen

Muchos le dicen semiólogo, semiótico, filólogo, arqueólogo de lenguaje, teórico de la comunicación… Novelista, ensayista… O escritor.
Pero la realidad es que saber más de todo eso ya no podría ocurrir.
“Umberto Eco murió en la tarde del viernes a los 84 años”, dijo la BBC el 20 de febrero de 2016, quien tuvo la elegancia de definirlo simplemente como “escritor y pensador” que “vendió más de 1 millón de copias de El Nombre de la Rosa”, en varios idiomas. “Fue incluso llevada al cine”, dice la noticia que con esto terminaría dándole la primera puñalada al escritor post mortem.
La definición era sólo por una novela y por la cantidad que vendió, así como por el bautizo que le hizo el cine. Pero a decir verdad, al final incluyeron una frase de cómo el propio Eco se definía: “yo soy filósofo, escribo novelas sólo los fines de semana”.
Eso lo recupero para mí, para el encuentro que tuvimos en la librería Barnés and Noble de Torrance, California, y que continué en la de Long Beach.
Encontrarlo ahí y no en Amazon.com tiene una gran diferencia.

Leyendo a Umberto Eco en Barnes and Noble Bookstore.

Ahí podría escrutinar con más paciencia cada una de sus ideas que dijo antes de morirse de cáncer de páncreas. Como se sabe este tipo de páncreas es el más rápido y más agresivo y tan sólo por eso, el escritor ya no tuvo tiempo de planear otra gran novela.
Así es que su libro nombrado “De la estupidez a la locura, crónicas por el futuro que nos espera”, subrayando con mayúsculas: “EL ULTIMO LIBRO DEL GRAN MAESTRO”, era un verdadero pretexto para sentarse ahí con un café a conversar.

– ¿Por qué usted que se ha pasado la vida hurgando los libros viejos y nuevos ahora le da por ocuparse en los teléfonos celulares y en la Internet?

“Los móviles están cambiando de manera radical nuestra forma de vivir, por lo que se han convertido en un objeto interesante, desde el punto de vista filosófico. Al dado también las funciones de una agenda en la palma de la mano, y una computadora con conexión a la red, el móvil es cada vez menos un instrumento de oralidad y más un instrumento de escritura y lectura. Como tal se ha convertido en un instrumento o modo de registro”.
No le quise contar en ese momento, que con iPhone había podido copiar algunos de los párrafos de su libro, en lugar de escribir notas en un papel, ni que en un instrumento así me había enterado de varias noticias de su muerte.
El, qué pasó del siglo XX al siglo XXI con una buena carga de sorpresas, no le pareció extraño eso de las “fake news”, que unos muchachos de Macedonia solían fabricar y que incluso el general Flynn se las creyó.
De hecho, me confesó que él solía consultar la Wikipedia y que a decir verdad sólo había tenido que corregir dos o tres cositas de su biografía. El veía como un riesgo que en la Wikipedía todos pudieran cambiar y editar los textos, pero que, al final de cuentas, entre todos se detectan las mentiras e imprecisiones.
Fue cuando recordé que en algún momento eso me había pasado cuando edité la semblanza de Zacapu, mi lugar de nacimiento. Conociendo bien mi ciudad, una vez escribí que los bosques y lagos se veían amenazados por la mancha urbana, e incluía varios datos olvidados de los fundadores de escuelas, cines, comercios… Años después alguien había borrado mis datos ecológicos.
El profesor lo tomaba todo esto con calma.
Cree, como yo, que hay que construir un discurso sobre los usos y abusos de la tecnología, hay que organizar una reflexión, pero hay que empezar desde las escuelas, hay que enseñar a filosofar, como también dice Fernando Savater.
Esa tarea es difícil por la rapidez con que ha ocurrido los cambios de la tecnología cibernética, el consumo.
Y a manera de ejemplo dice que si él hubiera tenido un auto como los de ahora cuando empezó a manejar quizá hubiera chocado.
“Yo crecí manejando, crecí con los cambios de los autos”.
Del 2004 cuando apareció el Facebook, al 2010 cuando, tenía 400 millones de usuarios, el profesor experimentó un extraordinario cambio, pero ¿para qué?.
“El problema es que fue como si todo lo que se decía en un bar lo dijeran de repente en las redes sociales”.
La seducción y el entusiasmo que produce lo nuevo es algo que siempre distorsiona las necesidades, más ahora en estos tiempos de una explosión publicitaria nunca antes vista.
El me lo explica mejor: “la relación entre entusiasmo tecnológico y pensamiento mágico es muy estrecha y va ligada a la confianza religiosa en la acción fulminante del milagro. El pensamiento teológico nos habla y nos hablaban de misterios, pero argumentaba y argumenta para demostrar hasta qué punto son concebibles o bien demostrables. En cambio, la fe en el milagro nos muestra lo nominuoso, lo sagrado, lo divino que aparece y actuar sin demora”
Para Eco la cuestión de cómo usar la tecnología tiene que ver con los filtros que da la preparación académica, la filosofía, la revisión de los cambios que hubo en otras ocasiones.
Mucha gente confunde el “reconocimiento”, “la fama”, el protagonismo, con otras cosas banales… Y tarde o temprano aparecen las consecuencias: por ejemplo un presidente que en lugar de explicar cuestiones complejas, envía “tuits” sobre cualquier cosa que se le ocurre, y dice que los medios son unos deshonestos.
Como como todo pensador, el profesor no se ocupa de todo los problemas que ha traído consigo la nueva tecnología, o lo que desde la revolución industrial han llamado “progreso”.
Como buen conversador con los signos, ahí escrito unas cuantas ecuaciones que las siguientes generaciones habrán de responder.
De lo que si advierte es que se necesita un buen filtro para saber lo que es relevante, ya que los días no son tan extensos, ni la vida larga.
Pone de ejemplo el cuento de Jorge Luis Borges “Funes el memorioso”, el tipo que podía memorizar todo, incluyendo lo más irrelevante.
“Internet esa hora como Funes. Como totalidad de contenidos disponibles de forma desordenada, sin filtro ni organización, permite a cada uno de nosotros construirse su propia enciclopedia, esto es su libre y personal sistema de creencias, nociones y valores… Así que, en teoría, podrían existir 6000 millones de enciclopedias diferentes, y la sociedad humana se reduciría al diálogo fragmentado de 6000 millones de personas, cada una con su propia lengua distinta que sólo entendería el que el habla”.

