SWAP MEET: Uno nunca sabe qué va a encontrar en un tianguis

Llegué a pagarle lo que le debía al chino.

El lo recordaba bien.

“Son dos dólares”, dijo, “estoy viejo, pero tengo memoria”.

En el terreno del Swap Meet de la Villa Alpina ya se había colocado la enorme carpa blanca con las banderas norteamericana y alemana para el “Oktobefest” que empezaría en dos semanas. Era un poco antes del mediodía.

Aún así no había muchos clientes. Por eso algunos puestos ya estaban levantando tienda. Me llamó la atención un pelotón de maniquíes que estaban envueltos de papel colofán. “Estos son de una tienda que cerró”, dijo el hombre de sombrero de palma. “Todos tienen buenas nalguitas, jaa jaaa…”

Los maniquíes los iba colocando adentro de la camioneta y en la caja de atrás, pero eran tantos que los tuvo que amarrar arriba del techo, con un colchón encima para que apretaran.

Uno nunca sabe qué se va a encontrar en un tianguis de cosas usadas. Uno nunca sabe lo que va a desechar la gente, o que rutas de ciudades tomarán los vendedores en los fines de semana de “Garage Sale”.

El Tabasco, de Zacatecas, ese jueves tenía tres perros gigantescos de una compañía de juegos mecánicos de feria.

“Aquí me los traje para que nos cuiden”, dijo el hombre que ya estaba contando los días que faltaban para irse de vacaciones a su pueblo. “Me voy a pasar todo el mes de Septiembre por allá.

Ya hace tiempo que no voy para las fiestas patrias, a ver qué me encuentro”. Acicalándose su bigote canoso, dice que recuerda cuando el 15 de Septiembre las autoridades del pueblo permitían que la gente llevara sus pistolas a la plaza. “Mi padre tenía una pistolita calibre 22, y cuando daban el grito, como todos la disparaba al aire. Otros llevaban escuadras como las de la policía, y hasta metralletas cuernos de chivo. Eran otros tiempos. Luego de gritar ¡Viva México! se oía el tronadero de pistolas”.

Maniquíes a la venta en el Swap Meet de Carson, California. Foto: José FUENTES-SALINAS/Tlacuilos.com

Mis conversadores habituales no fueron ese día al tianguis, pero me encuentro con Zoyla Luz, la señora de Yurécuaro, Michoacán, que ha apartado en una mesita cosas de un dólar. Agarro un tarro de vidrio para servir cerveza y le hago plática. Con cerveza ¿a cómo me lo da?… “jaa jaaa… Con cerveza le costaría ocho”, dice su esposo, Ascensión. A ver ¿por qué uno no dice: mejor con un licuado con huevo?…

Con la pareja que llevan 30 años de casados nos ponemos a platicar de los licuados, y de las “pollas” que se acostumbraban como “tentempiés” para dilatar el desayuno. “A mi padre le gustaba tomarse unos huevos crudos con Coca Cola o jerez”, dice Zoyla. “A mi me daba asco, sentía como que le tronaba el cuello. Tampoco me gustaban las almejas casi crudas que agarraban en el río”.

Recuerdos sacan recuerdos.

Zoyla tiene veinte años sin regresar a su pueblo. No tiene papeles de inmigración. Y a su hija, la mayor, que solía ir con el acta de nacimiento de una prima de su misma edad, hace 10 años que la agarraron los de inmigración, y hace 10 años que no la ve. “Yo le digo: ‘ya vez, por no aguantarte, ahorita ya podrías arreglar con DACA’”. 

Zoyla le deja un momento el puesto a Ascensio y va a un puesto vecino. Regresa con una hojita con números telefónicos. ¿No quiere participar en una rifa?”, pregunta. Se trata de una señora que tiene cáncer y le deportaron a su esposo, pero cuando lo deportaron, le dio un infarto y allá murió en México. A la pobre se le vinieron de pronto todos los problemas. Ahora está rentando un cuarto en una casa, donde la tratan como sirvienta, aunque paga renta”.

