El presidente de la nación más poderosa del planeta había sido un gran unificador.
En su primer año de gobierno había ofendido a tantos grupos de ciudadanos que todos tuvieron algo que decirle en la marcha de las mujeres en el centro de la ciudad.
Estaban: los ambientalistas que habían visto como había puesto a disposición de las corporaciones petroleras y mineras grandes áreas de lo que había sido parques nacionales protegidos y zonas costeras.
Estaban los defensores de la diversidad, y de los inmigrantes a quienes todavía les calaba los comentarios de cuando se había referido a sus países de origen como agujeros de mierda.
Estaban las muchachas y sus amigos que habían sido traídos a este país de niños y esta era su única patria que conocían.
Estaban esos que habían sido llamados “Anchor Babies”, porque según el presidente solo eran usados como rehenes para emigrar a los padres.
Caucásicos, muchos caucásicos, estaban también ahí porque sentía que el presidente los había usado cuando dijo que ¿por qué en lugar de haitianos africanos no se traían noruegos?.
La agenda de las mujeres era inclusiva, creativa, abierta.
No se reducía a contestar las ofensas de campaña y del primer año del magnate que alguna vez presumía de que si eres millonario puedes agarrarle el culo a quien quieras.
A un año de su gobierno, su gobierno se había cerrado. El presidente que había salido de un show de televisión donde presumía saber negociar, no había podido negociar un presupuesto a pesar de dominar las dos cámaras legislativas a manos de mayorías de su partido.
El gran hacedor de compromisos, el gran comunicador, no había podido ni siquiera comunicar al partido qué era exactamente lo que quería. Decía una cosa y luego salía con otra.
Ante la amenaza de que expulsara del país a los inmigrantes que llegaron de niños, y que ahora no conocen otra patria que ésta, hecha de inmigrantes, como ellos, el presidente pedía que a cambio de arreglarles sus papeles el pueblo americano pagar a 18 millones de dólares para hacer una muralla fronteriza muy bonita.
Es por eso acaso que ese día soleado y ventoso del invierno las muchachas llegaban con sus mamás con todo tipo de pancartas y arte para manifestar su repudio: “sin inmigrantes el presidente no tendría esposas”, decía la pancarta de una mujer.
“Estapendejo: salsa racista”, decía el póster de un joven donde aparecía el presidente con un sombrero de charro de la salsa El Tapatío.

La salsa El Tapatío que se originó en Los Angeles fue usada para expresar una sátira al presidente que se ha hecho famoso por sus desplantes xenófobos y racistas.
Dos amigas con su perrito y un enorme globo azul que tenía pintado el planeta tierra habían colgado un papelito que decía “estoy con ella”.
Yo no fui hasta el centro de la ciudad donde se habrían juntad, según unos, un medio millón de marchantes, pero en dos horas de estar en las calles Broadway, Quinta y Hill, no dejaban de pasar amigos, familias, niñas… Me extraña que las compañías del valle del silicio no hayan venido con una aplicación que mide con exactitud la densidad humana desde un helicóptero.
Pero quizá Michael Moore, con su experiencia documental, tenga algo de crédito cuando en su cuenta de Twitter escribió: “un medio de millón marcharon en Los Ángeles hoy, guau”.
De los calificativos para el presidente había para escoger: “racista”, “mentiroso patológico”, “narcisista”, “divisionista”, “artista del engaño”, “depredador sexual”.
Había todos los tonos y de todos los niveles de conciencia.
En una manta unas mujeres llevaban la propuesta de destituir al presidente y echarlo al excusado. En la plaza Pershing en un contenedor de basura con la foto del presidente enfurecido se decía ponga la basura en el “Trumpster” (Put the trash in the trumpster”.
Otras como una hija y su madre que caminaba por la avenida Hill llevaban un corazón pintado en una pancarta invitando a proteger a los grupos más vulnerables.
Con artistas de Hollywood como Emma Watson que se mezclaron en el casi anonimato, las muchachas se entusiasmaban con la espontaneidad y a la vez con la organización de la marcha, como si fuera una clase de Civismo 101, pero la palabra más destacada era: VOTA. “Primero marchamos, y luego votamos”.
A diferencia de otras marchas de tan solo hace 10 o 20 años ahí en el centro de Los Ángeles ese sábado cada asistente era un vIdeógrafo, un documentalista, con un dispositivo para grabar imágenes y sonido.
El valle de del silicio en California le dio una herramienta el presidente para sus tweets, pero, también, una herramienta a los consumidores contra sus mentiras.