—José Fuentes-Salinas, tallerjfs@gmail.com. Con datos del libro “De la estupidez a la locura”, Umberto Eco, Ed. Lumen, Ensayos.

 

De cómo la tecnología cibernética ha alterado la interacción de las personas con el mundo.

 

USTED se levanta a las siete de la mañana un sábado. Lo primero que hace es tomar del buró el teléfono celular, ese aparato que hoy también es: reloj, despertador, telégrafo, cámara fotográfica, calculadora, periódico, “egoteca”, fototeca, buzón, oficina… Ve en la pantalla que son las siete y se da cuenta que ha dormido lo suficiente y que no amaneció con dolor de cabeza porque supo controlar los tragos anoche -dos copas de Shiraz a lo máximo. Luego revisa si alguien publicó algo importante en el Facebook. Lo apaga. Se pone unos pants, va a la cocina, se sirve un vaso de agua y se va a la esquina del estudio. Abre las ventanas y ve que los árboles están cambiando de color y soltando las hojas rojizas y ocres al suelo. Todo está muy callado si acaso a lo lejos se oye un poco el tráfico. Será que para los consumidores no les alcanzó el viernes negro? -se pregunta. Pensar en que ahorita mismo el supermercado podría estar lleno de clientes le disuade de ir comprar dos o tres cosas que necesita para la semana: un rastrillo para rasurarse, una pasta dental… Sentir que no se ha rasurado le recuerda que anoche la reunión se interrumpió cuando su esposa, en el teléfono celular, descubrió que acababa de morir el líder cubano Fidel Castro, el mandatario que sobrevivió a 11 presidentes norteamericanos. Le recuerda que anoche su vecino se tomaba una foto con un habano sin saber que el personaje del siglo XX que los hizo famosos se moría a los 90 años en la isla.
Usted no sabía si hacer un comentario de la avalancha de información en la Internet, en las llamadas redes sociales. Eran montones de cosas repetitivas, retórica anticastrista, procastrista, e intentos de objetividad. La verdad es que el propósito original de la tecnología cibernética de comunicación se estaba perdiendo. Obtener fácil y rápidamente información era un propósito que chocaba con la avalancha de mensajes poco elaborados que distraían y atascaban el flujo de información. Todo esto tenía un gran gasto: su tiempo. En otros tiempos, digamos que hace 20 años, si hubiera puesto su bata el sábado y salido a recoger el periódico a la calle. Con un café sentado en el sillón, escudriñaría las páginas para leer y rápidamente revisaria lo que realmente le interesaba. Sin clicks, sin conexiones al Wi-Fi, dando vuelta rápidamente a las hojas, encontraría titulares tales como: “Murio Fidel”, Cual será la relación entre Washington y La Habana?, Fidel ya no gobernaba”…
Por la ventana del estudio ve cómo se empieza a nublar el cielo. Han anunciado lluvias. Si todo el día está nublado, usted que se levantó temprano habrá sido de los afortunados en haber podido disfrutar un poco de sol.
