La primera vez que vi a Marc Graff hablamos de cosas harto complicadas: el recorte del presupuesto para la salud mental de Los Angeles, los problemas de identidad de los inmigrantes, la importancia de los amigos, la familia, el trabajo, la religión…
A la entrada de su consultorio, una paciente neoyorkina se quejaba de su soledad y de la supuesta hipocrecía de los californianos. Era una paciente que culpaba a las ciudades demasiado grandes de su depresión.
La segunda vez, me encontré a Graff en el Arboretum del Condado de Los Angeles, una especie de paraíso citadino, donde los pavoreales transitan libres por todo tipo de árboles y arbustos, y donde el lago, las caídas de agua, fuentes y jardines hacen impensable el pesimismo.
“Los espacios verticales algunas veces deprimen”, me dice Graff, director de la Sociedad Psiquiátrica del Sur de California, quien en esta ocasión solo viene a presidir otra de sus responsabilidades:
La dirección del Club para la Protección de las Tortugas, esos animales que se protegen con su concha cuando las amenazas de su medio son demasiadas.
Le pregunto a Graff si esto tiene que ver con la salud mental.
El cambia de conversación.
-15, Enero, 1995