El calor está a 90 grados.

Zoyla empieza a recoger los tiliches y los va guardando en cajas de plástico negras con tapaderas.

Hablamos de lo difícil que suele ser la vida, pero lo necesario que es enseñarle a los chamacos a ser luchadores, a curtirse en los problemas. También en lo inesperados que suelen ser. Cuenta que cuando su hija la menor iba a graduarse de la High School la llevó al centro comercial a que eligiera unos zapatos, y se pasaron todo el día y a la “niñita” no le gustó ningún modelo, y, además, perdió su teléfono celular. “Estos chamacos todo lo quieren, y pronto”, dice Ascensio.

Luego su esposa explica que hizo hasta lo imposible por encontrarle su celular, al tiempo que la regañó, pero que se encontró con otra señora que le puso un alto. “Me dijo: mire, yo que usted iba y le compraba otro celular. Esas son cosas materiales. No vale la pena discutirlas mucho. Yo cómo quisiera tener una hija para regalarle un celular, pero la que tuve se me murió de cáncer”.

El reciclaje: los mercados de artículos usados

De cómo la venta de artículos usados en Carson, California, reflejan los estilos de vida y valores de una sociedad

José FUENTES-SALINAS/ tallerjfs@gmail.com

Mientras arde el asfalto del estacionamiento convertido en mercado de objetos usados, el bigotes me habla del reciclaje de los recuerdos del abuelo.”´¿De donde vienen todas estas cosas?… Vienen de mi trabajo que
tengo los fines de semana. Trabajo con un contratista que se encarga
de limpiar las casas que van a vender. Muchas casas son de gente que murió, viejos algunos, dejan mucha cochinada pero también muchos fueron buenos para hacer colecciones. De esos que no dejaban que les tocaran sus cosas ni a sus parientes que los visitaban”.
En el Swap Meet de la Villa Alpina, los miércoles son buenos para la
conversación. La ausencia de clientes le da paciencia al bigotes para conversar con el cliente que sólo le ha comprado un viejo buzón
oxidado.
“Mire. La otra vez fuimos a una casa donde había una colección de
payasos. Había todo tipo de payasos. Payasos de trapo y de vidrio, de porcelana y de madera, había viejos payasos ya con los pelos
cayéndose. Payasos tristes y payasos de tazas de café de un circo. Yo le dije al contratista que cuánto quería por todos. Le di $200 y me
traje toda la colección. Una parte la traje un día y la extendí en
estas mesas. Los puse a $20 cada uno, y luego la señora de enfrente
vino y me preguntó que cuánto quería por toda la colección. Le dije
que me esperara a ver cuanto en cuánto se vendía, que se los podía dar más baratos los que quedaran, los que no se habían vendido. Pero ella me ofreció $400 y se los di todos. Luego, al día siguiente me traje la otra parte de los payasos y pasó lo mismo. Llego un coreano y me los compró todos. Hay quienes compran aquí y luego lo revenden en el otro Swap Meet del Harbor College, de Wilmington”.

El bigotes a veces se encuentra con cartas de amor y objetos más personales de las casas que descombran y limpian.
Las colecciones de toda una vida suelen terminar así, en un mercado de pulgas, en un tianguis.
Hace un momento encontré a Dante entre viejas herramientas oxidadas. El grabado en bronce lo compré por dos dólares. El escritor de la divina comedia probablemente fue parte de un viaje de alguien que fue de turista a Italia. El bigotes, oriundo de Guadalajara, piensa que así se conocen a las personas por lo que atesoran, y por la forma en que otro se deshacen de lo que fueron los tesoros del abuelo.

“En otra casa que fuimos a limpiar nos encontramos con una colección muy grande de elefantes. Había elefantes de vidrio y de algo que parecía marfil. Pero esa vez, el ayudante del contratista lo aconsejó a que no me de los vendiera y se quedó con todos ellos. No sé a qué habrá hecho con tanto elefante”.

-Agosto, tianguis2016