El sol vuelve a salir en un agujero de nubes, las nubes se recorren un poco. Todos estos últimos años la sequía ha jugado con la esperanza de los residentes del Sur de California. Varias veces se ha anunciado una temporada lluviosa, varias veces ha prevalecido la sequía. Algo parecido se hizo con la muerte de Fidel. Varias veces lo anunciaba unos cuantos medios, varias veces se desmentían los rumores. Esto se incrementó en el 2006, cuando su hermano Raúl asumió el poder que él tenía. Para muchos, no ver a Fidel en público era suficiente para sospechar que se estaba muriendo.
Desde que derribó la dictadura de Fulgencio Batista en 1959, para quienes nacieron en los cincuentas, para los “baby boomers” tardíos, Fidel fue la referencia de lo que ocurría en la política latinoamericana y norteamericana. Fidel acusa, acúsan a Fidel, Fidel es la causa… Pero acaso ninguna isla o país de 11 millones de habitantes ocupó tanto la imaginación política de una generación, con el Che Guevara, Camilo Cienfuegos, con la cultura de la isla: Pablo Milanés, Silvio Rodríguez, Eliseo Diego, Cachao…
Escribiendo y escribiendo, empezando a ver salir de sus casas a los vecinos, usted se da cuenta que la interacción con el mundo ha cambiado abismos, desde que se empezó hablar de la revolución cubana.
Del siglo XX al siglo XXI:
* se cambiaron los relojes despertadores por los teléfonos celulares.
* Se cambiaron las bibliotecas por los teléfonos celulares.
* Se cambiaron las conversaciones por los telegramas de los teléfonos celulares.
* Se cambiaron los álbumes familiares por las fotos guardadas en los teléfonos celulares.
* Se cambiaron los correos en buzones por los correos en los teléfonos celulares.
Aún con todo eso, poco sabemos cómo se distribuye la comida en el mundo, cuántas toneladas de bananas y aguacates llegan a un país rico procedentes de un país pobre, y cuantos teléfonos celulares venden un país rico a un país pobre.
En un día de acción de gracias, nuestra gratitud está desarmada de argumentos: no sabemos bien quien nos da.
Y usted que hace años interactuaban reposada y reflexivamente, con papeles, tinta, abrazos, palabras… Hoy, interactúa costosamente con un aparatito que le podría abrir bien los ojos al mundo, pero usted insiste en verlo con los ojos cerrados, casi en un parpadeo, y en blanco y negro…
Por la ventana se ve que las nubes han desaparecido. El azul, y ocre de los árboles son una invitación a llenarse las manos de yerbas.

"Estudio" Foto: José Fuentes-Salinas

“Estudio”
Foto: José Fuentes-Salinas

-26 de noviembre de 2016.

 

—José FUENTES-SALINAS, tallerjfs@gmail.com

Tiempos de espera y tecnología

Por José FUENTES-SALINAS/ tallerjfs@gmail.com

Los tiempos de espera solían llamarse “tiempos muertos”, porque no se podía hacer otra cosa que esperar. En restaurantes a la hora del almuerzo, en las oficinas burocráticas esperando pagar una multa o renovar un permiso, en los bancos esperando pagar una deuda, en la fila del supermercado calculando a cuanto asciende el costo de la provisión de la semana, en la sala de urgencia contando los minutos que pasan sin ver a un médico… El tiempo de espera solía ser motivo de conversación con un extraño, o el momento de proseguir la lectura de un libro de bolsillo, o de sacar la costura y tejer mientras llama la enfermera.

Hoy no. Hoy es el inevitable momento en que todos habrán de sacar sus teléfonos celulares y revisar mensajes de texto, comentarios en el Facebook, fotos de amigos, tuits…

Estoy esperando en un restaurante Chipotle a que llegue mi turno para pedir mi acostumbrado “Chichen Bowl”, en el que invariablemente la empleada me preguntará: ¿brown or white rice? ¿black beans or pinto beans?…. Si, póngale “pico sauce”, “corn” y rajas.

Concentrados en su celulares, a nadie le importa un carajo tratar de entender la copia de las estelas mayas de yeso del muro. Todos estamos pensando solamente en los tacos o burritos de carnitas, carne asada, pollo, barbacoa o vegetarianas. Entre las 12 y la una es la “rush hour” en que las muchachas y muchachos trabajan como un relojito en una linea de producción para que se sirvan tantos platos como sea posible.

Es comida mexicana “orgánica”, se presume. Con esto quieren decir que no le han puesto vacunas u hormonas a la carne.

El tiempo transcurre rápidamente, no como el tiempo de los mayas, sino como el de las oficinas y tiendas que esperan el regreso de sus empleados en el Centro Comercial Del Amo.

Con mi plato desechable con pollo, arroz y frijoles, me siento en una de esas mesas estilo industrial que poco tienen que ver con las estelas mayas del fondo.

En el sonido de fondo se escucha música reggae de Jamaica. Tampoco a muchos les importa si es Ekka-Mouse o Peter Tosh, como no les importó saber si los rostros de las estelas mayas eran de dioses.

Lo único importante es que hace hambre, y que esto es lo menos mal para comer rápido, porque es “orgánico”, y no es tan caro.

Momento en que los clientes de un restaurante de comida rápida esperan hacer pedir sus platillos, al tiempo que revisan sus celulares.

Momento en que los clientes de un restaurante de comida rápida esperan su turno para ordenar sus platillos, al tiempo que revisan en sus celulares sus mensajes de texto o fotos.

Los viejos escritorios

* De cómo la tecnólogía cibernética ha cambiado la forma de organizar una oficina

Por José FUENTES-SALINAS
tallerjfs@gmail.com

Poco a poco fueron desapareciendo. El sacapuntas, la grapadora, el pegamento…
Los nuevos escritorios se fueron limpiando de objetos no relacionados a las computadoras. Un domingo, abrí el cajón de en medio y saqué el manojo de lápices y plumas que se habían acumulado por varios años. Las puse en una bolsa y las acomodé aparte.
También abrí los cajones de los costados y encontré sobres y cuadernos de hojas tamaño carta. ¿Cuándo fue la última vez que escribí una carta de papel y la llevé al correo?… No lo recuerdo. Pero, por si acaso guardé los sobres que en el filo tienen las franjas azul y roja que significan “correo aéreo”. Vaya distinción.
Poco a poco todo se va depositando en ese perímetro luminoso que llamamos pantalla que basa su eficiencia en saber en qué rincón encaminar el cursor y hacer un click!, una vez que ya hemos escrito las claves mágicas, los passwords o contraseñas.
Ligeros, luminosas, las computadoras plegables son escritorios. A decir verdad suelen ser más democráticos, como en las veces en que un estudiante universitario hace su escritorio en el suelo, y desde ahí consulta archivos o escribe mensajes.
Pero estos cambios nos van creando problemas y ansiedades.
¿Qué debo hacer con esa caja de fotografías viejas y esos miles de negativos que dicen lo que he sido en los años anteriores al Siglo XXI?
Por un tiempo, empecé a almacenar las fotografías en formato digital en CD-ROMS. Pero cuando todo se iba encaminando a esa otra forma de archivo, resulta que estas nuevas computadoras ya no tienen lector de CD-ROMS.
Con frecuencia suelo pensar que esa abstracción a la que le llaman “industria” cibernética está jugando con los consumidores. Satisface una necesidad, y crea otras.
Ahora las historias de las personas están dispersas en cajas de cartón donde los “silver fish” devoran un poco de celulosa, pero también en videos VHS, películas, cuadernos…
¿Y los escritorios?
Estos empiezan a ser piezas de museo.
Y qué bueno, yo tengo el mío que es de caoba, donde además luce una vieja máquina de escribir mecánica que me recuerda el difícil pasos de cambiar una forma de comunicarnos, por otra.

Las tiendas de tecnología cibernética

De cómo los “millenials” ayudan a que sus padres se adapten a las nuevas formas de comunicarse.

Por José FUENTES-SALINAS
tallerjfs@gmail.com

CERRITOS MALL.- A la Chulita le aburren las filas de espera, los estacionamientos congestionados, la pérdida de tiempo. Por eso estamos ahí a las 9:30 de la mañana esperando que abran la tienda Apple. La vieja computadora se ha vuelto muy lenta, y con frecuencia tiene crisis esquizofrénicas o catatónicas.
– Ya. Hagamos el sacrificio -dice- necesitas una nueva. Ya no puedo ni hacer mis transacciones del banco.
Haciéndo cálculos, con un “tarjetazo” podemos agarrar un MacBook con un cerebro más rápido.
La gente empieza a llegar a ese pasillo iluminado cerca de la tienda “True Religion”. Nos sentamos en unos de los sillones que tienen acomodados enfrente de la entrada. Los trabajadores de la limpieza están terminando de hacer su trabajo. El suelo es brilloso y las mesas donde están acomodados los aparatos lucen pulcras. Muy pronto, ahí estarán deambulando amas de casa, estudiantes, niños, adultos… esperando que un jóven les resuelva las dudas y haga funcionar sus aparatos.
Enfrente de mi llegan un par de sordomudos. Se dicen cosas con las manos. Llevan sus iPhones para no sé que asunto. Más tarde le preguntaré a un empleado si tienen personal que sepa el lenguaje de las manos.
-Algunas veces los tenemos, pero la verdad es que ellos pueden usar el mismo tecleado para comunicarse -me dirá uno de ellos.
Lo que si tienen ya es una cuota de empleados bilingues que hablan español. El mercado latino en Los Angeles es uno de los más importantes. El último reporte de Beacon Economics dijo que en un año, los latinos gastan un promedio de 1.3 Billones de dólares solamente en tecnología cibernética. Muchos son inmigrantes, y las redes sociales y los teléfonos celulares han ayudado a mantenerse en comunicación con la familia. He visto en la calle, pintores de casas comunicarse con sus familiares en Guatemala o México a la hora del almuerzo.
La gente sigue llegando, pero la Chulita me dice que llegamos demasiado temprano.
-Abren hasta las 11 -dice- voy a sentarme a tomar un café.
La gente, ordinariamente ya no invierte mucho tiempo platicando, mientras espera. Pero tratándose de personas que no pueden usar sus dispositivos electrónicos, la plática suele ocurrir.
-Uno de los problemas que tenemos que resolver en la actualidad es el de entender en qué forma la tecnología está cambiando nuestros estilos de vida -le comento a una señora que está a un lado.- ¿Qué tanto debemos dejar que la tecnología cambie nuestras formas de comunicarnos?
-Lo sé. Yo tengo sin teléfono celuar un par de días, y algunas cosas se me han dificultado -dice- ahora que fui al partido de futbol de mi hijo, necesitaba usar los mapas de google para orientarme… Pero, de todas formas llegué.
Entre los sillones y la entrada de la tienda, la gente que llega al Mall pasan con su iPhone en la mano. Adentro de la tienda se empieza a ver movimiento. Llega una muchacha que empieza activar los aparatos, luego el manager que agrupa a varios de sus empleados que lucen una T-Shirt azul con el logotipo de la manzana. La mayoría de ellos son los “millenials”, los que no usan trajes ni corbatas, pero son unos expertos en arreglar programas y aplicaciones cibernéticas.
Unos quince minutos antes de abrir, se forman dos filas: los que van a comprar aparatos a la derecha, y los que llevan sus aparatos para que se los arreglen, a la izquierda. El mánager, igual de jóven que los demás, sale con los empleados. Cada uno lleva una tableta para asignar a cada uno de los clientes con una persona. Todo está bien organizado. Los empleados son como anfitriones personales. Nosotros que tenemos la intención de que nos arreglen “la viejita”, y comprar un nuevo MacBook nos formamos en la fila de los compradores y damos el número de teléfono para que nos aparten un lugar en el “Genius Bar” (la barra de los genios), donde nos habrán de actualizar a la vieja computadora.
Para cuando abre la tienda, todos saben con quién habran de hablar.
– Ja jaaa… Ojalá pudieran aplicar este modelo de atención al cliente en los servicios de la ciudad -le digo al gerente.
Mientras los padres conversan con los empleados, muchos niños se apostan en las mesas chaparritas y abren las tabletas, como si se tratara de algo familiar. Tienen incluso sillones en forma de almohada como los que usaron los inventores de las computadoras y que están en un museo de Mountain View en el Valle del Silicio.
Los jóvenes saben que la empatía que pudieron haber desarrollado con sus padres o tíos de algo les servirá aquí. Piden identificaciones y contraseñas con mucha paciencia, juegan con los aparatos como si jugaran con juegos de Nintendo. Finalmente venden. La tarjeta entra en la ranura y se firma con la uña en la pantallita.
Para cuando casi termina la transacción de compra del nuevo MacBook, en el iPhone ya hay un mensaje de que en el “Genius Bar” nos están esperando.
En el “bar” nos atiende un muchacho que da respuestas rápidas y convincente, del por qué, cómo y para qué. La vieja computadora de más de 10 años la ve como un doctor de geriatría ve a sus pacientes.
– Mi madre tiene una igualita -dice el muchacho- vamos a arreglarle sus programas, sus máquinas de búsqueda para ver qué tan rápida la podemos hacer. Su problema no es la falta de memoria. Tiene casi la mitad de la memoria sin usar.
En la pantalla del viejo aparato van apareciendo códigos y las barras horizontales de entrada y salida de programas se llenan de azul y desaparecen.
El diagnóstico y tratamiento de la enfermedad cibernética parece tener resultado. Los periódicos aparecen más rápidamente y el YouTube baja sin tanta lentitud.
Si hubieramos empezado por aquí, por arreglar a la “viejita”, no estoy muy seguro de si hubiera comprado la nueva computadora.
Pero cuando me dice el muchacho que a esta hay que tratarla con mucho cuidado al instarle nuevos programas porque podría entrar en “shock”, me doy cuenta que la decisión fue la correcta.
De la tienda, salimos con la vieja y nueva tecnología.
No hay pierde: dos generaciones son capaces de colaboración.

-LONG BEACH, CALIFORNIA, 5 de Septiembre, 2016.

Comercial no pagado para iPhone Instagram

TENGO una ventana que cabe en el bolsillo.
POR la noche se enciende y me dice qué horas son.
A VECES la uso de linterna para encontrar los calcetines o para ir a orinar al baño sin tropezarme.
EN MEDIO del tedio de las salas de espera, la abro y veo al mundo por medio de los ojos de mis amigos cibernéticos.
ALFREDO me lleva a pasear por las calles de la Ciudad de México. Me enseña rostros de putas, murales, mendigos y desempleados.
EDUARDO no se cansa de pintar fachadas en ruinas, Viejas puertas y ventanas, donde cuelgan tantas carencias.
MILA, desde Rusia, me lleva a recorrer estanques y bosques.
LOREDANA reclama mi atención en playas fatigadas de mareas, y tantos detalles de sombras y luces de los viejos barrios de México.
JONNA me ofrece un pastel de zarzamoras que ella misma recogió de un bosque noruego.
PEDRO, el viejo maestro de los lentes, recupera los rostros de sus contemporaneous y hace bromas mostrando sus intestinos en una pantalla, luego de una colonoscopía.
A VECES, a mi ventana le dicto un poema o se lo escribo sobre una foto de hojas de bamboo y me quedo pensando y pensando, como si realmente esa ventana me permitiera escaper del tedio de tanta tecnología.

-José Fuentes-Salinas, tallerjfs@gmail.com

Los “Spamers”

Son como tumores que contínuamente hacen metástasis.

Son la última cadena del DNA del mercado, las garrapatas tecnológicas, que lucran con una comunicación anémica.

Con la fantasía del Siglo XXI, de que todos los posedores de una plataforma digiital puede ser potencialmente comunicadores lucrativos, los spamers aparecen vendiendo viagra, cialis, mercancías de dudosa procedencia y servicios inbéciles.

Es cierto. Hay filtros.

Pero los parásitos digitales también saben de filtros y hacen mutaciones cromosómicas para filtrarse en las redes y destruír la comunicación.

Chamacos y chamacas, boys and girls:

Si una vez aprendieron el esquema de Shannon y Weaver, vuélvanle a dar una leída y discútanlo: en la comunicación hay un emisor, un receptor, un código, una retroalimentación… Ok, Ok… Pero lo que no aprendieron bien es que los “canales”, el sustrato material de la comunicación, se los han expropiado. Ahora, los canales están al servicio del marketing, y no hay forma de purificarlos. En algún momento, en alguna esquina, en algún márgen aparecerá el anuncio de “venda”, “compre”, “haga”, “vote”…

¿Qué tal suena “el negocio de la comunicación”?

Esto no quiere decir que no haya cafés, parques, reuniones familiares, visitas a los enfermos, alivio de los afligidos (ya me salió un rosario), donde se comunican las personas cara a cara sin intermediarios. Pero como eso no es negocio, no se promueve.

Lo acepto.

No podemos dar marcha atrás al “reloj de la historia”. Nos hemos hecho demasiado exigentes para controlar nuestro tiempo personal. Paradójicamente hemos caído en los brazos de Sylicon Valley… Y de los “spamers”.

Ja jaaa… Me da risa saber que esto lo estoy diciendo en una MacBook y en la plataforma hecha posible por un nerd informático. Esa es otra paradoja.

Pero déjenme decirles que mi primera intención para acercarme a estos canales de comunicación era conocer desde adentro el nuevo fenómeno de la comunicación.

Dentro de todo esto, hay muchas maravillas que he podido disfrutar, como escuchar las voces de poetas y trovadores muertos, y tener a mi lado una sinfonola especializada.

Pero los “spamers” !ah los “spamers”!, esas ladillas de la comunicación, aún no sé como controlarlas, como impedir que me roben mi tiempo.

Ojalá hubiera una brigada anti-spamers.

 

 

-tallerjfs@gmail.com

 

El escritor de café

Me intoxica el ambiente de los casinos. Me intoxica la hiperestimulación de los sentidos. Me abruma esa obsesión por el dinero, por ganar o perder algo, y esas pretensiones de erotismo que no son más que un engaño momentaneo para viajeros que el día de mañana serán en sus lugares de origen tan mojigatos y conservadores como siempre lo han sido. Déjenme explicar. Las Vegas es la “Disneyland” de los adultos. Y si en “el lugar más feliz del planeta” los padres pagan para forzar la alegría de los niños, en Las Vegas pagan para forzar un monto de exitación que los salva momentaneamente del tedio.

Por eso, cada vez que tengo que venir por motivos de trabajo, tengo que salirme a respirar realidad fuera de los casinos, luego de 24 horas de estar ahí.

Ya tengo mi ruta. Por la mañana, salgo del hotel y tomo la avenida Flamingo en sentido alejado de la “Strip” rumbo adonde se ven las montañas rojizas allá a lo lejos. Desayuno en uno de esos restaurantes donde los trabajadores de Las Vegas llegan el sábado, y de ahí me voy a tomar un café adonde hay más bien inmigrantes que turistas. En Las Vegas, casi todos han llegado de otro estado u otro país a trabajar, o a vivir del ocio. Pero “vivir del ocio” no siempre significa apostar, cantar, mover las nalgas, lmpiar hoteles…

El hombre que está a mi lado vive del ocio.

Trae unos tenis sucios y sin calcetines, y un abrigo demasiado grande. Pero antes que yo mismo saque mi cuaderno de piel para escribir unas cuantas divagaciones con pretensiones literarias veo con sorpresa lo que hace el sobre su mesa. Con una taza grande de café y un montón de hojas de papel bond, el hombre escribe a toda velocidad cuartillas y cuartillas a mano.

Jeff, un escritor. Foto: José Fuentes-Salinas.

Jeff, un escritor. Foto: José Fuentes-Salinas.

A un lado tiene una pluma “papermate” adicional por si se le acaba la que está usando. En el suelo, a un lado de la silla, tiene otro paquete de manuscritos. Me quedo inhibido para escribir por un momento. Me lo imagino como Don Matatías, aquel personaje de Los Agachados de Rius que llevaba amarrado el pantalón con una cuerda y que siempre estaba lanzando sentencias filosóficas a quien se dejara. Pero también se parece a un “homless light” como los que hay a unas cuadras de los casinos y que el alcalde mantenerlos lo más alejado posible de los turistas.

Pero a quienes llegan al café, más que sorprenderles su facha, se quedan sorprendidos de que es uno de los pocos que no usan una computadora o que no traen un teléfono-computadora. Les sorprende también la alegría y velocidad con que escribe, a tal grado de que cuando parece escribir una idea muy ocurrente en su novela esta risa casi llega a carcajada.

¿Seré yo así alguna vez?… Me da miedo pensarlo. Qué gusto escribir y sé que ka escritura es un oficio solitario, pero ¡qué soledad la de él, qué inadecuación!. Por supuesto que a mí me da una gran alegría escribir, pero nunca me quedaría sin calcetines con tal de hacerlo. No en este tiempo en que se han producido cosas en exceso.

Tomo un sorbo de café y pellizco el muffin de calabacitas con nueces. Me pongo a pensar: Carajo, pero si yo he trabajado en un psiquiátrico y con frecuencia dialogo con neuróticos de oficina, ¿por qué no voy a dialogar con un colega?, me pregunto.

—¿What do you write about? -lo interrumpo.

Y cuando lo veo un poco sorprendio de que alguien busque su conversación, le muestro mi cuaderno para decirle que yo hago lo mismo. Se llama Jeff. Lo saludo de mano, y su cara se alegra cuando ve mi cuaderno.

—Escribo de muchas cosas, de economía, de política, de cosas que pasan… -dice.

Jeff me da la primera muestra de sanidad: es cortés y sabe escuchar.

—What a beautiful notebook, and you have skills for drawing and writing… It’s impressive.

Luego de haber estado en un casino donde los apostadores pasan por horas sin ver otra cosa que las cartas y los números, al grado de necesitar masajes, mi colega ríe y platica con un gran estilo.

Me dice que no tuvo hijos, ni tiene esposa, que sus parientes están regados por varios estados y que él mismo ha vivido en varias ciudades, incluyendo Phoenix y San Francisco.

No sabe exáctamente lo que quiere, pero si sabe lo que no quiere: que alguien le dicte qué hacer, cómo hacer, cómo vivir…

No entro en detalles de su escritura, y trato lo mejor posible de deshacerme de mi tufillo de psicólogo. Nos centramos en el oficio o gusto de escrbir, de la energía que se necesita para hacerlo… Aunque muchas veces se necesite más energía y más paciencia para lidiar con personas complicadas y pendejas.

—I don’t have as much energy as I used to —dice— all I can do is to write.

Me impresiona, cuando le hablo de lo que está ocurriendo en esta sociedad de inmigrantes, en esta sociedad donde la economía nos está dispersando, y de un de repente vamos perdiendo las personas y cosas que nos dan una referencia de lo que hemos sido. Como una charla entre amigos, le pongo mi ejemplo favorito del árbol, donde lo viejo y lo nuevo, el tronco y la corteza, dialogan a través de una fina membrana llamada cambium, y donde el tejido viejo y muerto sirve de sostén.

—Is it really dead? —me pregunta y mira hacia la calle, como si estuviera reflexionando.

Hablamos de los textos originarios de las culturas, de la importancia de la palabra escrita… Y cuando pareciera que nos encaminamos a cerrar la charla con una conclusión nihilista, criticando “la tecnología”, me da un comentario amable sobre la gente que está obsesionada con sus computadoras y teléfonos celulares: ellos solo están tratando de manejar lo mejor posible lo que es de sus vidas.

—Lo que hace falta —comenta— es que haya una mejor estructura para que todos nos podamos entender mejor.

Me dice que en muchas ciudades, empezando en Chicago, se están organizando un gran número de escritores y poetas para mantener los espacios de diálogo.

—Aquí en Las Vegas hay uno, y uno se puede inscribir sin ningún problema. Les encanta escuchar voces nuevas… Tu deberías hacerlo.

Lo saludo y me despido. Sintiéndome acaso un poco culpable por interrumpirlo… Y prejuzgarlo.

A Jeff es probable que no lo velva a ver.